Algunas personas nos contaron las experiencias más extrañas que han tenido con AirBnB

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Algunas personas nos contaron las experiencias más extrañas que han tenido con AirBnB

Por cada experiencia positiva en la plataforma hay un número equivalente de experiencias extrañas.

Utilicé AirBnB por primera vez durante mis vacaciones en Barcelona hace un par de años. Cuando estaba haciendo la reservación, me pregunté a mí misma quién me aseguraba que la casa en la que iba a terminar no era propiedad de acumuladores y estaba llena de polvo, pelo de gato o, peor, esqueletos. Pero no fue así. De hecho, terminé en un departamento donde vivían un chico y una chica apenas mayores que yo y nos quedamos despiertos hasta las 4AM tomando cervezas en Barcelona. Me fui segura de que no había vuelta atrás.

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Obviamente, en realidad AirBnB es más que sólo inquilinos borrachos. Por una parte, esto revela el lado oscuro de la economía colaborativa, un lado que en el que normalmente no pensamos; por ejemplo, los inquilinos podrían ser activistas intensos y el concepto de "colaborativo" no significa que la empresa quiere u ofrece lo mejor para nosotros, además de las cuestiones relacionadas con el pago de impuestos. Por otra parte, la aventura también implica un ligero factor de riesgo. A fin y al cabo, no hay forma de saber si la casa en realidad se ve como en la foto o si simplemente es la versión ideal que existe únicamente en la mente del propietario y unos cuantos renglones de retroalimentación nunca justifican la excentricidad de muchos seres humanos.

Por cada experiencia positiva en AirBnB, hay un numero equivalente de experiencias extrañas. Estas son algunas que reunimos:

Ilustraciones por Dalí Geralle.

Reikiavik 420

Algunas clases de riqueza valen más que otras, al menos en nuestra cabeza. No hablo de monedas ni tasas de cambio, me refiero a las prioridades momentáneas y valores específicos que le damos a las cosas. No soy tacaño. De hecho, parece que tengo agujeros en mis bolsillos. Pero si para ahorrar diez pesos en un boleto de avión tengo que pasar cuatro horas en el aeropuerto más feo de Europa, lo haría con gusto.

Recibí con mucho entusiasmo el nacimiento de AirBnb pero aprendí a hacer que ese entusiasmo conviva en armonía con los pensamientos perturbadores que viven en mi cabeza. En resumen, lo que pasó fue lo siguiente: necesitaba un lugar para dormir en Reikiavik por una noche. Iba a llegar a las 11PM y me iba a ir a las 7AM. Lo que necesitaba era una habitación en una casa compartida para no tener que organizarme con el propietario para el registro de entrada. Es inútil mencionar que, considerando mi poca necesidad, empecé a mover el cursor hacia la barra de precio en la izquierda cada vez más hacia la izquierda hasta que la última opción que quedó fue un sleeping en la sala de un güey que escribió lo siguiente en la sección de reglas de la casa: "Fumo; si no te parece, es mejor que busques otro lugar. 420".

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Creí que a lo mucho me iba a fumar un par de toques con el chico que decidió rentar un sleeping en su sala. Pero no, resulta que el güey era tan fanático de la mota que la había convertido en su profesión y pasé la noche en la sala de un dealer mientras sus clientes probaban el menú con una seriedad adorable (los islandeses tienen una relación muy extraña con las drogas recreativas). Cuando abandoné mi nido atrás del sillón a las 5AM, estaba tan pacheco que no podía creerlo. Hasta ese día, nunca había notado lo divertidos que son los procedimientos de seguridad rutinarios de los aeropuertos. —Mattia, 23 años de edad.

El primo de Bérgamo

Mis papás tienen casa en el centro de Milán. En realidad es un departamento clásico "iluminado y espacioso" en un "edificio imponente" en el cual mi madre invirtió todo su esfuerzo y que estoy seguro que ama más que a mí. Hace un par de años, mis papás se mudaron a un lugar fuera de la ciudad y, después de mucha insistencia de parte mía y de mi hermano, convencimos a mi mamá de rentarlo en AirBnB: el trato era que nosotros nos íbamos a encargar de todo y, a cambio, nos íbamos a llevar una pequeñísima parte de las ganancias. La solución perfecta.

Ya llevábamos un rato rentando el departamento sin tener ningún problema hasta hace un año, cuando llegaron dos chicas de más o menos 30 años. Durante la transacción cara a cara, se veían muy agradables.

Rentaron la casa por diez días al final de abril y unos días después de que llegaron, el portero llamó a mi mamá. Se escuchaba muy apenado y dijo que no quería llegar a "conclusiones apresuradas" pero que había un tráfico increíble de hombres que entraban al departamento, se quedaban un rato y después se iban. Todos iban directo a nuestro departamento. Lo que hizo que el portero sospechara no fue tanto el flujo de gente sino la actitud de los visitantes. "Cuando llegaban al patio interior, todos parecen confundidos y sin saber a dónde ir, y cuando les pregunto algo lo único que me responden es el número de su departamento", dijo el portero a mi mamá.

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Mi mamá, muy apenada, llamó a una de las chicas y ésta la tranquilizó diciendo que era un primo de Bérgamo que la iba a visitar muy seguido y que él era el único que iba. Por raro que suene, creo que mi mamá le creyó. Al menos hasta que fue a limpiar la casa y encontró una cantidad enorme de condones en cada bote de basura de la casa. Desinfectó todo y no dejó que le ayudara.— Silvia, 27 años de edad.


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Río de popó

Al principio todo se veía normal: mis anfitriones iban a ser Jason y Ann, una pareja de treinta y tantos que tenían una habitación extra en una casa que, según la descripción, era "tan grande que es una lástima no aprovecharla al máximo". El departamento estaba muy cerca de la oficina en Londres donde tenía una entrevista a la mañana siguiente.

Cuando llegué, descubrí que eso de "es una lástima no aprovecharla al máximo" debía traducirse como "sacamos provecho de cada centímetro": las recámaras estaban adaptadas como habitaciones de hotel, con número en la puerta y las reglas de la casa colgadas en las paredes. Jason no durmió ahí, no había rastro alguno de Ann (hoy en día todavía dudo de su existencia) y en las otras recámaras no hubo un solo ruido en casi toda la noche.

Eso fue hasta alrededor de las 11PM, cuando alguien empezó a gritar en lo que después descubrí que era polaco. Uno de los inquilinos, el polaco, trató de usar el baño pero se dio cuenta de que estaba tapado y, con ayuda de su roomie, preparó un brebaje mágico para destaparlo. No pudimos avisarle a Jason, porque Jason no contestaba el teléfono. Además, el baño no era un baño sino un hoyo en el piso frente a un lavabo, debajo de la regadera.

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No voy a perder tiempo hablando sobre tuberías, plomería, un baño diminuto y problemas de comunicación. Pero imagínense estar una casa repleta de huéspedes, que cada uno haga el papel de un plomero improvisado y el efecto de un "brebaje mágico". Al final, el baño explotó y se hizo un río de popó. Cuando me fui a dormir, después de haberme lavado las axilas en la cocina y atacar a Jason con mensajes para advertirle de la presencia del plomero que uno de los huéspedes decidió llamar, el baño seguía borboteando. No quiero culpar al olor por mi mal rendimiento en la entrevista pero tampoco excluyo la posibilidad. – Francesca, 24 años de edad.

Malentendidos culturales

Una vez, hace un par de años, renté la casa donde vivía a unos turistas estadounidenses durante la Salone del Mobile, la feria internacional de mueblería de Milán. Era abril pero hacía un poco de frío y se les ocurrió elevar el termostato a 39ºC (quiero pensar que estaban pensando en grados Fahrenheit). Un día entré a la casa porque tenía que regar las plantas de la terraza y, en cuanto crucé la puerta, descubrí que mi casa se había convertido en un sauna. El boiler estaba a máxima potencia y sentía como si estuviera en un crucero. Me aseguraron que apenas habían subido la temperatura un día antes pero el recibo confirmó lo contrario. – Sara, 33 años de edad.

Hospitalidad con intereses

Hace un par de años, mi ex y yo decidimos ir de viaje a Sicilia. Ya habíamos usado AirBnB antes y todo había salido bien, excepto por una parada en Agrigento.

El propietario había salido de viaje pero le encargó a un amigo suyo que nos fuera a recoger y nos entregara las llaves. El amigo nos recogió en la parada de autobús a pesar de que estaba muy cerca del departamento que habíamos rentado. Después de un recorrido muy breve en el auto nos llevó al departamento: era un estudio muy lindo con una terraza pequeña, vista al mar y una botella de Prosecco esperándonos en el refrigerador. Todo iba muy bien y, aunque hablaba mucho, nuestro guía nos pareció muy amable.

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Después de media hora platicando en la terraza (más bien él se la pasó hablando), nos dimos cuenta de que no tenía intención de irse. En vez de eso, se ofreció a acompañarnos a la agencia donde habíamos rentado un auto. No tuvimos otra opción más que aceptar. Cuando nos dieron las llaves, nos empezamos a despedir del sujeto y le agradecimos por todo lo que había hecho con la esperanza de no volver a verlo hasta el final de nuestra estancia pero en ese momento nos ofreció un aperitivo en su yate. Parecía excesivo pero sería estúpido rechazar un aperitivo en un yate. Entonces, con todo y dudas, terminamos aceptando y le dimos las gracias.

Pasamos al supermercado en el camino pero no nos dejó pagar nada. Era demasiado pero teníamos planeado pagarle después. Además, no podemos negar que hay gente muy hospitalaria en este mundo. El velero era pequeño y muy lindo. Llegó una chica y los cuatro nos la pasamos platicando y bebiendo. Ya mareada, me dejé llevar y no paré de hablar sobre la amabilidad y la hospitalidad de los sicilianos. Nosotros comimos pero ellos no. Insistimos en que comieran algo pero nunca aceptaron.

A la hora de despedirnos, por fin entendimos por qué habían sido tan hospitalarios. Cuando preguntamos "¿Cuánto te debemos de la comida?", el sujeto respondió: "En total, por el día y el aperitivo, son 35 euros por cabeza. Pero en total se los dejo en 60".

Le dijimos que no traíamos esa cantidad en efectivo y que se lo podíamos pagar al final de nuestra estancia con la esperanza de quedar bien con el propietario. Cuando hablamos con él por teléfono, no se escuchaba sorprendido que su amigo se hubiera ofrecido a ser nuestro guía o a llevarnos a comer a su velero. "¿Cuándo van a tener otra oportunidad como esta?", nos preguntó. En otras palabras, no era un buen momento para ser tacaños. Nos dio mucha lata por teléfono hasta el último día y, al final, como las cosas se pusieron muy intensas entre él y mi ex, llegaron al acuerdo de que debíamos 40 euros por el recorrido. – Gabrielle, 28 años de edad.

*Se cambiaron algunos nombres.

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