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Y obvio no sólo es Hitler. Todos saben —pese a no tener otra evidencia más que la redundante, dolorosa y brillante verdad— que pene de Donald Trump es una miniatura. (Por ejemplo, el caricaturista Eli Valley capturó este axioma a la perfección.) ¿Qué clase de persona va por la vida construyendo rascacielos nacos con su nombre escrito en letras que miden tres metros de altura? No necesitamos que Lacan nos explique que el significante siempre es un reemplazo de la potencia de un falo ausente; con ir a la ciudad y ver hacia arriba basta. Esto siempre es muy gracioso; es el mismo tipo de humor con el que vemos a un idiota con 5 mil veces más dinero que tú, presumiendo su Lamborghini por toda la ciudad, y decides que lo hace para compensar otras carencias.
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Queremos creerlo. Es por eso que los encabezados de los periódicos mencionaban el micropene de Adolf Hitler a pesar de que el libro no decía eso. Dejando de lado las gónadas del Füher, ¿qué nos dice esta fantasía sobre el mundo en el que vivimos? Suena como algo salido de una película de Disney. Los villanos son malos porque tienen una deformidad; es posible identificar a un villano por la cicatriz en su rostro o las verrugas en su nariz. Si el nazismo es producto del micropene de Hitler, entonces todos los miles de personas normales que participaron voluntariamente en el genocidio quedan fuera del panorama. (Y así es como una alarmante cantidad de gente entiende el Tercer Reich: un hombre tuvo ideas aberrantes y muchos se dejaron llevar por estas misma ideas; separan al nazismo de su base en la sociedad de clases y la forma del estado.) Como Jacques Derrida argumentó, la historia de la metafísica occidental se puede ver como la persistencia de la ontología de la "presencia pura", un ser total y completo que está estrechamente ligado con la unidad del pene. Por eso, Derrida llamo "falogocentrismo" a este concepto. El micropene es un daño o una degradación de esta presencia pura; en otras palabras, una alteración de la coherencia fálica se puede interpretar como maldad.Pero así no funciona el mundo hoy en día. La maldad está en todos lados, dispersa y omnipresente. No sólo en los bancos y en el gobierno; la comida que compramos es mala, nuestra ropa es producto de la explotación de niños en Bangladesh, nuestros teléfonos provocan guerras en África y hacen que los trabajadores salten desde el techo de las fábricas. Nosotros podríamos ser malvados. No hay coherencia. Pero el mini pene de Hitler ayuda a resolver ese problema: restringe toda la fractura y confusión de la existencia en un objeto dañado. Ese circo ético demente y vertiginoso del que tratamos de salir se funde en algo limpio y simple, donde la maldad se puede identificar por medio de los rasgos físicos. Pero en el fondo es algo muy peligroso. Si pasamos demasiado tiempo pensando de esta forma, vamos a llegar a la conclusión de que un cuerpo entero y saludable es bueno, y que cualquier cuerpo feo, frágil o deforme es un contaminante del cual tenemos que deshacernos. ¿Y quién más tenía ese tipo de ideas?@sam_kriss