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​¿Qué se siente ser una borracha con lagunas mentales?

Levante la mano el que alguna vez ha despertado después de haberse tomado unos cuantos tragos y no tiene ni la más mínima idea de cómo llegó a casa o por qué hay un trozo de queso mordido sobre su almohada.

Foto vía Flickr user Melinda.

Levante la mano el que alguna vez ha despertado después de haberse tomado unos cuantos tragos y no tiene ni la más mínima idea de cómo llegó a casa o por qué hay un trozo de queso mordido sobre su almohada. ¿Quién ha pasado un domingo completo sudando frío y rompiéndose los sesos para tratar de recordar lo que pasó la noche anterior, temeroso de llamar a sus amigos por miedo a que le cuenten lo que hizo? Si levantaste la mano, respira hondo porque es probable que te sientas muy identificado con la autobiografía de Sarah Hepola llamada Blackout, un libro que explica qué se siente ser un ebrio de mierda.

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Cuando llamé a Hepola —la editora de Salon que vive en Dallas, Texas— para platicar sobre su libro honesto, directo y súper divertido, le dije que tocó fibras tan sensibles que tuve que detener mi lectura un momento para secar mis palmas llenas de sudor. "Hiere muchas sensibilidades", aceptó Hepola. "Muchos me dijeron que era una lectura dolorosa. Tengo sentimientos encontrados con respecto a esa opinión porque no tengo intención de herir a las personas, aunque supongo que es bueno saber que no estás solo".

Y no cabe duda de que Hepola no está sola. "Si hago caso a lo que indica mi bandeja de entrada", explicó, "entonces Inglaterra tiene un serio problema de lagunas mentales por consumo de alcohol".

Una vez que hay cierto nivel de alcohol en la sangre, el cerebro deja de crear recuerdos. Como explica Hepola en su libro: "La sangre llega al punto de saturación de alcohol y apaga el hipocampo, la parte del cerebro que crea recuerdos a largo plazo". Entonces, no importa cuánto lo intentes porque no hay nada que recordar. Cero.

"Es simple: la grabadora de tu cerebro se apaga", dijo Hepola. "Las lagunas mentales son lo que más me daba miedo de mi forma de beber y en todos esos años nunca supe qué era lo que pasaba. Ese punto ciego en sí me dejaba atónita. Y me sorprende la cantidad de personas —incluyendo a mis amigos más listos y educados— que no sabían cuál era la diferencia entre tener una laguna mental y desmayarse. Creían que una laguna mental significaba quedarse dormido o inconsciente en un sillón en lugar de estar despierto y moviéndose como si nada".

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Desde la primera vez que se emborrachó, a los 13 años de edad (aunque le gustaba la cerveza desde los 11), hasta que decidió dejar de tomar casi 25 años después, las lagunas mentales eran la especialidad de Hepola. Como todos, no lo hacía a propósito. Se tomaba unos cuantos tragos, luego unos cuantos más y después… nada, hasta la mañana siguiente cuando empezaba la labor detectivesca con la ayuda de unas cuantas pistas —como recibos, mensajes de texto, la persona acostada a su lado— para descifrar qué había dicho o hecho. Y si no tenía pistas, pasaba a la paranoia.

"Lo peor de las lagunas mentales era no saber qué había pasado", dijo Hepola. "Pero para cuando cumplí los veintitantos, ya sabía más o menos cómo me portaba. Sabía que me gustaba desvestirme, pero no de forma sexy, más bien de una forma rara, incómoda y exhibicionista que hacía que la gente se alejara de mí. También sé que me pongo a llorar incontrolablemente porque mi forma de ser hace que sea muy difícil que alguien me ame. Y que soy muy directa en términos de mi sexualidad con los hombres. Como sabía esto, cuando me despertaba a las 5 o 6AM después de un fiesta, me quedaba en la cama temblando de miedo".

El comportamiento que describe Hepola no es exclusivo de las mujeres. Los hombres también lloran y se desvisten. Pero estoy segura de que este libro habla por muchas mujeres que consideran que beber es necesario para socializar. Aún si nunca has tenido una laguna mental, es probable que te identifiques con la forma en que Hepola bebía con sus amigas: el vino era el adhesivo social que las mantenía juntas, "una botella en la mesa como sinónimo de 'Es hora de tener una plática seria'".

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Cuando dije que las mujeres son aún más capaces que los hombres de sentarse a la mesa toda la noche y beber una botella tras otra, Hepola me dio la razón. "Puedes ver cómo sale y se mete el sol, y la única forma de saber la hora es contando las botellas vacías apiladas en un rincón. Es la única forma de medir cuánto llevamos porque no nos hemos movido en seis horas. Cuando nos reunimos, nos sentamos hasta que hablamos de todo y nos tomamos todo".

No cabe duda de que el consumo del alcohol, en especial en las mujeres con educación universitaria, ha cambiado de forma dramática en los últimos 30 años. Un informe sobre el consumo riesgoso del alcohol, realizado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico hace unos meses, reveló que las mujeres británicas con este nivel educativo consumen más alcohol que cualquier otro grupo similar en Occidente. Es un fenómeno que algunos clasifican como "El lado oscuro de la igualdad". Cada vez hay más mujeres que encuentran trabajo en ambientes donde los hombres solían predominar, que se vuelven independientes económicamente y que retrasan la maternidad. Sin embargo, al obtener esto, también empiezan a tomar como hombres.


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Pero no creo que eso sea todo. No todas las mujeres beben como hombres porque tratan de igualarlos. Sobre todo porque las estadísticas demostraron que las consumidora más entusiastas lo hacían solas y en casa.

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El consumo de alcohol de Hepola llegó a su punto máximo en la misma época en que se empezó a transmitir la serie Sex and the City, que, según sus palabras, "era una celebración de la hermandad femenina, de la hermandad femenina que se experimenta a través de la presión que se libera con el simple hecho de compartir un coctel".

Aunque hoy en día ya está muy pasada de moda la imagen de Carrie y sus amigas tomándose un Cosmopolitan, en esa época el programa simbolizaba cómo el alcohol estaba íntimamente ligado al empoderamiento femenino.

Y para todas las adolescentes que vieron SATC, tomar y fumar en la ciudad con tus mejores amigas era lo más cool del mundo. Y tienen razón.

"Para nosotras, beber es glamuroso. Lo relacionamos con la forma en que nos hace sentir —'¡Soy sexy! ¡Soy hermosa! ¡Soy divertida! ¡Salud!'— pero nunca nos damos cuenta cómo nos hace ver en realidad".

Foto por Jake Krushell.

Y la forma en que nos hace ver, al menos a Hepola a partir de que cumplió los 30 años de edad, es como una persona que se cae de las escaleras, que casi quema su propia casa, que tiene sobrepeso y cuyas amigas dejaron de hablarle.

"Aminoras las vergüenzas cuando te ríes de ellas: si todos se ríen de que te caíste de las escaleras, entonces no es para tanto. Pero mis proezas eran cada vez menos divertidas y fue entonces cuando me di cuenta que tenía un problema".

Le pregunté qué sintió cuando sus amigos hablaron con ella sobre su problema.

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"Estaba destrozada. Primero que nada, me sentía muy avergonzada. Y sentía que todos habían roto un contrato social porque al principio dijeron que no había problema pero después cambiaron de opinión".

"Creía que algún factor externo iba a hacer que me detuviera. Que iba a llegar algo y me iba a quitar la copa de la mano. 'Me voy a embarazar o a enamorar' decía, pero después me di cuenta de que todo a mi alrededor había cambiado y yo seguía aferrada a esa copa de vino".

Hepola trató de dejar de beber en varias ocasiones y lo logró gracias a que se dio cuenta de que su vida no iba cambiar hasta que dejara su vicio y no por un incidente catastrófico.

"Sigues bebiendo porque sientes que eres una persona horrible. Ahora lo que me hace sentir bien en saber que puedo usar mi experiencia para ayudar a otras personas. 'Yo también' es una frase muy importante. Te das cuenta que no estás solo".

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