Semana Santa en una playa chilanga

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Viajes

Semana Santa en una playa chilanga

Lo más cercano a estar en la playa sin salir de la ciudad.

Cada vez que escucho a alguien hablar sobre las playas artificiales de la Ciudad de México, siempre es con los mismos comentarios: malos, despectivos y clasistas. Llegó a ser tanta la exageración sobre la falta de higiene y el tipo de gente que asiste a estos lugares, que hasta pensé que era más probable agarrar un herpes ahí, que metido en un jacuzzi acompañado de Paris Hilton, Lindsay Lohan, el elenco de Jersey Shore y todas las Kardashian juntas.

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Después de escuchar mamadas de este tipo, me di cuenta de que la gente que tiene esa mala impresión de las playas artificiales nunca ha ido a una, entonces, ¿qué chingados podrían saber ellos? Nada. Así que sin mucho que hacer en esos días en la ciudad, agarré una mochila y metí un traje de baño, una toalla, mi cámara y unas chanclas. Me puse a googlear un poco y manejé hacia la Alameda Norte, en Azcapotzalco. Después de encontrar una entrada, que además de pequeña, estaba escondida, pagué $25 por el estacionamiento y pasé.

Caminé unos metros hasta llegar a una zona en la que había un par de patrullas y un autobús grande llamado Medibús. Aquí un médico especializado realiza estudios de laboratorio como el del ácido úrico, creatinina, glucosa, hipertensión, obesidad y hasta cáncer de próstata a los usuarios de estas playas. Seguro muchos de ellos, como yo, no tienen idea de qué significan estas cosas, pero los estudios son gratuitos. El único requisito es ir en ayunas y antes de las 11:30AM, así los resultados son entregados el mismo día.

A la entrada de la playa había una larga fila de niños y niñas buscando recibir un brazalete. Pueden nadar durante un periodo de 45 minutos, cuando pasa este tiempo, otro grupo tiene acceso a la alberca y los que salieron, corren a la entrada por otro brazalete y esperan su turno. Todo el día se la pasan corriendo de un extremo a otro. En la fila no había ningún adulto formado, ya que sólo puedes ingresar a la alberca si tienes entre tres y 15 años, así que de entrada, ya me la había pelado.

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Me decepcioné un poco porque no conocía las reglas y decidí sólo tomar fotos. El lugar estaba lleno, no había ningún camastro vacío y las mesas vomitaban tuppers con guisados, vasos, platos desechables y botellas de refresco. Para cuando llegué a la zona en donde están las albercas, parecía que los niños nunca habían visto una cámara en su vida. Estaban felices de posar, brincaban y se ponían frente al lente. No entendía por qué, pero les gustaban las fotos.

Uno se acercó hacia mí hasta el borde de la alberca:

Niño: –¿Vienes de Azteca? –me preguntó.

Yo: –No…

N: –¿De Televisa?

Y: –No –traté de explicarle– vengo de una revista.

N: –¿TVyNovelas?

Reí y seguí tomando fotos, no sin antes, disparar el obturador mientras el niño se acercaba la mano a la cara, entre la boca y la nariz y posaba. Después de un tiempo, decidí caminar hacia el estacionamiento y salir de ahí.

Regresé a mi casa sin mucho qué escribir y con sólo algunas fotos. Tenía que vivir la experiencia por completo, así que un par de días después, regresé. Era lunes y fue evidente la diferencia entre el número de personas que hubo el fin de semana y las que se presentaban en ese momento. La playa estaba prácticamente vacía. Me emocioné y decidí comenzar el recorrido.

Sin filas enormes para subirme al mini bungee, de inmediato me acerqué al encargado y demostré mi falta de atletismo. Normalmente le dan a los niños tres minutos para brincar, ya que las filas que se forman son bastante largas y la idea es que todos alcancen a subirse. Con poca gente, el tiempo era casi tan libre, que hasta algunos de los empleados del lugar aprovecharon para dar algunos brincos.

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Lo siguiente en el recorrido era un partido de golf miniatura. Fui por una pelota, un palo y comenzó el juego. Perdí.

En cuanto pisé la arena, el mood playero se apoderó de mí, así que caminé hacia los baños portátiles y me puse un traje de baño. Salí con esta canción sonando en mi cabeza y seguí con el recorrido.

A falta de personas dignas de ser mis adversarios en un juego de voleibol, avancé hasta un área techada, donde había música y mujeres bailando. Era una clase de zumba. Chingue su madre, la tomé. Sobre una tarima, entre gritos y aplausos, un eufórico hombre montaba la coreografía que contrastaba bastante con los pasos torpes de más de uno de nosotros. Debido a que los adultos no pueden ingresar a las albercas, estas clases son pensadas para que las madres de familia no se aburran mientras ven a su marido picarse el ombligo o al escuincle gritando sobre el clavado que se acaba de echar.

Después de echar el baile con mis nuevas amigas al ritmo de Aventura, fui a tirarme a un camastro y entendí por qué los señores difícilmente se paraban de ahí.

Hablé con el encargado (en realidad nunca supe cuál era su puesto), pero era un cabrón bastante buen pedo y por lo que entendí, era el bueno. Después de una corta plática, accedió a dejarme nadar. Sin pensarlo me quité la playera y me metí.

El agua helada recorrió todo mi cuerpo y no me explicaba cómo es que los niños estaban como si nada. Gritaban, jugaban, se sumergían y algunos hasta aprendían a nadar. Mientras trataba de hacer cara de no-me-estoy-cagando-de-frío, pude platicar con un par de niños y supe que algunos de ellos no conocían el mar. Estuve un rato ahí adentro y por fin entendí que esto en verdad los hacía felices.

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Desafortunadamente, en nuestro país, la diferencia entre clases sociales es inmensa. Los pocos que realmente tienen, tienen en exceso, sin embargo, los menos afortunados tienen muy poco. Si pensamos un poco más allá de las ideas y prejuicios que tenemos sobre este tipo de lugares, podremos darnos cuenta de que en verdad esto es lo más cercano que mucha gente estará de conocer el mar. Suena cabrón pero así es.

Feliz de que la higiene, como mucha gente piensa, no está peleada con la clase social, di por terminado mi picnic en la playa artificial. No tiene nada de malo no poder costear un viaje a la playa ni mucho menos usar uno de estos lugares como alternativa. Así que si me preguntan ahorita qué es lo que pienso, creo que tienes la misma posibilidad de agarrar un pinche hongo en la alberca, también llena de niños, del hotel cinco estrellas en el que te hospedas, que aquí. ¿O me vas a decir que en toda tu vida nunca te orinaste adentro? No mames.

@soyalemendoza