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Sexo a puños: una noche de fisting en la CDMX

Varios dildos coronan la mesa. A su lado, acostado boca abajo, está Daniel, un chico de 27 años que, en posición de perrito levanta el culo mientras otro chavo enmascarado y vestido de negro le propina latigazos en las nalgas.

Varios dildos de tamaños insólitos coronan la mesa. A su lado, acostado boca abajo, está Daniel, un chico de 27 años que, en posición de perrito para el culo mientras otro chavo enmascarado y vestido de negro le propina latigazos en las nalgas. Daniel toma un trapo, lo humedece con cloruro de etilo y se da un pasón. Esta sustancia de venta libre en farmacias y que suele usarse como anestésico local, es utilizada también como droga recreativa durante el sexo debido a la sensación de euforia y calentura que produce al ser inhalada.

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Mientras él aspira la sustancia del trapo, el activo comienza a trabajarle el ano: toma un envase de Gatorade lleno de lubricante, pone un chorro sobre uno de los penes de goma y sin ningún esfuerzo lo inserta en el culo del pasivo, quien no da señal alguna de dolor o excitación.

Estoy en el Club Antifaz Chabacano, una de las varias sucursales de este sitio de encuentro que en poco tiempo ya se ha convertido en uno de los consentidos de la comunidad gay de la Ciudad de México. A diferencia de otras sedes del Antifaz, aquí el público suele ser más joven y casi todos se conocen entre ellos. "Tratamos de que no sea un lugar solamente de 'coges y te vas', queremos que los chicos lo vean más como un espacio de socialización donde por supuesto también pueden venir a coger, pero en un ambiente más de amigos y donde además se sientan a gusto y seguros", me dice Roberto, quien trabaja en el lugar y me cuenta todo sobre el teje y maneje de este sitio.

Llegar aquí no resulta complicado: mi acompañante y yo llegamos con facilidad, pues a diferencia de otros lugares que prefieren mantener en el anonimato su ubicación, ellos me comentan que no tienen bronca alguna con que se sepa dónde se encuentran. Es más, en sus redes sociales abiertamente escriben su dirección, teléfono y las señas para llegar. "Eso sí, sólo sin fotos por favor, por respeto a la identidad de los asistentes".

Situado en un primer piso y emparedado entre un gimnasio y una Farmacia de Similares en el número 65 de la Calzada Chabacano, este club convocó a través de su cuenta de Twitter a este evento que, nada más cruzar la puerta, nos recibe con 'Fiesta en el Infierno' de Fangoria.

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Apenas y tenemos tiempo para posicionarnos en nuestros lugares cuando uno de los organizadores anuncia que se acerquen todos, porque ya va a dar inicio el show. "¡Si no es demostración de Tupper, güey!", grita un chico, causando las carcajadas de los asistentes. Pero la risa pronto es reemplazada por el morbo y unos segundos después, Daniel, el comelón profesional, ya se encuentra bien dilatado y recibiendo tremendas embestidas con el dildo gigante.

Sweet dreams are made of this…

La concurrencia, un tanto tímida al principio —compuesta en su mayoría por chavos de entre 18 y 25 años, ataviados por suspensorios—, comienza a acercarse cada vez más para presenciar mejor el espectáculo. Pocos son ya los que bromean, casi todos abren los ojos con incredulidad mientras contemplan la hazaña del power bottom que está siendo penetrado por el trozo masivo de plástico con estoicismo absoluto.

El bombeo con el dildo, de más o menos 30 centímetros, continúa mientras 'Sweet Dreams' suena a través del sistema de sonido del lugar. Un tercero se une para registrarlo todo con la cámara de su celular: no pierde detalle de cómo Daniel se come por el ano el dildo de color negro. A un par de metros, otro chico comienza a cachondearse contra el metal frío de un tubo de pole dance. Después de hacer un breve baile erótico, se acerca al sillón rojo donde el pasivo está siendo penetrado y se pone detrás de él, culo con culo. El master enmascarado se prepara para la segunda parte del show: toma otro dildo, más largo y de dos cabezas, y lo baña de lubricante transparente.

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Lo que sigue ya se veía venir: una de las puntas se abre paso dentro del ano ya dilatado de Daniel, mientras el otro extremo entra también con relativa facilidad en el ano del segundo pasivo. Primero es el activo el que lleva la voz cantante y comienza a mover el dildo bicéfalo, que sale de la carne de uno para introducirse en el otro. Poco tiempo después esto ya no es necesario: entre los dos comienzan un movimiento acompasado y cadencioso que no necesita de un tercero para completar el acto casi coreográfico. Después de un rato de mete y saca, el segundo se retira y es hora de que Daniel nos deleite con eso que venimos a ver todos: el show de fisting.

El enmascarado dominante toma un guante negro de látex y se lo pone en la mano derecha. Con la izquierda se baña el guante con el mismo envase lleno de lubricante que esta noche ha resultado su mejor aliado para explorar las profundidades de su pasivo sumiso. Sin grandes trámites, introduce primero los dedos, como en un golpe recto de karate, y poco tiempo después comienza a introducir el puño entero hasta que el guante casi se pierde de vista. Daniel cambia el cloruro de etilo que ha estado inhalando por un frasquito de poppers y le da varios llegues en cada fosa nasal.

Toca, juega, aprende

Después de un rato de recibir puño y parte del antebrazo, nuestro aguantador protagonista ya está preparado para el acto final. Tal como se anunciaba en el flyer, este es un show interactivo en el que cualquiera puede entrarle. Es así como, invitados por el organizador del evento, varios chicos del público van perdiendo el miedo y se ponen su respectivo guante para meter su propio puño en este agujero experto que parece no tener fondo. Después de que ya todos pasaron, la música se silencia y todos los asistentes aplauden y gritan "¡bravo!" como si hubiesen asistido no a una penetración colectiva, sino a un espectáculo teatral.

"Ahora vamos a regalar una botella de vodka para un pasivo del público que aguante un dos romano", grita el organizador del show. Un pasivo se apunta, pero los activos escasean.  "Todo cabe en un culito sabiéndolo acomodar", me dice mi acompañante, y ambos nos reímos mientras esperamos a ver quién del publico se va animar a encajarse los dos penes para ganarse la botella prometida.

"A ver, necesitamos dos vergas que se lo cojan", repite por el micrófono el organizador. Sólo uno se anima y aunque el pasivo se aplica a darle unas buenas mamadas, al activo no se le para. "Es que se ve que ya anda pedo", me dice mi compa. Al fin otro activo del público se anima a entrarle al show y se coge en solitario al conejillo de indias, pero al no haber dos vergas que le entren al dos romano, el concurso se frustra. Ni pedo, no se puede todo.

"Ven, te voy a enseñar el resto de las instalaciones", le digo a mi compa. Bajita la tenaza me lo llevo a la parte de los cuartos oscuros y del laberinto y como 'a la tierra que fueres, haz lo que vieres', en las penumbras el vato que me acompaña me da una de esas cogidas monumentales que me recuerdan por qué siempre me lo traigo como compañero de aventuras.

Hoy me tocó voltearme a mí, ya le tocará a él. Después de un rato de ponerle sabroso, abandonamos El Antifaz Chabacano con la promesa de seguirla en mi depa. En la puerta nos encontramos a Daniel, quien con la cara de "misión cumplida" y con la sonrisa de satisfacción de quien sabe que ha dado un buen espectáculo, nos despide de esta versión en miniatura de Sodoma y Gomorra.