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Teresa Margolles: carne muerta como alegoría a lo fallido

Su obra ha fungido como un recuento de la perspectiva nacional de la muerte, desde el tabú y la mitología hasta los pueblos fantasmas.

Spleen Journal es una revista bimestral que publica crónicas latinoamericanas. Aunque en VICE normalmente no publicamos textos generados para otros proyectos, decidimos hacer una excepción, porque nos gusta lo que hacen en Spleen J., un medio impreso no lucrativo e independiente al que admiramos y respetamos. Así que durante los próximos meses, compartiremos algunos de los mejores artículos publicados originalmente en spleenjournal.com.

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SEMEFO es Considerado un fenómeno único en el arte contemporáneo mexicano de la década de los 90; en éste participó Teresa Margolles y en el video puede verse su presencia

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Su búsqueda comenzó en la morgue, hasta que la violencia en las calles de México le proporcionó materia prima para sus piezas. La artista Teresa Margolles ha evolucionado a la par de la creciente descomposición social. Su obra ha fungido como un recuento de la perspectiva nacional de la muerte, desde el tabú y la mitología hasta los pueblos fantasmas.

La fascinación de Margolles por la condición de lo cadavérico la condujo, a principios de los 90, junto con el resto de los integrantes del colectivo Semefo (Servicio Médico Forense), hacia una investigación cruda y “mediatista”.

“Se resumía en una frase: la preocupación por la vida del cadáver, no por el muerto, no por la estructura social alrededor sino por lo vivo que había en la materia muerta”, explica el curador e investigador Cuauhtémoc Medina.

El colectivo empezó en la Ciudad de México articulando los tintes locales y sus asociaciones con la mitología oficial y no oficial sobre la muerte y sus instituciones. Hacía performances, acciones y eventualmente arte-objetos.

Recurría a la toma de materia –un ataúd por ejemplo– como un vehículo de intervención del espacio cultural; y a su vez trabajó con partes de cadáveres, órganos y fluidos obtenidos con o sin permiso de las morgues. Sin embargo esto fue sólo el principio para la artista.

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Según Medina “lo que es más importante de ese trabajo tiene que ver con la significación que involucra la reflexión y el trabajo sobre un campo que está usualmente ocluido y retirado de nuestra atención, que de cierta manera está oculto por un tabú y sin embargo es central en la economía social. Es el campo del destino, tratamiento y condición de los muertos y de la corporalidad muerta”.

De esta manera, en la segunda mitad de los 90, el colectivo Semefo se radicalizó, “es el momento más gore y más brutal”, puntualiza su también curador en la Bienal de Venecia 2009. “Se deslizaron en una presentación de objetos directamente ligados con el espacio de estudio, almacenamiento y procesamiento de los cadáveres que ya había entrado en su imaginación en el nombre de Servicio Médico Forense”.

En una ocasión la artista recuperó la lengua del cadáver de un punk, “era, en el testimonio de Teresa, una persona bellísima que había muerto en esas batallas en la Ciudad de México, las que hay en la periferia y ante las que somos indiferentes”, adiciona Medina.

“Somos una sociedad en donde la diferencia de clase es una diferencia de cuál es el valor que le atribuimos a las vidas”, asegura.

La madre del joven no tenía dinero para pagar un ataúd y sacar a su hijo de la morgue. Teresa por casualidad tenía uno de sobra por los trabajos anteriores y se lo intercambió a la señora por una parte del cuerpo para poder mostrarla.

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Lengua, pieza producida en su faceta con el grupo SEMEFO.

1994 fue un año de giros: Margolles tuvo su primera exposición individual en el Museo de Arte Carrillo Gil, Lavatio Corporis, en la que utilizó restos de fetos y cuerpos de caballos. Ésta coincidió con un momento en que los asesinatos presuntamente relacionados con el narcotráfico tocaron, por primera vez, la vida política nacional.

Los asesinatos del cardenal Posadas Ocampo y del ex candidato presidencial Luis Donaldo Colosio, más allá de ser la muerte de figuras públicas, significaron el comienzo y la apertura de la guerra contra el crimen organizado. Tema que Teresa explotó en distintas formas y discursos a partir de ese momento.

Fue precisamente en este año donde su trabajo “adquirió una connotación social y se volvió, consciente o inconscientemente, una exploración de la falla social”, puntualiza Medina.

Comenzó a radiografiar una crisis de violencia; y se enfocó en el “cómo” y no en el “qué” de principios de su carrera.

La sangre se volvió parte del imaginario colectivo de los mexicanos y Margolles se dedicó a documentarlo pacientemente. Tomó fotografías, hizo moldes con los cadáveres y en algunas ocasiones incluso llevó tambos metálicos a los anfiteatros para recolectar desechos.

Cuando oficialmente Semefo dejó de existir, Teresa comenzó a trabajar en un circuito internacional. En el primer lustro del siglo XXI, “lo que ves es una artista que está desarrollando métodos para sacar esta materia, que es su índice social, que es materia corporal; un cambio no sólo de exhibición artística sino para contrabandearla y poder exponerla en Alemania”, revela el investigador.

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La promesa, recientemente instalada en en Museo Universitario Contemporáneo (MUAC) en la Ciudad de México.

El siguiente paso fue la creación de medios para generar el contacto, la reflexión y la incomodidad ante la materia corporal de una forma no figurativa. Por ejemplo, usando el agua con que se lavó a los cadáveres, como vapor, convirtiéndola en burbujas o haciendo objetos de cemento con ella y exponiéndolos.

En el 2006, con la decisión de militarizar la guerra contra el narco, las cifras de asesinatos se disparan brutalmente y Teresa se percató que ya no necesitaba ir a la morgue, sino que podía ir a la calle a recoger los materiales con los que trabajaba. Con estos nuevos recursos elaboró la que quizá es su obra más famosa, llamada ¿De qué otra cosa podríamos hablar? llevada al pabellón de México en la Bienal de Venecia en el 2009.

“La intervención de Venecia es el resultado de ese momento”, dice el curador. Teresa quería hacer sentir que en México había una tragedia social con contenido fundamental: la ausencia de gente que está desapareciendo y el discurso de “culpables” o “inocentes” borrando la consciencia del problema.

La pieza principal fue “extremadamente inmaterial”: recolectó, en telas, sangre derramada en las calles por asesinatos relacionados con el narcotráfico; posteriormente las metió en agua caliente para recuperar la sangre y trapear con eso una vez al día el piso del palacio del siglo XXVII sede de la Bienal.

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Adicionalmente hubo otras telas manchadas de sangre, donde Teresa bordaba frases obtenidas de los narco-mensajes “las argumentaciones pseudomorales por las cuales se asesina en la batalla ante los carteles”, expone Medina.

En México no hay un equipo ni un protocolo para recoger una escena del crimen “si queda derramada sangre en el piso la tienen que limpiar los vecinos”.

También repartió, en las fiestas y eventos de Venecia, unas fotos del tamaño de una tarjeta de crédito con el retrato de un cadáver quemado, producto de las batallas del narcotráfico en México, que al reverso llevaba una indicación sobre su utilidad para cortar cocaína; con lo que Teresa buscó conectar el consumo de drogas y la violencia: el costo del placer.

Tarjetas para picar cocaína, intervención de la Bienal de Venecia, 2009.

Durante 2010 y 2011 guardó cada una de las portadas del periódico PM de Ciudad Juárez, para después hacer un libro que mostrara la perversión del amarillismo: poner juntas una figura de alguien que perdió la vida con violencia y una mujer semidesnuda en una posición erótica. La mujer y el muerto son reducidos a objetos para el placer visual del lector. La apuesta mercadológica es que el espectador se sienta superior al no ser el protagonista de semejante espectáculo.

El que, en los últimos años, encontrar pedazos del cuerpo humano en espacios públicos ya no sea algo transgresor sino cotidiano, dio pie a nuevas formas para que Margolles retratara la descomposición mexicana. Lo último de Teresa tiene que ver con la ausencia de los cuerpos. La metáfora que utiliza son espacios arquitectónicos-fantasmas. Trabaja con una especie de cadáver urbanístico.

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En medio de un país acostumbrado a escenas espectaculares de crimen, Teresa vuelve a causar shock, ahora evocando un paisaje de pueblo desierto. La gente abandona sus hogares y la vida como la conoce para no terminar siendo un cadáver.

Su reciente exposición en el Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC) de la UNAM, La promesa, habla sobre Ciudad Juárez. Lugar que es la última escala para llegar al sueño americano. Urbe que, con la llegada de maquiladoras, prometía un futuro brillante, pero se convirtió en 115 mil casas deshabitadas. La obra consiste en una casa de interés social abandonada que transportó al Distrito Federal para triturarla. Los muros que una vez protegieron a sus habitantes se ven ahora reducidos al polvo.

Cuauhtémoc Medina asegura que “en veinte años alguien va a voltear a ver el trabajo de esta artista y va a hacer evidente lo sistemático, creativo y prodigioso de su capacidad de inventar algo en el mismo campo.” El talento y la lógica aplastante de Teresa Margolles han desarrollado un silogismo alrededor de los cadáveres mexicanos. “Es muy difícil que un artista logre sacar conclusiones, Teresa es una máquina. Con toda honestidad es una artista mucho más importante de lo que la gente se da cuenta”, finalizó.

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