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Sexo

Tuve mi primera orgía feminista el Día Internacional de la Mujer

Este año pasé el Día Internacional de la Mujer como la Madre Teresa lo habría querido: una orgía con cuatro hombres seguida de un despertar feminista épico.

Esculturas en el Templo Khajuraho en India. Foto vía Flickr del usuario Abishek Singh Bailoo.

Para la mayoría de la gente, el Día Internacional de la Mujer es una oportunidad para llenar Facebook de infinitas fotos de mujeres famosas con citas vagas acerca de la perseverancia y la persistencia. O para que las compañías tuerzan el significado real de ese día con cualquier idea distorsionada que tengan del feminismo. Este año yo decidí pasar el Día Internacional de la Mujer como la Madre Teresa lo habría querido: en una orgía con cuatro hombres, seguida de un despertar feminista épico.

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Mi soltería definió la mayor parte de mi adolescencia y de mis veintes. Como muchas otras jóvenes universitarias, mi vida sexual existía como una especie de dualidad: la mojigatería por un lado y que nada me importara un carajo por el otro. Yo me destaqué entre mis amigas por llevar hombres a casa al final de la noche y no tener sexo con ellos. Como que se volvió algo mío, así como los estornudos chistosos, el perder siempre las llaves y las cejas pintadas con delineador eran lo de las otras.

Una vez llevé a un profesor adjunto a casa y le lancé mi libro de preparación para el ingreso a la escuela de leyes. "A ver, pregúntame lo que quieras", le dije. Por su mirada supe que esperaba que esto fuera una especie de eufemismo pícaro. Pero no lo era.

No obstante, unas semanas después perdí mi virginidad en una noche de sexo casual y descaradamente le pedí al tipo que usara un vibrador. Después de eso decidí que mi actitud sin complejos hacia el sexo era algo bueno, por lo que he sido súper franca y directa con los hombres desde entonces.

Mientras me alejaba de la tediosa lista de güeyes que habían caracterizado mi vida sexual, comencé a ver cómo mi feminismo iba evolucionando radicalmente. Detuve todos los juicios silenciosos que frecuentemente llegaban a mi cabeza junto con una envidia destructiva de las historias sexuales de otras mujeres. Comencé a sentirme menos rara por gozar el porno e incluso desarrollé una sorprendente tendencia por un poco de perversión.

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El fin de semana antes del Gran Evento, tuve sexo extrañamente intenso con una vieja flama que me dejó sintiendo emocionalmente agotada. Juré que el siguiente pene con el que me encontrara no sería de ninguno de la encantadora, pero exhaustivamente compleja, serie de chicos pertenecientes a mi pasado reciente.

Así que este fin de semana, cuando me encontraba en un estudio de grabación en el corazón de Montreal con cuatro tipos a quienes acababa de conocer esa misma noche, algo en mí hizo click.

Los cinco habíamos estado platicando toda la noche y, a pesar de que la vibra había sido relativamente platónica, pude sentir cierta apertura entre nosotros. El sol estaba comenzando a salir cuando de repente me sentí un poco intrépida. Sorprendiéndome incluso a mí misma, me paré en medio del cuarto y sugerí que todos nos quitáramos los pantalones. Las palabras apenas habían salido de mi boca cuando los cuatro hombres excitados ya se habían quitado toda la ropa.

Los cuatro güeyes, a quienes llamaremos Sean, Adam, Michel y Philippe, eran conocidos y tenían entre 28 y 45 años. Dos de ellos eran parte de una banda. En realidad no me importaba saber más detalles de sus vidas. Pusimos música y yo tomé una cerveza antes de dirigirme, aún parcialmente vestida, al centro del cuarto.

"Es tu turno, ¿sabes? Todos estamos desnudos y tú eres la única con ropa interior", me presionó Sean. Hice una nota mental de recordar ser un poco escéptica de Sean.

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"Hey. Ésta es su noche, no la presiones", lo instruyó Michel, quien tenía una hija casi de mi edad.

Floté alrededor del cuarto bailando y midiendo la energía del grupo. Podía sentir cómo los hombres miraban mi cuerpo de manera cortés mientras esperaban a ver qué haría después. Sus expresiones eran de curiosidad pero no eran frenéticas, estaban llenas de pequeñas sonrisas y miradas penosas de aceptación. Ser el centro de atención era liberador. Me sentí poderosa y a cargo. Era algo adictivo.

Siempre había sentido curiosidad de estar en un trío, pero nunca había estado en un escenario en el que me sintiera realmente cómoda y a cargo. Mientras los minutos avanzaban, se volvió obvio que éste iba a ser el momento que había estado esperando. Mi piel se estremeció por la emoción de lo que iba a ocurrir y lentamente comencé a quitarme la ropa interior.

"Ésta es tu noche", me reiteró uno de ellos. "Todo depende de ti ahora, diosa". Yo me reí. Normalmente cualquier hombre que me llamara diosa sería demasiado irritante y muy new age. Pero de alguna manera, bajo la tenue iluminación del estudio, parecía bastante apropiado. Tal vez incluso seductor.

Nos colocamos en un círculo y comenzamos a acariciarnos el cuerpo. Pregunté si todos los chicos eran heterosexuales. Dijeron que sí y se volvió bastante obvio que esta experiencia era básicamente sólo para mí. Sean se arrodilló frente a mí como si estuviera a punto de chupármela.

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"Oye, güey", interrumpió Michel. "Si quieres hacerle algo, tienes que pedírselo explícitamente". Me detuve por un segundo y me di cuenta de que ya había cometido un pequeño error. La regla número uno de cualquier orgía feminista debería ser establecer reglas de consentimiento. Miré a todos los chicos y les dije que me lo pidieran antes de tocarme. Todos asintieron sabiamente.

Me senté en el banco de un piano y uno de ellos, siguiendo nuestras nuevas reglas, me preguntó si podía darme sexo oral. Allá vamos. Dije que sí y él me abrió de piernas. Me detuve. "No me he bañado hoy", dije. "Qué bueno", contestaron todos. Oh por Dios.

Los hombres se turnaron para darme sexo oral y yo intentaba prestarles a todos la atención debida. Fue toda una hazaña dada la cantidad de penes que revoloteaban cerca de mi cara.

Nos pusimos de pie, nos fuimos a una cobija en el piso y analizamos la situación. "¿Cuántos condones tenemos?"

"Uh, juste un [sólo uno]", contestó Philippe, un penoso quebequés. Meditamos el dilema por unos momentos y luego los hombres decidieron que si sólo había un condón, éste debía ser para Philippe porque él tenía el pene más grande y probablemente sería a quien más disfrutaría cogerme. Estuve de acuerdo y pensé que la extraña democracia de esta decisión era inspiradora. La decisión era parte del tema centrado en mí de la orgía. ¿Cómo puede una chica tener tanta suerte?

El sexo fue tan excitante como nunca lo había sentido. Mientras Philippe me cogía por detrás, yo besaba a uno de los otros tres hombres que se turnaban frente a mí. Para ser cuatro chicos heterosexuales, todos se veían sorprendentemente cómodos con la desnudez de los demás, aunque también me di cuenta de que todos se movían como expertos entre ellos. Fue una gran hazaña dado el enredado mar de extremidades. En un punto le di mi celular a Michel. "Toma una foto de esto", le ordené. Necesitaba recordar que esto no había sido un extraño sueño lúcido.

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Todo terminó cuando Philippe se vino en mi pecho. Todos nos quedamos acostados exhaustos y riéndonos un poco. Mi último acto de subversión fue poner mis dedos en el líquido sobre mi cuerpo y hacer señas a los chicos de que se acercaran. "Pruébenlo", dije con una sonrisa pícara. Todos estuvieron encantados de hacerlo y yo pensé: "¡Bien hecho!"

Nos limpiamos e intentamos encontrar nuestra ropa mientras que poco a poco comenzábamos a percatarnos de los eventos que habían ocurrido esa noche. Sean preguntó un poco incómodo si queríamos salir a cenar uno de estos días. Después me di cuenta de que ya era hora de irnos. Llegué a casa y me quedé dormida por horas antes de despertar y contarle la historia a una amiga.

Pasé todo el día callada y contemplativa. Comencé a sentirme un poco ansiosa mientras repasaba en mi cabeza las partes de la noche que me parecían las más promiscuas y atrevidas. Sentí como si la experiencia no fuera del todo mía, como si estuviera viendo una película independiente en la que alguna maniaca niña linda se abre paso entre sus desventuras sexuales.

Es fácil estar a favor del sexo cuando hablas de la vida de alguien más, pero si en verdad quieres desafiar tus supuestas políticas progresivas, espera a ver cómo te sientes después de una experiencia sexual intensa.

Me di cuenta de que mi culpa provenía de toda la misoginia internalizada que ni siquiera sabía que tenía. El tipo de misoginia que permite a los hombres dispensar las orgías al decir que son ritos de paso de los chicos mientras que condenan a cualquier mujer que se atreva a participar en ellas. No obstante, yo no me sentía condenada, y en ese cuarto rodeada de cuatro hombres a quienes apenas conocía, me aproveché de un nivel de femineidad antes desconocido.

No estoy segura de si tendré otra experiencia sexual como ésta. Fue divertida e hilarante y, lo más importante, totalmente a mi cargo. Pero también fue bastante circunstancial y requirió mucha energía para llevarse a cabo. Si alguien me hubiera dicho hace dos años que yo iba a instigar un ménage à cinq en el Día Internacional de la Mujer con cuatro hombres a quienes apenas conocía, me habría burlado y le habría dicho: "De ninguna puta manera. No soy ese tipo de chica".

Ahora ya no puedo decir eso.

Anónima* es una escritora y artista que vive en el Mile End de Montreal con sus dos perros, su sentido de aventura y ningún concepto saludable acerca de los límites.