Damnificados del sismo se quejan de malos tratos en albergue de Iztapalapa
Trabajadores sacan las pertenencias de los habitantes de uno de los edificios a punto de colapsar en Iztapalapa. Imagen vía Cuartoscuro.

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Damnificados del sismo se quejan de malos tratos en albergue de Iztapalapa

El caso ya fue llevado a la Comisión de Derechos Humanos de la Ciudad de México. "Nos daban porciones chiquitas de todo. Cuando servían chilaquiles, sólo nos tocaba de una cucharadita" dicen los afectados.

Teresita de Jesús Hernández perdió su casa en el terremoto del 19 de septiembre. El terreno donde construyeron se hundió, se le cuartearon techos y el piso quedó levantado. Ocurrió en la delegación Iztapalapa al oriente de la Ciudad de México, muy cerca del Cerro de la Estrella. La mujer tuvo que moverse con su esposo y su bebé de dos años al albergue habilitado en el Centro Social Villa Estrella, del que varios damnificados se quejaron por malos tratos.

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Ese lugar, que depende del Gobierno de la Ciudad de México –pues está bajo resguardo de la Coordinación de Desarrollo Social de la delegación– dio cobijo durante dos semanas a alrededor de 30 personas.

En sus instalaciones normalmente se dan consultas de psicología, salud dental, clases de zumba, taekwondo, corte y confección, prepa abierta y servicios médicos generales. Tras la contingencia, ofreció un techo bajo el cual dormir, así como dos comidas al día, a las víctimas.

No obstante, quienes se resguardaron ahí aseguran que la atención era deficiente e incluso se dio el caso de una joven, que sufrió agresiones e intimidaciones directas por parte de las dos administradoras: Belén y Alejandra.


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Paulina Méndez es estudiante de Ciencias Políticas en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) y se unió como voluntaria de albergue. Asegura que durante el tiempo que colaboró allí escuchó a varios quejarse de la poca comida que les servían, la insistencia en desalojar el lugar —aludiendo a que los damnificados ya tenían asignado el monto de 3.000 pesos (unos 155 dólares) que les dio el gobierno por la pérdida de sus casas— y hasta la sospecha de la existencia de una bodega donde guardan víveres que han llegado como donaciones. Los refugiados aseguraron haber visto llegar ropa, cobijas y abarrotes que nunca pasaron por sus manos.

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Teresita de Jesús dice que a ella no la agredieron directamente, pero que sí pasó hambre con su familia en el Villa Estrella.

"Nos daban porciones chiquitas de todo. Cuando servían chilaquiles, sólo nos tocaba de una cucharadita y un poco de arroz. Si mi nena no se llenaba, menos mi esposo y yo. Él está enfermo. Tiene SIDA desde hace varios años, tuvo tuberculosis un tiempo, le detectaron un hongo alojado en el cerebro y ha tenido problemas con su columna. Ahorita ha estado inmóvil porque el dolor no le baja. Me preocupa que no coma bien", dice.

El caso ya llegó hasta la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal (CDHDF). Una joven, que pidió anonimato por razones de seguridad, primero se acercó a la voluntaria Paulina Méndez para contarle que se había hecho de palabras con las administradoras por este tipo de malos tratos, y que ellas la amenazaron con quitarle a sus hijos y golpearla.

Luego, un grupo de 10 de ellos fue recibido por personal de la dependencia en su sede de Viveros de Coyoacán, donde expusieron su queja y sentaron precedente para que se de seguimiento al caso.

La comunicación con el Centro Social Villa Estrella fue imposible. Las autoridades no contestaron a las llamadas que se hicieron en innumerables ocasiones.


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En el albergue ya solo quedan Teresita de Jesús, su esposo y su hija. Todos los demás se han ido ya porque, ante las presiones de las encargadas, agilizaron la búsqueda de un lugar nuevo para vivir.

Este lunes es el último día que ellos estarán ahí. La mujer no encontró una casa como tal a dónde mudarse con su familia, sino un local en renta que va a adecuar para que los tres se acomoden de la mejor forma que puedan.

"Perdí mi trabajo de dependiente en una purificadora de agua hace un mes porque me enfermé de la vesícula, pero guardé 400 pesos (unos 20 dólares) de los 3.000 que nos dio el gobierno para invertir en un puestecito que planeo poner afuera del local donde viviremos. Voy a vender chicharrones y dulces a los niños de la primaria que está enfrente", dice. "El terremoto nos quitó la casa, pero no las manos. Así que afortunadamente puedo seguir trabajando".

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