Alfredo Srur

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Viajes

Alfredo Srur

Geovany no quiere ser Rambo.

La primera vez que vi el trabajo del fotógrafo argentino Alfredo Srur fue en una exposición colectiva de fotografía documental en La Tabacalera, en Madrid. La serie que presentaba ahí eran fotografías en blanco y negro que parecían tomadas de una película de acción. Un joven viendo por la ventana fumando un cigarro, corte a, el mismo joven apuntando un revolver en la sala de su casa, corte a una persona muerta en una camilla en lo que parecía una morgue. Como pocos proyectos de fotografía documental que he visto, esta serie me pareció que contaba una historia personal de una forma cercana e íntima. La historia que contaba era la de Geovany, un joven pandillero de Medellín. Sentí que estaba viendo una película noir filmada en cine.

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Busqué mas trabajos de Alfredo y encontré series igualmente complejas, íntimas y con una narrativa profunda, casi cinematográfica. En su serie Familia, siguió la vida de Kelly y su novio, ella era dominatriz y él su esclavo. También ha fotografiado prisiones en Finlandia, los rincones más obscuros de la fascinante ciudad fronteriza paraguaya Ciudad del Este, los barrios bajos de Buenos Aires, boxeadores, entre muchas otras historias.

Esperamos muy pronto publicar algo de su trabajo en nuestra revista impresa, pero por lo pronto, le llamamos a Buenos Aires para que nos platicara más sobre su serie Geovany no quiere ser Rambo.

Vice: ¿Cómo surgió este proyecto?
Alfredo Srur: Este fue uno de mis primeros trabajos. Tenía 24 años, cuando todavía no existía la fotografía digital, fue hecho en 35mm, o sea que durante todo el mes que hice el trabajo, no veía lo que fotografiaba. Y no surgió como un proyecto. Era una cuestión más de experimentación con la fotografía y con los fotografiados, con los límites y con el ser humano.

¿De dónde surgió la idea?
Fui al cine con un amigo a ver la Virgen de los sicarios (en el año 2000 o 2001) y quedé muy impactado con las imágenes de las comunas de Medellín, y con las historias de vida que había ahí. Me llamó mucho la tención por la cantidad de cosas que tenia que pasar un muchacho que naciera en los barrios de Medellín.

¿Fue por esa película que decidiste ir a Medellín?
No. Entonces al día siguiente de ver la película, me avisan que había ganado una beca para ir a Colombia, una beca de la Fundación de Nuevo Periodismo, presidido por García Márquez. Y se juntaban varios fotógrafos de Latinoamérica. Fui a Cartagena y después de me fui a Medellín. Me fui en colectivo, me decían que no podía viajar por tierra de Cartagena a Medellín; estaban en plena guerra, era riesgoso.

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Yo viajé por tierra y después, en Medellín, fui a ver a un periodista de El Colombiano, que cubría la parte de guerra. Él me pasó el teléfono de Geovany. Hablamos, nos conocimos en el centro de Medellín, me llevó a su casa, en la comuna nororiental, y así un poco surgió todo.

¿Cuánto tiempo pasaste con él, documentándolo?
Geovany me dijo que me quedara a dormir en su casa, y me quedé un mes. Vivíamos con su mujer –Norma–, su abuelita, su hermana Mariana y las gemelas, que eran las hijas de Geovany.

¿Cómo era tu relación con Geovany?
Me cayó muy bien y se dio un intercambio mutuo. cada vez creo menos en el fotógrafo que salva al mundo. Ese intercambio es interesante, para mí era muy importante poder vivir ahí durante mucho tiempo, poder charlar, tener una confianza mutua, mientras que alrededor se escuchaban cinco o seis tiroteos todos los días, se mezclaban con la celebración de Halloween. Yo estuve por esas fechas.

El hermano de Geovani, Sandro, se disfrazaba de payaso y entretenía a todos los chicos de la cuadra. Lo mataron hace poco, era un muchacho muy inteligente.

¿A qué se dedicaba Geovany en ese momento?
Geovani siempre quiso ser zapatero. Tenía hormas de zapatos, que nunca podía terminar de hacer. Y ellos lavaban los carros, los colectivos, y al mismo tiempo tenían una banda llamada los Rambos, que eran los que custodiaban y dominaban esa cuadra.

Había muchos desplazados por el conflicto armado. Si vos no tenés armas, y no tenés a nadie que tenga armas que te custodie, es muy probable que vengan y te echen de tu casa y te tengas que ir a un campo de refugiados. Y es así, en la otra cuadra hay una pandilla, y en la otra, hay otra, y todos se conocen desde chicos. había una puja entre pandillas, algunas respondían a los paramilitares, algunas a la guerrilla, algunas eran independientes. Era el conflicto de Colombia.

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Eras muy joven cuando hiciste este trabajo. ¿Ya habías hecho algo similar antes de ir a Medellín?
Bueno, éste habrá sido mi segundo trabajo. Estuve dos años fotografiando a La Hiena Barrios, un boxeador argentino, estuve un año fotografiando a Karateca Medina, con Locomotora Castro, también boxeadores. Siempre en blanco y negro, 35 mm. El proceso incluía para mí el revelado y la copia; hay otra conexión con las imágenes que me resulta interesante.

Después estuve cinco años fotografiando en San Fernando, la zona norte de Buenos Aires, y ahora estoy terminando una especie de documental audiovisual, que empecé en 2002. Porque considero que al yo tratar temas tan delicados lo mínimo que puedo hacer, es estar siempre consciente de lo que uno genera con las imágenes, lo que a uno le afecta este trabajo. Uno debe tener seriedad, porque es muy fácil el golpe bajo, es muy fácil que parezca que uno está haciendo una película de ficción; no es ficción.

Las fotos de Medellín son muy cinematográficas.
Por eso en el libro incluí las cartas de Geovany, además de mis fotos, porque me parece que las fotografías son el recorte parcial de fotógrafo, lo que uno muestra no es la realidad. La fotografía es la imagen fijada en un respaldo que no se puede velar y que se mantiene durante el tiempo. Es en dos dimensiones. Después está el tratar desde ese recorte armar un lenguaje y tratar de aproximarse lo que se piensa y se siente.

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Eso complementa lo que Geovany piensa, lo que sintió y vivió. Yo le escribo una carta con una serie de preguntas, sobre su vida, sus reflexiones, su niñez, y bueno esa fue una idea que me dio un fotógrafo inglés. Es una forma de recrear esas conversaciones e intercambio de pensamiento.

¿El conflicto en este caso era que él no quería involucrarse en la bandilla?
No. Él era el líder de la pandilla, era de los más grandes. La pandilla lavaba los carros del colectivo, ellos protegían a los colectivos y, a cambio, le daban trabajo a ellos para que laven los carros. Él era como un mediador, un líder, una persona muy consciente que no disfrutaba de la violencia sino que la padecía, tratando de hacer lo mejor posible las cosas. Él me demostró ser una persona con mucho respeto y códigos.

¿Qué pasó después, has sabido algo de Geovany?
Sí, seguimos en contacto. Hablo con las hijas de él, van a la escuela, una es abanderada, la otra, muy buena alumna. Me gustaría poder volver a Medellín. Él está retirado, está con la familia. Los Rambos no existen más, es de los pocos que han sobrevivido. Y se mantiene lo más alejado posible de los problemas. Ahora tiene 36 años y es como si tuviese 80. A los 25 años ya era considerado un veterano.

Me enseñó muchas cosas, a conocer una familia que también trata de ser lo más feliz posible dentro de circunstancias muy difíciles.

Es muy fácil utilizar, criminalizar y hacer como un show y en momentos y en situaciones límite uno tiene que tener mucho más cuidado al fotografiar porque se pueden aprovechar situaciones para generar efectos en la gente que terminan distrayendo. La fotografía debe servir para incluir, para verse uno reflejado.

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Muchos por ahí fotografían todo tipo de violencia, luego ganan una beca con muchísimo dinero y nuca terminan agradeciendo la plata, y los toma [a los fotografiados] como personajes. Todos somos personajes, o nadie. Hay que ser más humano desde cualquier punto de vista, también con lo que uno hace. Veamos más a la gente, hay que tratar de ser honestos. Es cuestión de encontrar las cosas y tratar de ser justos.

Geovany no quiere ser Rambo fue publicado como parte de la colección Fotógrafos Argentinos www.fotografosargentinos.com pero tristemente no hemos encontrado ningún lugar en México en donde se pueda comprar aún.

Sigue a Bernardo en Twitter: @bernardo_loyola