Volvimos a ver ‘El silencio de los inocentes’ este año

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Volvimos a ver ‘El silencio de los inocentes’ este año

El director Jonathan Demme murió a la edad de 73. Volvimos a ver la obra maestra por la que siempre será recordado.

Este artículo se publicó originalmente en VICE Australia

Cuando le preguntamos a Paul Thomas Anderson director de Boogie Nights y There Will Be Blood cuáles eran los tres directores que más lo influenciaron, él contestó: "Jonathan Demme, Jonathan Demme y Jonathan Demme". Demme falleció ayer a los 73 años de cáncer esofágico, muchos lo extrañaremos. Fue uno de los últimos grandes autores iconoclastas del cine americano; un cineasta de un género muy flexible; podía transformar una comedia romántica en una película sobre la huida del capitalismo neoliberal (Something Wild), convertir los documentales de concierto de Neil Young en retratos de la evolución de un artista, y transformar una farsa de boda en un profundo estudio de adicción y culpa protagonizada por Anne Hathaway ( Rachel Getting Married).

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Demme es uno de los cineastas más imitados de los últimos treinta años, sin embargo nadie más ha logrado reproducir su vertiginoso equilibrio entre el hiperrealismo, la exageración y el gesto cinematográfico. Todos esto se exhibe en su obra maestra atemporal de 1991: El silencio de los inocentes, la volvimos a ver este año .

De lo primero que te das cuenta cuando la vuelves a ver es de la exageración combinada con el psicoanálisis vulgar del libro del que se hizo la adaptación. Es un melodrama con un toque de terror.

La parte exagerada normalmente se asocia con el Hannibal Lecter de Anthony Hopkins o con el fantásticamente ridículo Buffalo Bill de Ted Levine, pero hay más para la parodia. La escena con la que Demme abre, establece de inmediato el curso de la película de un realismo misterioso: Clarice Starling interpretada por Jodie Foster está sola en un camino de obstáculos del FBI, al compás de la música de Howard Shore. Demme intensifica nuestros sentidos desde el principio; nos satura con la lógica de su estética y el lenguaje de su visión.

Esta experiencia paranoica y sensorial es muy efectiva por el hecho de que nos sumergimos en la mente de Clarice por completo. Conforme navega por la trama con temor, cinismo y un sentido de malestar que va aumentando poco a poco, nos lleva de la mano con ella.


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Demme siempre fue brillante al extraer perspectivas empáticamente femeninas de narrativas hiper-masculinas (lo puedes ver también en Something Wild , o incluso en el machismo que nos deja ver en Filadelfia). Clarice se ve muy pequeña por la escenografía y los personajes que la rodean. En una toma la podemos ver en un elevador lleno de agentes del FBI y podemos sentir su incomodidad.

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El silencio de los inocentes es una película de caras y ojos. La visión de Demme nos lleva por pasillos, por salas donde interrogan cara a cara a los personajes, y por momentos en donde tienes sólo una opción: matar o que te maten. En el momento en que Hannibal se convierte en el epicentro de la película, Demme ya nos dejó claro que tenemos que estar al pendiente de los movimientos faciales.

Este recorrido por las entrañas de la desilusión y la perturbación te puede cegar de la ira principal de la película. Demme toma el thriller pseudo-intelectual de Thomas Harris y lo convierte en un discurso amargado sobre la América post-Reagan, la opresión del patriarcado y la brutalidad de la soledad de finales del siglo XX. No se niega a vincular esto con la política o la cultura estadounidense.

En 2017, es difícil no percibir el asesinato de las mujeres y varios aspectos de la película Buffalo Bill como una proyección de la misoginia moderna, algo que Demme relaciona con el nacionalismo blanco. La casa de Bill está llena de iconografía neonazi y un póster que dice: "America: Open Your Eyes!" (¡América: abre los ojos!).

Bill vive en un suburbio pintoresco, esconde su pistola debajo de una cobija hecha a mano adornada con esvásticas de seda. En 2017, Bill tendría una almohada de hentai y esas esvásticas serían de Pepe the Frog.

El silencio de los inocentes es la apoteosis del genio de Demme porque es una película que se presta a interpretaciones infinitas. Su significado cambia con el tiempo y su audiencia. La habilidad que tiene Demme para hacer borrosa la línea entre ser espectador o participante le dio a sus películas la esencia canivalesca. Lo que hace compleja esta película es su principio de simplicidad.

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