FYI.

This story is over 5 years old.

crimen

El hombre que casi me mata solo estuvo 120 días en prisión

Antes de que me diera cuenta, me envolvió la cabeza con film transparente y empezó a pegarme y golpearme la cabeza contra la pared
SD
ilustración de Sally Deng
MC
traducido por Mario Clavero Ramos
EH
tal y como se lo contó a Eli Hager

Era una mañana de abril cuando mi entrenador personal vino a mi casa de Irvine (California) para ver en persona la cinta de correr que quería vender. Me dio una pastilla amarilla “para perder peso” y una bebida de chocolate. “¿Qué es esto?”, le pregunté. “Hay una cosa azul en la bebida”. “No te preocupes por eso, probablemente sea del propio vaso…”, me contestó.

No recuerdo mucho de la siguiente media hora, pero me acuerdo perfectamente de lo que vino después: estaba desnuda en la cama de mi hijo. No me salían las palabras y tenía la sensación de estar bajo los efectos de una anestesia.

Publicidad

MIRA:


Antes de que me diera cuenta, me envolvió la cabeza con film transparente y empezó a pegarme y golpearme la cabeza contra la pared diciendo a gritos que nos iba a matar a mi hijo, Nathaniel (que entonces tenía 12 años) y a mí. Afortunadamente, mi hijo no estaba en casa.

“Escucha, vamos a follar”, recuerdo decirle. “Follamos, te doy dinero y lo que quieras, pero no mates a mi niño, por favor”. No tengo ni idea de si salté, me caí o me empujó, pero caí por encima de la barandilla desde los tres metros y medio de la segunda planta. Aterricé en la cocina y fui capaz de salir por la puerta e ir corriendo a casa de mi vecino para llamar al 911. Después, apareció la policía con los paramédicos.

Al final de la noche, me llevaron a casa de un amigo. Su mujer y él estaban en la puerta y siempre cuentan que nunca se les olvidará el aspecto que tenía. Tengo los ojos azules, pero ellos aseguran que aquella noche parecían negros, como si el alma hubiera abandonado mi cuerpo.

La abogada de la acusación no intentó conseguir la pena máxima contra mi agresor y la jueza me hizo sentir una víctima de segunda

Aquella noche de 2002, mi entrenador personal no me asesinó. Tampoco había pruebas de que me hubiera violado, no robó nada de valor y no encontraron drogas en mi organismo más allá de la medicación para la alergia.

Debido a todo esto, la abogada de la acusación no intentó conseguir la pena máxima contra mi agresor y la jueza me hizo sentir una víctima de segunda.

Publicidad

Recuerdo que el fiscal del distrito me enseñó una foto de un cuchillo lleno de sangre de otro caso y me dijo, “Deberías llevarte a tu hijo a un campo de calabazas. Ve a vivir tu vida, que has sobrevivido. Tengo otros casos en los que las víctimas fueron asesinadas y ya no están entre nosotros”.

“Ojalá me hubiera muerto porque igual era la única manera de que se hiciera justicia en este caso”, le contesté. Obviamente, no lo pensaba. Al menos, no lo pienso ahora, pero eso fue lo que recuerdo haber dicho.

La jueza retiró el cargo de intento de asesinato y el jurado solo pudo declarar a mi entrenador personal culpable de un delito menor de asalto a mano armada y amenazas

Mis primeros pasos en todo este asunto, especialmente con la policía, me habían hecho pensar que estaba siendo tratada con gran respeto. Tuve que someterme a un examen médico (una prueba bastante invasiva) para verificar que no hubo violación, dejar que me hicieran fotos del cuerpo varias veces y responder a todo tipo de preguntas. Sin embargo, a pesar de todo, el detective del caso me trató con mucha dignidad. Me sentía respaldada y protegida y pensaba que se haría justicia.

Cuando estaba en Urgencias, recuerdo oír al detective hablar con otro agente y decir, “Había quedado para ir al cine con mi mujer. Ya sabes lo mucho que me apetece comer palomitas, pero creo que esta víctima me necesita más”.

Cuando empezaron con el cuestionario, me dijeron, “Patricia, tenemos que hacerte unas preguntas muy complicadas. Te va a parecer que estamos dudando de ti, culpándote o acusándote de algo, pero no lo vamos a hacer. Solo necesitamos respuestas para asegurarnos de poder arrestar y juzgar a alguien”.

Publicidad

Luego, pasamos al sistema judicial. Me asignaron una abogada de oficio y un día me llamó diciendo, “Patricia, tienes que venir al juzgado cuanto antes”. Me vestí corriendo, fui para allá y cuando llegué oí, “Se condena al acusado…”

Miré a mi abogada y le pregunté, “¿Qué acaba de pasar?” Nadie me había dicho absolutamente nada de todo esto. “No te preocupes, Patricia”, me contestó. “Ya lo ha confesado todo, ha firmado y el fiscal ha decidido aceptar el acuerdo que había solicitado el acusado, por el que le van a caer dos años”. Lo siguiente que hice fue levantarme, salir al pasillo y vomitar.

No podía comprender qué había pasado: no tenía nada que ver con la forma en la que la policía me había tratado. ¿Aquel hombre que había intentado matarme y amenazado a mi hijo iba a pasar en el cárcel solo dos años? No dejaba de darle vueltas. Esto no es lo que se ve por la televisión. Si se sale con la suya, va a conseguir matar a alguien o va a volver para matarnos a mi hijo y a mí.

Reuní a un grupo de amigos y convoqué en el aparcamiento del juzgado una manifestación con pancartas. En la siguiente vista, cuando la sentencia iba a hacerse oficial, la jueza miró al fiscal del distrito y le dijo: “La víctima que defiendes está hoy aquí. No le caemos bien ninguno de los dos, no le gusta el acuerdo y ha montado una manifestación en el juzgado. Si quiere un juicio justo, vamos a dárselo. Voy a rechazar el acuerdo para dar una oportunidad al acusado de tener un juicio justo”.

Publicidad

Lo condenaron a solo 120 días de cárcel, cinco años de terapia de control de la ira y cinco años de libertad condicional

Sin embargo, la jueza retiró el cargo de intento de asesinato y el jurado solo pudo declarar a mi entrenador personal culpable de un delito menor de asalto a mano armada y amenazas. En total, lo condenaron a solo 120 días de cárcel, cinco años de terapia de control de la ira y cinco años de libertad condicional.

Después llegó la parte de la indemnización, en la que el acusado tiene que compensar a la víctima de alguna forma, por lo menos económicamente. Cuando fui a entregar todas las facturas, la documentación y todo aquello que había tenido que gastar de mi propio bolsillo por culpa del caso, la jueza se burló de mí diciendo, “¿De verdad te crees que le voy a obligar a pagarte una cama, unas sábanas y una almohada? ¿Por qué iba a hacer eso?”.

“Porque el ataque se produjo en la cama y no fui capaz de quedarme con el colchón, el somier, las sábanas y las almohadas. No podía dormir allí, así que lo tiré todo y me tuve que mudar”.

De los aproximadamente 54.000 dólares que me gasté, por el ataque, probablemente me devolverán unos 800

“Pues no lo voy a admitir”, me contestó. (Nota del editor: California solo admite la indemnización en los casos en los que ha habido robo, daño o destrozo de una propiedad privada. Sin embargo, poco después, la misma jueza fue suspendida de sus funciones después de que una comisión estatal determinara que “había sido abusiva y había humillado” a las víctimas, los fiscales, los testigos y los miembros del jurado).

Publicidad

Creo que de los aproximadamente 54.000 dólares (46.000 euros) que me gasté, incluyendo la mudanza a una nueva casa porque estaba traumatizada, probablemente me devolvieran unos 800 dólares (700 euros) en total con el paso de los años.

Jamás olvidaré el primer cheque de la indemnización que recibí… 54 dólares (46 euros). Recuerdo estar dentro de mi coche en un garaje abriendo el sobre sin saber qué sería aquello. Después, me di cuenta de lo que era, rompí el cheque por la mitad y me puse a llorar.

Dejé el cheque roto en el salpicadero y se quedó allí unas dos semanas. Fui muy ingenua durante todo el caso, mucho más que en la actualidad. Pensé que lo encerrarían para siempre y que a mí me compensarían da alguna manera.

Sin embargo, si ellos no me ven como una víctima, yo tampoco lo voy a hacer. Me veo como una superviviente y voy a seguir con mi vida.

Patricia Wenskunas vive en Irvine, California y es la fundadora y directora ejecutiva de Crime Survivors, una organización que intenta ayudar a las víctimas y defenderlas de los criminales.

Suscríbete a nuestra newsletter para recibir nuestro contenido más destacado.