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México Primero: la selección más variada del Festival Internacional de Cine de Los Cabos

El Festival es extremadamente variado en su selección y ofrece todo menos la mercantilización abaratada pero sorprendentemente cara de su sede.
Fotograma de A morir a los desiertos.

Asistí a la sexta edición del Festival Internacional de Cine de Los Cabos con una meta: ver todas las películas en la categoría México Primero. Era la primera vez que visitaba el festival, pero dos cosas estaban claras desde el principio; el Festival de Los Cabos es muy espléndido y muy diverso. Por un lado es un destino excesivamente complaciente, basado en la filosofía mexican curios de margaritas y fajitas. La versión fast food de la playa mexicana, donde todo se cobra en dólares. El Festival, en cambio, es extremadamente variado en su selección y ofrece todo menos la mercantilización abaratada pero sorprendentemente cara de su sede. Aún así, para todos los compañeros de la prensa y los cineastas agobiados por el ritmo citadino, un viaje a la playa no cae nada mal.

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México se especializa en varios tipos de cine que se pueden distribuir entre dos categorías: cine de industria —que busca generar taquilla con fórmulas comprobadas como comedias románticas y dramas cursis a la Eugenio Derbez—, y cine de autor —que busca ser galardonado y premiado con infinidad de laureles buscando espacio en cartelera aunque sea en salas pequeñas durante una semana—. La intersección de este cine —lo que en Estados Unidos equivale a las películas de John Sayles o Wim Wenders— encuentra un hogar en los festivales como el de Los Cabos. Existen varios festivales de cine en México porque tenemos una diversidad de películas que difícilmente encontrarían un público sin el apoyo de distribuidores, pero a mi parecer el cine que vive en estos circuitos a veces es el más accesible y catártico que ofrece la industria nacional. Lo curioso es que otras veces parece que se esfuerza por alienar a cualquier público dispuesto a sentarse hora y media en la sala. La categoría México Primero del Festival de Los Cabos abarca toda esta gama.

Fotograma de Ayer maravilla fui.

La primera función a la que asistí fue en una sala modesta, pequeña, como la película que se presentaba. Ayer maravilla fui representa la versatilidad con la que se puede hacer cine de pocos recursos en México. Una película de pocas locaciones, pocos personajes y una gran premisa: un ente, algo así como un espíritu condenado a vagar la tierra, cambia de cuerpo cada par de semanas sin tener control sobre quién será la próxima vez que se transforme. Más allá de este increíble recurso narrativo, la película retrata la Ciudad de México con una nostalgia abrumadora de lo que alguna vez fue. Una ciudad que, al igual que su protagonista, está en constante transformación y confundida sobre lo que es. La forma —tomas fijas, contemplativas, musicalizadas por piano en blanco y negro— no es lo más novedoso, pero es la única manera de contar esta triste historia. No he visto la otra película de Gabriel Mariño, pero este segundo esfuerzo fue merecidamente ganador del Premio Cinemex, y el Premio FIPRESCI.

Los días más oscuros de nosotras fue la siguiente película que vi —la cual seguro estaría nominada al premio a “títulos innecesariamente largos y poéticos” junto a Mis demonios nunca juraron soledad—. La película se ubica en Tijuana, y a diferencia de muchas otras producidas en la región, muestra algunos de los lugares más cinematográficos del lugar: desde la primera escena en La Rumorosa hasta su locación principal en Playas de Tijuana. La ópera prima de Astrid Rondero es sin duda la película más emotiva de la selección, y por otro lado la más digerible, lo cual es gran cosa cuando nos referimos a cine mexicano independiente. Ana, la protagonista, regresa a Tijuana después de muchos años de trabajar como arquitecta de una obra. Durante este periodo, Silvia, una mujer arquetípicamente fronteriza intenta comprar la casa en la que Ana creció. Sin entrar demasiado en los detalles de la historia, esta película es refrescantemente femenina desde el punto de vista de los personajes y la directora. Me atrevo a decir que supera obras como Las buenas hierbas de Beatriz Novaro. También tengo que admitir que aunque no me sentí atrapado por la historia, cuando las luces de la sala se prendieron me encontraba devastado y sorprendido por el impacto que me causó.

El otro lado de la selección, el que representa al cine que le gusta a una parte mínima de la población, es una bolsa mixta de resultados. Por un lado, el documental A morir a los desiertos, que retrata la vida en Sapioriz, Durango, donde viven los cardencheros: tres hombres que han pasado parte de su vida interpretando el canto cardenche, una tradición musical en peligro de extinción. Desafortunadamente la urgencia por contar esta historia se pierde en una modalidad de documental expresiva con poco contenido y virtualmente cero contexto histórico. Nos quedamos con tomas del desierto, conversaciones con los locales que aportan solo algo de color. La película se puede disfrutar en varios niveles, pero uno que sabe sobre la historia de los cardencheros se queda con las ganas de saber más sobre estos tres hombres que han sido llamados “tesoro nacional”. Otro western en competencia fue Mis demonios nunca juraron soledad, que canalizando Petróleo sangriento, cuenta la historia de un vaquero que busca oro mientras es acechado por los peores aspectos de su humanidad. Una película que para bien o para mal, no me ocasionó nada.

La última función fue Opus zero, una extraña película estelarizada por Willem Dafoe en la que interpreta un compositor que visita Real del Catorce tras el fallecimiento de su padre. A media historia entran tres personajes, un crew de cine documental que se mofa de la típica actitud del cineasta chilango en pueblo pequeño, inconscientemente haciendo alusión a otras películas en la misma categoría. Los diálogos son densos, con mucho bagaje filosófico sobre la teoría del silencio, religión y la incansable búsqueda del significado de la vida. Sobra decir que la mitad del público que se quedó hasta el final de la cinta interrumpió con sus ronquidos mi experiencia de espectador. Los que disfrutamos de este tipo de cine siempre nos encontramos conflictuados a la hora de hablar de la película con otras personas, en parte porque es difícil expresar qué es lo que nos gustó de la primera película de Daniel Graham: ¿Fue la desconexión con los formatos tradicionales de narrativa?, ¿fue la sensación alucinógena que adecuadamente representa a Real del Catorce?, ¿o tan solo fue el hecho que la vi en un momento adecuado de mi vida? Sea cual sea la razón, no puedo defender Opus zero demasiado; solo puedo decir que disfruté el viaje.

Como espectador y allegado a jóvenes cineastas, me preocupa pensar que para disfrutar este bufete de historias uno tiene que ser miembro de la prensa o de la misma industria. En el caso de varias de estas películas, no veo cómo un distribuidor vaya a tomar un riesgo tan grande al tratar de posicionarlas en cartelera. Pero en los días de distribución digital y streaming, no es imposible pensar que estos cinco filmes estarán al alcance de todos algún día. No todos vivimos o deseamos vivir en una comedia romántica. Muchos mexicanos queremos ser entes nostálgicos, arquitectos confundidos o hasta vaqueros encabronados a la hora de ver películas. De eso se trata México primero, de eso se tratan festivales como el de Los Cabos. De eso y margaritas.