No hay felicidad sin una profunda y oscura tristeza

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Salud Mental

No hay felicidad sin una profunda y oscura tristeza

No creas a nadie que te diga que el secreto son ocho abrazos al día.

Este artículo se publicó originalmente en Tonic, nuestra plataforma dedicada a la salud y el bienestar.

Fue el lunes, 20 de marzo (porque todo el mundo sabe que el lunes es el día más feliz de la semana). Un día creado por la ONU y celebrado en todo el mundo, un día para… bueno, supongo que para ser feliz, ¿no?

Si todo este rollo os parece cínico, no os culpo en absoluto. Esta obsesión por ser felices que estamos viviendo es, en el mejor de los casos, forzada, y una mera ilusión en el peor. ¿Es que nadie ha visto cómo está el mundo últimamente? Hay un lunático gobernando una de las mayores potencias mundiales, los delitos de odio están experimentando un repunte, Corea del Norte está lanzando más misiles y el reloj del Día del Juicio Final está 30 segundos más cerca de la medianoche.

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Sin embargo, este aciago panorama no parece haber disuadido a estudiosos bienintencionados, psicólogos positivistas y líderes espirituales de su intento por descifrar el código de la felicidad. Muchos de ellos —como el líder humanitario Sri Sri Ravi Shankar, el coautor del Informe Mundial sobre la Felicidad, Sir Richard Layard, y el director del Centro Nacional de la Felicidad Bruta de Bután, Saamdu Chetri— se reunieron en la primera Cumbre Mundial de la Felicidad para contrastar datos obtenidos tras años de investigaciones académicas y clínicas.

"El propósito era traducir todas esas ideas en una serie de reglas viables", señaló Karen Guggenheim, una de las fundadoras de la cumbre. "No consistió únicamente en charlas académicas. La investigación no ayuda a nadie si se queda solamente publicada en un diario. Eso no es suficiente".

De hecho, gran parte del trabajo de investigación sobre la felicidad llevado a cabo durante la última década incluye reglas para su aplicación práctica. El problema es que, por lo general, esas normas suelen ser verdaderas sandeces.

Gracias a una serie de estudios de verdad llevados a cabo por instituciones serias y publicados por revistas académicas de rigor, sabemos que es posible alcanzar la felicidad sonriendo más. O desnudándose. O comiendo más verdura. O simplemente no siendo un capullo. O recibiendo ocho abrazos al día (sí, exactamente ocho).

Luego tenemos a la madre de todas las investigaciones sobre la felicidad, el Estudio Grant, consistente en el seguimiento de varios cientos de personas blancas de la zona de Harvard y Boston durante casi un siglo, analizando su comportamiento para intentar determinar cuál es el origen de una vida plena y feliz. George Vaillant, psiquiatra de Harvard y el responsable de supervisar el estudio durante tres décadas (entre 1972 y 2004), resumió así los resultados: "El Estudio Grant aporta una clara conclusión que se reduce a cinco palabras: "La felicidad es amar. Punto". Genial. Entonces, al final los Beatles tenían razón.

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Muchos de los expertos que acudieron a la cumbre reconocen que no ha habido grandes avances en el campo de la investigación de la felicidad. "Poco ha cambiado desde 2007, al menos en lo esencial", explica Tal Ben-Shahar, ponente de la Cumbre de la Felicidad y exprofesor de Harvard cuya clase de psicología positiva era la más popular en la historia de la universidad. "Los avances más significativos se han producido en el área de la neurociencia. Cada vez aprendemos más cosas sobre el cerebro y su relación con distintos estados emocionales".

La tecnología del escaneado cerebral ha permitido realizar descubrimientos muy significativos —como el hecho de que la felicidad más subjetiva se origina en la precuña derecha del cerebro—, si bien estos sirven principalmente para explicar por qué estás feliz, pero no cómo serlo. El monje budista tibetano Richard Matthieu, que también dio una charla en la cumbre, es considerado "el hombre más feliz del mundo", un título que el detesta pero que la ciencia ha corroborado: un equipo de neurocientíficos de la Universidad de Wisconsin monitorizó las ondas cerebrales de Matthieu mediante una electroencefalografía y descubrió que su mente poseía "una capacidad anormalmente elevada para alcanzar la felicidad".

Pese a todo, Matthieu no se considera especial; de hecho, insiste en que cualquiera puede alcanzar ese estado de bienestar continuado si logra liberarse de "estados de ánimo aflictivos como el odio, el ansia, la arrogancia, los celos o la confusión mental. La sabiduría, además, es la que nos permite ver el mundo tal como es, sin filtros ni elementos distorsionadores".

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Quizá hable de la sabiduría de un hombre que no usa las redes sociales, que no tiene que coger tres medios de transporte distintos para ir al trabajo o que no tiene que sufrir reuniones de familia con parientes deseosos de compartir sus lamentables opiniones políticas contigo.

"Lamentablemente, el control que tenemos sobre el mundo que nos rodea es limitado y, con frecuencia, ilusorio", me explica Matthieu. "La mente puede ser nuestra mejor amiga o nuestra peor enemiga. Por eso es crucial entrenar la mente —en eso consiste la meditación, en el fondo— para manejar de forma efectiva los pensamientos engañosos y las emociones aflictivas que provocan sufrimiento. Uno puede aprender a desarrollar esa habilidad".

Tiene sentido, por supuesto. El problema, sin embargo, es que se relegan los malos sentimientos por considerarse "pensamientos engañosos y emociones aflictivas". Aquí surge la pregunta: ¿realmente es la tristeza una emoción que deberíamos evitar? ¿Y si la felicidad no es tan fantástica como pretenden que sea?

Eric Wilson, profesor en la Universidad Wake Forest y autor de Against Happiness: In Praise of Melancholy, señala que ha habido cambios en el diagnóstico de la depresión. "Lo que antes se consideraría un estado de tristeza normal, como la que se siente ante la pérdida de un ser querido, hoy día puede considerarse una depresión clínica, si dura un poco más", explica. "Ahora se diagnostica depresión con más facilidad".

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Vivimos en una cultura que valora la felicidad, o al menos la apariencia de felicidad. Wilson, que padece trastorno bipolar, afirma haber tenido que lidiar personalmente con la expectativa cultural de un estado constante de felicidad. "Sentía que algo estaba mal porque no me sentía feliz a todas horas", recuerda. "El sentimiento de melancolía está muy estigmatizado en la sociedad actual".

Muchos estudiosos de la felicidad parecen abordar la felicidad y la tristeza desde una perspectiva excluyente, reduciéndolo todo a tomar la decisión apropiada. O estás feliz o triste.

"Tenemos que regar la semilla de la felicidad, y no todo el mundo está preparado para hacerlo", explica Chetri, quien también dio una charla en la cumbre. "Es preciso redefinir la felicidad. Creo que seríamos más felices si aprendiéramos a erradicar la tristeza, y ahí es donde creo que debemos centrar nuestros esfuerzos".

En teoría, la idea de eliminar todo rastro de tristeza suena fantástica. Sin embargo, eso no haría que la realidad que nos rodea fuera menos terrible de lo que a veces es. Es justamente lo opuesto a lo que queremos para nuestros hijos. ¿Recordáis la película de Pixar, Del revés (Inside Out)? Allí se hacía una elocuente apología de la tristeza, no porque nos permita apreciar más la felicidad o nos pueda devolver a ese estado de dicha deseado, sino porque la tristeza en sí misma es una emoción que vale la pena experimentar. Si de vez en cuando no estás triste, tal vez estés obviando el verdadero sentido de estar vivo.

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Vi Del revés (Inside Out) con mi hijo de cinco años y lloré como un bebé, no porque me diera cuenta de que tenía que aprender a aceptar la tristeza en mi vida, sino porque sabía que era algo que mi hijo debía aprender. Yo no formaba parte dela ecuación. Todos los padres con los que he hablado tuvieron la misma reacción. El mensaje a favor de la tristeza que lanza la película hacía clara referencia a la infancia, no a la madurez. Nosotros somos adultos. Nuestro deber es ser felices y completos en todo momento. Dejemos que sean los niños los que lloren.

"Un día aprenderemos a dar al tema un enfoque más matizado y útil", afirma Randy J. Paterson, psicólogo clínico y autor de How to Be Miserable: 40 Strategies You Already Use. "No se trata de pensar quela felicidad es buena y la ansiedad mala, sino de aprender a darle un enfoque más práctico y pensar, 'Las emociones son normales y no una especie de enfermedades mortales que hay que erradicar. Algunas nos gustan más que otras, pero ninguna de ellas es permanente'".

Pero ¿qué ocurriría si la ciencia de la felicidad llegara en algún momento a aceptar que a veces la gente elige estar triste porque, en determinadas situaciones, la tristeza resulta un sentimiento mucho más auténtico? Bien canalizada, la melancolía puede ser profundamente satisfactoria. Como dijo Victor Hugo: "La melancolía es la alegría de estar triste". Quien crea que esa afirmación no es cierta probablemente nunca se haya sentido melancólico, ni siquiera remotamente decaído.

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Lo más feliz que me sentí el año pasado fue cuando los Chicago Cubs ganaron la World Series, y también lloré porque echaba mucho de menos a mi padre, que murió hace ya casi 15 años. Y no hablo de ojos vidriosos, sino de un mar de lágrimas. Daba pena verme. Todo lo que había estado guardando durante más de una década por estar tan centrado en ser feliz y positivo acabó saliendo a la superficie y me convirtió en un géiser humano.

La noche que ganaron los Cubs salí a dar una vuelta por las calles de Chicago y vi a decenas de hombre llorar. No sé si también llorarían por sus padres, pero lloraban por algo. Y nos felicitamos mutuamente, entre llantos, por la victoria.

La meditación consciente, en cambio, no logró que alcanzara ese estado de triste felicidad. Estaba así porque estaba muy, muy cabreado y profundamente apenado de que mi padre no viviera lo suficiente para ver ganar a su amado equipo.

Fue realmente liberador tener finalmente una excusa para poder decir, "Esto es una puta mierda", y dejar que el dolor me recorriera me provocó un subidón de endorfina. Me sentí vivo, liberado de toda carga y agradecido. Tal vez sea eso lo que los expertos de la felicidad sienten cuando hacen yoga en la playa, con la mente rebosante de pensamientos felices. Si es así, quizá simplemente todos estemos haciendo lo mismo aunque lo llamemos de otra manera.

Muchos de los estudiosos con los que hablé evitaban hablar de la tristeza o insistían en que no era necesario experimentarla porque cualquiera podía deshacerse de esos malos sentimientos mediante meditación y una actitud positiva. Todo se reducía a "hallar el camino que nos aleje de la tristeza para volver a ser felices", tal como dijo Chetri.

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Hubo expertos —como Neil Pasricha, director del Institute for Global Happiness y autor del superventas The Happiness Equation— que reconocían que esto era un problema, no solo en el campo del estudio de la felicidad, sino para cualquiera que tuviera que lidiar con situaciones emocionales complicadas.

"La pregunta que me hacen más a menudo es: '¿Cómo puedo ser feliz en todo momento?'", señala. "Es fácil: no puedes, y tampoco deberías intentarlo. No se trata de verlo todo positivo o todo negativo. Cuando empiezas a entenderlo, te das cuenta de que el vaso no está ni medio lleno ni medio vacío. Simplemente se puede rellenar".

Otros, como Ben-Shahar, creen que no digo más que chorradas (no lo dijo así, lo digo yo).

"Atacar a la psicología positiva por no tener en cuenta la tristeza es como atacar a un muñeco de paja", argumentó. "Muy pocos investigadores del ámbito defenderían que es preciso ignorar la tristeza. Quizá es algo que defiendan los gurús de la autoayuda o de la Nueva Era. Negar la tristeza solo sirve para intensificar el sentimiento. Es muy importante que nos permitamos a nosotros mismos ser personas".

Probablemente Ben-Shahar tenga razón. Y, sin embargo, el programa de la Cumbre de la Felicidad no parecía dejar mucho espacio a la exploración de la tristeza. Podían verse conferencias con títulos como "Retransmitir felicidad", "La felicidad como ventaja competitiva" y "Celebra la felicidad: ¡compártela!". Si realmente se está dando las mismas oportunidades a la tristeza, por qué no incluir un par de charlas tituladas "Estoy atravesando por el peor momento de mi vida (y no pasa nada)" o "Me muero, te mueres, todos nos morimos".

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Le expuse mis ideas a Guggenheim, una de las fundadoras de la Cumbre de la Felicidad y le gustaron. "Totalmente", me dijo. "Hace falta más tristeza en este debate", y a continuación, sin motivo aparente, empezó a hablarme de su difunto marido, fallecido hace cuatro años.

"Estuve casada con él durante 21 años y una gripe me lo arrebató", me explicó. "Una maldita gripe. ¿Quién se muere de gripe hoy día en los Estados Unidos?".

Percibo el dolor en su voz; una rabia a duras penas contenida que ya había oído en mi madre cuando mi padre falleció; un "Vete a la mierda, universo" en forma de grito silencioso.

"Mi marido era un hombre brillante, amable e increíble", añadió. "No era mala persona. No se merecía que le ocurriera eso. Pero pasó. Murió".

"¿Y cómo se pasa de ese lugar oscuro, en el que todo parece tan cruel y sin sentido, a organizar una Cumbre de la Felicidad?", le pregunté.

"No es un salto tan grande".

"Es un salto enorme", repongo. "Es como pasar de perder al amor de tu vida en un accidente de coche causado por un conductor borracho a montar el Oktoberfest".

"¿Sabes lo que es?", contestó. "Si cojo un 4x4 y te atropello, te va a doler. Sería de locos decir que te gusta. Estarías mintiendo".

"Dolería la hostia", señalé.

"Por supuesto. Y todavía duele. La tristeza sigue ahí, siempre está ahí. La noto el día de Acción de Gracias, en Navidad, el día de mi cumpleaños y el del suyo. La siento todos los días. El día que murió yo estaba presente. Vi la muerte con mis propios ojos. No te puedes ni imaginar lo doloroso que resulta todo el proceso hasta que logras salir al otro lado".

"No puedo", admití. Y era cierto. El simple hecho de imaginar que presencio la muerte de mi mujer me destroza por dentro.

"Pero lo curioso es", prosiguió, "que ese momento va y viene como una ola. No te aferras a él. Escoges no hacerlo. Escoges no etiquetarlo como 'Mi pérdida, mi dolor' porque no es tuyo".

Por alguna razón, su historia me resultó muy convincente. Quizá sea porque durante nuestra charla no dejó de recordarme que ella no era ninguna experta, que no ha recibido formación en meditación consciente por parte del Dalai Lama. Quizá sea porque no insistió constantemente en que a todos nos aguarda la felicidad si nos esforzamos por alcanzarla. La felicidad está ahí, sí, pero la tristeza tampoco se va a mover de su sitio.

"Estás haciendo que eche de menos a mi padre", le dije.

"No pasa nada", repuso en un tono increíblemente tranquilizador. "El dolor puede constituir un fantástico catalizador para el cambio".

Traducción por Mario Abad.