FYI.

This story is over 5 years old.

Sexo

Jóvenes nos cuentan sus peores historias sexuales

Imprevistos, situaciones vergonzosas, aceite, sudor y lágrimas en Argentina
Retrato de Magu

Artículo publicado por VICE Argentina

El sexo —todo el sexo— siempre tiene una cuota interesante. El bueno, el que se hace con química, ese con el que la piel brota hirviendo como un volcán resulta completamente memorable. ¡Ajám! Eso lo sabemos, está bien. No obstante, a nadie le importa escuchar a los héroes del mete y seca, a los que se inflan el pecho contando lo bien que cogen o todo lo bien que podrían hacerte gozar. A contramano, el sexo malo, el fallido, el roto, el trunco es de lo mejor que hay. Tal vez no al momento, es verdad. Pero el tiempo le otorga a todo una cuota perfecta de comedia: coger mal le pone sazón a la vida. Además, hablar sobre el buen sexo de uno mismo es petulante, imbécil y sin ningún tipo de onda. Ahora sí, por el contario: contar historias de garches pésimos es de lo más divertido que hay.

Publicidad

De lubricantes caseros a urgencias intestinales, de sugerencias extrañas a la presencia de papás, las situaciones de garche vergonzosas son el equivalente a una guitarra en un fogón: no hace falta saber cantar (ni contar) para acercarse y parar la oreja. El protagonista de la anécdota se vuelve el oráculo al que todos quieren escuchar. Y contarlas ante un público deviene en una especie de exorcismo necesario: mientras más vergonzosa sea la historia, más sube su precio. Mientras más matices tenga, más se recordará. Esta es una fina selección de garches graciosos (y vergonzosos) de jóvenes que decidieron exorcizarse. Aquí estamos para parar la oreja y reírnos con (y de) sus protagonistas:

El muertito

Evelyn

Esto me ocurrió cuando tenía 17 años. Una amiga me invitó a un complejo vacacional en Chapadmalal donde la madre tenía un tiempo compartido y siempre en Semana Santa se iban unos días en familia. Dentro de ese lugar tenías todo menos un bar, por eso decidimos ir a un lugar que mi amiga conocía que quedaba al lado de la ruta que bordeaba la playa: una caminata de seis cuadras de puro campo. Fuimos esa noche y, para nuestra sorpresa, estaba lleno de muchachos muy, muy lindos, uno más bueno que el otro. Bailamos, chamuyamos a pleno. Mi amiga se empezó a chapar a uno y yo a otro, que sabía bailar muy bien hip hop, lo que me parecía sumamente atractivo. Pegamos mucha onda y me invitó a ir a la casa donde estaban parando con todos sus amigos. En esas dos cuadras, me contó que la casa era de la abuela de uno de los pibes que se re copó y eran como 13 viviendo en la casa. Cuando llegamos, yo encaré para la puerta y él me dice: “No no, vení por acá”, y se mandó por el costado de la casa, lo cual me pareció bastante polémico. Cuando llegamos al patio había como un cuarto bastante chico y una carpa. Por supuesto: él dormía en la carpa. Entramos, empezamos a chapar, y cuando la cosa ya estaba bastante hot, le pedí que se cuidara. Intentó convencerme con un par de susurros pero me puse firme y lo mandé a buscar un forro. Cuando salió de la carpa, me agarró muchísimo frío e intenté taparme con una frazada que tenía. Cuando tiré de la frazada, me di cuenta que la misma estaba envolviendo algo muy pasado. Destapo y descubro que había un muchacho durmiendo al lado nuestro. Mi cara se transformó, me dio muchísima vergüenza. Lo cubrí de nuevo, me cambié y salí de la carpa. Le dije al pibe que había un amigo suyo durmiendo ahí adentro. Él estaba tan sorprendido como yo y fue a corroborarlo. Le pedí que me acompañe al bar y le dije que quedábamos en contacto. Al día siguiente fuimos al mismo bar y otra de las amigas que habíamos hecho en el complejo, que ya sabía la historia, me dice: “Adiviná a quién conocí… al chico de la carpa”. Mi amiga me lo presentó y mi primera pregunta fue: “¿Qué había escuchado aquella noche?” A lo que él respondió: “Todo”. Se hizo el dormido para no hacerme sentir más vergüenza. Al chico en cuestión no lo vi nunca más, por suerte.

Publicidad

Evelyn, 26 años, locutora


Relacionados: Les preguntamos a los jóvenes cuánto aprendieron de sexo viendo pornografía


El mal flash

Eduardo

Tuve mis épocas en las cuales el sexo casual me parecía lo más. Se habla sobre las pautas de que siempre hay que coger con forro, siempre cuidado. En una de esas, tenía a un pibe que se hacía llamar “dotado” y, por cuestiones de roles, no éramos compatibles. Pero como no tengo drama con eso, le dije que podía venir a mi casa a tomar una birra y veíamos una porno y salía una paja cruzada. Hablamos por varios meses, pero por cuestiones de horarios era difícil concretar. Un día, que se dio finalmente, vino a casa a que pinte lo que tan pendiente estaba. Pusimos una porno en la TV, y pintó pajearnos. Cada uno con lo suyo. Mano va, mano viene, empezamos a cruzarnos las manos, a besarnos y, claramente, terminamos más en “una cruzada”. Yo ya había dicho que no iba a ser pasivo, y que por ende no iba a pasar. Él había dicho que tampoco lo haría… pero, a la mitad del acto, me dijo sin vueltas: “Cogeme”. Le pregunté si estaba seguro, me dijo que sí. Perfecto, accedí. Me coloqué el forro y comencé a cogerlo. Él era mucho más grande de cuerpo que yo, vale aclarar. En un momento, me agarró del cuello y comenzó a ahogarme, en un acto que tal vez en las pornos sea sexy, que los primeros segundos a mí también me calentó un toque, pero a los 10 segundos me di cuenta que me estaba ahogando de verdad. A lo que atiné a decirle: “Soltame”. Entendía que era parte del acto, o no… pero ya no era ni sexy ni gracioso: me estaba ahogando. Y por el momento pasaron los pensamientos de: “Estoy solo en casa, estoy con alguien que, si bien hablo hace dos meses por chat, no lo conocía en persona, también pensaba que si me hacía algo, listo, ya está, todo el departamento era suyo”. A lo que le clavé las uñas, porque me estaba ahogando y me dijo: “Disculpame, no me di cuenta”. Seguí cogiendo, por amor al garche, pero de repente agarra su celular y me dice: “Me llaman, bancame”. Se retira de la cama y me dice: “¿Me dejás pasar al baño? Es mi ex”. Yo: “Dale, andá”. Y nuevamente pensé: "¿Y si este llama a unos otros y suben al departamento, me cagan a trompadas me roban todo y me cago por pelotudo?” Me acerqué a la puerta del baño y, claro, hablaba por teléfono, pero ¡qué se yo con quién carajos hablaba! Salió a los cinco minutos, yo ya tenía el pito por el piso porque ya todo me parecía bastante fuera de lugar, y le pedí que todo bien, pero que se retire. Mientras la peli porno iluminaba la pieza, me pidió que por favor lo siga cogiendo, que la estaba pasando piola, que bla, bla, bla. Me negué y se fue. Se fue y me tuve que replantear todo. Pero antes tuve que acabar porque estaba que no daba más. Así que me tuve que entretener solo para el final, rebobinando la peli y sintiendo que no vale la pena arriesgar tanto por un simple lechazo.

Publicidad

Eduardo, 28 años, administrativo en una empresa

La puerta la abre papá

Malén

Puedo contar con lujo de detalles los pocos lujos de detalles que tengo en mi mente a causa del alcohol del momento y de los años que pasaron en el momento, pero la vergüenza está intacta, que es lo que importaba contar, ¿no?. Estaba en una época medio depredadora, tengo momentos. Fue por la edad que empezaba a entender que con solo mirar de una manera particular a un pibe me lo podía garchar. El tema es que todavía vivía con mi papá. Entonces, en general, estaba con pibes que vivían solos. No me acuerdo su nombre, era DJ, tenía rulos, y siempre llevaba una cadenita plateada, una musculosa y una camisa abierta por encima. Estaba medio poseída y le dije directamente: “¿Nos vamos?” Ni nos conocíamos. Nos subimos a un taxi y esperó a que yo dijera mi dirección. Él estaba viviendo un amigo y no podíamos ir a su casa, así que accedí a ir a la casa de mi padre donde tenía una cama de una plaza pero muchísima voluntad. Pasó de todo. De todo bien, y eso que estábamos muy borrachos. De repente, apagón. Al otro día me despierto y no estaba. Entro en pánico. ¿Estará en el baño? ¿Se habrá cruzado con mi papá? salgo al pasillo, mi papá me saluda, como si nada. El pibe no estaba por ningún lado. ¿Qué? ¿Cómo salió? la puerta de abajo se abre con llave. ¿Lo aluciné todo? ¿El pete? ¿Todo? comí con mi papá, y con la culpa de haber tenido una pija en la boca un rato antes, él actuaba tan normal que la situación era aún más incómoda. Me parece gracioso que todavía hoy no me animé a preguntarle a mi padre si le tuvo que abrir la puerta al DJ, incluso llegué a pensar que se había ido por la ventana. Lo sigo pensando a veces.

Publicidad

Malén, 28 años, poeta.


Relacionados: Les preguntamos a los jóvenes por qué eligen el poliamor


Malas mezclas

David

Esta es una de las veces más porno que me tocó vivir. Venía medio coqueteando con una chica muy linda, y bastante pirada. Quedamos un día, me tomo un remis hasta la concha del loro. En el camino, la mina me quería cambiar los planes y sumar a la acción al pibe con el que vivía. Not my plan. Le digo: “Descartá o lo dejamos para otro día”. Acepta descartar, entonces llego todo bien. Yo venía de reuniones, de tomar miles cafés. Ella me recibe muy linda, tranqui y me invita un jugo de naranja. Lo tomo porque no quería que haya ningún “no” esa noche. Va todo bárbaro y finalmente termino de darme cuenta que bajo la ropa que llevaba tenía medias y body en red: un caño porno zarpado. Ella estaba en plan porno. Metimos sillón, piso, cama, todo un sueño para el pequeño pornógrafo que llevo dentro. A mitad de camino me doy cuenta que el baño me llamaba por la mala mezcla de sustancias: lo que pensaba que sería una noche larga, terminó siendo muchísimo más corta. Luego de finalizar la situación, pido disculpas y digo que no me puedo quedar. Ella media incómoda, rara, porque parecía que escondía algo, como que no la pasé bien o algo raro. Me fui directo al baño de la casa de unos amigos donde iba. Salí muy contento y lleno de placer consumado, pero ella, la chica porno, nunca más me dio bola. Todavía hoy cada tanto le tiro un guiño, pese a que me desagregó de Facebook.

Publicidad

David, 34 años, publicista.

Se te ve la tanga

Leandro

Yo tenía 16 años y era desesperadamente virgen. Motivado por las hormonas y las ganas de dejar de cascarme tan seguido o, por lo menos disminuir algo la frecuencia, salía todos los fines de semana tratando de que alguien (o ya a esa altura, algo) me de bola. Conocí a una chica bastante más grande que yo: tenía 21/22 años. Seguro que le mentí sobre mi edad, sino no tiene explicación. Hubo onda, chapamos esa noche en el boliche, hablamos bastante en la semana y algunos días siguientes. Quedamos en vernos, ya directamente con el propósito de garchar. Nos encontramos un día de semana y fuimos a mi casa: inexperiencia y nervios en partes iguales. Tomamos unos tragos y arrancamos. Hasta que, en un momento, en el medio de la previa, se aparta y busca desesperadamente algo dentro de su mochila. Yo la miraba descolocado, confundido, nervioso y muy caliente. Me doy cuenta que lo encuentra porque dejó de mover sus manos dentro de la mochila, alza la mirada y me dice: "¿Viste que te conté que trabajo en una tienda de lencería? Me encantaría que te pongas esto”. Y saca ¡una tanga masculina! Slip adelante, hilo dental atrás. Mi primera reacción fue mirarla como diciendo ¿”Vos me estas jodiendo?”, pero al ver que no sólo no se inmutaba sino que estaba expectante, puse en la balanza el amor propio y las ganas de debutar. Acto seguido, estaba poniéndomela. Recuerdo que me dio mucha vergüenza. Hoy en día me cagaría de risa, pero en ese entonces tenía 16 años. Ella lo notó, abortamos todo intento de entangarme y seguimos con lo nuestro. Ese fue mi debut.

Publicidad

Leandro, 27 años, trabaja en sistemas.

La verdad de la milanesa

Gabriel

Estaba en la fiesta que había organizado un amigo cercano de la facu y llegó un punto en que quedé sólo ya que era una fiesta muy hetero y el resto de mi grupo se había ido cada uno por su lado a chapar o garchar. Yo me quedé ahí porque no perdía las esperanzas. En eso veo un flaco que meneaba las caderas al ritmo de Shakira. Yo me acerqué onda “voy a cambiar de música” y no sé cómo me lo terminé chapando. De pronto estaba en un taxi rumbo a su departamento. Cuando llegamos empezamos con la previa que no duró ni un minuto y yo ya estaba con un forro puesto. A todo esto, el chabón supuestamente era activo. Entonces le pregunto: “¿Tenés lubricante?” Y el dijo: “Mmmhhh, no, pero esperame acá”. Fue a la cocina y volvió con un aceite de cocina. Me embadurnó la chota y adentro. En ese momento mi cerebro no reaccionó qué estaba pasando, solo recuerdo que yo estaba evitando luego tocar mi ropa para que no se engrase. Ebrio pero ante todo consciente. Fue graciosa en el momento en que se la conté a un amigo y él lo contó en el grupo de WhatsApp que tenemos con mis amigos más cercanos de la facu. Recuerdo que volví a casa caminando y en todo ese trayecto mis amigos iban tirando cosas como que “al chabón le olía el culo a milanesa” o que “si se ponía al sol y le partía dos huevos me hacía alto desayuno” o que “para la próxima le ponga aceite en aerosol que es más sano”.

Publicidad

Gabriel, 23 años, productor y creador de contenido.


Relacionados: Una noche en la gran fiesta


La heredera de Dita Von Teese

Esta historia ocurrió hace más o menos cinco años atrás. Cuando era la chica del karaoke todos los fines de semana en una fiesta mayoritariamente LGBTI y demás letras. Yo estaba feliz en la tierra del karaoke cuando pasa un tipo más grande que yo. Y, como en ese ambiente, Dios los cría y la heterosexualidad los amontona, no pasó mucho tiempo antes de que ese tipo volviera a pasar y termináramos charlando. Me pareció atractivo y simpático y que fuese VJ. Me pareció canchero y un toque “ladri”, pero de una manera positiva. Nos intercambiamos contactos y esa noche eso fue todo. Una semana después o algo así arreglamos para vernos. Siempre cuando salgo con alguien semi-desconocido por primera vez la consigna es “un lugar neutro”. Nos juntamos a merendar por Palermo, como excusa para ir a un telo. Eventualmente decidimos evitar la parte de la merienda y fuimos para el telo. En la mismísima puerta del telo el pibe frena en seco y me pregunta: “Y después de acá, ¿qué pasa?” Le dije: “Me voy a mi casa y meriendo, porque al final no merendamos ni un poco”. El tipo me mira con cara de circunstancia y me dice: “No, con nosotros” ¿¡Eh!? ¿¡De qué “nosotros” me estás hablando, campeón!? Obviamente resultó que el susodicho estaba de trampa o algo así que me explicó durante la siguiente hora y media. En esa hora y media caminamos estratégicamente evitando zonas donde pudiera estar su chica y en la cual tampoco nos sentamos a merendar. Finalmente volvimos al telo y subimos a la habitación. Claramente en ese punto, luego de escuchar toda su historia sentimental, yo tenía más ganas de merendar que de coger, pero le puse onda. Entonces empezamos a chapar. Que esto y que lo otro y que “quiero ver cómo te desvestís”. Ok, hay muchas cosas que puedo ser en la vida y una de ella no es ser la heredera de Dita Von Teese. Menos un día de pleno verano, después de haber caminado con mucho al sol y con mi ropa laboral. Hice lo que pude, pero sacarse unas All-Stars botitas debe ser por lejos la situación menos erótica del universo. Una vez desnudos el pibe se miraba en el espejo. No a mí, no a nosotros cogiendo: a él. Lo cual me dio un toque de gracia. En algún momento empezó a sudar de tal manera que que las gotas de sudor de su cara me caían en los ojos y en la boca. Intentando no ser una ortiva total sugiero cambiar de posición, para evitar el sudor. Él se sienta en como en una baqueta alta y me dice que quiere que me siente encima suyo. Lo intenté, juro que lo intenté. Pero entre el sudor y el hecho de que mido un metro cincuenta, para mí toda la situación era como intentar trepar un palo enjabonado. Obviamente terminé en el piso. Él no se mosqueó mucho, pues seguía mirándose en el espejo. A ese punto yo solo quería que todo terminara e irme a merendar. Por suerte la situación no duró mucho más. Me quiso acabar encima como en las películas mientras se miraba en el espejo, y le dije que “sí”, total, ya estaba toda cubierta en su sudor. ¿Qué le hace una mancha más al tigre? Me fui a duchar. Él no se ducho, porque era sospechoso que llegara a la casa bañado…un asco. Bajamos a la recepción y se da cuenta que no tenia efectivo. Así que pagué yo. Me acompañó al bondi y tras saludarme con beso en el cachete, pues estaba de trampa y se fue. Todavía me debe la plata del telo y una merienda.

Magu, 31 años, empleada administrativa en un organismo público. También conduce eventos de karaoke.