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Mundial 2018

Pobre Baudelaire, que nunca vio a Bélgica jugar futbol

Francia mató el sueño para los Diablos Rojos en semifinales del Mundial, y ya un poeta del siglo XIX había calentado esta rivalidad.
La escuadra belga en 1980. Foto: Wikimedia Commons

Son pocas las ocasiones en que se habla de Bélgica y se tiene un interés genuino por el hecho en cuestión debido a la falta de protagonismo que tiene el país en cuanto a decisiones globales. El futbol, en su condición de lenguaje universal, ha permitido que en Rusia 2018 los belgas asuman un papel protagónico por su buen nivel de juego y por haber alcanzado las semifinales. Pero hay dos preguntas base para entender lo que parece ilógico para algunos: ¿por qué Bélgica ahora es una potencia futbolística? y ¿quién le enseñó a jugar futbol a Bélgica?

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Charles Baudelaire, el poeta maldito, escribió un libro irreverente con el nombre de Pobre Bélgica, más con odio que con vena literaria porque en uno de sus viajes no tuvo el recibimiento que esperaba. El día de ayer, en la primera semifinal donde franceses y belgas jugaron por un sitio en la final de la Copa del Mundo nadie enunció esta sentencia, ni siquiera en la derrota. En su texto el francés escribió: “En Bélgica no hay arte; el arte se ha retirado del país”. Se dice en el argot popular que nunca hay que hacer promesas en la felicidad ni reclamos en el enojo, consideración que le hizo falta al poeta, porque si hubiera visto las atajadas, el genio, la figura y el porte del arquero Thibaut Cortouis seguro habría pensado lo contrario.

“¡Los hombres! ¡Oh! ¡Caricatura de Francia!”, escribió páginas más adelante. ¿De qué caricatura hablaría ahora si tomamos en cuenta que uno de los últimos referentes del futbol francés, heredero de Platini y de Zidane, Thierry Henry, es el auxiliar técnico de Roberto Martínez Montoliu? Caricatura no, pero durante noventa minutos los hombres –los futbolistas– que representaban a toda Bélgica, pudieron ser los verdugos de Francia, quienes invirtieran los papeles y ganaran un sitio en el último partido con el que la prensa se ha empeñado en mal llamar el efecto cenicienta que ocurre cuando un equipo de menor fuerza vence al favorito.

Más caricaturesca parece la rabia del escritor, pues esos hombres que representan al país donde supuestamente se ha retirado el arte no sólo dominan la estética del balón, sino que también son políglotas y el reflejo de una sociedad en constante ascenso. Lukaku, el delantero del Manchester City, habla seis idiomas, mientras que Kompany, central del Manchester United, habla cinco. Bélgica tiene tres idiomas oficiales: 59% de la población habla neerlandés, 40% francés y el 1% alemán. Su entrenador es un catalán que tomó clases de flamenco y francés cuando fue nombrado seleccionador sólo para tener una mayor cercanía con sus jugadores y aún así la comunicación interna la realizan en inglés.

Hace 32 años, en México 1986, el futbol belga alcanzó su mejor participación al quedar en el cuarto lugar y hace 20 comenzó un programa de detección de jugadores, pues en un país con poco menos 12 millones de habitantes no se puede desperdiciar el talento. Bélgica tiene ocho academias de alto rendimiento donde los mejores se entrenan horas extra para incrementar sus habilidades tras la bochornosa participación que tuvieron en la Eurocopa del 2000, misma que organizaron junto a Holanda y en la que no pasaron de la fase de grupos: la gota que derramó el vaso.

Ya para 2016 Bélgica se ubicó como el país número 1 en el ranking de la FIFA encima de potencias como España, Brasil, Argentina y el hasta ahora campeón Alemania gracias al trabajo en categorías inferiores y la aceptación de la multiculturalidad y la globalización, pues apenas 12 de los 23 jugadores convocados para Rusia tienen ascendencia belga directa. El caso más representativo es el de Adnam Januzaj, quien nació en Bélgica, tiene padres albaneses, fue criado en Kosovo, pudo elegir jugar para Serbia o Croacia por su ascendencia materna, en Turquía por su padre o incluso en Inglaterra, donde jugó en su juventud, pero que al final terminó decantándose por el país donde nació.

“Aquí sólo hay ateos o supersticiosos”, continúa sus reclamos Baudelaire. Pero, ¿cómo van a existir ateos si los 12 millones estaban al pendiente de su selección el día de ayer y se congregaron casi en un acto religioso para celebrar un trabajo deportivo, lúdico, social y multicultural que lleva años gestándose? Pobre Baudelaire, que nunca vio a Bélgica jugar futbol ni la semifinal contra Francia, que no conoció los mundiales y que nunca tendrá la oportunidad de entender el valor de un equipo que es el vivo reflejo de su sociedad