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FERNANDA, 29 AÑOSAcababa de llegar a vivir a la Ciudad de México y apenas estaba agarrando confianza en la calle. Una mañana, caminando en la Condesa por una calle transitada, noté que un coche avanzaba a mi lado a la misma velocidad que yo; básicamente a vuelta de rueda. No le hice mucho caso y pensé que estaba buscando lugar para estacionarse. Cuando volteé a ver, el conductor tenía una cara de maldad y burla, al principio no supe lo que estaba pasando pero sentí mucho miedo y escalofríos. Después me di cuenta que tenía la bragueta abierta y el pito de fuera. Me invadió un sentimiento de impotencia y miedo. Pero no corrí; alguna vez un maestro nos dijo que las personas exhibicionistas se excitan cuando haces cara de sorpresa o te asustas. De alguna manera me controlé y le hice una cara de asco y lástima. En ese momento arrancó muy molesto.Y hace como dos semanas, salí tarde de la oficina y venía caminando por la calle. Eran más o menos las 9PM y afuera de un local, ya cerrado, había un motociclista parado junto a su moto. No le di importancia hasta que pasé a su lado y me di cuenta que tenía el pene de fuera. Esta vez opté por ignorarlo y fingí no haberlo visto para que no me hiciera nada. A la hora de cruzar la calle, cuando vi que no me estaba siguiendo, corrí hasta llegar a mi casa. Yo pensaba que esto no era normal, pero al platicarlo me di cuenta que hay muchísimas mujeres que pasan por lo mismo, e incluso hombres que también han sido acosados en la calle.
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PAMELA, 27 AÑOSCaminaba por la calle cuando se me acercó un coche con tres tipos para pedirme indicaciones. Les expliqué la dirección que buscaban, pero me pidieron que la repitiera porque no habían escuchado. Volví a explicarles y, de nuevo, me pidieron que se las repitiera porque no habían entendido. Me acerqué al auto y entonces lo vi: el copiloto tenía el pene fuera y se estaba masturbando mientras el chofer se burlaba. Me saqué un chingo de onda y empecé a caminar rápido, pero en ese momento un tercer tipo, que venía en el asiento trasero, se bajó del coche y empezó a seguirme. Corrí hasta hasta que pude entrar a una tienda y el güey se alejó.
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—Ya. Pero tú te quedas.
—No, no, tranquila. Ya sé que no quieres irte conmigo. Nada más te voy a acompañar, para que no te vayas sola.A estas alturas ya dudaba de él, pero era conocido, amigo de mis amigos, en ese momento no pensé en peligro, y aunque le dije que no necesitaba de su compañía, muchas gracias, terminé por acceder a que me acompañara. ¡Error!
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Cuando llegamos a mi casa nos bajamos ambos y yo le pedí al chofer que no se fuera. Me hizo caso. En lo que abría la puerta de mi edificio él se disculpó conmigo por haberme insistido tanto y me echó un discurso romántico que casi le creo. Me besó. Él me gustaba, obviamente, pero no más que eso y yo tenía muy claro que, por millones de razones, yo no quería nada con él. Le dije que eso no iba a pasar nunca y me fui.Al siguiente día encontré 15 correos electrónicos suyos, todos insistiéndome y "piropéandome" o diciendo que me extraña, que se enamoró, que por favor le haga caso, que si lo quiero ver, que si puede matar al güey con el que entonces salía. No solo en Gmail. Había mensajes suyos en Twitter, en WhatsApp, una solicitud de amistad en Facebook que nunca acepté y un montón de likes en fotos viejas de mi Instagram. Y de mi parte: mutis.Esa semana estuvo llamándome, mandándome mensajes, pidiendo que le respondiera, incluso un par de poesías azotadas me llegaron a la bandeja de entrada. Le escribí para decirle que por favor no insistiera, que no estaba interesada. Incluso le di a leer el correo a un par de amigas, para asegurarme de que el mensaje fuera claro y directo. Enviado. Su respuesta dejó el tono "conquistador". Otra vez llegaron muchos correos electrónicos seguidos, pero ahora me decía que sabe todo de mí, que mi exnovio —a quien conoce bien— le contó cosas. "No importa que me rechaces, tengo un recuerdo de ti en la cama, en la cocina, en el coche, en el restaurante, […] No importa que el recuerdo no sea mío, lo voy a usar cuando lo necesite. Y de eso no puedes irte".Lo más jodido es que no ha dejado de rondarme, es amigo de mis amigos. Cada vez que lo veo —pocas veces, por fortuna— "me coquetea", y todavía hay días —en los que seguro tiene tiempo y mucha coca— en los que me escribe para expresarme "lo que siente por mí".Su pensamiento es el mismo que el de los pendejos que "chulean mis faldas": cree que tiene derecho sobre mí. Ya le dije que no me interesa, pero él piensa que eso es lo que menos importa.