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Cultură

Siete semanas de ejercicio, dieta... y esteroides

El artista Héctor Falcón realizó la pieza "49: Metabolismo alterado". En este performance, diseñó, modeló y reconstruyó su propio cuerpo según los hábitos y los parámetros de los fisicoculturistas.

Todas las fotos son de Héctor Falcón

Este artículo fue publicado originalmente en VICE Sports, nuestra plataforma de deportes.

Los años 70 fueron la época dorada del fisicoculturismo. Fue la época que convirtió en iconos a Arnold Schwarzenegger y a Lou Ferrigno, entre otros. En aquel momento, los cuerpos fornidos al estilo del de Arnold eran una rareza; hoy, pueden encontrarse con facilidad en los gimnasios de cualquier ciudad.

Los nuevos competidores del Mr. Olympia, como Ronnie Coleman o Phil Heath, son ejemplos vivos de que el tope del crecimiento corporal —si es que existe— todavía no se vislumbra. Estos cuerpos masivos no sólo distan de representar un estilo de vida saludable, sino que evidencian el uso de todo tipo de sustancias prohibidas —empezando por los esteroides.

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Exceptuando el fisicoculturismo, los profesionales de otros deportes evitan ser asociados con estas sustancias, aunque gran cantidad de atletas se han visto relacionado con ellas en algún momento de su carrera. La industria del deporte vive hoy instalada en una doble moral que castiga a los deportistas consumidores pero a su vez propicia el uso de los productos prohibidos debido a las enormes exigencias de las distintas competencias. El ciclismo es un buen ejemplo de ello.

La pregunta obligada es: ¿Realmente se necesitan los esteroides para alcanzar el máximo rendimiento? En caso contrario, ¿es posible llegar a nuevos límites e incrementar la fuerza y la velocidad confiando en la genética propia?

La paradoja se complica, especialmente porque los medios y las mismas autoridades que regulan las competencias han hecho una campaña consistente de satanización del uso de los esteroides. ¿Hasta qué punto son realmente peligrosos?

Héctor Falcón es un artista visual mexicano que a finales de 1999 realizó la pieza 49: Metabolismo alterado. En esta performance, Falcón diseñó, modeló y reconstruyó su propio cuerpo en cuarenta y nueve días gracias a una dieta estricta, sesiones religiosamente planeadas de ejercicios… y sí, también una dosis de hormonas. Con un fin artístico, la obra también nos permite acercarnos a las alteraciones que puede tener un cuerpo expuesto al uso de sustancias aumentadoras del rendimiento.

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Falcón, que había sido skater, judoka y karateka, tenía un buen conocimiento de la actividad física y de las características de su cuerpo. Para llevar a cabo 49: Metabolismo alterado, el artista mexicano se documentó sobre todas las sustancias que debería usar, los suplementos que ingeriría, los horarios y las cargas óptimas para sus entrenamientos, las comidas y hasta las horas de descanso que debería sumar para lograr los mejores resultados al concluir el tiempo establecido.

"Antes de empezar yo ya sabía cuánto tendría que comer y en qué momento", explica Héctor mientras proporciona los registros exactos de los alimentos. La dieta que tenía que llevarse a cabo perfectamente forzó al artista a consumir consumir 966 claras de huevo, 85 litros de leche, 52 kilos de pechuga de pollo y 152 latas de atún en 49 días.

Falcón consumía un kilo de arroz y un kilo de alubias al día, además de avena, pastas, yogures, patatas y otros vegetales. Además, todos los días complementaba sus comidas con tabletas de aminoácidos, vitaminas y medicinas contra el cáncer que sumaban un total de más de cien pastillas diarias… e inyecciones intramusculares de esteroides y subcutáneas de lipotrópicos (para eliminar la grasa) de dos a tres veces por semana.

Al iniciar el proyecto, Falcón se aseguró de contar con todo el material necesario y de disponer de un gimnasio abierto las 24 horas para poder realizar hasta tres entrenamientos por día. Héctor, pues, hizo el ciclo con el que cualquier fisicoculturista sueña: "Estaba todo preparado desde antes. No tenía que trabajar y sólo me dediqué a eso", explica.

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"No era mi intención ser un fisicoculturista: más bien traté de cambiar el contexto", explica Falcón. "Me interesaba documentar el proceso. Quería hacer una performance sustentada en la vivencia".

Los esteroides, ingeridos en diferentes dosis por el artista, equivalen a lo que normalmente podría consumir un fisicoculturista en un periodo de entre dos y cuatro años. Héctor comenta que tuvo plena conciencia de los productos que iba a usar: conocía sus efectos a corto y largo plazo y sabía que las hormonas causan efectos desde el primer momento.

"Me hice un examen hormonal antes de empezar, pero igualmente usar este tipo de productos es una lotería. Hay gente que vive su vida así y no tiene problemas; otros a partir de un ciclo sufren efectos irreversibles", explica Héctor, que tenía dudas sobre los posibles resultados porque era la primera vez que pasaba por un proceso de dopaje.

En 1999, Falcón tenía veintiocho años: conocía el mundo de la disciplina física y del ejercicio. Había investigado en libros y discutido con médicos, entrenadores, usuarios y competidores de fisicoculturismo. Se negó a usar algunas de las sustancias más peligrosas, que le hubiesen permitido lograr mejores resultados.

"Hubo cosas que pudieron acelerar aún más el cambio, pero me parecieron demasiado arriesgadas. No me atreví a cruzar cierta línea a partir de la cual no había vuelta atrás. No me interesaba jugar con la muerte, aunque sí que me interesaba el riesgo porque agregaba un plus a la pieza", explica Falcón sobre la insulina y el DNP, sustancias de moda en el mundo del fisicoculturismo de ese tiempo.

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Ambas sustancias no sólo traen consecuencias fatales para la salud, sino que, en palabras de Héctor, "se meten mucho con el pensamiento y el humor. Te transforman en otra persona". Para constatar dicho cambio, Falcón grabó un video en el que habla del proceso emocional y psicológico y exhibe parte del trabajo artístico que se encontraba ejecutando.

Héctor se percató del cambio de inmediato. La agresividad se volvió constante; no podía pensar correctamente; su cuerpo se encontraba en estado de agitación. Era una situación difícil para una persona cuya profesión depende de sus manos y de su creatividad. De esta experiencia presentó una serie de dibujos de aparatos de gimnasio antes y después de la sustancia, donde está claro que su habilidad de dibujo se ve afectada —y disminuida.

Respecto al uso de las sustancias, Héctor es muy tajante con su opinión. Según él, estas hormonas no son sustancias controladas ni ilegales —por lo menos en esa época— y hay mucha hipocresía del uso al respecto. Comenta que consumir estas sustancias era tabú. Falcón decidió hacerlo de forma abierta: cuando alguien en el gimnasio le preguntaba sobre su radical transformación, él lo contaba todo sin problemas.

Tras su experiencia, la opinión de Falcón al respecto cambió. Hoy, Héctor cree que la legislación actual es hipócrita y que debería regularse el uso de estas sustancias —e incluso permitirlas en algunos casos— para proteger a los atletas.

"Si las hormonas se regulasen, todos los deportistas estarían médicamente supervisados", explica. "Debería haber dos categorías en el fisicoculturismo: con y sin esteroides. Eso daría oportunidad de competir con posibilidades a los que están haciendo las cosas de modo natural".

La obra de Héctor Falcón no está enfocada a un ámbito competitivo, pero su contenido nos hace reflexionar sobre la cuestión. Sin los afanes que motivan a los deportistas, Falcón ofrece una mirada neutral a los efectos, los costos y el esfuerzo que implica el consumo de esteroides. Contrariamente a la creencia popular, Héctor asegura que seguir este procedimiento requiere un mayor empeño que el simple entrenamiento y la buena alimentación.

Desde mi punto de vista, la obra de Falcón derriba el mito de los esteroides como un atajo y pone sobre la mesa una realidad incómoda: al día de hoy, el uso de hormonas está aún más generalizado que en 1999… y sin embargo, no se ha avanzado prácticamente nada en el apartado legal. El tiempo pasa, pero los esteroides siguen siendo un medio tortuoso para alcanzar un ideal de perfección física difuso y cambiante sin que nadie haga nada por revertir la situación.