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Mal del puerco

Dos días de comer y chupar en Nueva York

El puerco está “in” en Ciudad Gótica, pero mi mayor gasto fue en las cheves.

La última vez que fui a Nueva York, en 2011, cené una noche yo solito en un bistro precioso en Little Italy. Todos mis amigos y contactos estaban o afuera de la ciudad o “muy ocupados”. (Pues ya qué, es Nueva York). Luego, esa madrugada, mi estómago me despertó y me pidió vomitar cada último pedazo de la pasta de cuatro quesos que cargaba. No fue un pedo de alcohol ni cruda, fue solo un misterio.

Otra noche, cené con una vieja amiga en un restaurante seminuevo en Brooklyn donde cada mesero y bartender tenía tatuajes y lentes de pasta. En el sistema de sonido sólo tocaban hits como del 2002 y 2003, o sea, Bloc Party, Yeah Yeah Yeahs! y Chromeo, todo con una gran sonrisa que no pude descifrar si era de chiste o de nostalgia. En el aeropuerto de regreso a México, sólo quería algo fresco –algo– entonces me compré una manzana roja como de 1.50 dólares en la terminal. Le di una mordida y noté que algo estaba raro. El corazón de la manzana estaba completamente negro.

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Bueno, fueron tiempos raros. Era abril, pero el clima se sentía como de febrero. La ciudad estaba fría, lluviosa y todos se quejaban de que el "invierno no terminaba”. No entendía por qué se oscurecía a las cuatro de la tarde; de pronto el cielo se hundía en un morado deprimente.

Lo frío se extendía a la gente.

En el metro una noche regresando de Manhattan a donde me estaba quedando, vi un mexicano bien mexicano parado en mi vagón, seguro regresando de su chamba a la casa. Tenía piel de color madera, ojos chinos, nariz elegantemente grande, cabello brillantemente negro, un verdadero mexica del continente americano. Yo (ya pedo) me le acerqué y le pregunté con toda la buena onda de mi alma que si era de México. El vato me dio la cara más irritada e indiferente de su vida. Claramente estaba pensando: Sí, pendejo, obvio que soy de México y ando aquí chambeando, ya se sabe que esto es Puebla York, entonces ¿qué me miras?

Como buen neoyorkino, supongo. En la ciudad de Nueva York no hay tiempo para pendejadas.

En fin, no la pase bien en 2011. Pero la semana pasada, cuando regresé al Noreste estadunidense por un par de días, estuve resuelto en mejorar mis impresiones, y la ciudad en este caso me consintió. El clima estaba espectacular. Y aunque Nueva York ha tenido sus días duros —el huracán Sandy, la ley racista de Stop-and-Frisk, y la gentrificación y clasismo brutales generados por la corrupción de los grandes grupos financieros— al final sigue siendo una ciudad de gente fregona y movida y bella como lo ha sido por siglos.

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Uno se la puede pasar bien, beber bien y definitivamente comer bien. Pero eso sí, si tienes lana/plata/baro/feria. Esto fue lo que comí en 48 horas en New York City, y lo que me costó.

TUESDAY, OCTOBER 15, 10:00 PM, ARRIVAL

Llegando, tomé el metro desde el aeropuerto hasta Williamsburg, donde me quedé con una amiga querida. Después de despertar a la vecina de abajo (perdón), me pasaron llaves y decidí tener una noche para salir y ver Brooklyn un ratito antes de un día de trabajo el miércoles en las oficinas centrales de VICE.

El roomie de mi amiga, Scott, decidió acompañarme, y fuimos al Metropolitan en Williamsburg. Es un bar divey, punky, ghetto, ambisexual, queer, de gays no horribles y todos sus amigos. Una noche aquí en el 2011 conocí y hablé un buen rato con una chica lesbiana criada como judía jasídica, súper fregona. Como lo anticipé, esta noche había gente. Hombres con barbas blancas largas y chamarras de piel, modernas de la moda, vestidas con dudes en cachuchas, niñas lindas; era noche de QUEERAOKE. Me tomé dos chelas locales de Brooklyn, a cinco dólares cada una, y le invité una Diet Coke al amigo Scott. Más propina, gasté 16 dólares.

Saliendo quería cenar, entonces pasamos a un deli, de estos lugares que están abiertos las 24 horas y que a veces se conocen como bodegas. Venden de todo: frutas, carnes, cereales, chupe y sándwiches hechos a la orden, al total estilo New York. Me comí un sandwichito de pavo con queso, unos chips y una chela Newcastle. Fueron 11 dólares.

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WEDNESDAY, OCTOBER 16, 10:00 AM, BREAKFAST & LUNCH

Al día siguiente, quería un desayuno cute de Brooklyn, pero me desperté tarde, y quería llegar rápido a la oficina. Entonces paré en otro deli sobre Bedford Avenue y aquí al cocinero mexicano le dije: “Me das una egg and cheese”, a lo que contestó: An egg and cheese, you want it on roll? en inglés perfecto.

Los mexicanos chambeando en el Noreste siempre quieren asegurar a todos los clientes —incluyendo a los mexicanos— que pueden hacer bizness en inglés, que son buenos migrantes. El sándwich de queso y huevo con tocino estaba simple, servible. Con un jugo verde de botella, mi desayuno empezó a $8. Al lado, en un café con demasiado estilo, pedí un latte para acompañar, a 4 dolarotes.

No tenían canela, como siempre le agrego a cualquier café, y me vieron con cara de loco por haberla pedido. De la noche a la mañana había gastado casi 40 dólares en alimentos, y todo de bar y bodega, nada de lujo.

A la hora de la comida nos juntamos para comer con compañeros de VICE México que también estaban en esos rumbos. Nuestro director de contenido Bernardo Loyola conocía un buen lugar de ramen japonés, en la calle Grand, aunque dijo que Fette Sau era “el mejor restaurante en Nueva York”. No lo dudé, pero todo el chiste del lugar era la celebración de la carne de puerco, puro puerco, y entre nosotros había una vegetariana.

De hecho, el puerco está bastante in en Nueva York, o por lo menos en Brooklyn. Todos los lugares cool parecen tener algo de pork, casi siempre, es pork belly this o pork belly that, pancita básicamente. Le pregunté al artista y galerista William Dunleavy, un amigo de NY que conocí cuando pasó un rato documentando a un grupo de punks en el DF, por qué el puerco es la carne de moda en Nueva York.

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“Creo que es porque los judíos jasídicos no comen puerco, y todo en Nueva York es contradictorio a como era antes de la gentrificación”, me dijo Will. “Son economías dictadas por los yuppies que dicen ‘El puerco puede ser preparado deliciosamente por nueve dólares la orden, y eso lo vamos a adoptar y abrazar’”.

Y luego agregó: I think pork is delicious.

No iba a quedar fuera de la onda marrana, entonces en Samurai Mama, pedí un udon ramen con pancita de puerco y un huevo estrellado, y estaba delicious. Aquí sí me gaste 15 dólares por mi platillo, más 5 dólares de una cerveza Sapporo de barril (mmmmmm), y compartimos entre la mesa unos gyozas y la propina, entonces, ponle otros 5 dólares más. Comida en Brooklyn: 25 dólares.

WEDNESDAY, OCTOBER 16, ??:?? PM, GOING OUT

Esa noche, salí en Manhattan.

Sólo les puedo decir que no me acuerdo de mucho de lo que ocurrió y que gasté una cantidad incontable en cervezas: por ahí de $80, bien gastados, según mi lógica. Más allá, les puedo comentar que en algún punto intenté comer una rebanada de pizza en Artichoke, en la Calle 14 de East Village, y que, según yo, la pizza me permitió beber más y más después. Costaba $4.50 pero ni idea de si me lo cobraron.

Pausa para la cruda.

THURSDAY, OCTOBER 17, 1:00 PM, RECOVERY

A las 12 del día intenté pararme para prepararme un café. Fallé. A la una, como tenía sólo un par de horas antes de tener que alcanzar un camión para salir de Nueva York (me esperaban en Providence, Rhode Island, para un simposio), uní todas mis fuerzas, empaqué mis cosas, y me subí a un taxi para cruzar el Williamsburg Bridge para el Lower East Side.

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Pasé a ver a Will en Superchief Gallery, porque en la noche iban a tener una inauguración y quería por lo menos conocer un proyecto que he admirado desde lejos por un rato. Aunque me sentía muy mal, llegué con alegría a Superchief, la calle de Clinton debajo de Houston lucía bonita en el sol de la tarde, con los árboles celebrando la llegada del otoño.

Vomité en el baño.

Will me llevó a un comedorcito italiano a la vuelta, el Gaia. Pedí un panini de pollo empanizado con pesto, súper fresco y con una calidad de ingredientes inmediatamente detectable. Le di una mordida, y …

Vomité en el baño.

Bien, ya todo mejor. Comí mi sándwich. Me ayudó bastante este refresco de San Pellegrino que se llama Chinotto, oscuro y con un sabor rasposamente dulce. Listo. Aparte una limonada y la propina, la comida en el Gaia me costó 10 dólares.

Para las cuatro de la tarde, alcancé mi bus barato a Providence. Will, fiel amigo, me acompañó hasta cierto punto. Salí satisfecho con esta estancia breve en Ciudad Gótica. Antes de subirme al camión, quise comprar una botella de agua.

“Ve”, le dije a Will, “va a costar dos dólares esta botella”.

Estábamos en una esquina turística de Soho. “No, cómo crees”, contestó Will.

Mi water costó $2.50.

Costo final de dos días de chupar y comer en Nueva York, (aproximadamente) 161 dólares. ¿Valió la pena? It’s NY, man! Totalmente.

Ahora, una semana de comer y cenar en casa. Con equilibrio, todo se puede.

Anteriormente:

Pulques para el 2 de octubre

Lee más en nuestra columna de comida, Mal del puerco.