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Cuando así de jodido están las app de ligue hay que recurrir (¡sin importar la hora!) al bar de confianza donde lo común de la clientela son albañiles y vestidas. Total, que pedí un Uber para ver qué había en el Jardín Cruz Blanca-Wateke. Sí, me están esperando allá, le dije al chofer un poco para justificar mi salida a las dos y media de la madrugada, en lunes, evidentemente borracho pues estuve tomando desde temprano para estar más ligerito mientras leía o escribía. Madurar, bien lo dice mi amigo el poeta Luis Felipe Fabre: "es darse cuenta que no hay que ir a una fiesta para beber. Perfectamente se puede beber solo y en casa". Pero, como soy un poco contreras y aún estoy en proceso de maduración, me subí a ese pinche Uber que me llevaba a tomarme la del estribo rodeado de gente.
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Ya en plan travesti eufórica, convencí a Güicho para que fuéramos a conectar otra bolsita. El mejor ice que he probado ha sido de Mexicali, cocinado por la famosa N que entrevistó Elma Correa para VICE hace un tiempo. Sinceramente para cuando necesitábamos más ice ya habíamos pasado de chofer y cliente a dos cómplices de drogas duras. Y, ustedes saben bien, el amor es una droga dura. Así que futurié mentalmente que mi última relación de amistad/amor iba a ser con el chofer de Uber. De tan eufórico, ya estaba paranoico. Me dio por hacer llamadas a amigos que nunca haría a tales horas tan sólo para dejar rastro de dónde estaba y con quién. Incluso le pedí a Güicho que marcara el viaje en el Uber como una forma de que alguien indagara el rastro de mí en mi viaje hacia el autoconocimiento en forma de pipa casera de metanfetamina. Chula paranoia a la que agradezco al menos hoy saber dónde fregados andaba.
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En las mismas apps de ligue de las que huí esa noche hay una tendencia para indicar si te laten las drogas o eres un acérrimo detractor. En el perfil, los mariguanos ponen 4:20 y los que fuman cristal usan el emoticón de un diamante. Eso mismo debería usarse también con los conductores de Uber. Uno podría ahorrarse viajes muy desagradables. O podría ir directo al grano. Cuando acordamos tomar un poco de alcohol en mi casa no creí hasta dónde llegaría la noche con Güicho Calzaslargas. Cuando estábamos construyendo esa catedral para la díler travesti de carretera por el perronsísimo ice que nos vendió, caí en cuenta que el Güicho y yo estábamos armando una variación de las fiestas Chemsex (Chemical Sex o Sexo Químico) que se han pupularizado entre la población de las app de ligue en su mayoría homosexual. Aunque no es de uso exclusivo LGBTTTI, el Chemsex se trata de sexo non stop con un chingo de drogas sintéticas, y enseguida un chingo de sexo, y luego unas cuantas rayas de perico (del bueno, claro), y date unos popperazos, y pon unos videítos porno, y cuánto a que no puedes hacer esa mamada igual, y que sí puedo pero antes una fumadita de ice, y ya verás.Caí en cuenta de la hora a las once de la mañana. Habíamos pasado alrededor de nueve horas juntos declarándonos ternura entre el humo de cristal. Hermoso. En un momento inespecífico de la noche yo saqué una grapa de cocaína que tenía en franco clavo. Habíamos comenzado tomándonos fotos con la cámara de mi computadora pero terminamos viendo porno en todas las pantallas de los dispositivos a la mano. Porno heterosexual, para sorpresa de los amigos a los que les he contado qué había estado haciendo aquella noche. Fotos donde salimos con mis gorras, fotos con mis sombreros texanos, fotos sin playera pero con pantalones. Videos donde nos grabamos fumando pero, ay, se acaba tan rápido, échale más. Videos donde ahora estamos preparando una nueva gota de metanfetamina en el foco. Videos con sombrero texano, sin playera y fumando del foco que improvisa una buena pipa de ice.
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Muchos hombres que viven en las normas de la heterosexualidad, que se consideran a sí mismos heterosexuales, que se burlan de la jotita que corta el pelo en la cuadra y que niegan que haya otro tipo de homosexual que no sea el de la caricatura, todos ellos, sin lugar a dudas, han tenido experiencias eróticas con algún amigo, en su adolescencia real o en noches de adolescencia tardía a los treinta o los cuarenta. Mientras escribo esto tengo el flashback de la tornaboda de uno de mis hermanos. Como uno de sus amigos se caía de borracho y bien sabemos que el borracho a las tres horas apesta, mi hermano decidió llevarlo él mismo de vuelta a su casa para que siga la fiesta en paz. Vamos en una pick-up, yo con catorce años observo desde el asiento trasero que es en realidad un espacio mínimo para guardar cosas: el amigo de mi hermano se le echa encima y le agarra el paquete, y en una suerte de rendirle pleitesía se le mete entre las piernas para chuparle por encima del pantalón del esmoquin de novio su verga recientemente desposada. Aunque todo se toma con humor, la situación es verdadera y no es una representación de nada. Es la vida en tiempo real. Ay, nomás.Los estereotipos de género son también una forma de la violencia de género y de censurar la identidad cambiante de nosotros mismos. ¿Por qué se espera que alguien se acueste de por vida con un tipo de masa corporal que se reconoce como homosexual, lesbiana o transgénero, etcétera? Rechazo esa conducta. Yo creo en la experiencia del momento como una forma de abordar nuestro libre albedrío. Hombres homosexuales que de repente se acuestan con mujeres. De repente y a veces por temporadas. Hombres heterosexuales que se relacionan con transexuales. Una vez, dos veces, y algunas veces sucede para quedarse. Considerar que un homosexual sólo deba acostarse con hombres me parece un punto de vista autoritario, que me provoca náuseas. Negarse a reconocer que aunque alguien se diga homosexual también pueda acostarse con personas del sexo contrario o que han pasado por una reasignación de género sólo habla de la pobreza con la que se observa la vida. Especialmente la vida sexual de los (otros) seres humanos. Etiquetar las preferencias sexuales con nombres específicos e inmutables me parece de una pretensión científica afincada en una falsa ambición del último saber.