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Gracias por su preferencia sexual

Mi chofer de Uber me masturbó mientras fumábamos cristal meth

¿Qué cómo se liga uno al chofer del Uber? Pues así, mijas.

La ciudad, escribió la loca entrañable de Pedro Lemebel, "la inventa el bambolear homosexuado que en el flirteo del amor erecto amapola su vicio". Aunque en mi ciudad particular yo diría: el amor erecto con cocaína es mi vicio porque qué horror fumarse el reino vegetal. Prefiero lo químico que evita que uno camine bamboleándose, suficiente vaivén tengo con esta soledad ancestral gaysss. Entonces, sólo por mi última aventura y sólo porque es la más reciente, diría metanfetamina el vicio: cristal, ice, meth. Una fumadita. ¡Mira, mamá, soy un dragón! Voy a contárselos rápidamente: tuve una relación amorosa con mi chofer de Uber mientras fumábamos cristal y nos masturbábamos viendo porno. Digo relación amorosa porque estuvimos juntos el tiempo que en promedio duro con un novio.

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Cuando las apps de ligue para smartphones vinieron a cambiar la forma en que nos metíamos a la cama los unos con los otros, los unos con las otras, las otras con las otras, y creímos por un instante que nunca más estaríamos solos, de repente una cachetada de realidad nos hizo ver que al final todos terminamos por conocernos y no queda nadie online con quien no se hubiera compartido ya la cama, la piel y hasta los ácaros. Nadie, chingado. O ex amantes o ex rechazados o ex rechazadores. Todos nos habíamos entrecruzados como perros vagabundos propiedad de nadie excepto de su propio deseo. La esperanza que nos queda es que se conecten los turistas y que no sean unos calientahuevos. La soledad está cabrona.


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Cuando así de jodido están las app de ligue hay que recurrir (¡sin importar la hora!) al bar de confianza donde lo común de la clientela son albañiles y vestidas. Total, que pedí un Uber para ver qué había en el Jardín Cruz Blanca-Wateke. Sí, me están esperando allá, le dije al chofer un poco para justificar mi salida a las dos y media de la madrugada, en lunes, evidentemente borracho pues estuve tomando desde temprano para estar más ligerito mientras leía o escribía. Madurar, bien lo dice mi amigo el poeta Luis Felipe Fabre: "es darse cuenta que no hay que ir a una fiesta para beber. Perfectamente se puede beber solo y en casa". Pero, como soy un poco contreras y aún estoy en proceso de maduración, me subí a ese pinche Uber que me llevaba a tomarme la del estribo rodeado de gente.

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Güicho Calzaslargas, mi chofer de Uber, me dijo antes de llegar a mi destino que esa noche estaba muerta, que antes de recogerme había pasado una hora esperando que pidieran un viaje y que le daban ganas de bajarse y suplicar que lo dejaran meserear. Total, que él no discriminaba y que él tenía que regresar a casa con pañales y leche para su bebé y así evitar que su mujer se lo linchara a mentadas de madre. Pero no, no se va a poder, como dijo la sobrina del General Lázaro Cárdenas. El buen samaritano de mi chofer se tendría que quedar con las ganas de meserearle a las vestidas y los traileros. En estos momentos, final de 2015, en Monterrey el cambio de los gobiernos municipal y estatal tiene a los dueños de bares y cantinas cerrando sus lugares a la medianoche. A lo lejos la oscuridad de los neones me hizo entrar en razón: si el Jardín Cruz Blanca-Wateke está cerrado, tampoco valía la pena intentarlo en otras decadentes barras. Le pedí a Güicho que me regresara a la casa.

¿Qué cómo se liga uno al chofer del Uber? Pues así, mijas. Unas cheves o qué. Sobres, pero no tengo cheves, puras sidras de esas que te disparan la glucosa y traen 5 por ciento de volumen de alcohol. Más pegadoras. Más rápido el deschongue. Más confesionales las frases. En menos de veinte minutos habíamos tocado temas transcendentales como la muerte, el sexo y las drogas. Mis temas favoritos. Los habíamos tocado pero no agotado. Para eso teníamos aún un tiempito que se alargaría más de lo pensado. No niego que dirigí el río para que desembocara derechito al mar cuando yo chasqueara los dedos. Entonces Güicho Calzaslargas reveló que sí, que traía un piquito de cristal, que regresáramos al coche a buscarlo. Por supuesto, todo lo que habíamos conversado hasta ese momento sucedió sentados en mi habitación. No crean que porque quería que el asunto fuera sexual, sino porque que es el único cuarto con menos libros de mi departamento. Y, ya se sabe: a más libros, menos libido.

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En la cadena lógica del consumo siempre estará la pregunta del origen. ¿Dónde? ¿A cuánto? ¿Se puede ahorita? Y es que el cristal que traía Güicho Calzaslargas consistía apenas en unas cuantas gotas pegadas al interior de un foco. No traía más, que lo lamentaba, nomás era una bolsita, y ni modo de comprar más cuando su mujer y el chamaco lo esperaban con la leche y los pañales. Estas fumaditas eran un reembolso por las sidras y la plática. No estés chingando, compa. Pero, a la verga, Güicho, te topaste conmigo que trabajé todo el día y por fin me tocaba la hora del recreo. Como me conozco, no tengo díler de cristal en Monterrey. Así que me tocaba torturarlo para que sacara el clavo, ese separadito que los drogos dejamos para cuando amenaza la cruda y en ese punto estábamos en alerta total. ¡Qué síndrome, hijas!


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Ya en plan travesti eufórica, convencí a Güicho para que fuéramos a conectar otra bolsita. El mejor ice que he probado ha sido de Mexicali, cocinado por la famosa N que entrevistó Elma Correa para VICE hace un tiempo. Sinceramente para cuando necesitábamos más ice ya habíamos pasado de chofer y cliente a dos cómplices de drogas duras. Y, ustedes saben bien, el amor es una droga dura. Así que futurié mentalmente que mi última relación de amistad/amor iba a ser con el chofer de Uber. De tan eufórico, ya estaba paranoico. Me dio por hacer llamadas a amigos que nunca haría a tales horas tan sólo para dejar rastro de dónde estaba y con quién. Incluso le pedí a Güicho que marcara el viaje en el Uber como una forma de que alguien indagara el rastro de mí en mi viaje hacia el autoconocimiento en forma de pipa casera de metanfetamina. Chula paranoia a la que agradezco al menos hoy saber dónde fregados andaba.

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El lugar del conecte no era una casa, no era un bar, no era un sitio a conveniencia entre Güicho y el díler. El lugar en sí era un no-lugar en los límites de San Nicolás de los Garza y Escobedo, era un descanso de carretera donde se estacionan los tráilers y en el que sólo se ve a travestis caminando sin rumbo definido. Nos estacionamos en una gasolinera y emprendimos la búsqueda. El peor díler del mundo nos podía estar esperando del otro lado de la carretera. El peor díler del mundo es el díler que no existe, ese que puede ser cualquiera pero menos al que se lo insinúas, ese que trabaja también de halcón y puede dar el pitazo al díler bueno que enseguida se negará a venderte porque estás tan pegado que temen que hagas una pendejada. Y nosotros íbamos en combo. Sin embargo, esta vez dimos fácilmente con una de las vestidas blowjoberas de traileros que traía la bolsita guardada en las chiches postizas. Cuánto. Tanto. Saca. Va. Chaíto, guapote. Buenas, lindura. Como me tocó pagar la mercancía, me había tocado piropo. Aunque se cuente rápido, el chiste de ir a buscar drogas te quita más tiempo que el que te tardas en acabártelas.

Foto vía.

Sintiéndonos triunfadores, de regreso el tema del ice se había calmado y ahora las vestidas ocupaban la conversación. Como travestólogo podría dictar charlas universitarias si me lo piden. Y también Güicho Calzaslargas era un conocedor pues antes de trabajar en Uber, había sido trailero. Y su especialidad sexual le llegó en forma de travesti. Sin cambio de sexo, aclaró. Maquilladas pero naturalitas. En un descanso de carretera como en el que habíamos ido a conectar nuestra metanfetamina. Como traía paranoia, antes de salir le pedí dejar el foco-pipa en la casa. La paranoia que provoca el ice es más aguda que la que da la cocaína o cualquier otra droga. Nos urgía llegar a casa para saber cómo estaba la que habíamos conseguido. Nos urgía preparar el foco, quemar el cristal para que salga el humo malo y se quede la gota pegada en la bombilla, nos urgía darle la primera calada para saber si había que maldecir al díler o construirle una catedral en nuestras cabecitas locas.

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En las mismas apps de ligue de las que huí esa noche hay una tendencia para indicar si te laten las drogas o eres un acérrimo detractor. En el perfil, los mariguanos ponen 4:20 y los que fuman cristal usan el emoticón de un diamante. Eso mismo debería usarse también con los conductores de Uber. Uno podría ahorrarse viajes muy desagradables. O podría ir directo al grano. Cuando acordamos tomar un poco de alcohol en mi casa no creí hasta dónde llegaría la noche con Güicho Calzaslargas. Cuando estábamos construyendo esa catedral para la díler travesti de carretera por el perronsísimo ice que nos vendió, caí en cuenta que el Güicho y yo estábamos armando una variación de las fiestas Chemsex (Chemical Sex o Sexo Químico) que se han pupularizado entre la población de las app de ligue en su mayoría homosexual. Aunque no es de uso exclusivo LGBTTTI, el Chemsex se trata de sexo non stop con un chingo de drogas sintéticas, y enseguida un chingo de sexo, y luego unas cuantas rayas de perico (del bueno, claro), y date unos popperazos, y pon unos videítos porno, y cuánto a que no puedes hacer esa mamada igual, y que sí puedo pero antes una fumadita de ice, y ya verás.

Caí en cuenta de la hora a las once de la mañana. Habíamos pasado alrededor de nueve horas juntos declarándonos ternura entre el humo de cristal. Hermoso. En un momento inespecífico de la noche yo saqué una grapa de cocaína que tenía en franco clavo. Habíamos comenzado tomándonos fotos con la cámara de mi computadora pero terminamos viendo porno en todas las pantallas de los dispositivos a la mano. Porno heterosexual, para sorpresa de los amigos a los que les he contado qué había estado haciendo aquella noche. Fotos donde salimos con mis gorras, fotos con mis sombreros texanos, fotos sin playera pero con pantalones. Videos donde nos grabamos fumando pero, ay, se acaba tan rápido, échale más. Videos donde ahora estamos preparando una nueva gota de metanfetamina en el foco. Videos con sombrero texano, sin playera y fumando del foco que improvisa una buena pipa de ice.

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Todo esto mientras volvíamos una y otra vez a nuestros temas trascendentales que eran en realidad los mismos que estábamos viviendo en situación entregada y honesta. Y sé que nunca hubiéramos estado así el chofer del Uber y yo de haber estado abierta la cantina-bar. Pues gracias, Bronco, gobernador de Nuevo León, y Adrián de la Garza, alcalde de Monterreyna. Nos animaron a vivir una noche procurándonos nuevos riesgos para que la moralidad chiquita que traen en la chompa siga intacta en el ojo público. Seguramente muchas historias no acaban tan bien como la mía que acaba en orgasmo. No creo que sea el único que al encontrar cerrados bares y cantinas decida emprender otras búsquedas. Desde aquí la porra saluda con un largo improperio a todos los políticos corruptos y mojigatos que han destruido nuestro mundo.

Mientras estaba bien pegado en un eufórico 4x4 y flotaba en la delicia de pensar en la inmortalidad del cangrejo, Güicho me agarró la verga y me empezó a masturbar (si es que se puede decir que apenas había empezado, pues es evidente que desde la primera calada de ice empezó masturbatoria esta amistad). Recordé entonces para qué habíamos cambiado la música por el porno. Me empujó a la cama y se recostó a mi lado para jalármela con la derecha y con la izquierda hacerse lo propio. Se recostó sobre mi vientre para tener mi verga junto a su cara mientras le aplicaba una tortura cochina pero sabrosa. Aunque pedí me agarrara a chupones nunca abrió la boca para metérsela, tan sólo se quedaba con la cara pegada a mis huevos. La primera vez que traté de jalársela empujó mi mano con amabilidad. Entendí que era él quien se encargaría del trabajo. Era él quien vino a dar servicio. Pero mi mano tiene autonomía y se escurrió hasta donde la meta es también el límite, el punto ciego, su orificio anal, grandiosamente protegido por unas nalgotas. Para este momento él fue quien puso mi mano en su verga. Así que fue mucho más divertido ir de su verga a su culo como y cuando yo quisiera. Después de estar dedeándolo un rato le dije que me lo podía coger. Que para mí no era ningún dilema cogerme a hombres heterosexuales. Ni padres de familia, ni hijos de papi, ni huérfanos solitarios.

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Muchos hombres que viven en las normas de la heterosexualidad, que se consideran a sí mismos heterosexuales, que se burlan de la jotita que corta el pelo en la cuadra y que niegan que haya otro tipo de homosexual que no sea el de la caricatura, todos ellos, sin lugar a dudas, han tenido experiencias eróticas con algún amigo, en su adolescencia real o en noches de adolescencia tardía a los treinta o los cuarenta. Mientras escribo esto tengo el flashback de la tornaboda de uno de mis hermanos. Como uno de sus amigos se caía de borracho y bien sabemos que el borracho a las tres horas apesta, mi hermano decidió llevarlo él mismo de vuelta a su casa para que siga la fiesta en paz. Vamos en una pick-up, yo con catorce años observo desde el asiento trasero que es en realidad un espacio mínimo para guardar cosas: el amigo de mi hermano se le echa encima y le agarra el paquete, y en una suerte de rendirle pleitesía se le mete entre las piernas para chuparle por encima del pantalón del esmoquin de novio su verga recientemente desposada. Aunque todo se toma con humor, la situación es verdadera y no es una representación de nada. Es la vida en tiempo real. Ay, nomás.

Los estereotipos de género son también una forma de la violencia de género y de censurar la identidad cambiante de nosotros mismos. ¿Por qué se espera que alguien se acueste de por vida con un tipo de masa corporal que se reconoce como homosexual, lesbiana o transgénero, etcétera? Rechazo esa conducta. Yo creo en la experiencia del momento como una forma de abordar nuestro libre albedrío. Hombres homosexuales que de repente se acuestan con mujeres. De repente y a veces por temporadas. Hombres heterosexuales que se relacionan con transexuales. Una vez, dos veces, y algunas veces sucede para quedarse. Considerar que un homosexual sólo deba acostarse con hombres me parece un punto de vista autoritario, que me provoca náuseas. Negarse a reconocer que aunque alguien se diga homosexual también pueda acostarse con personas del sexo contrario o que han pasado por una reasignación de género sólo habla de la pobreza con la que se observa la vida. Especialmente la vida sexual de los (otros) seres humanos. Etiquetar las preferencias sexuales con nombres específicos e inmutables me parece de una pretensión científica afincada en una falsa ambición del último saber.

Hace mucho que no veía tanto porno heterosexual. La metanfetamina nos tenía bien cachondos pero atrapados en esa antesala al orgasmo. Unas ganas tremendas por eyacular pero sin conseguirlo. Sobre todo cuando me di cuenta que eran las dos de la tarde. Habíamos cumplido doce horas enfiestándonos que se habían sentido apenas como un par. En realidad tampoco podía eyacular porque mi cabeza estaba adelantando fragmentos de esta crónica mientras en la escenografía de la habitación Güicho Calzaslargas ponía un video tras otro de actrices penetradas por negros, actrices dando mamadas insuperables y que en realidad se me antojaban escandalosamente debido a que me habían negado la calidez de una boca, actrices con actrices, actrices en medio de un gangbang interracial, actrices masturbándose la raja. Y yo aterrado de que mi erección sólo fuera eso, una erección sin lágrima de amor y ternura en medio de una amistad acabada de nacer. Al final gracias a la buena mano de Güicho llegué a donde me había obsesionado en llegar. Güicho después terminó sobre una bolsa de plástico que alcancé a poner cuando vi que estaba a punto de echar el chisguete sobre el edredón. No mames, Güicho, no conviertas en calvario esta bonita amistad.

Hace un rato me llegó un mensaje al celular. Era Güicho Calzaslargas por supuesto, mi chofer de Uber. Preguntaba neuróticamente que porqué no le había escrito. Que si estaba enojado. Que porqué ayer tan cachondo y hoy tan frío. ¿Enojado yo? Pero si lo único que he hecho desde que te fuiste de casa ha sido pensar en cómo escribir tu idea de fundar el club de la chaqueta más larga del mundo. Un espacio donde los amigos puedan ver pornografía en grupo y tocarse entre sí sin que nadie esté juzgando que este de aquí es una loquita que se deshace por los bugas y que este bugarrón de acá es un mañoso que esconde su lado homosexual porque no le sube el agua al tinaco. Chingadamadre, Güicho. La soledad está bien cabrona. Y la gente poco entiende.

*Este texto pertenece a un libro en preparación.