Un tiro de gracia a nuestro espíritu: ¿Quién es el Rafa Márquez que todos conocemos?
Cuartoscuro

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Caso Rafa Márquez

Un tiro de gracia a nuestro espíritu: ¿Quién es el Rafa Márquez que todos conocemos?

La acusación de que Rafa Márquez estaría implicado en una red de lavado de dinero ha sido un golpe brutal en el ánimo nacional. Por años, Rafa fue el rostro de una nueva generación de jóvenes mexicanos. Era la promesa de un nuevo México.

Arjen Robben recibe el balón en la línea de fondo. El capitán mexicano, Rafael Márquez, achica. levanta la pierna, pone los tachones en el pasto. Sin contacto de por medio, Robben se lanza en acrobática escena al piso –el rostro desencajado por un dolor inexistente –. Márquez, con los brazos levantados da una demostración de inocencia que no le había sido requerida. El árbitro, a unos minutos del final, marca la falta. #NoEraPenal responden los mexicanos. Otra vez en octavos se mueren las aspiraciones nacionales. El capitán Márquez, con un respaldo de autoridad que no ha tenido jamás un futbolista nacional, arenga a sus compañeros: aún hay tiempo. El reloj siempre en contra del país, como si ese tiempo no quisiera que llegara nunca la felicidad. México pierde, pero nadie dudó de la inocencia de Márquez, nadie dudó de su lealtad en la intentona por la pelota, nadie dudó de su fair play. Todos, incluso, olvidamos la entrada del primer tiempo, aquella que SÍ era penal.

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Hace tres años nadie dudó de Rafa, porque en los últimos 20 ha sido la única certeza del futbol mexicano. Márquez fue el dueño de la zaga de un equipo que se avergüenza de atacar: él, defensor, es el segundo mejor anotador mexicano en copas del mundo, junto con Hernández y Blanco. Estrella de un país que tiene vocación por los muertos y la oscuridad.

Hace tres años nadie dudó de Rafa porque no había razones para hacerlo, porque en los últimos 20 años ha sido titular del máximo combinado nacional. Porque Rafa era un referente del futbol mundial.

Nadie dudó, porque siempre creímos que Márquez era distinto: él no era pícaro como Blanco, mamón como Hugo, de poca técnica como Hernández, ni de contentillo como Vela. Dentro del imaginario deportivo nacional, Rafa no era el ídolo del pueblo. No venía del barrio como Cuauhtémoc, no tenía un halo de autodestrucción como Julio César Chávez, no reclamaba permanentemente el tributo como Hugo. Rafa era constante en un país de intermitencias, en un futbol que pasea la bola pero no la pasa; era clase y estilo en una cancha irregular y mal cortada.

Ninguno dudaba porque Rafa parecía, desde su debut en octubre del 96 contra Pumas, un futbolista. Tenía percha, toque, ánimo. Nadia dudaba porque en la fe no hay grietas, porque las efigies de los héroes no tienen fisuras… o no se ven.

Ninguno dudaba porque apenas superada la asolescencia, Márquez cruzó el océano cuando todos se quedaban. A finales de los 90, era el único futbolista mexicano jugando en Europa. Marcó el camino, abrió puertas, se atrevió. Se convirtió en el rostro de una nueva generación de mexicanos jóvenes. Con Rafa como capitán, se asomaba, se inspiraba, un nuevo México.

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Teníamos razones para creer, incluso cuando el ánimo se apoderaba de tu temple (como aquella artera agresión contra Cobi Jones en los cuartos de final de Corea-Japón 2002), los justificamos porque si la fe no es ciega, por lo menos es tuerta: fue un acto de coraje, de honor que no tenía los otros diez mexicanos en la cancha.

Ayer nos enteramos de la sospecha.

Ayer, en un país en el que cada vez hay menos cosas en las cuales creer, vimos – ver para creer– una imagen que coloca al astro en una alineación de un equipo malvado, como titular de una alineación del crimen organizado: según el informe del Departamento del Tesoro, Rafael Márquez Álvarez es prestanombres de Raúl Flores Hernández, detenido en el mes de julio.

El golpe fue terrible. La tristeza y el coraje ante una sola verdad: nada en este país está fuera del alcance de la mano del narco, nada escapa, ni siquiera aquellos en los que creímos, aquellos a los que defendimos. Aquellos en los que fuimos un grito colectivo.

Rafael Márquez dejó de ser y se volvió apariencia, se hizo sal, peste.

Inmensos logros de Rafa pasarán al olvido y su ofensa, de ser comprobaba, irá a la larga lista de oprobios, a la negra cuenta del crimen y sus delitos, de sus crímenes. La de Rafa no es una historia de ejecuciones, ni de descabezados; no, es peor, es un tiro de gracia en nuestro espíritu, es el plomo que asesina nuestro ímpetu, nuestro avance. El narco, el monstruo de mil cabezas, se engulló a uno de nuestros héroes. Lo bueno dejará de ser narrado y su falta será una más de las cosas malas que en este país cuentan, y cuentan mucho.

Rafa prometió que intentará esclarecer todo y volver a ser el Rafa Márquez que todos conocemos. ¿Quién es ese Rafa?