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Cultură

Acompañamos a unos activistas veganos en una noche de pintadas callejeras en Madrid

Acompañamos a un grupo de activistas veganos en una noche por las calles de Madrid. Para ellos, destrozar una carnicería solo es "violencia económica contra un negocio injusto".

Todas las fotografías por el Colectivo Britches

Es casi media noche y el tráfico de Madrid ha disminuido notablemente. Armados con botes de spray rosa, plantillas y varias pancartas de tres metros de largo por uno y medio de ancho, cinco activistas se disponen a llenar las paredes de la ciudad y los puentes de las principales vías de acceso a la capital con un mensaje explícito, icónico y contundente: "Liberación animal".

El objetivo de este tipo de pequeñas acciones es "llamar a la desobediencia civil", según me cuenta una de las participantes. Hace ocho años que es vegana y considera necesario hacer algo más que dejar de consumir productos de origen animal. No es la única causa con la que se identifica. "Creo en la interseccionalidad: ser antiespecista, feminista o antirracista forma parte de una misma lucha: la defensa de los derechos de los explotados".

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"Lo importante es que la gente, cuando lo vea, piense que el movimiento de lucha por la liberación animal sigue presente", cuentan. "En los años 80 y 90 fue muy potente, no tanto en España, pero sí en Inglaterra, Suecia, EE UU, Francia o Italia. Y queremos que resurja". En algunos de esos países se produjeron algunos de los incidentes más destacados. A mediados de los 90, los más radicales optaron por acciones polémicas como arrojar botes de pintura a las personas que lucían abrigos de piel o reventar escaparates de carnicerías y unos pocos decidieron dar un paso más allá y llegaron a atentar contra granjas y fábricas de pieles.

Preguntados por esas prácticas, los cinco muestran unanimidad. "Estamos totalmente a favor de ese tipo de acciones, siempre y cuando no impliquen violencia hacia otras personas". La pregunta surge de manera inevitable: ¿no es violencia destrozar una carnicería y arruinar, por ejemplo, a una familia entera?. "No. Es violencia económica contra un negocio injusto. Está demostrado que la explotación animal no es necesaria, al menos en el primer mundo. Los ganaderos también están perdiendo dinero por la disminución del consumo de leche. Que redirijan su negocio hacia otra actividad no violenta", argumentan.

Todos los que forman el grupo son conscientes de que la suya es una acción de perfil bajo y no entraña grandes riesgos, más allá de una posible multa. Nadie va a prenderle fuego a un laboratorio en el que se experimenta con animales, ni a liberar visones de una granja. Aun así, otra de las participantes opina que "es importante recuperar la calle para transmitir un mensaje como este, en un tiempo en el que lo cómodo es hacerlo a través de las redes sociales. El anonimato que aporta la vía pública resulta contagioso, y amplía el campo del activismo: nos encantaría que otra gente lo empezase a hacer de manera individual". En ese sentido, las redes sociales ejercen un efecto multiplicador. "Hemos visto gente que sube las pintadas a Facebook, Twitter o Instagram", cuentan con orgullo.

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Objetivo: el monumento a la tauromaquia

Nos dirigimos a la plaza de las Ventas. El monumento a la tauromaquia frente a la entrada principal es uno de los primeros objetivos. "Aquí te ensañas con gusto", apunta uno mientras agita el spray. Pero no vale todo. "Rechazamos el vandalismo gratuito que tradicionalmente ha caracterizado al graffiti: pintamos en espacios públicos, no en viviendas. No queremos joder a la gente. Incluso respetamos los graffitis o plantillas que ya están presentes en las paredes de la ciudad", cuentan. Pero puntualizan: "Sí que pintamos en espacios comerciales que fomentan el uso y la explotación de animales como mercados o tiendas de animales".

Una vez vimos a una pareja de señoras a la puerta del mercado preguntándose qué significaría eso, si nos referíamos a los perritos o a qué (…) no se daban cuenta de que igual hacíamos más referencia al pescado y los filetes que llevaban en las bolsas de la compra…

Un anciano nos observa con curiosidad. No parece importarle, ni a ellos tampoco. "Hemos visto cómo gente se queda mirando las plantillas e inicia un debate. Una vez vimos a una pareja de señoras a la puerta del mercado preguntándose qué significaría eso, si nos referíamos a los perritos o a qué". Otra de las activistas interviene: "Creo que no se daban cuenta de que igual hacíamos más referencia al pescado y los filetes que llevaban en las bolsas de la compra… Igualmente es positivo que se hagan preguntas".

Tras pintar entre 100 o 150 plantillas, llega el momento de colocar la primera de las pancartas en uno de los puentes peatonales de la M-30. "Hay que hacerlo bien: si por cualquier razón se cayese podríamos tener un problema. Y lo que es peor: podría provocar un accidente". El proceso lleva unos minutos antes de volver al coche hacia otro punto de la misma M-30. En la colocación de la segunda pancarta, la cosa se complica por culpa del viento. "¡Joder, menudo equipo de patosos!", masculla una de ellas. La Policía aparece frente a nosotros y por un momento se percibe cierto nerviosismo en el grupo, pero el coche acaba pasando de largo. "Seguramente tengan mejores cosas que hacer que multar a una panda de 'mataos' como nosotros", bromean, antes de subirse a la furgoneta y enfilar la A-2.

En el momento en el que terminan de colocar la última, amanece en Madrid. El tráfico es ya intenso y miles de conductores pasan bajo los puentes intervenidos, mientras los peatones y usuarios del transporte público se topan con las plantillas en la calle. La satisfacción se palpa entre el grupo, con el que desayuno en un bar de barrio. Poco parece importarles que a las pocas horas hayan desaparecido dos de las cinco pancartas y que algunas de las plantillas vayan a ser borradas rápidamente. La noche en vela ha valido la pena y la pequeña victoria les anima de cara a próximas acciones. "Esta es sólo una de muchas: habrá muchas más", aseguran.