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El museo nacional de historia de China

Brazo, cabeza, mano. Supongo que intentan explicarnos cómo funcionan los tendones de los dedos, pero en ese caso no tengo ni idea de por qué han puesto también un brazo y una cabeza. Todas ellas son partes...

Brazo, cabeza, mano. Supongo que intentan explicarnos cómo funcionan los tendones de los dedos, pero en ese caso no tengo ni idea de por qué han puesto también un brazo y una cabeza. Todas ellas son partes humanas reales, pero como la información estaba en chino tuve que elucubrar de qué iba la historia.

El año pasado, el fotoperiodista Nick Hannes se tomó un año sabático de su labor de fotografiar zonas de guerra en todo el mundo; viajó de Amberes a Vladivostok y, por avatares del destino, acabó en Beijing. Escuchó allí ciertas cosas acerca de su Museo Nacional de Historia que le hicieron pensar, “Uah, qué pasado de rosca”. La gente del lugar le explicó que había paredes enteras llenas de frascos conteniendo partes humanas, fetos y todo tipo de bebés deformes. Aunque el museo ha sido renovado, este ala ha permanecido ignorado y más o menos oculto al público, de forma que lo que ahora existe es, básicamente, un museo nuevecito lleno de dinosaurios de plástico y dioramas educativos de animales salvajes disecados. Pero, buscando un poco, ahí está: el laboratorio de Frankenstein. Nick compró su entrada, entró escondiendo la cámara y, esquivando a los vigilantes, haciendo caso omiso de las señales de prohibición, tomó un buen puñado de fotos. En una esquina, no señalado por cartel alguno, Nick encontró el espacio en cuestión. Una cabeza de bebé conservada en formaldehído le dio la bienvenida.

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Esta es una cabeza auténtica de niño, con los labios, mandíbulas y encías extirpados para mostrar claramente los dientes. Para tomar las fotos tuve que ajustar mi cámara con anterioridad y actuar rápido. La habitación estaba pobremente iluminada con unas pocas lámparas TL, pero yo no podía usar trípode, muy aparatoso, ni siquiera el flash, que hubiera atraido a los vigilantes. Fue bastante emocionante, para qué negarlo… Al cabo de media hora simplemente me largué. Eché la vista atrás. Nadie me seguía. Eso sí, confío en que nunca vean allí estas fotos publicadas. Me gustaría volver a China algún día. Un feto y dos bebés deformes. Sospecho que nacieron con los sesos fuera del cráneo, o algo así. Incluso puede que fuesen gemelos siameses unidos por la cabeza. Era cosa de locos ver a las familias, con niños pequeños, paseando entre las estanterías con frascos. Los padres explicaban cosas a sus hijos señalando las partes corporales. Algunas personas tomaban fotos con sus teléfonos móviles. Nadie mostraba signos de miedo o de angustia. Es posible que el problema sea nuestro, de los occidentales, que somos demasiado blandos cuando se nos enfrenta a cosas como esta.

Una mandíbula humana, muy deteriorada por los productos químicos en los que ha estado sumergida durante años. No fue fácil tomar fotografías en la Sala del Cuerpo Humano. Un signo de prohibición advertía de que no estaba permitido; no obstante, nadie me confiscó la cámara. La tuve conmigo todo el tiempo. Detrás de un mostrador y con la puerta cerrada, era imposible que los guardias pudieran ver todo el recinto. A veces salían para hacer una breve ronda; yo esperaba y, en cuanto se daban la vuelta, hacía la foto. Un niño de corta edad con el cráneo abierto. No tengo ni idea de por qué querrían seccionarle la cabeza, de igual modo que se me escapan los valores educativos de algo así. Un diorama bastante divertido. Los esqueletos que se suben a los árboles son de macaco; siniestro, sí, pero el contraste con el realismo gore de las otras vitrinas no puede ser más grande. Supongo que la Sala del Cuerpo Humano es probablemente lo que queda de un antiguo museo, más antiguo que el Museo Nacional de Historia, que se inauguró en 1951. Puede que no lo hayan renovado porque sigue atrayendo mucho público. Las alas más recientes del museo presentan un aspecto bastante pulcro, recordando de forma un tanto extraña al estilo que se llevaba en los años 90. A excepción de la Sala del Cuerpo Humano, el ambiente es el que cualquiera podría imaginar como propio de un Museo de Historia Natural: fósiles de insectos como los que salían en Parque Jurásico, auténticos huesos de dinosaurio y, claro está, los típicos dioramas con saurios de plástico luchando entre ellos. La mayor parte del museo me recordó un parque temático, o un gran parque de juegos, con hordas de niños trepando por las rejas para salir en las fotos posando con a su animal favorito. Lo curioso del caso es que, cuando entrabas en una sala después de irse los niños, las escenas adquirían un aire siniestro. Claro que, ahora que lo pienso, quizá me diera esa sensación el saber que a unos metros más allá se conservaban centenares de piezas humanas flotando desde hace años en un líquido translúcido amarillo.

FOTOS DE NICK HANNES