Intenté colocarme utilizando solo mi respiración

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Intenté colocarme utilizando solo mi respiración

La técnica consiste básicamente en respirar muy, muy deprisa; y funciona.

Ilustraciones por Alex Jenkins

Las técnicas de respiración constituyen una potente herramienta de meditación y se cree que pueden emular los efectos del LSD. Hiperventilando durante largos periodos de tiempo, puedes experimentar un estado de conciencia alterado: viajar, renacer, visitar vidas pasadas, tener visiones u oír voces. O al menos eso es lo que cuentan.

Durante miles de años, los chamanes y swamis han utilizado técnicas de respiración, aunque la práctica moderna surgió a raíz de las investigaciones sobre la LSD durante la década de 1960. La usaron héroes de la contracultura como Timothy Leary y Robert Anton Wilson, y Stanislav Grof se considera su creador. Grof es conocido por ser autor de los primeros estudios sobre LSD, en especial en el campo de la «terapia psicodélica», basada en la creencia de que las drogas alucinógenas podrían mejorar la psicoterapia. Cuando el FBI empezó a restringir el acceso a drogas como la LSD, Grof empezó a centrar sus estudios en algo por lo que no podían meterlo en la cárcel: la respiración.

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La técnica consiste básicamente en respirar muy, muy deprisa, para eliminar el dióxido de carbono del cuerpo, lo que provoca un aumento del pH de la sangre. Los efectos secundarios van desde el mareo a los hormigueos o los espasmos carpopedales (sacudidas de brazos y piernas). La mayoría de estos síntomas son consecuencia de la hiperventilación, pero las técnicas de respiración le añaden un componente meditativo, así como indicaciones y precauciones terapéuticas. Además, habrá alguien cerca para cogerte antes de que te caigas.

En un viaje a India que hice hace poco, vi un folleto sobre unas clases de respiración pegado al mostrador de una tienda de alimentos saludables en Gokarna. La clase la impartía un tipo llamado Franz Simon, que a su vez había aprendido de los métodos de Grof. Simon tendría sesenta y tantos años y un fuerte acento suizo. Es el autor de varios libros estilo New Age, con títulos como The End of Longing (El fin del anhelo) o Life Doesn't Care if You Pretend to be Dead (A la vida le da igual que finjas estar muerto), y le gusta cantar a la tirolesa y tocar el armonio.

Sus talleres se celebran en una pensión, y el día que me presenté con dos mochileros alemanes y tres israelíes, se había olvidado por completo de nuestra cita. Estuvimos un buen rato llamando a la puerta, rogándole que nos dejara entrar.

«Lo siento», dijo. «Dadme solo cinco minutos».

Minutos más tarde, nos encontrábamos todos sentados en cojines sobre el suelo de su habitación. Hacía tanto calor que costaba respirar el aire caliente. Franz intentó poner en marcha el ventilador del techo pero el motor estaba estropeado y lo único que hacía era mover aire caliente. Todos teníamos enormes cercos de sudor por delante y por detrás de las camisetas y en la zona de las axilas.

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«Bien, empecemos», dijo Franz.

Nos sentamos con las piernas cruzadas, en pareja, frente a frente con un total desconocido. La sesión empezó con una serie de preguntas –¿Quién eres? ¿Qué sacrificarías para ser feliz? ¿Qué puedes cambiar para liberarte?– a las que se suponía que teníamos que responder tan sincera y naturalmente como fuera posible en el plazo estipulado, que se me antojó una eternidad.

Después de cada pregunta, cambiamos de pareja. Se suponía que las conversaciones debían espolear la mente, provocar su curiosidad existencial innata y generar un estado que favorezca el trabajo de respiración que llegaría después. Mientras tanto, Franz Simon no dejaba de dar vueltas por la sala, escuchando nuestras interacciones, ajustando el ventilador y ofreciéndonos agua.

La sesión de preguntas y respuestas, que resultó ser muy esclarecedora y conmovedora, se prolongó durante una hora. Éramos desconocidos sincerándonos, expresando nuestros deseos, nuestros errores y los obstáculos que encontrábamos. Me sorprendieron algunas de las respuestas que di. De alguna forma, la energía de la sala –quizá por la expectación o el calor– nos hacía más sinceros y a todos nos unía el sudor y la sospecha de que estábamos un poco perdidos y de que tal vez incluso no fuéramos del todo felices.

Entonces Franz nos pidió que nos pusiéramos en pie. Nos explicó que ahora llegaba la parte potencialmente peligrosa, que se nos podría deformar el cuerpo o que nos podríamos caer, aunque aseguró que nunca le había ocurrido. Estábamos a punto de expulsar todo el dióxido de carbono de nuestros cuerpos, y aquello podía provocar agarrotamiento en el cuerpo. Los que practican las técnicas de respiración lo llaman «la garra»: los dedos de las manos y los pies se paralizan en forma de garra y luego te derrumbas sobre el suelo.

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Sin duda estaba en trance, pero no tenía más que abrir los ojos para salir de él.

Empezamos a respirar por la nariz imitando a Franz y flexionando las rodillas con cada exhalación, que era más larga que la inhalación. Cerramos los ojos y empezamos a respirar cada vez más rápidamente. Era realmente incómodo y lo único que quería era parar y volver a respirar con normalidad. El ruido de la habitación era muy intenso y notaba flojera en las piernas y los dedos entumecidos. Como si se hubiera percatado, Franz se acercó a mí y me indicó que me arrodillara. Minutos después, me ayudó a tumbarme de espaldas. Todo quedó en silencio y aparte de Franz, perdí conciencia de lo que sucedía a mi alrededor.

Entonces, Franz empezó a cantar un mantra –«Estás hecho de amor»– cantado al estilo tirolés.

A través de los párpados empecé a ver patrones fractales y formas de animales. Vi un zorro, lo que parecía un elefante y, como estábamos en India, una vaca.

Poco después, Franz nos pidió que abriéramos los ojos. Cuando lo hice, vi al resto de los presentes también tumbados en el suelo. Franz nos preguntó cuánto tiempo creíamos que había durado todo. Parecía media hora, pero Franz nos dijo que llevábamos 90 minutos tumbados.

Hicimos una pausa para tomar un helado y a la vuelta repetimos la misma técnica de respiración. Esta vez respiré más rápidamente y el trance pareció más intenso. En un momento dado, incluso vi un túnel largo y negro en el que me iba adentrando. El efecto era similar al de una pequeña dosis de LSD o de setas mágicas. Sin duda estaba en trance, pero no tenía más que abrir los ojos para salir de él. Pero su poder radicaba en el hecho de que lo había provocado simplemente respirando aceleradamente.

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Franz tocó una de sus últimas composiciones en el armonio y nos despertó. Su voz era áspera, pero dado el estado en que me encontraba, en mis oídos sonaba tan dulce como la de un eunuco.

«Bueno», dijo, «pues ya está. ¿Qué habéis sentido?».

Una chica de Israel dijo que había sentido vibraciones por todo el cuerpo. Un alemán aseguró que había perdido la sensibilidad en los brazos y tenía la sensación de estar volando («Casi lo estabas», le dijo Franz). Los hubo que oyeron las canciones de Franz en otro idioma. Por último, me dijo que la visión que tuve del túnel representaba mi nacimiento.

Franz acabó diciéndonos que aquello era simplemente una introducción a las técnicas de respiración. Quien profundiza en su práctica consigue resultados mucho más intensos: visitar vidas pasadas, limpiarse espiritualmente, despojarse de viejos traumas…

Desde aquella experiencia, he practicado las técnicas de respiración por mi cuenta, pero sin Franz –sin el armonio, los mantras tiroleses, la sala llena de desconocidos con un 95 por ciento de humedad– lo único que logré fue cansarme y quedarme dormido.

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