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Comida

Comida española en Berlín: en busca del andalusischen gazpacho perdido

Puede salir más barato pillarse un vuelo de oferta a Valencia para comer una paella en la playa de la Malvarrosa que hacértela tú mismo en tu piso de Schöneberg.

​Berlín es un universo lleno de opciones. Hace 25 años cayó el muro y la ciudad heredó el papel de "tierra de las oportunidades" que le adjudicábamos a Nueva York cuando era moderna. Ese lugar común es totalmente cierto. Pero también lo es que su oferta gastronómica, ya sea la local o la extranjera, es simple, incluso aburrida. Así que si decides trasladarte a vivir a la ciudad debes asumir que vas a alimentarte de creatividad, de historia, de un puntito de desenfreno o de gran calidad de vida, lo que tú elijas… Pero no de comida.

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Aunque seas de esos que odies escuchar al compañero de viaje decir al tercer día fuera de casa eso de "pues en España se come mejor", a la larga vas a sufrir un poquito. Pero existen alternativas. La mayoría de ellas, eso sí, son tan frías como el viento de febrero que hiela tus lágrimas mientras paseas por la oscuridad vespertina (o matutina) de Potsdamer Platz.

Por supuesto que las aportaciones extranjeras son las que salvan la papeleta cuando quieres sentarte a la mesa en la capital germana. La gran influencia de la inmigración turca se hace notar en los imbiss, esos puestos callejeros que sirven para picar entre horas, tan apañados como poco aparentes y quizá incluso algo insalubres. En este universo, el tuerto currywurst es el rey. ¿Y qué pasa si añoras una buena tortilla de patatas o incluso el cocido que tanto detestabas cuando vivías en España? ¿Y si ahora se te antoja imprescindible una paella valenciana aunque seas de Albacete? El ser humano es así, que siempre desea lo que no tiene y en el caso del ser humano de origen español que pretenda comer en Berlín como en casa de su madre lo va a tener difícil.

En una ciudad donde por lo general un brunch consiste en varias rodajas de fiambre del supermercado, un trozo de pan y un huevo duro, no se puede esperar que sus habitantes entiendan lo que supone para un español, o un mediterráneo, el sentarse a la mesa y comer. Restaurantes españoles en Berlín hay unos cuantos, o eso dicen sus dueños. Durante meses los ojos se te abrirán como platos (de comida) cada vez que tu mirada se tope con un cartel de "Spanische Tapas". No tanto por ingenuidad como por desesperación. Huye. Que el sentido común resuene más fuerte que tus necesidades. Lo normal es que la experiencia sea traumática y que te encuentres en restaurantes supuestamente españoles en los que ondea una bandera latinoamericana. Siempre hay alguna digna excepción de la que hablaremos más adelante.

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Por descontado esto es una experiencia personal. Si tienes la suficiente mano en los fogones como para ser finalista de Masterchef la cosa cambia ligeramente. Si por el contrario eres torpe con las cazuelas siempre puedes optar por ​Lieferando. Se trata de una popular app desde donde puedes pedir comida a domicilio. Son muy osados y no se conforman con ofrecer pizzas o arroz tres delicias. Mira qué pinta tiene la paella en un anuncio que desde hace unos días ameniza el lúgubre pasillo de la estación de S bahn de Yorkstrasse. Esa es la imagen promocional, claro.

Si en cambio te las apañas para hacerte tu propio cocido o paella, lo más complicado va a ser encontrar los ingredientes en un supermercado. Lidl es una de las cadenas más completas y limpias que puedes encontrar para hacer la compra del día a día. Con eso está todo dicho. ¿Nunca habéis tenido la sensación de que los productos que anuncian en la tele como ofertas semanales son los que se les caducaron el mes anterior? Como saben sus clientes habituales, en Lidl dedican semanas temáticas a las gastronomías extranjeras. Todo ello pasado por ese tamiz Lidl, entre lo cutre y lo fascinante. Con ansia se espera en Berlín la Iberische Woche, una selección de productos de España y Portugal que nos llegan a través de la marca ficticia Sol y Mar. El color fosforescente del chorizo es impagable.

Algo bueno tiene esta semana fantástica. Y es que resulta más sencillo que nunca encontrar botes de garbanzos y alubias porque gracias a ella se amplía la oferta, tarea no tan sencilla en los súper berlineses aunque sí en los turcos, nuestros colegas mediterráneos. Por fortuna para los cocinillas existe ​Mitte Meer (Mediterráneo), una pequeña cadena de supermercados con artículos de España e Italia. Es un gusto, pero tienes que tener presupuesto. Sin ánimo de exagerar, puede salir más barato pillarse un vuelo de oferta a Valencia para comer una paella en la playa de la Malvarrosa que hacértela tú mismo en tu piso de Schöneberg. La selección es muy digna, eso sí. Legumbres, embutidos, quesos…

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Huele a tienda de toda la vida. Hasta horchata Chufi tienen. Y Cola-Cao, que hace años que no bebes pero ahora te apetece. La pescadería con productos frescos es otra cosa que no abunda por las calles de Mitte o de Prenzlauer Berg, por poner dos ejemplos. La de Mitte Meer parece del mismo Sevilla.

Cuando la dependencia gastronómica llega al paroxismo, ahí está para echarnos una mano la versión alemana de Amazon, que ha decidido que la creciente población española está lo suficientemente desesperada como para pagar seis euros por una tableta de turrón El Lobo (qué buen turrón) o cuatro euros por un paquete de Galletas María de Fontaneda. Cómo nos conocen.

Entre las escasas opciones dignas en el campo de la restauración está Á​tame. Se encuentra muy cerca de Alexanderplatz y su nombre es una clara referencia a Almodóvar, una de las cosas por la que nos respetan en Alemania junto a la selección española de fútbol. Bueno, por eso ya no tanto. Se encuentra en una zona tan céntrica que su tufo a turista no se lo quita nadie, pero puedes solventar el mono de comida de casa si estás dispuesto de nuevo a aflojar la cartera.

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La calidad de los productos no es mala y tienen horario español: el cierre de cocina es tardío, en torno a las diez de la noche. Beber vino es deporte de riesgo en un bar cualquiera de la ciudad. Aquí no tanto. Otro minipunto para Átame.

También merece nuestros respetos el ​Bar Raval de Daniel Brühl. Cuando te cuenta que él mismo ha seleccionado hasta el último azulejo para darle el ambiente barcelonés que él también echa de menos, te lo crees. Quizá porque es muy buen actor y te la cuela, acostumbrados todos ellos a camelar a periodistas y productores con una o varias copas de alcohol en la mano, pero también porque el resultado final del restaurante en cuestión delata cierto mimo.

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Esas postales tan ochentenas que te encuentras de camino al baño y que recuerdan a tus propios veraneos en la costa o los simpáticos carteles y sifones lo corroboran. Además tiene un socio español, Atilano González, que se asegura que todo sepa a España. Con independencia de lo que opines del giro que da en su carta al gazpacho tradicional, pasar un rato en su local de Kreuzberg es como teletransportarse. ¿Que peca de bar modernete? Pues como los de Barcelona o Madrid. Ninguna diferencia.