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El número de la resistencia a evolucionar

Cómo matar un lobo

Nos infiltramos en un derbi de caza de lobos y coyotes en Idaho.
Cómo matar lobo
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La mejor forma de herir de gravedad a un lobo sin llegar a matarlo de inmediato es dispararle en las tripas, preferiblemente con munición perforante de blindaje. A diferencia de las balas con punta de plomo, que se aplastan al impactar y causan la muerte de forma casi instantánea, estas otras perforan al objetivo y salen por el otro lado.

Esto ofrece dos ventajas: la primera es que el animal sufre más, sobre todo si se le dispara en el vientre. Se irá desangrando lentamente, correrá aterrorizado un kilómetro y finalmente caerá muerto. La segunda ventaja es que, si cazas de forma furtiva (ya sea fuera de temporada, de noche con la ayuda de un foco o en un sitio donde esté prohibido), los guardas de coto tendrán muy pocas pruebas forenses para incriminarte. No habrá ninguna bala en el cuerpo del animal y, lo que es más importante, el lobo habrá recorrido cierta distancia desde el lugar donde se le disparó, por lo que resultará casi imposible localizarlo.

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Todos estos útiles consejos me los dio un simpático señor en un bar de Salmon, Idaho, donde el diciembre pasado se celebró el primer derbi de caza del lobo y el coyote. Acudí a esta población rural de unos 3000 habitantes para participar en la competición. Durante los dos días siguientes, varios cientos de cazadores competirían por matar tantos lobos y coyotes como pudieran. En juego había dos premios de 1000 dólares, uno para el que masacrara más coyotes y el otro para el que consiguiera el ejemplar de mayor tamaño. Los niños también podían participar. De hecho, según el panfleto promocional, había premios especiales para las categorías de 10-11 años y la de 12-14. El evento, organizado por un grupo deportivo sin ánimo de lucro llamado Idaho for Wildlife (Idaho por la Fauna), anunció que la competición sería histórica: el primer derbi de caza de lobos que se celebraba en los Estados Unidos desde 1974.

Una cosa es cazar para alimentarse, y en ocasiones esta práctica ayuda a mantener el equilibrio ecológico en casos de superpoblación. Pero la razón por la que hay tantos ciervos en Estados Unidos es muy sencilla: la progresiva desaparición de grandes depredadores como el león de montaña y —sí, lo habéis adivinado— el lobo. Si es necesario que haya lobos en los ecosistemas, ¿por qué celebrar una competición para exterminarlos? Tras empaparme de información sobre el odio al lobo en la página web de Idaho for Wildlife, me surgió la duda de si los residentes de Salmon querían cazar lobos por puro despecho.

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Esa gente odiaba a los lobos y yo quería entender la razón. Además de matar lobos, otra de las misiones principales del grupo, según su página web, es la de "luchar contra cualquier intento legal, por parte de organizaciones en defensa de los derechos de los animales y en contra de las armas, de despojarnos de nuestros derechos y libertades, reconocidos por la Constitución de los Estados Unidos de América". La web también dejaba claro que no se aceptaba la presencia de medios de comunicación. La única forma en que podría documentar la competición sería acudir como cazador, así que me presenté en Salmon días antes del evento y pagué los 20 dólares de la cuota de inscripción. Ya era oficialmente un participante más en la carnicería. Las normas del derbi establecían que debían formarse equipos de dos cazadores. Las semanas previas al evento, contacté con dos activistas en defensa de los lobos, Brian Ertz y su hermana, Natalie Ertz, naturales de Idaho, que habían trabajado para grupos conservacionistas locales. El cuarto miembro era Bryan

Idaho que tenía conocimientos de chamanismo y decía tener la capacidad de hablar con los animales.

El amable hombre del bar, de nombre Cal Black, nos invitó a los cuatro a una ronda cuando le dijimos que habíamos llegado a la ciudad para la competición. Cal se había criado en un rancho cercano, por lo que compartía ese sentimiento de aversión hacia los lobos de la mayoría de los residentes. Salmon vive del ganado —el paisaje está salpicado de vacas y ovejas— y los ranchos atribuyen a los lobos la ingente cantidad de muertes de reses. Por tanto, es necesario erradicar esas criaturas sin contemplaciones, y el derbi no era más que una extensión de ese sentimiento.

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"Cargaos hasta el último de esos malditos lobos", nos dijo Cal. El mismo destino les deseó a los "abrazadores de árboles", la mayoría de los cuales, según Cal, viven en Nueva York. "¿Sabéis lo que me gustaría? Que cogieran a los lobos y se los plantaran en el Central Park. ¡Nos han impuesto tener estos malditos lobos! ¡A la mierda! Dicen que un lobo no te ataca. Joder, esos abrazadores de árboles no saben nada. Que los lobos se coman a esos cabrones. ¡A lo mejor así aprenderían algo!"

Todos brindamos por que los abrazadores de árboles recibieran su merecido. Tuve que contener el impulso de decirle a Cal que pasaba alguna temporada viviendo en Nueva York, y que Natalie había estudiado arboricultura en la universidad y, de hecho, había abrazado árboles literalmente. Su hermano, que ahora tiene 31 años y estudia derecho en Boise, Idaho, me advirtió de los riesgos de presentarnos de incógnito cuando le comenté la idea por teléfono. Como representante de la ONG Western Watersheds Project, firme defensora de la protección de los lobos, ha asistido a numerosas reuniones públicas sobre "la gestión del lobo" en comunidades como Salmon. "Salmon es el vientre de la bestia", me dijo. "No existe un lugar más hostil. Es como Mordor."

El antiguo jefe de Brian en Western Watersheds Project, el Director Ejecutivo Jon Marvel, ha recibido amenazas de muerte por salir en defensa de los lobos frente la poderosa industria ganadera. Lo mismo les ha sucedido a numerosos activistas del oeste americano que abogan por la protección de este animal, en especial a aquellos que se han enfrentado públicamente al sector, que han sido víctimas de amenazas y agresiones: neumáticos rajados, actos vandálicos en sus hogares o ventanas rotas con ladrillos en plena noche. La opinión de Idaho for Wildlife al respecto está muy clara en su página web: "¡Los depredadores en exceso y los ecologistas deberían ser los primeros!"

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Durante los preparativos para el derbi, nos mimetizamos con el estilo del lugar: pantalones y chaquetas de camuflaje, gorras de lana, pasamontañas, prismáticos y botas pesadas. A Walter le gustaba cazar alces cuando no se comunicaba con ellos místicamente, así que pasaba totalmente desapercibido en Salmon, con su rifle M4, un cargador de 30 balas y una Beretta del 45 en la cadera. Me prestó su Win Mag 300 con cerrojo y bípode plegable, mientras que Brian llevaba un 30-06 con mira Leupold. Natalie, que es muy alta y guapa, iba armada solo con la cámara y desempeñaba el papel de esposa complaciente que ha venido "a pasarlo bien", tal como ella mismo dijo.

En el momento de la inscripción, la noche antes de la cacería, teníamos un aspecto tan convincente que los organizadores ni se molestaron en pedirnos las licencias o los permisos para cazar lobos. Es más, nos recomendaron algunas zonas en las montañas cercanas en las que podríamos encontrar lobos a los que disparar de forma ilegal.

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Bryan Walker, Brian Ertz y Natalie Ertz

En Wolves and the Wolf Myth in American Literature (Lobos y el mito del lobo en la literatura norteamericana), S. K. Robisch presenta al lobo como una "fuerza mística en la mente humana" que durante milenios ha estado asociada con la pureza de la sed de sangre y la caótica crueldad de la naturaleza. El lobo como superdepredador mitológico trae consigo el caos y el terror, devorando a jóvenes y ancianos, a los débiles, a los inocentes y a los insensatos a su paso, utilizando artimañas y engaños.

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De Mateo 7:15: "Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces". La abuela de Caperucita es devorada por un lobo travestido, y los Tres Cerditos son también víctimas de una de estas criaturas. En la Baja Edad Media, la Iglesia Católica Romana declaró al lobo un agente del Demonio, o incluso una manifestación misma del camaleónico Satanás. Por último, naturalmente, el hombre lobo, un hombre convertido en bestia a causa de una mordedura y que ha perdurado en el imaginario colectivo como una figura demoniaca que mataba por placer a la luz de la luna llena.

Existen en las lenguas anglosajonas y germánicas ciertas palabras para referirse al lobo —warg, warc, verag— que también se utilizan para designar a los bandidos, criminales o espíritus malvados. En sueco, la palabra varg quería decir sencillamente "todo lo que está mal". Incluso Teddy Roosevelt, presidente conservacionista y amante de la naturaleza, se refería a los lobos como "el arquetipo de la voracidad, la bestia del mal y la desolación".

Lo cierto es que el Homo sapiens guarda una estrecha relación con el Canis lupus. El lobo gris fue el primer animal salvaje en ser domesticado, mucho antes que la vaca, el caballo o la cabra. Su descendiente directo recibe la clasificación de Canis lupus familiaris, también conocido como perro común. A pesar de la inmensa variedad de razas, el perro es casi idéntico al lobo desde el punto de vista genético. Ni el oso, ni el tigre ni el león —depredadores temidos por la raza humana y que todavía hoy resultan mucho más peligrosos que el lobo— salieron de la oscuridad para unirse a los primeros homínidos al calor de sus hogueras. El lobo, sí, aunque es cierto que algunos de esos hombres acabaron siendo devorados.

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Existe una teoría que sostiene que, hace 20.000 años, lobos y humanos cazaban a las mismas presas —grandes herbívoros— y, al igual que nosotros, los lobos se agrupaban en manadas. Ambos se alimentaban de las capturas del otro. El antagonismo dio paso al mutualismo, a la simbiosis y a la cooperación.

Sin embargo, hacia el 8000 a.C., los humanos empezamos a domesticar animales y a reunirlos en sus poblados. El lobo dejó de ser nuestro amigo, ya que ahora perseguía y devoraba a las ovejas y las vacas de nuestra propiedad. Había nacido el odio por estos animales, y desde entonces, crecería en la misma proporción en que nos fuimos distanciando de la naturaleza.

Desde el primer instante en que llegó al Nuevo Mundo, el hombre occidental, pertrechado con pólvora y ávido de poseer tierras, demostró tener mayor capacidad para causar muerte y desolación que el resto de depredadores —lobos, coyotes, pumas, osos negros, linces u hombres lobo—, que también caían a su paso. Se cazaba a los lobos disparándoles, con cebos, trampas, con cuerpos de animales que contenían veneno o cristales rotos. Sus cachorros eran quemados vivos en sus propias guaridas. "Ese comportamiento sorprendió mucho a los nativos americanos", afirma Ted Williams, periodista ambiental. "Para ellos, esta extraña conducta era una manifestación de locura entre los rostros pálidos".

La proliferación de carreteras, granjas, pueblos y ciudades de la joven república acabaron por arrasar el hábitat del lobo. En el año 1900, ya no quedaba rastro de estos animales al este del Misisipi. En la década de 1950, solo era posible encontrarlos en regiones aisladas del oeste americano, y en número extremadamente reducido —quizá una docena de ejemplares en una extensión de 48 territorios, cuando la población precolombina alcanzaba los varios cientos de miles.

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El propósito de esta matanza no era proteger al hombre, si bien esta es la idea que ha perdurado. En los últimos 100 años, solo existen dos casos de muertes de Homo sapiens por ataques de lobos en Norteamérica. Quizá hubo más casos durante el siglo XIX (los registros antes de 1900 son imprecisos y no existen documentos que respalden unas historias que a menudo se exageraban). Un estudio llevado a cabo en 2002 por el Instituto Noruego de Investigación Natural repasa la historia de la depredación humana por parte del lobo en Europa, Asia y los EUA desde el año 1500 hasta la actualidad, concluyendo que los ataques de lobos son "extremadamente raros", que "la mayoría de ataques los causaron lobos con rabia" y que "el ser humano no se encuentra entre sus presas habituales". La gran mayoría de los lobos de los Estados Unidos han muerto a manos del hombre por un agravio antiquísimo: se comían nuestro ganado.

En 1974, los lobos de Estados Unidos recibieron un indulto. La aprobación de la Ley sobre Especies en Peligro de Extinción, el año anterior, allanó el terreno al Congreso para declarar al lobo como especie protegida y prohibir su caza. Miles de lobos han sobrevivido en los bosques, las montañas y las praderas occidentales de Canadá y ahora, amparados por la prohibición de su matanza en los EUA, partes de la población han iniciado una lenta marcha para repoblar las regiones de Alberta, la Columbia Británica y Montana. En 1995, el Congreso aceleró el proceso al ordenar que los lobos que se capturaran en Canadá se trasladaran a las montañas de Idaho y Wyoming.

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A partir de entonces, la población de lobos creció como nunca en la historia, y los ecologistas señalaron con asombro los beneficios que ello supuso para los ecosistemas del oeste. En el Parque Nacional de Yellowstone, lugar clave para la repoblación, los lobos redujeron el excedente de población de alces, que había causado estragos en los árboles y los pastos del parque. Al reducirse la población de alces, la flora pudo reproducirse. Este paisaje renovado sirvió de hábitat para docenas de otras especies: castores en los arroyos, aves cantoras en el sotobosque y mariposas entre las flores.

La percepción del éxito de la iniciativa fue tal que, en 2009, se declaró totalmente restablecida la población de lobos de los EUA. En 2011, el Congreso retiró su condición de especie protegida, provocando las protestas de innumerables biólogos, ecologistas y científicos ambientales. Para los críticos no pasó desapercibido que la retirada del Canis lupus de la lista de especies protegidas se debió, en gran medida, a la presión del sector ganadero. Por primera vez desde 1974, se retomó la cruenta caza de lobos en el norte de las Montañas Rocosas —en Idaho, Wyoming y Montana—, esta vez dentro de la legalidad. Las temporadas de caza de invierno diezmaron manadas enteras. A instancias de los rancheros, el Gobierno de los EUA también se unió a la matanza enviando agentes de control de depredadores de los servicios federales de protección de la fauna.

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Esa visión del lobo como una alimaña empeñada en robar el ganado a los granjeros se ha mantenido viva hasta la actualidad, si bien no existe casi ninguna prueba que respalde semejante estigma. La cifra anual de cabezas de ganado devorado por lobos u otros depredadores es insignificante. En 2010, solo el 0,23 por ciento de las reses en los EUA murieron por esta causa.

Poco importa que esta gestión agresiva de los depredadores carezca por completo de fundamento ecológico. "El mito que nos han inculcado dice que hay que cazar a los depredadores como los lobos porque, si no, su población crecería de forma exponencial y sin control", asegura Brooks Fahy, director de la ONG Predator Defense, en Oregón. "Sin embargo, no hay ningún estudio científico que lo corrobore. La población de lobos se regula por sí misma, si se les deja tranquilos". En palabras de Fahy, "la gestión del lobo es una forma de locura racionalizada".

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Cazadores orgullosos mostrando sus trofeos

"¿Vais por lobos?", nos preguntó un cowboy ataviado con un sombrero enorme y mostrando una sonrisa del tamaño de Texas, al ver nuestras chaquetas de camuflaje y la furgoneta cargada de rifles. Asentimos. "¡Bien!" Fuimos a una tienda en el pueblo de Old Sawmill Station, Idaho, cuyas paredes estaban engalanadas con fotos de cazadores mostrando cuerpos de depredadores como trofeos: preciosos pumas, osos y lobos hechos trizas. En algunas fotos se podía ver a las diminutas esposas de los cazadores sosteniendo los cadáveres de lobos que las doblaban en tamaño.

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El propietario nos contó que el mejor lugar para encontrar lobos estaba tomando una polvorienta carretera que discurría paralela a la bifurcación este del río Salmon. "Cuando hayáis pasado Boulder Creek, buscad rastros", dijo.

Condujimos hacia las montañas, siguiendo el curso de la bifurcación este del río. Brian amenizaba el trayecto contando chistes sobre cowboys y ranchos.

Desde joven, Brian estaba acostumbrado a cazar alces y antílopes en la montaña. Con solo diez años, se dio cuenta de que las vacas y las ovejas dominaban el paisaje, en detrimento de cualquier otra especie herbívora. Cuando tenía unos 20 años, pasó cinco como director de medios de Western Watersheds Project, una organización cuyo principal enemigo era la industria ganadera. La superpoblación de vacas deterioraba las tierras de las cuencas. De hecho, las vacas destrozan prácticamente todos los ecosistemas del árido oeste. Allí donde pastan las reses domesticadas, poco queda para los ungulados silvestres —alces, ciervos y antílopes—.

Ascendimos por la carretera del río hasta alcanzar una zona elevada rodeada de picos afilados. La belleza del lugar nos dejó a todos sin habla. Nos colgamos los rifles y empezamos a caminar por colinas, senderos polvorientos y barrancos, buscando huellas de lobo en la nieve.

Walker era nuestro rastreador. Se había criado en una familia de rancheros del Idaho rural, en una granja con 200 ovejas. Como cazador consumado, me explicó que había cazado "casi de todo" hasta una noche, en 2004. Se encontraba en la habitación de un hotel en Spokane, Washington, cuando un coyote se situó justo debajo de su ventana y empezó a aullar sin parar. "¡En pleno centro de Spokane!", dijo. "Esa fue la primera vez que entendí que los animales estaban hablando conmigo."

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A partir de aquel día, cambió totalmente su visión de los animales. Cada vez que volviera a cazar, lo haría de forma honorable y responsable. Habló de la "responsabilidad del depredador", del "disparo ético", de matar al animal con una sola bala, sin provocarle sufrimiento. Me contó que una tarde, no hace mucho, había estado cazando con arco en Idaho, persiguiendo a un alce en la cima de un risco. "Una urraca apareció volando desde el valle", explicó. "Os juro que habría volado casi dos kilómetros para llegar allí. Se posó en una rama junto a mí y empezó a hacer unos sonidos que nunca había oído en una urraca. El animal y yo empezamos a hablar y hablar."

El primer día no encontramos rastros ni heces de lobo. De vuelta en la camioneta, con las manos vacías, abrimos unas cervezas y fumamos unos cigarrillos. Al poco tiempo apareció en la distancia una furgoneta. Nos pusimos tensos. La furgoneta se paró junto a nosotros y sus dos ocupantes nos miraron.

"¿Estáis haciendo el derbi?", nos preguntaron, a lo que asentimos. "¿Por dónde habéis estado hoy?"

Hubo una pausa larga e incómoda. Yo me llevé la cerveza a los labios y miré a Brian, que no paraba de fumar. Habíamos sido unos cazadores muy perezosos. Walker tomó las riendas y mintió de maravilla. Explicó que habíamos estado cazando a lo largo de la bifurcación este del Salmon, y en tal y cual cañón, con ganas de conseguir una presa, pero que no habíamos encontrado nada. Los hombres se metieron tabaco en la boca y escupieron. Hablamos sobre lo difícil que era seguir el rastro a los lobos y nos preguntamos por qué coño no se dejaban ver. Los hombres nos trasladaron las instrucciones de los rancheros de la zona: si alguno de los participantes veíamos algún lobo en sus propiedades, teníamos que disparar sin previo aviso y olvidarnos de la legalidad.

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Cuando se marcharon, Walker soltó un suspiro. "Ese es el tipo de tíos con los que he tratado toda mi vida", aseguró. "Esa es mi familia. Les gusta salir y matar. No son malos, simplemente… no son conscientes."

Ese mismo día, un técnico de sonido veterano de la BBC y un cámara llamado Martyn Stewart, que habían viajado a Salmon para cubrir el derbi por su cuenta, empezaron a atraer demasiadas miradas hacia ellos.

El primer problema era el acento australiano de Martyn. Un extranjero en Salmon es algo serio. "En esta ciudad permanecemos unidos", le dijo un cazador cuando llegó. "No hay negratas en esta ciudad. ¿Tú ves algún negro?"

La segunda traba era el pendiente. Martyn había ido a una tienda de armas de la calle principal para preguntar dónde se realizaba la inscripción al derbi. Más tarde, me contó que el dependiente se le quedó mirando como si fuera un trastornado. "Te sugiero que te quites ese pendiente", dijo, "porque pareces un maricón".

El día de la inscripción, se presentó con zapatillas deportivas y una chaqueta North Face amarilla .Vi a un cazador de aspecto amenazante señalar con la cabeza a Martyn. "No debería estar aquí". Una vez realizada la inscripción, Martyn regresó a su hotel, esta vez seguido por una camioneta, que dio la vuelta en el aparcamiento y se marchó cuando Martyn salió de su coche.

A la mañana siguiente, fue a una cafetería en la que la camarera le aseguró que hacía por lo menos dos años que no había oído aullidos de lobo, lo que parecía entristecerla. En ese momento, entraron dos cazadores vestidos de camuflaje y se sentaron en una mesa frente a la suya, sin dejar de mirarle. Cuando finalmente cruzaron sus miradas, Martyn les saludó. No obtuvo respuesta. Se quedaron mirándolo otros 40 minutos, sin consumir comida ni bebida. Cuando Martyn se levantó, ellos también lo hicieron. Luego se marchó, y ellos también.

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Más coyotes muertos

Idaho for Wildlife había organizado una ceremonia de clausura para las cuatro de la tarde del segundo día de competición. Se preveía que los asistentes trajeran docenas de lobos muertos al evento. El ganador se decidiría en una ceremonia que se iba a celebrar en la parte trasera del Steel & Ranch, el almacén de suministros en el que habíamos cumplimentado la inscripción. "Tiene nombre de club de sado para vacas", resopló Brian. Habían dispuesto un gancho en el que se colgarían las piezas para que los jueces las midieran y pesaran y emitieran su veredicto.

Subimos a la camioneta y nos disponíamos a ir al norte, a la ciudad, cuando Natalie gritó que había visto algo moverse por la nieve en un campo a varios cientos de metros de donde nos encontrábamos. "No creo que fuera un ciervo", nos aseguró. Walker frenó bruscamente y saltamos del vehículo, cargando con las miras telescópicas, los prismáticos y el 300 Win Mag, que llevaba yo.

"¿Coyote?", preguntó Walker mientras inspeccionaba el campo a través de la mira.

"No es un coyote", dijo Brian. Tenía al animal en el punto de mira de mi rifle.

"Es un lobo", dijo Natalie. "Mira el color y el tamaño, y esa cola". Guardó silencio un instante y bajó el mentón, sonriendo. "¡Hacía más de dos años que no veía un lobo!"

Observamos al animal corretear unos 400 metros, olisqueando el terreno tranquilamente mientras caía la tarde. De repente se detuvo, alzó la cabeza y miró en nuestra dirección, su silueta recortada sobre el blanco manto de nieve. Parecía como si me estuviera mirando a mí, a través de la mira del rifle, penetrando mis huesos hasta llegar a la punta de los dedos del pie.

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Un instante después, todo terminó. En un abrir y cerrar de ojos, el animal desapareció de nuestra vista, perdiéndose en el collage que formaban los parches de arbustos y de nieve. El murmullo de las aguas del río llegaba hasta nosotros y el sol nos regalaba su luz a través de las montañas.

Tanto Brian como Natalie coincidían en lo extraño del avistamiento. "Joder, es increíble", dijo Natalie. "A plena luz del día, junto a la carretera, tan cerca de la ciudad, de un sitio como Salmon, con todos esos cazadores por ahí… Es…". No supo qué decir. Parecía estar a punto de llorar.

Natalie había pasado los últimos cinco años observando, siguiendo y escuchando a las manadas que poblaban las montañas de Idaho. Durante ese periodo había logrado ver por lo menos 20 lobos. Se enamoró de estos animales por las mismas razones por las que lo hacen todos los apasionados de los lobos. Al fin y al cabo, los lobos no son tan distintos de los seres humanos. Son monógamos, leales, compañeros de por vida y crían a sus pequeños con sumo cuidado en sólidas unidades familiares, lideradas por un macho y una hembra alfa. Podría decirse que son esas similitudes con el ser humano las que nos resultan tan cautivadoras.

Natalie había aullado con ellos y había escuchado su réplica. Había visto a los ejemplares alfa aparearse y criar a sus cachorros. Había visto a los pequeños jugar, crecer y aprender de sus padres, incluso había llevado a su hijo de diez años a ver lobos, a oírlos hablar, invitándole a averiguar el significado de sus aullidos. Ahora, después de dos años, había vuelto a ver un lobo.

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"Intentemos hostigarle", dijo. Me quedé mirándola. El propósito de hostigar animales —generalmente mediante unos cuantos tiros al aire— es el de hacer saber a los animales que no somos sus amigos. Ya habíamos barajado esa posibilidad. Supondría una violación de las leyes estatales de Idaho, según las cuales se permite disparar a los lobos pero en ningún caso se tolera que se "acose, acorrale o moleste intencionadamente a ningún animal".

Walker, que había sido fiscal en Idaho, nos advirtió que un hostigamiento durante el derbi podría interpretarse como una infracción grave. "A la mierda", dije. "Que me extraditen de Idaho". Puse un cargador en el Win Mag, apunté por encima de los arbustos en los que había visto desaparecer al lobo y disparé. El estallido resonó por las colinas y oímos el ruido de la bala al impactar.

"¡Le has dado!" ¡Joder, le has dado!", gritó Brian, con un ojo en la mira.

Sentí como si me hubiesen disparado a mí.

"Estaba de coña, Ketcham. ¡Mira, se mueve!". El animal había salido de su escondite, asustado por el disparo. "¡Va a toda velocidad hacia la valla! ¡Espera, hay dos! ¡Sí, son dos! Y han captado el mensaje".

Con la rapidez y la fuerza que les son propias, la pareja de elegantes ejemplares corrió por las colinas, hacia las montañas, 600 metros, 700 metros, 1.000 metros, hasta desaparecer.

Fue la primera vez que vi lobos en la naturaleza. Dada la situación actual, era como si me hubiese tocado la lotería. La Humane Society of the United States afirma que se han matado casi 1.400 lobos desde que dejaron de ser especie protegida en 2011, y la mitad de ellos en Idaho. Hace unos años, la población total en las Montañas Rocosas septentrionales había alcanzado los 1.700 ejemplares. Los lobos están desapareciendo, y las manadas se dividen en grupos más reducidos al ver comprometida su perpetuación. Natalie me dijo que los dos que vimos probablemente fueran los supervivientes de una familia cuyos parientes estarían colgando de un gancho.

A pesar de los esfuerzos de los participantes, no se mató ni un lobo durante el derbi de Salmon, y en la ceremonia en Steel & Ranch se respiraba cierto ambiente de fracaso.

Allí estábamos nosotros, fingiendo decepción por no haber capturado ningún lobo. Únicamente otro equipo había logrado ver a un ejemplar durante la cacería y nosotros presumimos de haber visto dos. El resto de cazadores se mostraron suspicaces cuando les solté la mentira de que habíamos fallado el tiro a una distancia de menos de 400 metros. "¡Joder, di 500 metros!", me susurró Walker. "Menuda vergüenza".

Respecto a los coyotes, solo se habían capturado 21, según Idaho for Wildlife. Martyn Stewart estaba encaramado en la plataforma de carga, grabándolo todo. Casi todos los animales sufrían ya el rigor mortis, lo que dificultaba la tarea de abrirles las patas para comprobar su sexo. Se había anunciado que habría un permio menor de varios cientos de dólares para el cazador que hubiera derribado más coyotes hembra.

Martyn no supo que yo era periodista hasta unos días después del derbi, cuando hablé por teléfono con él. Me contó que al día siguiente, cuando se marchó de la ciudad a las 6 de la mañana, vio los faros de una camioneta que lo seguía en la oscuridad. Cuando el velocímetro marcaba 80, la camioneta, que tenías las luces largas puestas, embistió a su vehículo por detrás mientras hacía sonar la bocina.

"Me estaban cegando" dijo Martyn, "y debo admitir que tenía el corazón en la boca. Me estaban echando de la ciudad, literalmente". Cuando hubieron recorrido unos 15 kilómetros hacia el norte de Salmon, la camioneta soltó un último bocinazo, hizo luces y dio por finalizada esa persecución infernal.

Nosotros nos libramos de un destino similar. Logramos incluso engañar al sheriff local, que nos aseguró que se había encargado de que no hubiera problemas con los activistas defensores del lobo. "Habíamos oído que habría alguna amenaza", dijo. "Pero no ha aparecido nadie. Supongo que no habrán tenido el valor".

"¿De verdad?", replicó Natalie. Pude ver una sonrisa dibujándose en sus labios.