FYI.

This story is over 5 years old.

Cultură

Cómo me convertí en uno de los contrabandistas de arte más exitosos

Y aunque les duela, no me han podido matar.

Michel Van Rijn convirtió el contrabando internacional de arte en… un arte, y en su momento fue buscado por las autoridades de todo el mundo por transportar valiosas piezas de arte por tierra y mar. Con millones en el banco, Michael llevaba la vida de un playboy. Tenía aviones privados, disfrutaba de un harén de mujeres preciosas y negociaba con algunos de los criminales más peligrosos del mundo; muchos de ellos eran miembros de distintos gobiernos (y probablemente todavía lo sean).

Publicidad

Hacer contrabando de arte ha sido lo suyo desde que tenía 20 años, y además de haber lidiado con gángsters de primera clase y supuestos traficantes de arte legítimos, le han disparado, ha sido extraditado, encarcelado, perseguido por el MI6 y la Interpol, y ha recibido amenazas por correo.

No ha dado muchas entrevistas en los últimos seis años, pero logré contactar con él para charlar. Cuando le conté que había participado en algunos encuentros de box clandestino antes de convertirme en periodista, Michael me tomó cariño, pues él también es luchador. Una vez había tantas recompensas por su cabeza que los detectives de Scotland Yard hicieron una apuesta para ver cuánto tiempo vivía antes de que un asesino a sueldo lo encontrara.

Fornido, con barba frondosa y ahora ya arrugado, Michel me saludó, le dio una calada a su cigarro y aceptó charlar conmigo sobre el lucrativo mundo del contrabando y cómo se convirtió en el maestro del arte.

VICE: Hacer contrabando de arte no suena como algo fácil. ¿Cómo te involucraste en el oficio?
Michel: A los 15 ya me habían echado de siete escuelas. Debía de tener TDAH o algo así, porque odiaba la escuela y siempre quería hacer algo distinto con mi vida. Empecé a importar abrigos baratos para hippies de Estambul. Eran básicamente pieles de borrego con mangas. Las vendía en un bar de hachís en Holanda. Se vendieron como panecillos calientes. Empecé a viajar mucho entre Estambul y Holanda. El negocio iba bien, y pronto se me acercó un hombre llamado E. en Estambul.

Publicidad

E. estaba bien situado en el mercado de arte internacional, así como también en el mercado negro de aquellos tiempos. Supongo que vio potencial en mí. Obviamente había que correr riesgos en el mundo del contrabando de arte, y me debió ver como alguien dispuesto a correrlos; y tenía razón. Supongo que también ayudó que tenía pasaporte holandés. E. quería que llevara unas antiguas lámparas de petróleo bizantinas y crucifijos a Holanda. Lo hice, y las vendí muy bien a unos coleccionistas privados en Europa.

Agradecido por mi buen trabajo, la siguiente vez me llevó a Armenia. Tenía algunas cosas que contrabandear, y cuando llegamos nos tomamos unos tragos con el jefe de la policía. Había una organización importante que quería transportar muchas piezas de Moscú y Leningrado. Los rusos y los armenios eran como clanes de mafiosos. Estaban muy bien organizados y trabajaban en equipo. Cogimos todo el arte que pudimos y volamos a Beirut; los de aduanas estaban incluidos en el plan. Los sobornamos. Esa fue la primera vez que contrabandeé a gran escala.

¿Qué estabais contrabandeando?
Piezas de Fabergé. Había cajas y cajas de ellas. Vi cómo las cargaban en el avión, mientras yo estaba sentado dentro, sin poder creer lo que estaba pasando. Ves cómo tu equipaje sube al avión, seguido de tres enormes cajas con arte robado dentro.

Algunos han dicho que eres el contrabandista de arte más exitoso del mundo. Ese es un gran título. ¿Qué hay que hacer para llegar a ese nivel?
Es un título muy pretencioso, pero sí, fui un gran contrabandista. Era muy ambicioso. Las cosas se pusieron más serias cuando fui a Rusia después de Beirut. En Rusia, todos los contrabandistas de arte trabajaban juntos para tener acceso a muchos países. Así que si estabas “en el juego”, tenías potencial, y si tenías contacto con un clan, entonces tenías contacto con todos los clanes. Yo estaba muy involucrado porque conocía a todo el mundo y podía contactar con ellos. Podía llegar a los países de detrás del Telón de Acero. También trabajaba para los VIP. No pienses que era una especie de organización repleta de cerdos, tratábamos con gente de las altas esferas del poder político. Sólo había que garantizarles su parte del pastel a todos los involucrados.

Publicidad

Recuerdo que tenía cenas con los VIP y debajo de la mesa tenían a una puta. Tenías que esforzarte mucho por mantenerte serio mientras ella daba la vuelta chupándosela a todos los presentes. Si no te quedabas serio mientras te la chupaba, tenías que pagar la cuenta.

También aprendí a beber en Rusia, porque si no bebías con ellos, no confiaban en ti. Aprendí a comprar las piezas así [pone una mano sobre uno de sus ojos para indicar lo borracho que estaba]. Ahí aprendí las bases. Los rusos son muy educados. Me lo pasé muy bien, y eso me hizo olvidar que esa era mi universidad. Fue la primera vez que aprendí algo importante sobre el contrabando. Había un mercado negro y yo me convertí en alguien que tenía los medios para llevar de todo a Occidente.

¿A quién le vendías todo el arte que contrabandeabas?
Vendía cosas en algunas subastas. Tenía una galería, y había compradores directos en el mercado para los que trabajaba como intermediario. Las ganancias eran enormes.

¿Las personas a las que les vendías las cosas sabían que era arte robado?
¡Por supuesto! Escucha, no soy un teórico de la conspiración, pero el mercado del arte es una industria multimillonaria. Si [el contrabando] no se tolerara en ciertos niveles, los bancos nunca alcanzarían esos picos. Tenía a gente de aduanas en mi nómina… Casi no había que contrabandear, porque podías hacer todo casi completamente legal mientras pagaras a las personas correctas.

Publicidad

¿Qué es lo más caro que has contrabandeado?
No te voy a mentir. Los cargamentos desde Rusia valían entre uno y tres millones, y eso en los sesenta era mucho dinero. Y estos eran viajes regulares: dos veces al mes. Estaba lloviendo dinero, así que me instalé en Beirut. Beirut era un paraíso monetario en esos tiempos, así que podías cambiar un millón de dólares a plena luz del día en la plaza y nadie te decía nada. Claro, había que jugar al gato y al ratón con la Interpol.

¿Cómo lograste eludirlos tantas veces?
Siempre tienes que ir un paso por delante. A muchos los podías sobornar, pero había otros que no. Yo era muy engreído. Me paseaba frente a ellos. Era estúpido, pero leía las noticias sobre mis actos en los periódicos y me gustaba, les demostraba que podía hacerlo aunque estuvieran detrás de mí. También viajaba con pasaportes falsos y cambiaba mi apariencia. Usaba lentillas para cambiar el color de mis ojos de azul a marrón, me teñía el pelo… Todos esos trucos tan típicos, pero que en ese momento funcionaban.

Al final empezaste a trabajar con la policía. ¿Qué te hizo cambiar?
Al cabo de un tiempo me arrestaron en mi villa en Marbella. Conocía a uno de los padrinos de la mafia italiana, que también tenía una villa ahí. Somos grandes amigos. Diez minutos después de mi arresto su abogado estaba en mi celda. Me dijo: “Felice no pudo venir, pero te envía saludos”; después me enviaron a Madrid, donde cené con un miembro muy importante de la policía. Él hizo lo suyo para mantenerme en prisión allí, en lugar de ser extraditado a Francia, que era donde realmente me querían. Pasé el mejor tiempo de mi vida en prisión [en Madrid]. Me garantizaron que saldría en un año y le compré un móvil a uno de los tíos de ETA que también estaba encerrado ahí. Fue como en esa película, Uno de los nuestros. Tenía mi propia cocina y todos los días sobornaba a uno de los guardias para que fuera al mercado. Fue increíble.

Publicidad

Genial.
Lo fue, pero las cosas cambiaron cuando fui a la meseta de Jos en Nigeria. Vi esas increíbles cabezas de terracota Nok que entierran en las tumbas, para sus ancestros. Eran piezas que valían millones de dólares y yo estaba ahí para comprarlas. Pero después conocí a la gente —la meseta de Jos es un lugar muy frío de noche, así que nos reuníamos alrededor de fogatas— y apenas tenían para comer. Sin embargo, se quedan toda la noche despiertos para proteger la cultura de sus ancestros de los buitres que buscan robarles y que están dispuestos a matar por quitarles sus terracotas. Eso te llega al corazón. No puedes con ese tipo de cosas. No quieres que la gente muera por culpa del arte. Todo era un juego y de repente me encontraba en esa colina, mirando a la realidad a la cara. Si eso no te cambia, es que entonces no eres humano.

Después de eso, me enteré de que se exhibirían muchas piezas Nok robadas en una galería en Londres (por un valor de unos 400 mil dólares), y que serían vendidas a algunas de las personas más adineradas del mundo. Pude haber ganado mucho dinero si le hubiera dicho al traficante: “Quiero 100 mil por mantener la boca cerrada sobre su procedencia”, y me lo habrían dado sin pensarlo. Pero en lugar de eso fui a la embajada de Nigeria y convencí al embajador de que se trataba de piezas Nok robadas.

Fuimos con la policía y unos 20 nigerianos a la galería un día antes de la inauguración. Ahí estaban todos estos cabrones tomando champagne, y nosotros llegamos y lo cerramos todo. ¡Tendrías que haber visto sus caras! Les dije: “¡No toquéis el patrimonio de estas personas!” Y no es que yo fuera una especie de caballero con armadura blanca, para nada. Pero empecé a ver cosas que no podía pasar por alto.

Publicidad

Cuando cambiaste de bando se ofreció mucho dinero por tu cabeza. ¿Qué hiciste para sobrevivir con tanto asesino buscándote?
Siempre tuve muchos problemas. Tienes que mostrar que tienes agallas. Es gracioso, porque muchos de estos asesinos, si no te escondes, se acercan a ti con un cierto grado de respeto. Cuando la mafia yugoslava iba a secuestrar a mi padre y a mi hermano tuve que regresar a Ámsterdam para enfrentarme con ellos. Les dije: “OK, venid. Si me vais a matar, matadme. Si queréis mi dinero, iros a la mierda”. Ese es el único lenguaje que entienden. Estaba en la terraza con mis guardaespaldas, en Ámsterdam, y me empezaron a disparar desde un coche. Una bala me atravesó la pierna.

¿Y qué pasó?
Nada, solo fue un rasguño.

Para serte sincero, me sorprende que sigas vivo.
Escucha, me han disparado en tres ocasiones, me han puesto una pistola en la cabeza y me ha perseguido la policía… Para sobrevivir he tenido que ser como un camaleón. Como sabes, hablo muchos idiomas. Además, no estoy ligado a nada. Es como vivir cerca de una falla tectónica: si escuchas que empieza a temblar, pilla tus cosas y vete. No te acostumbres demasiado a nada. Puedo dormir como un bebé en un árbol, en el campo.

En este momento se está grabando una película sobre la vida de Michel, escrita y dirigida por el especialista de la subcultura King Adz, y coproducida por el ex agente de la CIA, Bob Baer. Se llamará The Iconoclast, y será como Gomorra en el Louvre, con un Tom Hardy barbudo haciendo el papel de Michel Van Rijn (o al menos eso dicen los rumores).

¿Quieres más historias de personas con más huevos que tú?

El mayor (ex) traficante de heroína del mundo

Griselda Blanco: hasta nunca y gracias por la coca

Sigue a Jake en Twitter @OiJake