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¿Deberíamos ver y compartir fotos de civiles muertos en Gaza?

Hace dos semanas estaba consultando mi feed de Facebook en el asqueroso lavabo de un bar de Los Ángeles cuando vi que un amigo había compartido una foto en la que aparecía un niño palestino que había perdido ambas piernas de la rodilla hacia abajo.

Una familia palestina junto a los escombros de una vivienda destruida en Gaza. Foto vía usuario de Flickr Oxfam International

Hace dos semanas estaba yo consultando el servicio de noticias de Facebook en el lavabo asqueroso de un bar de Los Ángeles. Era por la tarde. Todo era normal, hasta que vi la imagen que había publicado un amigo.

En la foto aparecía un niño palestino, de unos ocho años, tumbado en la cama de un hospital. Había perdido ambas piernas de la rodilla hacia abajo. Mientras le cortaban la piel que le colgaba con unas tijeras quirúrgicas, el muchacho se miraba las heridas horrorizado, consciente solo en parte de la situación.

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Segundos después guardé el teléfono, aturdido, y salí a reunirme con mis amigos. Desde entonces, los conflictos de Gaza se han intensificado, se han desvanecido las esperanzas de un posible alto el fuego, más de treinta adultos israelíes han muerto y cientos de palestinos han sido masacrados, una cuarta parte de los cuales eran niños menores de ocho años.

Las redes sociales convocan protestas en favor de los derechos humanos en Gaza y contra la sinuosa relación entre el ejército de Israel y los EEUU. Si bien ha habido un reducido grupo de manifestantes, principalmente de Europa, que han mostrado su postura antisemita, el resto parece no tener prejuicios. Incluso ha habido grupos judíos en EUA en favor de la paz que se han organizado para expresar su desaprobación por la matanza perpetrada en Gaza.

Un aspecto importante de estas campañas ha sido la difusión de imágenes y vídeos de víctimas de guerra para suscitar la indignación y una respuesta. Pero ¿dónde está el límite de exhibir fotos de niños muertos por razones políticas?

A medida que la guerra avanza, las noticias en mis redes sociales muestran cada vez más imágenes de miembros mutilados y cráneos perforados (¿quizá tengo demasiados amigos políticos?). Me pregunto si la solidaridad con el pueblo palestino conlleva estar preparado para ver en cualquier momento las atrocidades que se están cometiendo o si dispongo de más libertad para gestionar mis sentimientos. También me pregunto si el apoyo político que pueda resultar de difundir fotos como la que vi en el bar requiere que suframos semejante invasión de la intimidad. Me cuesta mirar a alguien que se está subiendo la cremallera del pantalón. ¿Por qué debo soportar la visión de una víctima de la violencia?

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La publicación de imágenes de personas mutiladas solo es útil si puede hacer llegar al observador su complicidad con la violencia mostrada y quizá le impacte lo suficiente como para que reaccione. Eso parece ser lo que está ocurriendo actualmente, tal como ocurrió hace 45 años, cuando las noticias sobre la Guerra de Vietnam contribuyeron a incitar a las protestas en masa. Hoy en día, sin embargo, la llamada a la acción se canaliza a través de los nuevos medios.

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“Lo supe en cuanto apreté el botón”, afirmó Nick Ut, fotógrafo de la Guerra de Vietnam que capturó la tristemente célebre imagen de la niña del napalm en 1972. “Esta foto parará la guerra”. Seis meses después, las tropas estadounidenses emprendieron el camino de regreso a casa después de que las conversaciones de paz celebradas en París llegaran a buen puerto.

La foto de Ut representa el último chorro de un géiser de mala prensa para la actuación de los EUA en Vietnam. Si bien todavía se especula sobre el impacto de los medios de comunicación en el desarrollo de la guerra, desde entonces las administraciones presidenciales han restringido la cobertura mediática en los conflictos posteriores, limitando el número de periodistas asignados al ejército y poniendo otros obstáculos a la libertad de prensa. Durante la segunda Guerra de Irak, los medios de comunicación estadounidenses realizaron un tremendo ejercicio de autocensura. Su mayor engaño ocurrió durante el derribo de una estatua de bronce de Saddam Hussein por parte de un vehículo de los Marines y una veintena de iraquíes, escena que se manipuló con planos muy cerrados para que pareciera que al acto asistieron muchas más personas.

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En la masacre de Gaza por parte de Israel, son las redes sociales las que cubren el vacío informativo dejado por los serviles medios de comunicación de antaño. Sus contenidos son la respuesta a décadas de censura. Esto explica también la brutalidad y lo explícito de las fotografías, que suelen ir acompañadas de mensajes como, “Siento tener que publicar esto. Solo quiero mostrar al mundo la realidad de lo que está sucediendo en Gaza/Siria/Egipto/Yemen, etc.”

A diferencia de los medios tradicionales, en este caso no se puede simplemente cambiar de canal para evitar ver estas atrocidades. En el momento en que una persona publica la foto de un cuerpo mutilado, un gran número de personas de su entorno acabará viéndola.

Por una parte, esto constituye una victoria de la verdad contra las falsedades de los regímenes agresivos, incapaces de dirigir el apoyo ciego del pueblo para librar guerras imperiales como solían hacer antaño.

Por otra parte, la manera en que consumimos noticias en la actualidad ha cambiado. Cuando la gente veía imágenes de Vietnam, solían hacerlo en el televisor de sus hogares, en torno al cual se apiñaban con el objetivo específico de consumir nueva información. En principio podían prepararse para ver y escuchar noticias horribles. Eso no es posible en la actualidad, mientras ves las noticias con tu smartphone en el autobús.

En el Salvaje Oeste que es el protocolo en las redes sociales, ¿eso es aceptable o no? Lo sabremos con el tiempo, aunque quizá debamos reflexionar sobre las consecuencias para las personas retratadas antes de tomar una decisión.

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Después de que se hiciera viral una foto en la que aparecían cuatro niños palestinos muertos por un misil israelí, Tany Steele preguntó a Indie Wire si no había “otra forma de comunicar el horror sin tener que invadir la intimidad de los fallecidos”.

Incluso los supervivientes que han aparecido en fotos aseguran que la respuesta no es fácil. Jeff Bauman perdió las piernas en el atentado durante la maratón de Boston, y poco después un fotógrafo de Associated Press capturó el momento de su rescate en medio del caos. Bauman reconoce esta ambivalencia en el diario The Guardian, donde afirma que parte de él “habría deseado que jamás se hubiera hecho esa foto”, para que él y su familia pudieran recuperarse en la tranquilidad de la intimidad. Por otro lado, admite que su foto representa un recuerdo constante del “triunfo de las buenas personas sobre los cobardes y los idiotas”.

Bauman considera que pueden extraerse mensajes humanistas de imágenes así. Si eso es cierto, quizá deberíamos difundir más. Pero también hay un lado oscuro: la posibilidad de que pasen de ser víctimas con nombre y apellido a ser puro objeto del morbo.

El mundo aséptico de muchos occidentales y el acceso ilimitado a internet puede conllevar que la mutilación de una persona signifique la diversión de otra. En blogs como BorderlandBeat.com, sobre la violencia en las guerras entre los cárteles mexicanos, las publicaciones que más tráfico reciben suelen ser las de los vídeos de torturas. Incluso en los casos menos extremos, como los estadounidenses, ¿hasta qué punto puede un ciudadano estadounidense estar sensibilizado con la violencia en abstracto cuando ha crecido en el país que inventó los chistes de bebés muertos?

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A pesar de ello, Bauman afirma que uno puede escoger qué tipo de mensaje extraer de estas imágenes. Durante la pasada semana, cientos de miles de personas en todo el mundo, sobre todo jóvenes, han decidido que estas fotos sugieren que se haga algo (manifestaciones, sesiones didácticas o el uso de canales más oficiales) para detener la masacre. A fin de cuentas, cada observador escoge el significado que desea dar a las fotografías de guerra que ven.

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Siempre resultará provechoso exponer la violencia y a aquellos que la perpetúan, ya sea Hamás o el complejo militar de Israel y EUA., si bien solo este último viste la brutalidad y la opresión sistémica con trajes, mensajes astutos y miles de millones de dólares. Por muy malo que sea Hamás, no está respaldada por ninguna fuente de noticias de renombre.

Los medios de comunicación principales se han dedicado a ocultar las bajas de un bando y a exponer las del otro con el fin de dar una sensación de igualdad a la que las sociedades tendemos. Una sarta de patrañas. Los medios de comunicación del sistema también se han esforzado por retratar las protestas en favor de Gaza como actos abiertamente antisemitas y anti Israel, lo cual solo es cierto en parte. Pero para los medios de comunicación tradicionales, es una verdad lo suficientemente frecuente como para acabar socavando el movimiento en favor de una Palestina libre.

Afortunadamente, disponemos de las herramientas para dar a conocer la complicidad de los medios —y la nuestra— con la carnicería que se está produciendo actualmente. Lo mejor sería no tener que usarlas.

Aaron Cantú es un escritor independiente que reside en Brooklyn y cuyo trabajo puede verse en Al Jazeera America, Truthout, The Nation, AlterNet y otros. Síguelo en Twitter.