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Cultură

¡DETENTE, CASCANTE! #2 – Veo a Satán caer como el relámpago

Nuevos usos y costumbres en las fiestas de la Clase Dirigente.

Cuatro señores en medio de una boda mirando al tendido. Altos directivos de la empresa en la que trabaja el novio; me los presenta un primo que tengo: se llaman Luis Alberto, Pimpi, Lorenzo y Orlando y llevan de amigos desde el colegio. "La amistad es lo más importante", dice Luis Alberto. "La amistad y tener un buen culo", dice Orlando. Nuestra charla recorre la noche mientras observamos al resto de los invitados y a sus mandíbulas desde un montículo de arena junto al parking, aún dentro de los límites del Club de Campo. "Nos han invitao por quedar bien", dice Pimpi. "Capaces son de haberse casado para hacernos venir y ya", dice Luis Alberto. A tres metros de nosotros, entre dos coches, Orlando se aferra a la pernera del pantalón de Lorenzo mientras vomita el costillar de cordero confitado a las hierbas de la cena. "Que salpique", dice Lorenzo, "haz que salpique". Me cuentan que una vez a la semana se juntan los cuatro en un apartamento en el centro de Madrid para tirar comida por la ventana con la intención de que Lo Lanzado impacte de lleno en los cuerpos de las personas que caminan por Princesa catorce pisos más abajo. "Quien dice personas dice muñequitos". Una señora con moño cruza por delante nuestro y pone cara de asco. "En el apartamento no vive nadie", dice Luis Alberto, "lo compramos hace seis años sólo para esto". No doy crédito; les consulto si podría escribir algo al respecto. "Sin ningún problema", dice Luis Alberto. "Pásate un día", dice Pimpi. "Pásate un día", dice Luis Alberto. Escucho a Orlando vomitar.

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Me abre la puerta Lorenzo con la bragueta bajada y un tetrabrik de Zumosol Piña Un Litro en la mano. Hace un mes de lo de la boda. "¡Hombre, chaval!", dice Lorenzo, "entra, no te quedes ahí, ¡por favor!, no tengas miedo". Hay un galgo blanco echado en el suelo. "Es mi perro", dice Luis Alberto, "se llama Euribor". "¡Saluda, Euribor!" El galgo no me saluda. Es tarde, casi las once; las luces del salón están apagadas. "Es para que no sepan a qué altura estamos, ya hemos tirado un par de magdalenas mojadas en colacao", dice Orlando. "Luego tenemos que bajar a comprar unos huevos", dice Lorenzo, "que sólo nos quedan dos cajas de surfers de merluza en el congelador y no es plan tirar eso". "Sería pasarse", dice Pimpi.

Les interrogo acerca de sus posibles víctimas. "En general fijamos el objetivo en todo aquel que se lo esté pasando bien: chicas jóvenes de rayos uva Solmanía, estudiantes de Comunicación Audiovisual, parejas que se tocan, el ocasional clochard desorientado…", dice Orlando. "Sorprende la cantidad de señoras paseando a bebés metidos en carritos que puedes llegar a ver a las cinco de la madrugada". "Señores mayores muy lentos…" Pregunto si tienen clemencia con alguna clase de persona. "No hacemos ascos a nadie", dice Lorenzo. "Eso sí: hay que tener cuidado de no entrar en los radares ni de taxistas ni de basureros", dice Luis Alberto, "eso es lo más peligroso". "Muy muy peligroso", dice Pimpi. "Razas de Noche", dice Orlando. "La mayor satisfacción te la dan los grandes grupos de gente, con ellos es más difícil fallar el tiro: mujeres unidas por las manos formando murallas de carne por las calles en el curso de despedidas de soltera con los dildos de plástico pegados en la frente y los cuernos rojos de diadema y demás chatarra productora de melancolía repartida por la facha, treintañeros que vuelven del partido de futbito del Equipo de la Oficina en plan «lo importante es participar», matrimonios ajados pastoreando niños pequeños de cumpleaños", dice Luis Alberto. "Luego ya entra el tema de los cráneos, de que te guste una cabeza más que otra y le quieras plantar un algo", dice Lorenzo. "El gusto privao", dice Pimpi. Les planteo con gesto serio si están o no están tomándome el pelo. "No, no, en absoluto: mira". Luis Alberto moja una magdalena y la tira por la ventana con desdén. "Lo mejor es cuando gritan amontonados en la parada de autobús de abajo, agarrados a la marquesina con carita de horror", dice Orlando. Se intuyen insultos a voces en la calle. Quiero saber por qué se ocultan en lo alto en vez de tirar las magdalenas cara a cara. "No se puede aspirar a una pelea justa con la Gente Normal", dice Pimpi. "Y aparte, nunca está de más poner de acuerdo una distancia moral con una distancia física", dice Luis Alberto. "De todos modos la comida que les tiramos está limpia, y ni les meamos ni les escupimos", dice Pimpi. "El escupitajo para el que se lo trabaja". Como yo siempre he sido un Gran Defensor de la Raza Humana, muy severo les digo que sigo sin verlo claro. "Si esto te parece mal echa mano de otra perspectiva", dice Orlando, "enfrente tienes el Palacio de Liria: ni te imaginas las que se montan ahí". Miro por la ventana sin asomarme. "A ver qué cuentas luego en la revista". Ríen los cuatro señores y el perro. Lorenzo vacía el Zumosol Piña encima de la ciudad con el brazo extendido hacia el vacío.

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"Es una fiesta", dice Pimpi. "Una fiesta en este lugar, en esta oscuridad, con este silencio; es una fiesta para nosotros". "No hace falta que venga nadie más". "Nosotros somos las mejores personas que conocemos".

"Tienes que entender una cosa", dice Luis Alberto, "el azar domina nuestra existencia; a veces a la gente se le olvida". "Y alguien tiene que recordárselo", dice Pimpi. "La gente prefiere seguir engañada, pegándole al whatsapp y a la cocaína, criando unos hijos aún más tontos que sus padres y comiéndose los mocos en el Sector Servicios", dice Orlando. "Nosotros les ofrecemos la Verdad", dice Luis Alberto, "y la Verdad siempre ha estado muy mal vista". "Decir la Verdad parece un pecao", dice Pimpi. "Y la única Verdad es que son mierda", sigue Luis Alberto, "el noventa y nueve por ciento de la gente es mierda". El galgo trata de ocultarse detrás de mí. Lorenzo habla del arco perfecto que dibuja un huevo de corral arrojado al infinito con mala uva. "La pincelada invisible de Dios", dice. "Apreciarlo implica una cierta sofisticación". Pregunto qué tipos de comida prefieren para tirar por la ventana. "Comida buena", dice Pimpi, "ragout de caza guisao con vino, crema de puerros, San Jacobos con patatas, rodaballo al horno, helao de pitufo". "Una vez tiramos unos Gusanitos Risi abiertos y se salieron de la bolsa en el aire y cayeron flotando como plumas y se los llevó el viento rollo vete tú a saber dónde", dice Orlando. "Nos dio mucha pena". Pregunto si no han pensado en el medio ambiente; les digo que se habla mucho del tema en los telediarios, que tengo entendido que hay que preocuparse por ello. "No estamos en un bosque subidos a un árbol", dice Lorenzo, "estamos en una ciudad, las ciudades son vertederos mal camuflados". "No estamos en el medio ambiente", dice Luis Alberto,"esto no es el medio ambiente, esto es España. Esto es Madrid".

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Bajamos a comprar huevos al Open-25 y al salir a la calle vemos a la turba increpadora manoseando el telefonillo entero, llamando a la policía con sus móviles, quejándose a quien toque. Pimpi dice que los huevos de este Open-25 en concreto son los mejores de todo Madrid. "Nadie tiene los huevos más grandes". Nos dan las tres en las calles. "Yo, si te soy sincero… yo es que estoy en perpetuo estado de odio hacia la humanidad", dice Lorenzo,"es siempre como… joder, es que cada vez que salgo a dar una vuelta, no sé, me muero del asco, ¿no?, es como que los mataba uno por uno, ¿entiendes?, son todos tan feos". "Odio a la gente", remata Orlando Furioso.

De vuelta en el piso pregunto a Luis Alberto cómo es capaz de vivir con semejante discurso interiorizado. Cómo se maneja en el trabajo, con todos los empleados que tiene a su cargo. "Con una sonrisa y muchas arcadas", dice. Pongo en duda que sonreír a individuos a los que preferiría pegar una patada en la boca vaya de la mano de sus ideas. "Tener un comportamiento cortés y educado con alguien a quien detestas no atenta contra la Verdad más allá de lo que lo hace la expresión «vuestro humilde servidor» al pie de una tarjeta de invitación a un desafío", responde. Voces de la muchedumbre gritan que saben bien –que tienen muy claro– que somos los del octavo piso.

Pregunto si no les da rabia desperdiciar la comida que acaban de comprar. "Si fueran huevos esmaltados, unos huevos Fabergé, pues entendería el alarmismo", dice Lorenzo, "si fuera el huevo de perfección euclidiana que Piero della Francesca suspendió encima de la cabeza de la Virgen…" "Pero es que son huevos de a pavo y medio la docena", dice Orlando. "Y la mitad pochos", dice Pimpi. Pregunto si alguna vez llegan a empatizar con los de abajo. "Yo el arrepentimiento es que ni lo vislumbro", dice Luis Alberto, "no lo conozco". "Además es que están todos bebidos y pasados, mañana es que ni se acuerdan", dice Orlando.

"A nosotros no nos hace falta ni beber ni meternos nada, el dolor ajeno ya es droga más que suficiente", dice Pimpi. Entre los cuatro me asaltan con sus opiniones, haciéndome perder el hilo; son casi las cinco de la madrugada. (…) "Clase media es mi jardinero, clase media son los sirvientes bolivianos que ayudan al cocinero de casa de mis padres, gente marrón a la que tienes que tratar con firmeza: si les das confianzas te acaban removiendo el caldo con la polla". (…) "No hay mecánica en nuestros actos; es un arte que dura lo que tarda en caer el huevo, el batido, el surtido «sushi» del VIPS". (…) Noto como el galgo blanco Euribor tiembla junto a mis piernas, pienso que de frío. "La nuestra es una función social como la de los barrenderos, las putas o los vagabundos", dice Luis Alberto, "nos encargamos de mantener limpias las conciencias de los donpimpones; somos los malos al igual que los vagabundos son los pobres; malos hipotéticos, boreales, villanos de fresco en iglesia". "A veces pienso que son hologramas", dice Pimpi. "No entienden que les estamos salvando de la muerte", dice Lorenzo. "Cualquier cambio en las opiniones de los hombres acerca de lo que es bueno y justo en la vida tarda siglos en abrirse camino, y más aún si ese cambio es para bien".

Por la mañana, tras las despedidas, salgo a la luz y descubro que a los vecinos del 2ºB los indignados les han roto una ventana no sé si con una piedra o con qué. Pegado con un chicle a la cabecera del telefonillo hay un papel con algo escrito: "Los d tirar las kosas an sio los del num. 5 pérdon lo d la vemtana esa k no yegava + alto saludos los del 5º son ellos ansio ellos salúdos". Me lo pienso un segundo, arranco la nota y la tiro en la primera papelera que veo. ¿Tendrán razón estos cuatro señores con tirantes y un galgo? ¿Ocuparán acaso un lugar necesario en ésta Nuestra Sociedad Castellana? Hace sol, un sol hoy limpísimo que llevo a cuestas hasta llegar al hogar de mi familia y que aun estando yo resguardado permanece conmigo subrayando mi estado mental cuando, al ir a quitarme la cazadora, descubro un gigantesco gapo de colores deslizándose por mi hombro.