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Cultură

El italiano que se infiltró en los narcos y al que el Estado estafó

La vida Gianfranco Franciosi cambió por completo cuando entró en contacto con Elías Piñeiro Fernández, conocido por ser el enlace europeo de los narcos.
Leonardo Bianchi
Rome, IT

Gianfranco Franciosi. Imagen cedida por el departamento de prensa de Rizzoli.

Hace menos de 10 años, Gianfranco Franciosi era un experimentado mecánico naval que trabajaba en los astilleros de su pequeña ciudad natal en el norte de Italia. Pero una soleada mañana de 2005, la calma aparente de la que disfrutaba en su vida se esfumó para siempre con la llegada a los astilleros del español Elías Piñeiro Fernández, conocido por ser el enlace europeo de los narcos colombianos, acompañado por un mafioso del clan Di Lauro, una de las familias más poderosas de la Camorra italiana.

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Su petición era explícita: necesitaban embarcaciones para transportar cocaína y querían que Franciosi las construyera. En lugar de embolsarse el dinero y empezar a trabajar para el cártel de la droga, Franciosi optó por denunciarlo a la policía, quienes le propusieron una colaboración con las fuerzas antinarcóticos. Franciosi lleva ya muchos años trabajando de incógnito con narcotraficantes y viajando por toda Suramérica. Incluso acabó en una cárcel francesa y participó en una peligrosa operación en alta mar.

Todo siguió igual hasta que el mafioso español fue arrestado en 2011. Aquel hecho puso fin a la colaboración de Franciosi, el primer civil que trabajó como infiltrado en la historia de la policía italiana. Él y su familia fueron incluidos en un programa de protección tan pésimamente organizado que no solo el propio Franciosi acabó rechazándolo, sino que presentó cargos contra el Ministerio del Interior italiano. El 18 de septiembre de 2015, se produjo un incendio en el astillero de Franciosi. No resulta difícil imaginar quién pudo ser el autor.

El periodista italiano Federico Ruffo fue el primero en relatar la historia de Franciosi en el programa de televisión Presadiretta, en 2014. Hace unos meses, ambos escribieron el libro Gli orologi del diavolo [Los relojes del diablo], cuyo título hace referencia a los relojes con los que Piñeiro solía agasajar a sus extorsionadores. En el caso de Franciosi, el reloj vino acompañado de una amenaza de Piñeiro: «Te daré otro el día que te mate».

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Llamé a Franciosi para hablar sobre aquel episodio y sobre muchas otras anécdotas.

VICE: Hola, Gianfranco. ¿Podrías contarme dónde y cómo empezó todo?

Gianfranco Franciosi: En 2002 tuve mi primer encuentro con un hombre de quien luego supe que formaba parte de la banda de la Magliana [una organización criminal que operaba en Roma y cuyo periodo de mayor influencia fue desde finales de la década de 1970 hasta principios de la década de 1990]. Estuve dos años construyendo botes para él –me decía que eran para practicar buceo, pero los utilizaba para el tráfico de droga-, hasta que un día puse la tele y lo vi en las noticias. Me quedé pasmado: una banda mafiosa lo había asesinado en Roma.

Fue entonces cuando llamé a un amigo que trabaja en la policía. Mi amigo me pidió que me calmara, ya que yo no había hecho nada ilegal y todo parecía arreglado. Una mañana, unos dos años después, fui a trabajar al astillero, donde me esperaban dos hombres. Más tarde supe que eran Elías Piñeiro Fernández y Raffaele, un socio de Di Lauro, ahora fugitivo.

Esta vez me dijeron directamente para qué querían las embarcaciones e incluso me pidieron que las construyera con compartimentos especiales para esconder la droga y depósitos de combustible más grandes. Me fui directo a denunciarlo todo a la policía antinarcóticos, quienes me pidieron que fingiera que no había problema y que les construyera el bote que me habían encargado. Y eso hice.

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Así es como empezaste tu actividad encubierta.

De hecho, en aquel momento no era un infiltrado, sino más bien un informador. Lo único que tenía que hacer era construir el bote y dejar que la policía instalara unos aparatos para controlar sus desplazamientos. Mi primer trabajo fue simplemente entregar la embarcación, coger el dinero e intentar conseguir información. Eso debía ser todo. Por aquel entonces nadie me pidió que fuera un infiltrado.

Una de las embarcaciones utilizadas por los narcos. Imagen vía.

¿Qué pasó a continuación?

En 2007 entregué el primer bote, en el que la policía había instalado escuchas y rastreadores GPS. Seis meses después, las policías italiana y española llevaron a cabo la primera gran redada. Como no dejaban de interceptarle los botes, Elías pensó que la culpa era de los españoles que los manejaban, así que los sustituyó. Acudió a mí para que enseñara a otro de sus hombres a manejar el bote. Yo volví a la policía para solicitar instrucciones y me dijeron que siguiera adelante con el plan.

Así que empezaste a enseñar el manejo del bote a aquellos españoles y la policía consiguió algunos nombres. ¿Alguna vez te han pedido que transportes un cargamento de droga?

Enseñé a aquellos contrabandistas a manejar los botes y un tiempo después me pidieron que transportara yo mismo la droga, ya que ellos fracasaban en todos sus intentos. Fue entonces cuando me convertí en un infiltrado no oficial. Esa falta de formalidad fue la causa de que acabara en la cárcel en Francia.

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La policía francesa os detuvo a ti y a un hombre de confianza de Piñeiro en aguas de Marsella transportando un alijo de droga. Aunque trabajabas para la policía, tuviste que pasar nueve meses en la prisión de Toulon-la-Farlède para evitar poner en peligro todo el trabajo policial llevado a cabo hasta ese momento. ¿Cómo fue tu detención?

Fueron meses horribles. Lo perdí todo: la familia, la fe… Me convertí en una mala persona que solo pensaba en cobrarse venganza contra el gobierno italiano y contra los traficantes. Ni siquiera estaba seguro de parte de quién estaba. Por suerte, sé cuidar de mí mismo, porque si no me habría muerto de hambre. En cualquier caso, aquella experiencia me cambió la vida por completo. Hoy en día no puedo viajar a Francia, porque me arrestarían, incluso después de haber hecho oficial mi condición de infiltrado.

Cuando te liberaron, empezaste a trabajar de forma encubierta y, en 2008, tu intervención fue decisiva en la operación Albatros, que llevó al hallazgo de la «nave nodriza» utilizada por los traficantes y a la incautación de nueve toneladas de cocaína, cinco de las cuales iban destinadas a Italia. ¿Cómo viviste aquello?

Recuerdo sentir una enorme satisfacción y libertad por lo que había hecho. Estaba pletórico hasta que esa misma noche recibí una llamada informándome de que Elías no iba a bordo de aquella barcaza. Me pilló por sorpresa y quise morir. Estaba seguro de que me Piñeiro acabaría conmigo, porque a esas alturas ya estaba muy claro que había estado colaborando con la policía todo el tiempo.

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Pero las policías italiana y española planearon mi huida fingiendo y difundiendo la noticia de que uno de los botes de bandera italiana había logrado escapar de la emboscada. Aquello me salvó.

¿Podrías describir a los traficantes que conociste? La gente sigue teniendo la idea de que son tipos como Scarface.

Pues son justamente lo contrario, al menos en público. No los verás bebiendo champán delante de todo el mundo, pero cuando están en un lugar seguro, donde nadie puede verlos, entonces sí que actúan como Tony Montana. Para que te hagas una idea: si Elías pillaba a uno de sus hombres esnifando coca, lo echaba inmediatamente. No toleraba cosas de ese estilo.

En tu libro dices que los traficantes solían ir a verte a tu casa, o al menos al astillero.

Cierto. Cuando venían al astillero estábamos bajo vigilancia constante. Hoy, mientras trabajaba con mis compañeros, me vino a la mente una situación que viví aquí. El hermano de Elías, José María Fernández Piñero, vino al astillero con otro español; al parecer, este había dicho algo que enfureció a Nero –así llamaban al hermano de Elías-, que reaccionó clavándole un cuchillo al español en la mano.

En el libro también explicas que, después de tu primer viaje a Sudamérica, empezaste a sentir «compasión, incluso cierto afecto» por aquellos narcotraficantes.

Cuando arrestaron a Elías yo estaba a salvo y seguí el arresto por teléfono. Debo admitir que sentí lástima, porque en ocasiones tenía la impresión de estar hablando con un amigo, más que con un traficante. A veces, cuando tenía la necesidad de desahogarse, incluso me contaba los problemas que tenía con su mujer y cosas así.

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Cuando pasas tanto tiempo con alguien, es normal que desarrolles cierto vínculo. De hecho, creo que fue precisamente eso lo que lo delató: yo me había convertido en alguien de confianza para él, éramos amigos.

Hablemos sobre el programa de protección. ¿Cuándo empezaste a darte cuenta de que no funcionaba?

Al poco de empezarlo. Me habían congelado la cuenta bancaria y me quedé sin blanca de la noche a la mañana. Tuve que hacer malabarismos para llegar a final de mes con 500 euros para toda la familia. Teníamos que pagar las facturas y comprar ropa nueva, porque lo habíamos perdido todo. Tardaron cuatro días en enviarme los formularios que debía rellenar para que nos dieran el dinero que necesitábamos para comprar ropa.

Una semana después, mientras estábamos en la casa que nos había asignado la policía, me resbalé en el balcón y me torcí el tobillo. Quería ir al hospital, pero nos habían dicho que no podíamos salir. Diez días después me explicaron que habían cancelado nuestros números de la seguridad social y que los nuevos no estaban activos aún. Si hubiéramos ido al hospital, nuestras identidades habrían salido a la luz y habríamos tenido que trasladarnos de nuevo. En resumen, era bastante obvio que había demasiados problemas en el programa de protección.

Y las cosas empeoraron aún más, ¿verdad?

Sí. Poco a poco empecé a entender que no solo se trataba de problemas burocráticos. La familia entera tomamos la decisión de abandonar el programa, porque la carga era demasiado grande para nuestros hijos, que empezaban a tener problemas psicológicos. Obviamente, hubo muchas otras cosas que nos llevaron a dejar el programa y huir –porque eso fue lo que hicimos, huir-, como el hecho de que los traficantes nos hubieran encontrado. En cuatro días. Y bueno, todas esas cosas juntas pueden convertirse en una bomba de relojería.

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El caso es que yo quiero saber en qué situación me encuentro ahora. Si estoy fuera de peligro, quiero que se me informe por escrito, para que pueda decidir qué hacer con mi vida. ¿Ahora estoy a salvo? Desgraciadamente, todavía nadie me ha contestado a esa pregunta.

Gianfranco Franciosi durante una protesta. Imagen via.

Has decidido hacer pública tu historia, por lo que ahora estás más expuesto que antes. ¿Crees que eso también se traduce en alguna forma de «protección»?

Fue mi salvación. Volver a casa y saber con quién podía contar ha sido la mejor forma de defenderme. Pero cada día que pasa, mi vida está más en peligro. Mis amigos me han gastado una broma y me han regalado una lápida, porque siempre digo que soy hombre muerto y que no podré permitirme una lápida, ya que el Estado no me da un céntimo.

Si pudieras volver atrás, ¿tomarías la misma decisión?

Cuando me invitan a dar charlas en escuelas o universidades, me niego a ir porque sé que estoy transmitiendo un mensaje negativo. Lo haría de nuevo, sí, pero lo cierto es que, tal como están las cosas ahora, no se lo recomendaría a ningún joven. Si fuera mi hijo, no se lo permitiría. Jamás. Le diría que mandara a tomar por culo a la policía y al Estado y que fuera a su aire, porque con ese tipo de vida acabas con la mierda hasta el cuello.

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Traducción por Mario Abad.