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Venezuela: el país que cruje

En Venezuela están protestando los estudiantes, pero también sus madres, padres y abuelos, que se organizaron para no dejarlos solos en las calles. Está protestando la familia venezolana. Reunida, pero menos feliz.

Imagen vía Twitter.

En Venezuela están protestando los estudiantes, pero también sus madres, padres y abuelos, que se organizaron para no dejarlos solos en las calles. Está protestando la familia venezolana. Reunida, pero menos feliz.

Las manifestaciones no tienen un liderazgo definido. Los jóvenes dicen ser autónomos y no necesitar apoyo de los partidos políticos. Los políticos se acercan y alejan de sus convocatorias como los padres que no saben qué hacer con sus hijos adolescentes, pero tampoco los quieren echar de casa.

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Todo se activó en #LaSalida. Leopoldo López —exalcalde del municipio de Chacaco, que forma parte de la zona conurbada de Caracas, y coordinador del partido político opositor Voluntad Popular—, la diputada independiente María Corina Machado y el alcalde metropolitano de Caracas, Antonio Ledezma, anunciaron el inicio de una serie de asambleas populares y movilizaciones de calle con la idea de “salir” de la crisis social que se vive en el país. La llamaron #LaSalida, un nombre que recordaba demasiado al “¡Chávez, vete ya!” que se escuchó durante meses cuando ocurrió el golpe de Estado de 2002. Henrique Capriles, el líder más sólido de la oposición, se desvinculó de estas acciones en una decisión que fue evaluada por muchos como una división. A pesar de no compartir el método —Capriles insiste en el diálogo con el gobierno y en centrarse en visibilizar los problemas— los dirigentes opositores han coincidido en que las protestas pacíficas deben continuar.

LaSalida convocó a la marcha del 12 de febrero, Día de la Juventud, en la que hubo dos muertos, asesinados por funcionarios del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebin), según investigó el diario Últimas Noticias y admitió el propio presidente de Venezuela, Nicolás Maduro. “Había un grupo de funcionarios del Sebin que incumplieron directamente las órdenes del director del Sebin, de ese día, acuartelarse y no salir a la calle. Yo mandé a acuartelar al Sebin de madrugada”. A pesar de esta admisión de culpas, López fue señalado como responsable de los hechos.

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Después de que se publicara en las redes sociales una orden de captura contra López —que ningún funcionario oficialista quiso admitir—, el dirigente se entregó en la manifestación de hoy, martes 18 de febrero. Días antes Maduro lo catalogó como llamado prófugo de la justicia, además de acusarlo de tramar un golpe de Estado contra él.

Foto vía Twitter.

¿Por qué?

Los motivos para protestar son difusos porque son demasiados. Esta debilidad en el foco es uno de los problemas que comprometen la consolidación de las protestas que comenzaron el miércoles pasado en casi todas las ciudades grandes del país, pero que aún no ocurren con la misma intensidad en las zonas populares.

Las carencias, sin embargo, atraviesan como un rayo toda la sociedad: el año pasado la inflación en Venezuela cerró en 56 por ciento y en alimentos y bebidas superó el 70 por ciento. El índice de escasez de enero de 2014 fue de 30 por ciento, el más alto desde que se hace esta medición oficial. Los estantes de farmacias y supermercados están vacíos y hay letreros que dicen que de algún producto solo pueden llevarse dos unidades por persona. Es la cartilla de racionamiento cubana ad hoc. Desde hace meses se consigue difícilmente harina de maíz, aceite, leche, margarina y papel de baño. Cuando llega a los mercados el gobierno debe mandar a los militares para resguardar las filas de compradores que se pelean desesperadamente por la comida en una versión sudorosa de La carretera, de Cormac Mccarthy.

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El más doloroso de los motores que funciona como tracción de las protestas es la inseguridad ciudadana: en 15 años, desde que el fallecido Hugo Chávez llegó al poder, han asesinado a más de 150 mil personas. El gobierno ha lanzado más de 20 planes de seguridad que no producen ningún resultado satisfactorio. El 5 de enero de este año el asesinato de la actriz y ex Miss Venezuela, Mónica Spear, y de su pareja, Thomas Berry, —mientras la hija de cinco años de ambos dormía en la parte de atrás del coche— hizo que algo crujiera.

Imagen vía Twitter.

Los que no abandonan las calles han crecido en el ecosistema del chavismo y su conflictividad política que tanto rédito le dio al fallecido Chávez. Son muchachos que no pueden viajar porque no hay dinero ni billetes, ni tampoco estudiar en el extranjero o lo que les hacer lo que les apetece, porque el gobierno solo aprueba divisas para lo que considera son “prioridades para construir la revolución bolivariana”. Son unos extranjeros atrapados en su propio país. Están —dicen— hartos.

Desde de que el chavista Nicolás Maduro ganó unas complicadas elecciones el 14 de abril de 2013 (la diferencia con su rival, Henrique Capriles, fue de 1.49 por ciento) ha devaluado el bolívar dos veces. Mientras los bienes y servicios aumentaron más de la mitad, el bolívar vale cada día menos. Es una moneda que no puede ser cambiada en ningún país del mundo —a excepción de Colombia— y quedó para comprar chicles en los kioscos. El control de cambio que impide, desde hace 11 años, comprar dólares libremente se volvió más severo las últimas semanas. El gobierno, dicen los analistas económicos, se ha quedado sin dólares. Un billete del Monopoly tiene más reputación internacional que el bolívar.

Hugo Chávez era, a la vez, un tornado y un muro de contención. Con la habilidad de los líderes arrolladores, se encargaba de agitar las aguas con mensajes de confrontación y después servía de compuerta para evitar desbordes. Su muerte dejó todo revuelto y sin freno. Pero Maduro no es Chávez.

Los líderes de la oposición han dicho que las protestas continuarán. Los canales de televisión y las emisoras de radio cubren sus actividades y portavoces con precisión quirúrgica. La prensa independiente es asfixiada con leyes y falta de papel para imprimir. Las redes sociales combaten la censura como sucede en los regímenes autoritarios. Mientras nadie sabe el paradero de López, un tenso martes por la tarde, el canal de noticias Globovisión —que cambió su línea editorial después de una venta reciente— transmite un programa de cocina en reposición. “Si los medios callan, que hable la calle”, dijo López minutos antes de entregarse. La calle cruje y Maduro no es Chávez.

@laurahcastillo