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Cultură

El problema de mear y cagar en Barcelona

Esta ciudad se percibe a ella misma como una de las pioneras del concepto de Smart Cities pero poco le importa que sus ciudadanos tengan problemas a la hora de encontrar un sitio donde miccionar.

​​Imagen ​vía

La ciudad de Barcelona avanza y se desarrolla como si fuera un ente totalmente ajeno a su ciudadanía, considerando el espacio público como un lugar con el que hacer negocios y especular. Evidentemente no hablo de la ciudad en sí, a nivel espacial —Barcelona, ¡no llores!—, me refiero a los personajes que están gobernándola, ya sea directamente (ayuntamiento y administración) o indirectamente (empresas privadas); individuos que necesitan ocultar la inherente realidad enferma de la ciudad a base de un espectáculo populista y una fachada progresista. Pretenden vender la idea de Barcelona como una ciudad hecha para las personas, queriéndola erigir como una de las principales Smart Cities de Europa, y para ello articulan un conjunto de servicios útiles —a la vez que innecesarios— dirigidos a los ciudadanos para demostrar la extrema contemporaneidad —e incluso futurismo— de la urbe.

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Los barceloneses tenemos cientos de herramientas "prácticas" a nuestra disposición. Disponemos de un servicio de bicicletas (privado) con cada vez más carriles para circular con ellas y, de hecho, a finales de 2014, se establecerá una prueba piloto con bicicletas eléctricas; también tenemos semáforos con tecnología LED que suponen un ahorro energético considerable —son más sostenibles pese a que la renovación de todas las unidades no pareció resultar demasiado "sostenible"—; disfrutamos de acceso a redes de Wi-Fi en varias áreas de la ciudad; se construyen grandes superficies dedicadas al diseñoy a los jóvenes emprendedores; nuestros queridos "mossos d'esquadra" disponen de armas de última tecnología que respetan la integridad física de sus objetivos; en breve dispondremos —gracias a una inteligente maniobra empresarial— de una tarjeta de metro llamada "T-Mobilitat" con la que podremos recargar nuestros viajes y domiciliar nuestros gastos a una cuenta bancaria. También tenemos autobuses y coches de limpieza eléctricos que no emiten CO2 ni contaminación acústica (con sus puntos de recarga correspondientes) y los más avispados pueden descargarse una aplicación con el ingenioso nombre de ​ApparkB para poder aparcar su vehículo en las zonas verdes de la ciudad. Tenemos todo esto y mucho más pero la triste realidad es que los ciudadanos tenemos pocos sitios donde poder mear o cagar con tranquilidad. Se han olvidado de que, al fin y al cabo, somos humanos y necesitamos extraer líquidos y materia innecesaria de nuestros organismos. ¿Aplicaciones para aparcar? ¿Bicis eléctricas? Dadme un buen sitio donde poder sentarme tranquilamente y defecar mientras me doy una vuelta por el Facebook.

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Lo más triste de todo esto es que la estética sintética ha superado al hombre; en Barcelona no se micciona ni se caga, los barceloneses tienen que estar por encima de estas necesidades terrenales, ese es su deber como ciudadanos. De todos modos, para ser justos, tenemos que decir que en Barcelona hay actualmente 39 puntos con retretes públicos, 35 de los cuales se encuentran en parques, jardines y playas (mayoritariamente frecuentados por los turistas) y cuatro en distintas plazas del centro de Barcelona. Fuera de estos espacios —lo que vendrían a ser las calles, avenidas y paseos— los barceloneses se supone que tienen que utilizar los lavabos de los equipamientos públicos de la ciudad (bibliotecas, mercados municipales, centros cívicos, casales de barrio, centros deportivos, etc.).

En el fondo Barcelona nunca podrá compararse con otras ciudades europeas de verdad como París, Berlín o Bruselas, donde existe una ruta real de lavabos públicos. Curiosamente, hace tiempo en Barcelona sí que había este tipo de servicios en la calle, eran como unos recipientes cerrados que parecían ​una máquina para viajar en el tiempo. No recuerdo cuánto costaban pero daba la sensación que si entrabas ahí dentro ya no volverías a salir nunca jamás. Poco a poco fueron desapareciendo por motivos que desconozco y que los Servicios Municipales de Barcelona no han sabido responderme. Actualmente no queda ni uno.

Con un número muy limitado de lavabos en la calle, el ayuntamiento decidió hace años establecer un conjunto de leyes cívicas para reconducir ciertas actividades de los ciudadanos en los espacios públicos. Una de estas restricciones era, evidentemente, mear en la calle. De esta forma se cerraba el círculo y el espacio público se convertía en un lugar sacro, o más bien en una encrucijada letal. El descontento ciudadano hizo que el equipo de Xavier Trias propusiese varias medidas, siendo la más delirante de todas una ordenanza para obligar a los empresarios hosteleros a ceder sus retretes privados a todas las personas que los necesitasen, aludiendo a que estos negocios estaban utilizando una parte del espacio público que pertenecía también a los ciudadanos, las terrazas, por las que ya pagan una tasa por la cesión de ese espacio. Por suerte la propuesta fue desestimada por los demás grupos parlamentarios.

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Con este panorama ahora se empieza a atisbar el siguiente paso lógico: la privatización de estos servicios. Ya se hizo con los lavabos de la estación de Sants (Adif adjudicó la gestión a Sanifair) y ahora en el Maremagnum de Barcelona se ha implantado una prueba piloto de una empresa que ofrece lavabos públicos con garantías higiénicas. Son toilet shops que disponen de varios lavabos para los clientes. Utilizarlos cuesta 50 céntimos que son "devueltos" en forma de cupón de descuento en productos de la misma tienda. La empresa es holandesa y se llama "​2theloo" —el segundo nombre ingenioso que nos encontramos en este artículo—, y tienen la idea de, una vez terminada la prueba piloto, expandir el servicio al resto de la ciudad. Si bien es lícito que existan este tipo de negocios, es triste que resuelvan una necesidad ciudadana que es responsabilidad del ayuntamiento. Trasladar un servicio del que se podrían sacar beneficios para invertir de nuevo en la ciudadanía es una maniobra absolutamente patosa pero coherente con las políticas neoliberales por las que las administraciones de este país están apostando.

Todas estas nuevas tecnologías de las que dispone la ciudad están construyendo una realidad rebosante de servicios triviales que maquillan una política que está a años luz de tener en cuenta a las personas. Esta fachada exterior no es lo que necesitan unos ciudadanos que desde hace años viven en medio de unos recortes sociales inadmisibles. La tarea del ayuntamiento no es la de fingir bienestar, sino la de proporcionarlo.