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Cultură

Bang your friends?

El mito del amor romántico me jodió la vida. Y a mis amigas también.

(imagen vía)

Amar en los tiempos del capitalismo refundado no es más fácil que hacerlo en aquellos otros días del capitalismo sexy y rabioso de Melanie Griffith y Harrison Ford en Armas de mujer (1988). Mientras caímos al vacío de la crisis, gritando, como Jennifer Connelly en Dentro del laberinto (1986), descendiendo rápido por un pozo de manos que le agarran quién sabe dónde y le hablan de lo que debe y no debe hacer, tuvimos que habernos parado a poner una bomba y volarlo todo por los aires: las manos, los pozos, el capital. El mito del amor romántico. Pero no lo hicimos. No fuimos tan valientes como las terroristas subversivas del amor armado de finales de los 60. Nosotras nos escurrimos a un cuarto oscuro y nos pusimos a folletear aquí y allá, esperando a que entre orgasmos pasara la tormenta.

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Encontré mi primer amor en el Instituto y nos quisimos tanto que nos hicimos mayores de golpe. Y, enamorados como bestias, me abandonó. A mi segundo amor le dejé yo. Hasta tres veces. Y con el tercero me casé, por lo que pudiera pasar. Desde el primero, he vivido descolocada, confrontando la realidad con el deseo y rebuscando en los pliegues que hay entre una cosa y la otra: el fracaso, la culpa y la redención. Desde muy pronto, las letras de Martin Gore ayudaron a construir mi imaginario amatorio: hombres que comparten oscuridad con mujeres a las que adoran, chicas de negro ante las que él se postra de rodillas, beatrices que le acompañan al infierno y que, al final, le redimen. Esa es mi idea del amor romántico y lo que sigue son algunas instrucciones que me han dado para dinamitarlo:

“Amor era tener una pareja hetero y vivir para siempre juntos” dice Carolina (39 años). “En la Antigua Grecia se pensaba que el amor era como una enfermedad de la que te tenías que curar” recuerda Carmen (29). Desde que Safo empezó a escribir (s. VII a.C.) el amor es dulce como la miel. Las Princesas Disney se adivinaban ya desde entonces. Pero la poeta vio que donde había miel hay también hiel y llamó al amor “agridulce alimaña invencible”. “En La Princesa Prometida (1987) se hablaba de ‘amor verdadero’. Un amor ‘más grande que la vida’, una de esas historias que derrocan monarquías. Supe que tenía un problema con este tipo de cuentos cuando me di cuenta de que me identificaba con el villano, pues gustaba no solo de castigar al héroe, sino también a la heroína, aquella que se conformaba, y esperaba.

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Para Esther (36), ese amor romántico “es una simple cursilería” y, para Carolina, fue el "auténtico", el "pasional" y el "duradero" pero hoy lo tiene calado como una “pata más de una sociedad de control que coacciona a las mujeres”. Laura (32) siempre supo que era un mito, pero ahora ha aceptado que en lugar de hacer como si fuera inmune a sus efectos, es “más sano tratar de adaptarlo” a su realidad, “deconstruirlo sin negar su poderosa influencia”. Como Laura, Silvia (39) se creía ajena “a los cuentos culturales del comieron perdices” pero hace bien poco descubrió que no era así: “me siento muchas veces en el corredor de la muerte del countdown biológico mientras ellos juegan en un inmenso campo de juegos y tiempo infinito. Esto nos separa, estés en pareja o no. Y esa desigualdad, duele”.

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A los chicos también les duele. “Tal vez el amor romántico exista ahora -reflexiona Pablo (25)- en convenciones más adecuadas a la fugacidad, como los relatos publicitarios. Una noche en la lluvia en la que corren dos amantes es una aproximación a tal mito. Canción para ligar (2000) de Los Planetas es una manera de romanticismo que se basa en la diferencia respecto al pop mayoritario, por cuanto sus promesas efímeras pasan por sinceridad. Pero la canción, como también los ejemplos antagónicos y comerciales que prometen amor eterno, esquivan lo espinoso del amor, romántico o no: es un plan ineludible de futuro. Al menos en la vida adulta y en el barrio residencial de la monogamia”. “A nadie de mi edad -cuenta Javier (40)- nos explicaron correctamente el funcionamiento de este artilugio. Aún hoy sigo sin entenderlo del todo”.

A mí mis novios me dicen que soy muy exigente y egoísta, que lo quiero todo y que me aman, sí, pero que no pueden ser el príncipe azul que yo espero.¿Por qué no?, pregunto a mi marido. “Porque el príncipe azul no existe”, contesta (con cara de parece-mentira-con-lo-feminista-que-tú-eres). Me identifico con Laura cuando dice que esperaba que sus parejas le dieran “todo, el absoluto, la luna, la salvación”. “Puede que el problema esté en esperar algo” tercia Elisa. Esther está de acuerdo: “siempre he partido de ese error: esperar algo”. Silvia anhelaba que sus amores fueran “menos ‘tío’, que fueran mis amigas”. La moto que nos vendieron traía encima un piloto fuerte y guapo, de sexo opuesto al nuestro, dispuesto a proteger nuestro cuerpo con su espalda y su chupa de cuero sobre nuestros hombros.

Me pregunto si puedo matar ese amor viejuno con el rifle de la poligamia, la pareja abierta, la ética promiscua. “No tiene sentido que una misma persona colme todas las facetas e intereses de tu vida”, dice Laura. “Antes de saber qué era eso tan maravilloso del sexo (con otra persona) tenía claro que no suena lógico que con quien te gusta follar sea la misma persona con la que te gusta jugar al fútbol que con la que discutes sobre materialismo histórico que a la que te gusta contarle tus penas que con la que…” añade. Punto a favor del poliamor. Para dejar atrás el romanticismo, Silvia ha empezado a pensar en el amor como “diagonal cultural que nos atraviesa casi políticamente y eso tiene muy poco de natural".

¿Podemos hackear el amor romántico? Para esta amiga hay que cambiar la A mayúscula por “aes pequeñitas pero firmes”, o sea, “queriendo mucho a varias gentes y construyendo comunidad que te inmunice de la vulnerabilidad máxima de apostarlo todo a una sola persona, poniendo tu identidad y tu valor, en sus manos. Practicando hamor. Pero, ¡ojo!, que esto no pasa por demonizar ni desechar necesariamente la monogamia o follarte a todo lo que se mueve (si te da por ahí pues también guay). Si te apetece, necesitas y tienes la suerte de encontrar a alguien con quien te apetece construir proyecto y cotidianidad, ¡olé!, y si no, pues también olé”.

El objetivo sería “construir autoestima” y olvidarnos de los mandatos aprendidos de la madre, del cine o la literatura. No quisiera trasladar los mismos miedos y roles del instituto a estos tiempos de poliamor, fuerza y lujuria pero sí me gustaría reunir a todas mis amigas y a todos mis amantes del pasado y del presente y organizar la conspiración de los cuerpos, pues “he ahí lo que el imperio teme”.