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Fotos

Guillermo Cervera: Un outsider del fotoperiodismo

Guillermo Cervera (Madrid, 1968) es uno de los fotoperiodistas españoles más interesantes e inusuales. Especializado en surf y guerras, ha publicado en medios tan importantes como The New York Times, Newsweek, The Wall Street Journal, La Vanguardia...

Guillermo Cervera (Madrid, 1968) es uno de los fotoperiodistas españoles más interesantes e inusuales. Especializado en surf y guerras, ha publicado en medios tan importantes como The New York Times, Newsweek, The Wall Street Journal, La Vanguardia, Marie Claire o El Mundo. En estos días está exponiendo en el Palau de la Virreina de Barcelona, Bye-Bye Kabul, una serie de fotos en las que retrata una ciudad que pronto será abandonada a su suerte por quienes iban a ser sus salvadores, las fuerzas de la OTAN. Quedamos para hablar sobre estas fotos, aunque la cosa se puso mucho más interesante.

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Afganos de la etnia pashtún esperando en una agencia de viajes en el centro de Kabul.

La historia de Guillermo Cervera con la fotografía no comienza en ninguna escuela de arte, ni recibiendo un premio, sino con la fascinación al descubrir unas viejas Playboy de los 70 que su padre guardaba en un cajón de su despacho. Más tarde, tras pillarles a él y a su hermano admirando a las conejitas de Hugh Hefner, las Playboy fueron reemplazadas por unos sobrios ejemplares de National Geographic que acabaron de inocular en el joven Guillermo el virus de la fotografía: él se quería dedicar a eso.

Pero su familia rechazó completamente la idea y lo de ser fotógrafo empezó a convertirse para él en una especie de sueño inalcanzable. Comenzó la carrera de ingeniería sin mucha convicción aunque siguió aprendiendo fotografía por su cuenta. Aguantó hasta 1991, tenía 23 años y se encontraba bastante perdido. Fue una época bastante buena como para darse una vuelta por el lado salvaje dejándose llevar por la angustia del Nevermind que Nirvana había publicado ese mismo año.

Un día un amigo le propuso ir a Bosnia. La guerra acababa de estallar y prometía aventuras y la posibilidad de convertirse en un auténtico fotógrafo, y aunque al principio la idea le pareció una locura, cuando realmente se presentó la oportunidad de ir, se plantó en Bosnia y se hizo reportero.

La guerra le impresionó mucho y al volver a España, el paseo por el lado salvaje se convirtió en una especie de residencia permanente. Unos años oscuros de los que afortunadamente pudo salir de una pieza. La vida le llevó entonces a Lanzarote, donde se metió de lleno en la fotografía de surf y en toda esa cultura. Pero como no solo de surf vive el hombre, su pasión le pedía ampliar horizontes y así empezó a viajar por el mundo y acabó volviendo al fotoperiodismo. Era su vida.

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Piernas difuminadas por la censura en la pantalla de un estudio de la principal televisión de Kabul Tolo TV.

VICE: Entonces, ¿cómo llegaste a Afganistán?

Guillermo Cervera: Bueno, cuando volví al fotoperiodismo en 2008 el primer lugar al que me dirigí fue Pakistán, porque pensaba que era un país muy interesante, me atraía su cultura y había mar, algo que siempre ha sido muy importante para mí. Había visto un reportaje muy chulo de surf en Pakistán, parecía precioso y no me defraudó, también a nivel gráfico me pareció muy interesante. Afganistán hace frontera con Pakistán, pero siempre había sentido cierto rechazo a Afganistán por la guerra, pero en aquél momento había unas elecciones y vi que podía conseguir un visado. Con lo que me decidí a ir para ver si cubriendo aquellas elecciones podía conseguir meterme un poco más en el mundillo fotoperiodístico.

Allí conocí al reportero de La Vanguardia Plàcid García-Planas que estaba allí cubriendo las elecciones, enseguida conectamos, a él le encantaba mi forma de fotografiar, a mí me encantaba el país. Pronto también me hice amigo de un afgano, Basir, que ha sido la persona que siempre me ha ayudado allí, para todo.

En poco tiempo me enganché completamente a Afganistán, me pareció un país muy interesante, muy poco tocado por el progreso, por el consumismo, por nuestra civilización… Me pareció muy interesante fotografiarlo y desde entonces he ido en muchas ocasiones.

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Dando la vuelta al mundo; tiovivo en el parque Chaman Huzori de Kabul.

Esto nos lleva ya a tu expo Bye-Bye Kabul, ¿de qué trata?

La idea de la expo nace en mi última visita al país el año pasado. La gente ya se ha olvidado un poco de Afganistán, pero en 2014, las tropas de la OTAN se retirarán definitivamente y yo estoy convencido de que los talibanes volverán a hacerse con el poder. Entonces muchas de las cosas que retrato en estas fotos desaparecerán, la música, la televisión, las piscinas, volverán a estar prohibidas. Quería hacerle un homenaje a este mundo que se acaba, de ahí el título, Bye-Bye Kabul.

También nace un poco del rechazo a cierto tipo de fotoperiodismo extremo y a sus practicantes obsesionados por fotografiar la Piedad de Miguel Ángel del siglo XXI. Creo que el mundo hay que contarlo como lo ves, y a mí me atraen muchos países, como Afganistán, un país que todavía guarda su esencia. Pero me atrae lo cotidiano, me atrae la vida, no la muerte. Y muchas veces la gente relaciona estos países con la muerte, cuando están llenos de vida.

En la exposición retratas a gente en la piscina, en el mercado, niños que juegan, bares, la vida normal de la gente de allí. Me encanta la foto del gimnasio.

¡Allí hay muchos gimnasios! Y los tíos están muy obsesionados con su cuerpo. Están todo el día comiendo plátanos y huevos para ponerse más cachas… ¡Hay gimnasios hasta en Kandahar! Y llenos de gente.

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La verdad es que este gimnasio en concreto era un sitio bastante gay. En realidad el rollo gay en Afganistán está muy presente, porque no hay acceso a las mujeres. Nada. ¡Y al final hay una necesidad! Incluso he conocido casos de chicos que se enrollan entre ellos sin ser realmente gays.

Plàcid, mi compañero de La Vanguardia, siempre me dice que habría que hacer un reportaje sobre el mundo gay en Kandahar, que es como el centro de los talibanes.

Culturista tatuado en un gimnasio del centro de Kabul; los talibanes prohiben los tatuajes.

Una foto relacionada con esto es la de Zabi, el travesti afgano que fue asesinado.

Sí, Zabi era travesti y gay. Aunque también estaba casado y creo que tenía dos hijos. Pero eso no significa nada, porque ahí la gente se casa por sistema, por acuerdos entre las familias. Él se dedicaba a bailar en bodas. En Afganistán los travestis no están permitidos como en Pakistán, pero sí que pueden actuar como bailarines en las bodas delante de los hombres. Las bodas se celebran por separado entre hombres y mujeres. No está permitido que las mujeres hagan ese trabajo.

Lo que le ocurrió a Zabi es que en una de estas bodas dos hombres se enamoraron de él. Los travestis en Afganistán generan pasiones, porque los hombres sí que tienen acceso a ellos, al contrario que a las mujeres. Si les pagas puedes follar con ellos. En Afganistán no hay prostitución de mujeres. Al final se generó una disputa y acabaron matándolo.

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Zabi, travesti afgano de la etnia tayika, meses antes de ser descuartizado en Kabul por una familia de carniceros de la etnia pashtún.

Es una historia terrible. Me recuerda a un relato de Borges que se titula La intrusa, en el que dos campesinos hermanos que se enamoran de la misma mujer acaban matándola, terminando con el problema. Aunque algunas de estas costumbres afganas nos parezcan horribles me pregunto si no son muy parecidas a las que teníamos en el mundo occidental hace muy poco tiempo.

Hace unos años hubo toda esta hipocresía sobre ayudar a Afganistán, enviar un montón de dinero, ayuda humanitaria, tropas, había que cambiar la sociedad afgana… Y piensas, ¡pero tú qué coño vas a cambiar! ¿Quién eres tú para cambiar nada? La sociedad afgana es un reflejo de las creencias de la gente de allí y los cambios los tendrán que hacer ellos si algún día quieren hacerlos. En España también cambió la sociedad, hace 50 años también se maltrataba a las mujeres, eran puros objetos… Pues lo cambiamos nosotros y si ellos lo quieren cambiar pues lo cambiarán y nadie se tiene que meter a decirles qué es lo que tienen que cambiar.

Y después de toda esa enorme hipocresía nuestra para justificar una intervención militar, te das cuenta de que no cambian nada, simplemente radicalizan a la gente. Las tropas se irán, ningún dirigente dirá nada, ya que sería tener que reconocer el gran error que han cometido y lo medio esconderán allí, porque ya no interesa y ya está. Y, bueno, pues Bye-Bye Kabul.

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La familia Obama retratada en el cinturón de un modernillo afgano tras lavarse en un baño público en Kabul.

Solo el gobierno americano ha gastado desde 2001 nada menos que 900.000 millones de euros en la “Operación Libertad Duradera”. Han muerto miles de personas. Es terrible pensar que no ha sido para nada. ¿Van a volver los talibanes como si no hubiera pasado nada mientras George W. Bush sigue desarrollando su carrera de pintor de perritos?

Sin duda. Un famoso periodista de Newsweek dijo hace unos años que “Nosotros tenemos los relojes, pero los talibanes tienen el tiempo”. Lo describe muy bien. Los talibanes están esperando a que las fuerzas extranjeras se vayan para volver. Porque tienen poder, no son cuatro gatos. Además no están retirados en las montañas de Kandahar, están en todos lados, es una especie de resistencia general y social a la intervención. Ellos interpretan todo lo que ha pasado como una invasión, una invasión de una gente que quiere que cambien sus costumbres y de la que se están aprovechando otros, como el presidente Hamid Karzai, impuesto por los americanos, y toda la gente que le rodea. Pero en el fondo hay una sociedad que está muy en contra de todo eso, de la intervención, de Karzai, de la corrupción que han metido en el país y ahí están los talibanes, que no son tíos raros, no son fantasmas, son personas como tú y como yo. Tenemos la imagen del talibán como el demonio, pero esto no es así. Los talibanes son gente normal que no quiere eso y que son religiosos… Y punto.

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Sí es verdad que hay algunos más activos en la lucha que sí que pueden estar en Kandahar y sitios así, pero meten a toda la gente en el mismo saco y Afganistán es un mundo tan complejo… Hay drogas, negocios, tribus, señores de las tribus que se aprovechan de las drogas… Hay tantos frentes abiertos que no se puede generalizar, sino hacer un análisis real de lo que pasa en el país.

Yo creo que cuando se vayan los americanos, los talibanes volverán y además de una forma poco violenta, porque, como se ve en una de las fotos de la expo, en la que dos policías están durmiendo, la gente a la que le han encargado la seguridad del país es gente muy joven, que les da un poco igual todo esto y que cuando la situación cambie seguramente se quitarán el uniforme y ya está, no lucharán por Karzai.

Policías agotados en un restaurante del centro de Kabul.

¿Cómo has conseguido introducirte en la sociedad afgana y captarla de una forma tan espontánea?

Mi truco es mimetizarme, me visto igual que ellos y paso completamente desapercibido. Es mi modo de trabajar, me mimetizo bien en muchos sitios. Pienso que para hacer el tipo de fotos que hago yo, de gente que no está posando, sino que están haciendo sus cosas, es mejor pasar desapercibido. Si das mucho el cante hacer esto es imposible.

¿Y el idioma?

En un momento dado, el idioma da igual, porque con la cámara vas moviéndote y la gente se te queda mirando pero no paran a hablar contigo. Eso sí, para ir a según qué sitios hay que ir con la persona adecuada, sin duda. Yo creo que los periodistas nunca han valorado lo suficiente a los fixers, como ellos los llaman, las personas locales que los ayudan a moverse por los países. Yo no los llamo así porque suelo ir con gente que me gusta y que suelen ser mis amigos. Aunque nunca los nombren, los periodistas le deben a esa gente el 80% de su trabajo. E incluso a veces les pagan mal, aunque son los propios fixers quienes aceptan ese salario, quizá porque no son conscientes de cuánto ayudan a los periodistas. Están totalmente en sus manos. Y uno tiene que ser lo suficientemente espabilado como para elegir a la persona adecuada, porque hay gente que no te va a llevar a donde quieres ir, porque no se la juegan o no les apetece y gente que sí.

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En Libia yo viví una historia que pasó con unos periodistas de The New York Times que fueron secuestrados y cuyo fixer fue asesinado. Los tuvieron unos días secuestrados, una semana o dos, y luego les soltaron. Cuando salió el artículo explicando esto en el periódico, hablaron de la terrible experiencia que habían tenido que pasar, de boca de ellos, pero nadie hablaba del tío que se habían cargado.

Espejismos de modernidad, bolera en el Maruryan kohna park de Kabul.

¿Qué hay de verdad en la leyenda de los súper reporteros de guerra?

Me parece que se ha creado una épica en torno a la foto de guerra de la que en el fondo no tienen la culpa los fotógrafos, pero que ni entiendo ni comparto. Quien tiene la culpa de todo eso son los de arriba, porque si tú estás dando un premio de prestigio principalmente a desgracias humanas, pues la gente fotografiará desgracias humanas. Los grandes concursos, como Word Press Photo o Picture of the Year, son premios que se dan a la desgracia más original… La foto de un mortero que ha destrozado a una familia ya está muy vista. Si la desgracia es mucho más retorcida o más original pues para ti el premio. Pero ¿por qué? En el mundo no solo hay desgracias, ni siquiera en la guerra, también hay muchas cosas buenas y muy curiosas.

La esperanza está en gente como la agencia Magnum, que aunque también tiene fotógrafos de guerra, sigue apostando por gente que cuenta historias muy dispares y muy bien. Ellos todavía valoran esto.

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Por eso yo no quiero que me encasillen como fotógrafo de guerra. Estoy mil veces más orgulloso de un reportaje sobre sexo e intercambio de parejas que he hecho durante los últimos años que de todas las guerras en las que he estado.

Primero porque lo tuve que hacer con la cámara escondida, yendo mil veces a ver cómo follaba todo el mundo e incluso meterme en el papel. Hacer ese reportaje me costó un montón y creo que son imágenes supervaliosas, porque la gente no sabía que estaba siendo fotografiada y es sexo en su pura esencia, con una sordidez brutal, entendida como algo muy humano.

El año pasado, Vice entrevistó al periodista independiente Unai Aranzadi que terminaba el artículo diciendo: “Al consumidor de noticias le diría que consuma menos prensa y más literatura, cine, política o arte. Hoy en día, el periodismo está peligrosamente sobrevalorado y no ha de ser más representativo de la realidad que cualquier otra forma de expresión. Hay más verdad en un disco de Calle 13 que en todo el grupo PRISA”. ¿Qué opinas de esto?

Pues pienso que tiene bastante razón. Los medios solo venden la historia chunga. Todos los medios son tendenciosos, en todos los bandos. Incluso en los más prestigiosos, si tú quieres hablar de lo que no “toca” hablar o tu historia no cuadra con lo que ellos piensan que va a vender, pues no te lo publican y en paz. Al final acaba distorsionándose totalmente la realidad de los países de cara a la opinión pública.

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Has estado en algunos de los conflictos más peligrosos de los últimos años. ¿En algún momento has llegado a temer por tu vida?

En Libia me salvé por los pelos de palmarla. Iba caminando con cuatro periodistas y yo me paré a hacer una foto que tengo en mi web en la que se ve un cartel de Pepsi y un hombre disparando. Siempre digo que me salvó mi amor al mar, porque el cartel me llamó la atención porque la Pepsi estaba sobre un fondo azul, que se mezclaba con el cielo… Era como una ola. Me paré y ellos siguieron caminando y un minuto después cayó un proyectil de mortero justo donde ellos estaban. Unos diez metros por delante de mí. Si te fijas, en la foto se ve a unos chicos caminando, son ellos.

Todo fue bastante traumático. Sobre todo lo que se empezó a generar alrededor de eso, periodistas que se hicieron protagonistas de la historia, que contaban en primera persona la historia… Fue todo bastante asqueroso.

Misrata, Libia.

Perdona que me haga pesado, ¿pero no hay algo de épica en eso?

No te engañes. Yo no creo en eso. A mí lo que me afecta cada día es la buena o mala relación que pueda tener con mi padre, por ejemplo, y me sigue afectando más que nada. Más que ver cómo alguien muere en una guerra.

Cada uno tiene su propio infierno que siempre le acompañará y todo lo demás es accesorio. Evidentemente que las cosas te afectan, pero tus problemas son tus problemas. Las vidas de esas personas no son la tuya, tú estás allí de paso y luego te vas. No son tu película.

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El miércoles 10 de abril, a las 19h habrá una conversación entre Guillermo Cervera y Plàcid Garcia-Planas en el Palau de la Virreina, La Rambla, 99, Barcelona. No os la perdáis.