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Cultură

Esto nos parece la nueva peli de Quentin Tarantino

Los Odiosos Ocho es un western, una película de misterio y una gamberrada cinéfila. Todo en uno. Y nos quedamos cortos, porque también es la octava película de Tarantino y con eso ya valdría.

Imagen cortesía de The Weinstein Co.

Antes de dedicarse al cine, Quentin Tarantino se pasó buena parte de sus días encerrado entre las cuatro paredes de un videoclub, soñando con hacer cine, mientras manoseaba las carátulas roídas, rebobinaba cintas y recibía propinas miserables. Durante ese tiempo se empapó y bien de los géneros clásicos y, cuando por fin se convirtió en director, primero guionista, comenzó a retorcerlos a su antojo. Son homenajes pero que tienen ese aire de que nunca antes se había hecho algo igual. Parece que son películas hechas en la misma época de las grandes clásicos, pero sabemos perfectamente que son de ahora. Tienen algo que las pega, como con cola industrial, al momento en que vivimos. Son modernas, vaya.

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Resulta un coñazo repasar que si Kill Bill era su guiño a las artes marciales, Malditos Bastardos al bélico con aires de europudding, Jackie Brown, es el cine de blaxploitation… y así hasta ocho. Con el western ya se había atrevido en la magistral Django Desencadenado. Y ahora, para su octava película, que ha titulado Los Odiosos Ocho (un número que ahora parece mágico para él o puede que sea solo una gran coña), le ha dado más vueltas al género de los pistoleros que la montaña rusa de los Siete Picos del Parque de Atracciones. Porque arranca como si fuera un guiño a La Diligencia de John Ford, pero no lo es. Por un momento parece Los Diez Negritos de Agatha Christhie, pero tampoco. Luego simula rendir tributo a Kurosawa, pero no tanto. Y todo el rato anda por ahí suelta la sombra de Sergio Leone, con esos tipos con cara de mala hostia, pero que en este caso no paran de hablar.

Porque en el cine de Tarantino los personajes hablan y hablan. No callan ni debajo del agua, ni agonizando, ni con un revólver apuntándoles literalmente a las pelotas… y hablan con esos diálogos tarantinianos que son ya, además de marca de la casa, uno de los grandes hallazgos del cine moderno. Bueno, también es porque Tarantino es uno de los responsables de que el cine lleve ya un tiempo pisando en una nueva modernidad, y eso lo hace sin perder de vista los clásicos. Y para que esos diálogos funcionen lo que se necesita es unos actores de la hostia. Y para eso Quentin tiene el ojo de Guardiola para seleccionar nuevos talentos de la cantera y la mano dura de Mourinho para que no se le vaya de madre ninguna de sus grandes estrellas.

En este caso, repiten Samuel L. Jackson, Michael Madsen, Kurt Russell o Tim Roth, que forman parte de su círculo de confianza. Entran Bruce Dern (verlo a él ya merecería una película), el mexicano Demien Bichir y Walton Goggins. Una gran sorpresa, digna de festejar de verdad, encontrarse a uno de los protas de The Shield, serie de culto donde acompañaba al brutal Vic Mackey (Michael Chiklis) en sus correrías por Los Angeles, enrrolado en la crew de Quentin. Pero el plato fuerte es Jennifer Jason Leigh. La protagonista de Existenz parece el alter ego del director en pantalla, un personaje desequilibrado, clown, misterioso y chungo. Interpreta a la fugitiva Daisy Domergue, la única mujer entre los otros siete bastardos cazarecompensas, criminales y agentes de la ley -tipos impresentables, en definitiva- que se reúnen bajo un mismo techo por culpa de una tormenta de nieve. Es mejor solo saber esto de la historia. Sinopsis reducida: ocho cabrones en una casa dispuestos a hacerse la vida imposible. Y, sí, claro que sabemos que lo estás pensando, algo tiene de Reservoir Dogs, algo más que el gusto por la sangre y las armas nos referimos.

Ha dicho el director que solo hará dos películas más. Que a la décima se retira. Y esto es una putada, sobre todo a la vista de la cantidad de directores que deberían tomar esta decisión y siguen insistiendo con sus basuras. Porque alguien que es capaz de devolver la gloria en su última película, sacar directamente del baúl de los recuerdos, la música de Ennio Morricone y el sistema Panavision, ambas cosas geniales pero como de otra época, debería seguir haciendo películas de tres horas hasta el fin de sus días. Es justo y necesario. Y sí, Tarantino es un jefazo que reinventa los género. Es un tópico pero es que al final, tras ver su nueva película, no queda más remedio que reconocerlo.