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Formas modernas de adulterio

Las nuevas tecnologías nos facilitan la vida, cierto... Pero también la complican. Hablan de teléfonos inteligentes, pero no contaban con la idiotez de sus dueños.

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Las nuevas tecnologías nos facilitan la vida, cierto… Pero también la complican. Hablan de teléfonos inteligentes, pero no contaban con la idiotez de sus dueños. Lo que antes era inalcanzable, o al menos difícil, como engañar a nuestras parejas, ahora está disponible con un solo click. Definitivamente, Internet ha cambiado el adulterio.

Un mensaje, un WhatsApp, un mensajito en el Facebook pueden parecer gestos inocentes, pueriles, pero esconden, en ocasiones, perversas intenciones, cachondeo y mucha tontería. Eso, por no hablar de las apps específicamente desarrolladas para el coqueteo y, sí, también para el adulterio puro y duro de toda la vida, Tinder, Grindr, Meet Mee, Match.com, Ok Cupid… Hay millones de ellas, como si no tuviéramos otra cosa que hacer, ¿es que nadie trabaja? (hay más de cuatro millones de personas en paro, por lo que la respuesta es que no, nadie curra). Hace años fue bastante polémico un anuncio de la agencia Ashley Madison, una empresa especializada en facilitar la práctica discreta del adulterio, que utilizaba a la (ex) Reina Sofía como imagen. También hay empresas que ofrecen la posibilidad de construirte una coartada a tu medida.

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Dejando de lado esos recursos profesionales, hoy en día es fácil, sencillo y gratuito, buscar pareja en las redes sociales. Según los detectives cazadores de infieles y los abogados de divorcios, su negocio ha aumentado en los últimos años gracias a la fama y popularidad de las redes sociales. No necesitamos intermediarios, celestinas, notitas sudadas que entregar de mano en mano. El romanticismo pasó a mejor vida, Anna Karenina es historia, el Facebook está ahí, desafiante, como diciendo "atrévete, gallina". Atrévete a ponerle los cuernos a tu chica.

Para ello, necesitas una víctima, un objetivo. Pongámonos en situación. Digamos que tu relación actual está en un mal momento. O en un momento normalito y te echas la vida tirado en el sofá viendo series. Es entonces cuando recuerdas a tu ex. En esos momentos, cualquier otra persona, cualquier otro cuerpo, se antoja distinto, emocionante, terreno por conquistar. Esa chica pelirroja que te rompió el corazón en un campamento de verano, por ejemplo, o ese narigón tan atractivo que te llevaba en su Vespino a los autos de choque. Primero espías las fotos de sus vacaciones en Denia, su Instagram de cuando hizo una media maratón y, de ahí, no es tan raro pedirle amistad. Es ridículo eso de pedir amistad a alguien con quien terminaste a gritos e insultos, pero, gracias a Internet, ahora puede suceder. El caso es que, a partir de esa amistad virtual, puede que termines chateando con ella o él, puede que surjan comentarios, recuerdos… Y de ahí al mensajito cachondón no hay tanta distancia. Ya lo he dicho antes, la distancia de este paso es exclusivamente la que hay desde tu dedito al ratón.

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Una vez hecho esto, es el momento de dar un salto algo más grande. La quedada. La cena nostálgico-cachonda. Recuerdas cuando os metíais mano en el portal, cuando, quizá, perdisteis juntos la virginidad. Muchos adúlteros virtuales ahí se quedan. Lo pasan bien, recuerdan viejos tiempos, se calientan los cascos y regresan a su redil a seguir viendo la temporada once de Anatomía de Grey.

Muchos de estos adúlteros cobardicas justifican su animalesco comportamiento diciendo que este inofensivo juego es más antiguo que el mundo, que aporta picante a la relación, que nunca quisieron dejar a sus parejas, que la calentura les da vidilla y les ayuda a seguir adelante con sus novios o novias

Claro, claro. Pero es que, esos juguetones que aseguraban que nunca quisieron dejar a sus parejas, en ocasiones son los mismos que se atreven a dar el salto definitivo. Esto es, los besos, las caricias y lo que surja. A esas alturas, la infidelidad de virtual no tiene nada. Como mucho, por eso del manoseo, se convierte en digital.

En los ochentas y noventas, a menos que surgiera una pasión muy loca, muy desatada, era demasiado osado buscar a aquella compañera de la oficina que te sonreía frente a la máquina de café, y mucho más loco llamarle por teléfono. Si lanzar al anzuelo es atrevido con alguien que conoces, o que conociste bien en el pasado (e incluso que conociste "bíblicamente") no hablemos de las personas con las que te cruzas en el bus o el metro, con las personas que ni sabes cómo se llaman.

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Seguro recuerdas esos tablones de anuncios en fanzines y revistas en que alguien preguntaba por la identidad de una chica o chico que te había enamorado en la cafetería de la uni o en ese coche cama en dirección a Almuñecar. Era muy famoso el del Tentaciones, de El País. Decían algo así como "te vi en la escalera de la facul, me enamoré de tus rizos negros y tu sudadera de Fido Dido (ay, los noventas), pero no me atreví a hablar contigo, soy el chico del pantalón de peto y las patillas, si quieres conocerme, te espero en el campo de futbito a las cinco". Naturalmente, la de los rizos nunca aparecía. Ahora, sin embargo, puedes llegar a buscar a tu desconocido/a en Internet, no es tan difícil. Superado ese escollo, intercambias un mensajito amable, dos, le dices que tiene bonitos los ojos y, después de pedirle amablemente que abandone su sudadera de Fido Dido en un horno crematorio, puedes quedar a tomar unas cañas. Y tu novia de verdad, que ni rizos ni sudadera tiene, no se tiene porque enterar. Es imposible que ubique a esa persona que conociste de forma tan remota.

De ahí a los besos, al "vámonos un finde juntos", sólo hay dos obstáculos, tu educación moral y la cantidad de cañas ingeridas. O el amor, que algo de eso también puede haber, por qué no.

En resumen, que algo que los chicos y chicas tímidos, e incluso los vagos, nunca se atrevieron a plantearse, el emocionante mundo de los cuernos, se abre ahora como una posibilidad, como un riesgo, como un nuevo problema (o solución) que tener en cuenta.

Esto tiene algo de bueno y algo de malo. Mirando el lado positivo, digamos que los inútiles sentimentales, como yo, lo tienen más fácil que nunca para entablar lazos sexuales y románticos con otras personas. Yo me limitaba a mirar y a envidiar, jamás podría haberme acercado a hablar a nadie. Ahora, se puede ser un cobarde poco cool (como yo, repito) y, parapetado tras tu teléfono o tu tablet, mandar un mensajito, editar un perfil social medio potable, inventarte una vida maravillosa en Instagram o Twitter, convertirte en una persona mejor que la que eres, socialmente hablando, y lanzarte al ruedo del aquí te pillo, aquí te mato.

El único problema, el lado negativo de esto, de esto es cuando hay otras personas implicadas. Yo, al menos, lo veo como un problema, que, bueno, soy un sufridor. Si, al contrario que yo, careces de esta carga de culpabilidad luterana, eres un pecador de la pradera y te va la marcha, ya sabes, Internet es la mejor herramienta para disfrutar de esta tendencia adúltera tuya. Del click, click, click al pumpumpum hay cuatro pasos. Tú decides si quieres darlos.