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Cultură

Fuimos a ver la película cocainómana (y maldita) de Jimmy Giménez-Arnau

Cocaína solo pudo ser concebida bajo los efectos de la zarpa, rodada con los tembleques de quien va puesto y montada con la técnica de un aizkolari.

La imagen que tenemos de Jimmy Giménez-Arnau en 2016 es la de un tipo taciturno en el plató de 'Sálvame Deluxe', hasta la polla de todo, como Campo Vidal en el día del debate entre Rajoy y Sánchez, y contando los minutos para acabar el turno e irse a casa, habiendo intervenido lo mínimo en el debate y cobrando a cambio una pasta gansa: lo que se conoce como ser un ladrón de guante blanco, gremio que hoy más que nunca encarnan los expertos en economía de la televisión.

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Pero este Jimmy crepuscular, funcionario del cuore y dispensador de puyas, no debe hacernos olvidar que hubo otro Jimmy en los años 80 que fue dios y, posiblemente, el mejor periodista satírico de España tras la muerte de Franco, su suegro.

Era aquel Jimmy que colaboraba en Interviú entrevistando a la beautiful people, a escritores e iconos de la Movida, y les preguntaba sobre sus drogas favoritas, si follaban a pelo y qué harían si fueran Hitler (Michi Panero les respondió que "matar a un millón de tíos en defensa propia"). Aquel Jimmy, en definitiva, que mezclaba una prosa digna de Quevedo con aspecto de pijo del barrio de Salamanca, que lucía un polo Lacoste y humor acidísimo, la piel bronceada y un vocabulario tan rico que, cuando quería referirse a la acción de hacer de vientre (o de cuerpo), utilizaba el verbo 'exonerar'.

Era un canalla con máquina de escribir, un vividor con lecturas del Siglo de Oro, y puestos a relatar lo que se cocía en los áticos madrileños, en los campos de golf marbellíes y en las altas esferas del poder, apenas tenía rival. Porque a diferencia de Umbral, que escribía desde su casa y se lo inventaba todo, Jimmy Giménez-Arnau salía de noche, se ponía ciego, y a la tarde siguiente lo contaba.

Lo de ponerse como las Grecas, joven padawan, no lo inventaste tú, eso vaya por delante. La prosa de Jimmy, que hay que ir a buscar en tres libros fundamentales - Yo, Jimmy. Mi vida entre los Franco (1981, su autobiografía), Neón en vena (1986, sus entrevistas para Interviú) y Camaleones y lagartas (1992, sus columnas del corazón)-, está repleta de porros y de potorros, de líneas de cocaína y de ciegos monumentales. De hecho, en 1980, poco después de que fuera expulsado del clan Franco y se lanzara a la aventura del periodismo, la novela y el pajareo, nuestro hombre se atrevió a guionizar y dirigir una película titulada Cocaína, y que sólo pudo concebirse bajo los efectos de la zarpa, durante varias noches consecutivas de globazo prolongado.

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Ayer vimos Cocaína en Dosmil2000, una tienda recientemente inaugurada en Barcelona (calle Valldonzella, 29, enfrente del templo etílico conocido como bar Manchester) que, además de vender sintetizadores, vinilos, cassettes de proyectos electrónicos locales y material fotográfico analógico, ha decidido programar un cineclub quincenal en el que se rescatarán joyas olvidadas del thrash español: habrá Plauto (Coto Matamoros), habrá Hot Milk (Ricardito Bofill), quizá incluso haya FBI (Javier Cárdenas), pero que comenzó a lo grande con esta ida de olla inconexa de nuestro Jimmy concebida en pleno apogeo blanco, y que está rodada con los sudores y tembleques de quien ya lleva cinco gramos entre pecho y espalda, y montada con la técnica de un aizkolari.

Por no hablar del guión: un delirio entre lo místico-trascendente -como si Jodororowsky, en vez de ir de hongos, fuera de colombiana purísima- y el drama shakespeariano, y a la vez con intención de catalogar los diferentes especímenes de la fauna cocainómana en aquella España de entonces que ya enseñaba alguna teta, ocupaba los bares de moda hasta el amanecer y empezaba a ver billetes en la distancia.

Fotograma de la película protagonizada, sí, por Josema Yuste

Cocaína es un película maldita, inexistente -la copia que vimos es el rescate de una vieja cinta Betacam comprada en Todocolección-, y precisamente por eso todavía conserva el aura de título maldito, de extravagancia para iniciados. La cosa empieza con una mano cortando tema blanco como si practicara los movimientos del trilero -un montoncito a la izquierda, otro a la derecha, barajar el polvo, volver a cortar, delinear suavemente el primer ramal de una 'estrella de la muerte'-, y acto seguido una esnifada de nariz experita, con aleta musculosa, potente en su aspiración. El protagonista, un pijo madrileño con demasiado dinero y demasiada tontería encima -interpretado por Josema Yuste, antes de que se formaran Martes 13-, detecta que a su alrededor todo el mundo consume y decide hacer una película sobre la coca. Dos amigos suyos, uno interpretado por el propio Jimmy, que hace el papel de hedonista desencantado, de farlopero experto al que todo esto ya le viene grande, le animan a iniciar esa tarea absurda, y entonces se suceden diferentes escenas sin sentido -Josema yendo a entrevistarse con un comisario de policía, o buscando actrices en el local de una especie de entrenador de chicas de alterne llamado Domador del Virgo, una especie de gurú sexual que enseña a gemir, a mover la pelvis y a comprender que el secreto de un buen coño es criar un buen matojo de pelo-, hasta culminar en la larga secuencia de la fiesta en un loft que está entre Andy Warhol y Kenneth Anger, y la parte final, donde van a rodar la película entre gallinas. En resumen: un disparate descoordinado y una mierda gigantesca. Pero una mierda de culto, por supuesto. ¿En qué otro documento videográfico podríamos ver jugando a squash al periodista Alfonso Ussía, excelsa pluma de prosa tardofalangista en la tradición de Foxá y Campany, que hoy adorna de ripios y soniquetes las páginas de La Razón? ¿Dónde si no podríamos ver a Jimmy Giménez-Arnau doblándose a sí mismo, como Eduardo Punset, con esa prosodia medio british que gasta, propia de un gentleman un poco sátiro, bañándose en champán y comiéndose la boca con las tías más jugosas del reparto? (Inciso: el currículum sexual de Jimmy se había inaugurado mucho antes, en aquella época ya tenía 36 años y estaba en su plenitud toxicómana, pero sin duda fueron episodios que irían alimentando la leyenda y que le darían pie, años después, a pronunciar su frase más inolvidable: "yo en esta vida he follado tanto que ya sólo me sale espuma"). En definitiva, aquella película rara, egomaniaca y apologética del perico, era un aviso de lo que estaba por venir: el episodio de su detención en 1994 saliendo de Telecinco llevando encima diez gramos, que según la policía eran para traficar -él se justificó argumentando que eran exclusivamente para su consumo personal, que bien pudiera ser; por entonces estaba en niveles Coto-, y que le acabaron llevando a la cárcel. Jimmy, en definitiva, forma parte de la mitología crápula de la España del felipismo y el aznarismo -un bucle perfecto, un uróboros, dos caras de la misma moneda-, junto con personajes irrepetibles como Ramón Mendoza, Jesús Gil, el primer Bertín Osborne, todo el elenco de Crónicas marcianas , Almodóvar en su época locaza y el Sánchez Dragó que, cuando no te estaba pegando la brasa con los yacimientos neolíticos, Prisciliano, el yagé o los encierros de San Fermín, se dedicaba a follar en los bares (como ahora). Fuimos a ver Cocaína porque semejante documento no se puede dejar pasar. Al final fue como arrojar hora y cuarto de tu vida por el retrete, pero tirando de la cadena muy a gusto. Es tanto lo que le debemos a Jimmy que volveríamos a hacerlo todas las veces que fuera necesario.