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Cultură

Disparando metralletas en chanclas

Los turistas juegan a la guerra en las galerías de tiro de Phnom Penh.

Happy Club es una de las numerosas galerías de tiro de bajo coste que han abierto en Camboya y Vietnam en los últimos años. Regentadas por turistas y estudiantes en año sabático, es una especie de continuación lógica de la explotación de recursos 'naturales' para entretener a turistas sedientos de experiencias inolvidables a los márgenes de la legalidad. Si antes eran las playas desiertas y el aceite de safrol (raves y MDMA), hoy son los montones de armas y munición que sobran de los días del Khmer Rouge.

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Como si de un restaurante con especialidades locales se tratara, una de las personas que atiende el local muestra el menú. Como la mayoría de las cartas, tiene fotos para que puedes saber lo que estás pidiendo. A diferencia del resto, en esta pone "No Photo" en letras grandes en la portada. Y por si no queda suficientemente claro, el instructor/camarero señala la cámara y repite el "No".

Las primeras imágenes del menú son los clásicos, como el AK47 o M16, fusiles ruso y norteamericano respectivamente, actores de múltiples escenarios durante la guerra fría. Tras un rápido vistazo, el menú sugiere piezas más exóticas, como israelíes o chinas. El pasado colonial francés también dejó aquí su huella. Granadas de mano, pistolas, ametralladoras de varios calibres… Una gran selección para los aficionados al tiro. Pero sin duda, el plato estrella se encuentra al final. Un rifle de francotirador tan grande como un niño de 10 años o un lanzacohetes RPG (un arma antitanque portátil) a disposición de cualquiera que quiera pagar 350$ por hacer un disparo. No está incluido en el menú, pero dicen que por unos pocos dólares más, es posible disparar a una vaca y volarla en pedazos. Lo que el turista desee. Elegido el menú, ya sólo queda pasar por caja. El precio es la munición del arma elegida. Unos 40$ por 30 balas de un cargador de AK es la opción más económica, con posibilidad de opción de automático (ráfaga) o de tiro a tiro. Una ametralladora pesada son 80$, lo mismo que una granada de mano.

El suelo de la galería de tiro está plagado de casquillos, y un olor a pólvora quemada invade todo lugar. En una mesa, el arma espera desmontada y lista para usar. Un fuerte sonido seco, amortiguado por unos cascos, el tintineo de los casquillos al caer al suelo y leves risotadas de los turistas en caso de acierto, son la banda sonora del lugar.

Al salir, y frente al tanque, hay una pequeña tienda de souvenirs. Allí se pueden comprar miniaturas de los ruinas de Angkor Wat, o contratar un tuk-tuk para que te lleve de excursión. Entre los destinos, existe la posibilidad de visitar los Killing Fields, que son los campos de exterminio donde miles de camboyanos fueron fusilados por el régimen de Pol Pot. Es irónico que ante las caras desencajadas de los turistas se encuentren amontonados, como recuerdo sangriento del pasado del país, los esqueletos de quienes fueron víctimas de los mismas fusiles que ellos mismos habían disparados unas horas antes.