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Grandes Palizas En La Literatura

La justicia callejera es un raro lujo en la alta literatura. A diferencia de su contrapartida, el universo del cine, el reino de los libros es fijo, estático. Los personajes cinematográficos evolucionan y se socavan: siempre habrá una oportunidad, por...

GRANDES PALIZAS EN LA LITERATURA

POR WILLIAM B. FUCKLEY JR. Y CLOTTY KOPPLEMAN

La justicia callejera es un raro lujo en la alta literatura. A diferencia de su contrapartida, el universo del cine, el reino de los libros es fijo, estático. Los personajes cinematográficos evolucionan y se socavan: siempre habrá una oportunidad, por remota que sea, de que un personaje de cine que no nos gusta acabe siendo apaleado sin misericordia en un remake. Pero el personaje de una novela, una vez escrita, no puede cambiar; es inmutable. Puede que quieras leer sobre Pip, Puck, Poirot o Portnoy siendo apaleados hasta ser convertidos en gelatina humana, pero a menos que escribas tú mismo tan funesto acto, eso nunca va a suceder (e, incluso entonces, serías relegado a la categoría de “ficción roñosa”).

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No obstante, de vez en cuando algún detestable personaje literario escapa a la norma y recibe su merecida somanta de palos, tan gratificante para el lector. Ahí van nuestras tundas favoritas.

JAMES BOND (CASINO ROYALE, POR IAN FLEMING)

En el clímax de la primera novela de James Bond, el malo, Le Chiffre, desnuda y ata a 007 a una silla y después procede a azotarle en los huevos con una vara durante una hora. “No es sólo la agonía inmediata”, explica Le Chiffre a Bond mientras le pulveriza las pelotas, “sino la certeza de que tu hombría está siendo gradualmente destruida y que al final, si no claudicas, nunca más volverás a ser un hombre”. (Uno se pregunta si esa letra de Wu Tang Clan que dice “Pondré tus putas bolas sobre el aparador / y las haré mierda con un bate con pinchos / wassup BLAAA!!!” es un homenaje, o un ejemplo de

familienähnlichkeit

). Justo cuando el malaje se dispone, cuchillo en mano, a practicarle a Bond una vasectomía estilo Bronx, un agente de SMERSH irrumpe, escabecha a Le Chiffre y graba una M en la mano derecha de Bond. Bond no tarda en recuperarse de la tollina testicular y pronto está disfrutando de unas sesiones regulares de sexo franco y pleno con una mujer llamada Vesper, con quien, reflexiona él, el folleteo tiene siempre “el fuerte aroma de la violación”. Toma ya.

BUCK (LA LLAMADA DE LO SALVAJE, POR JACK LONDON)

Buck, un enorme y babeante perro ovejero de raza San Bernardo, es secuestrado, vendido a unos patanes en Alaska y esclavizado para que tire de un trineo. Buck, que no lleva muy bien el confinamiento, debe ser doblegado, y eso sucede en una brutal paliza de una página que culmina con el noble Buck, un animal de más de 60 kilos, hecho una bola gimoteante sobre el suelo de la tundra. “Tras un golpe especialmente cruel se arrastró hasta sus pies, demasiado aturdido para escapar. Se tambaleó, ya sin fuerzas, la sangre manándole de nariz, boca y orejas, su hermoso pelaje lleno de salpicaduras de babas ensangrentadas”. El sometimiento, por lo que leemos, funcionó. “Supo, por primera vez y para siempre, que no tenía ninguna oportunidad contra un hombre con un garrote. Había aprendido la lección, una lección que no olvidaría mientras viviera”. A esto, el lector moderno debería añadir: y un cojón. Buck, por lo menos, no tiene que preocuparse por la hipoteca, el seguro del coche, la suplantación de identidad, el espionaje por internet, la inflación, los dispendios políticos, las bandas callejeras, la supergripe, la hecatombe nuclear o que el Colisionador de Hadrones cree un agujero negro. Ponte a la cola, Cujo; todos tenemos nuestros problemas.

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HOLDEN CAULFIELD (EL GUARDIÁN ENTRE EL CENTENO, POR J.D. SALINGER)

Maurice, el ascensorista y chulo del Edmont Hotel, se toma la molestia de interceder por el escroto del iluminado más quejica de la historia reciente de Estados Unidos, pero luego le zurra la badana por un quítame allá esos dólares. Y, para más inri, llama “jefe” a Holden. ¡ZAS! Esta va por John Lennon. También tú abofetearías a Holden si tuvieras que escuchar sus monsergas sin fin, por no mencionar que constantemente envía mensajes subliminales que ordenan que mates políticos y gente famosa. Pues sí; la mención de Holden, todo el día bebiendo, fumando y asistiendo a obras de teatro en los años 50, toca los huevos aquí y ahora, entre los escombros post nucleares, en una época en la que es ilegal que la gente se reúna en público, las escuelas están diezmadas por guerras raciales y nuestros hijos no recuerdan cómo era vivir sobre tierra. ¿Tuvo Holden alguna vez que subsistir como “artista de la felación” en los campos de refugiados bajo el subsuelo de Los Gatos? ¿Vio su juventud robada a causa del Acta de Castración Obligatoria? ¿Conoció el dolor lacerante que sufren los adictos al jenkem? Buena cosa que alguien le diera a este niño mono, al menos una vez, algo por lo que llorar.

SALADIN CHAMCHA (LOS VERSOS SATÁNICOS, POR SALMAN RUSHDIE)

Un jumbo secuestrado explota sobre el Canal de la Mancha, dejando caer cuerpos “como briznas de tabaco de un viejo cigarrillo roto”. Los actores indios Gibreel Farishta y Saladin Chamcha caen en picado cinco millas y se levantan en una isla. Por si esto no fuera lo bastante estrambótico, Gibreel se transforma entonces en un ángel, mientras que el pobre Saladin se reduce a un demonio cabrío. El Saladino-chivo es arrojado a una furgoneta sin ventanas por unos policías menos preocupados por su porte demoníaco que por el hecho de que pueda ser un paki tratando de entrar en el país de forma ilegal. A partir de ahí las cosas se vuelven ultraviolentas a bocajarro, con Saladin recibiendo patadas en la cara, las costillas y las pelotas, agujereado en “varias partes de su anatomía” y obligado a comerse sus propias cacas. Pero, a diferencia de otras palizas a los socialmente vulnerables (el Tío Tom, la Gudrun de

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Mujeres enamoradas

, las incontables azotainas que recibe Janie en

Sus ojos miraban a Dios

), esta violencia está salpicada de tantas alegorías, alusiones e impenetrables no-americanismos que no es menos placentera que una tarde viendo los dibujos animados del Correcaminos. ¿Y por esto recibió Rushdie una sentencia de muerte?

HUCK FINN (LAS AVENTURAS DE HUCKLEBERRY FINN, POR MARK TWAIN)

Ni Dios ni amo ni pantalones: esa era la única regla en Missouri en la década de los 1830, una época y lugar en la que un arrapiezo a menudo se daba de bruces con una puerta; en el caso de Huck, una puerta llamada Pap, su padre. Durante la edad dorada del abuso infantil, los chavales podían pillar infierno por hurtar un cigarrillo de barbas de maíz, por contraer la viruela, por ser “demasiado flojos” y contraer la viruela e incluso por ninguna razón concreta. El padre alcohólico de Huck, que fanfarronea de haber dejado de votar tras haber oído que un hombre negro había obtenido una franquicia en Ohio, le sacude una tunda a Huck por ir al colegio y aprender a leer y escribir. Resulta difícil no ponerse aquí de parte de Pap. Escribir y leer son habilidades sin utilidad que nunca le han hecho bien a nadie. ¿Cuándo fue la última vez que conseguiste un trabajo leyendo? Durante la disputa de Pap con el juez Thacker por la custodia de Huck y su dinero, Pap se lleva a Huck lejos del largo brazo de la ley, a una aislada cabaña de troncos en el bosque, y le deja encerrado varios días para que se las apañe por su cuenta. En casa, Pap lanza diatribas contra “el gobierno” y “los negros”, se pone tibio a base de cerveza barata y persigue a Huck con un cuchillo, “llamándome Ángel de la Muerte y diciéndome que me mataría, y que así ya no podría volver a acosarle”.

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EL MONSTRUO DE FRANKENSTEIN (FRANKENSTEIN, POR MARY SHELLEY)

No hay zombie de George Romero que se haya quejado y fastidiado tanto al prójimo como lo hizo el monstruo de Frankenstein. No recuerdo a Drácula, el hombre lobo, la momia y la criatura de la laguna negra embarcándose en nada remotamente parecido a los maratones de autocompasión del tipo éste. Veamos los hechos. En el capítulo 11, el monstruo irrumpe en la casa de un pastor y se zampa su desayuno de pan, queso, leche y vino. El término correcto para esto es “robar”. Después, medio borracho, entra tambaleándose en una aldea, resultando “gravemente herido con piedras y otros proyectiles” (en la versión completa de 1838, Frankie es bombardeado con bolsas de basura, pañales y macetas, y en un momento dado alguien le pone un orinal por sombrero). En lugar de aprovechar el suceso para reflexionar sobre su vida de crímenes, el monstruo se pasa el resto de la historia lloriqueando sobre “los bárbaros aldeanos” a cualquiera que le quiera escuchar. En consecuencia, el libro es visto ahora como una parábola sobre la intolerancia, cuando en realidad la moraleja es que el pastor tenía derecho a comerse su desayuno en paz sin que un hombre-monstruo zampabollos venga a tocarle las narices en su propia casa.

EL CONDE DE GLOUCESTER (EL REY LEAR, POR WILLIAM SHAKESPEARE)

El Duque de Cornualles tiene al Conde de Gloucester, narcotizado por su propio hijo Edmund, atado a una silla. La esposa del de Cornualles, Regan, le tira de la barba, un insulto tan grave durante el reinado de Jaime I como lo era en la antigua Judea y lo sigue siendo hoy, qué coño. Con la frase “Sobre estos ojos vuestros pondré mi pie”, el Duque procede a añadir la falta de ojos a los problemas del Conde. Tras practicar con éxito la primera operación de extracción ocular, su leal sirviente de toda la vida interrumpe para sugerir, cortésmente, que con sacarle un ojo es suficiente. Gran ofensa. Cornualles desenvaina su espada, el sirviente hace lo propio y Regan pone fin al duelo ensartando al sirviente por la espalda con una espada que ha tomado prestada. Retomando su atención hacia Gloucester, el Duque le habla al ojo que queda mientras se pone a sacarlo de su órbita: “¡Sal, vil gelatina! ¿Dónde queda ahora tu lustre?”. El ojo del Conde, a esto, no puede decir ni mu.

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HIPÓLITO (HIPÓLITO, POR EURÍPIDES)

La vida es bastante tranquila para Hipólito hasta que descubre que su madrastra, Fedra, le quiere echar un casquete. Primero dice él, “¿Qué?”, y después añade “Ni de coña”, a lo que ella responde, “Más adelante”. Puesto que la obra tiene lugar mucho antes de su première en el año 428 AC, la despechada Fedra tiene que esculpir laboriosamente una nota de suicidio en la que acusa a Hipólito de haberla violado. Después se ahorca. Cuando el padre de Hipólito, Teseo, llega a casa, llora sobre el cadáver de la ex salida y clama venganza a su padre, el dios Poseidón: “Poseidón, mi hijo es un cabrón. Poseidón, mi hijo es un cerdo. Oh, Señor de los mares, te lo imploro: mata a ese cerdo cabrón que tengo como hijo”. El abuelo Poseidón actúa enviando desde las profundidades marinas a un toro que horripila tanto a los caballos de Hipólito que huyen desbocados, arrastrando al magullado, roto, hecho fosfatina Hipólito detrás de ellos. Hipólito grita, “¡¡¡COLEGA!!!”, Hipólito grita, “¡¡¡MI PÁNCREAS!!!” y berrea a todo pulmón el “Why” de Discharge mientras sus corceles tronchan, quiebran, retuercen y mutilan su cuerpecito sobre las rocas de Trecén. Entonces la diosa Artemisa se le aparece a Teseo para proclamar la inocencia de Hipólito, a lo que Teseo responde echando balones fuera: “Joder, tía, no era mi intención matarle. ¡Matarle! Joder. Pero tía, en serio, ¿por quién me has tomado?”. A diferencia de

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Edipo Rey

, que muestra el incesto como una tragedia,

Hipólito

pinta el incesto como una forma en que la tragedia podría haberse evitado. Si Jim Morrison hubiera leído

Hipólito

, quizá habría cantado: “¿Madrastra? Yo quiero… ¡¡¡MI PÁNCREAS!!!”

BUNNY HOOVER (EL DESAYUNO DE LOS CAMPEONES, POR KURT VONNEGUT)

Bunny Hoover, hijo del hombre de negocios Dwayne Hoover, es un “conocido homosexual” que toca el piano en la coctelería de un Holiday Inn. Resulta refrescante que la paliza que se lleva Bunny no se deba a la homofobia sino que la reciba en medio de un arranque psicótico de su papi. La somanta que pilla Bunny no es lo peor que sucede en el libro pero sí lo más dramático, con Dwayne haciendo rodar la cabeza de su hijo por el teclado de un piano “como si fuera un melón cantalupo”. Más tarde, en la ambulancia, la cara de Bunny es “irreconocible, incluso como cara”.

Aún más refrescante es que la paliza a Hoover tenga lugar en presencia del autor. Vonnegut se permite entrar en la narrativa con el propósito explícito de observar la violencia (y acaba con un dedo del pie roto en la trifulca). Incluso los azotes y torturas a Cristo –el estándar dorado y a perpetuidad de todos los apaleos– ocurrió sin la participación directa y en persona de su arquitecto. Finalmente un escritor asume la responsabilidad en aras de nuestro entretenimiento. Lo sentimos, Bunny, pero ser un personaje de ficción es lo que tiene.

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JOB (EL LIBRO DE JOB, LA BIBLIA)

La brillantez del castigo que recibe Job reside en que nunca incluye violencia física. En su lugar, Dios y Satán usan al pobre guarro de Job como balón de fútbol espiritual y como conejillo de indias –el saco de boxeo anímico original– sin llegar jamás a ponerle un dedo encima. Primero, sus ovejas, camellos y sirvientes arden durante un misterioso incendio, dejándole a él sin negocio. Cuando Job llama a la línea de atención al creyente, Dios le dice, “Ostras, Job, qué golpe más duro. Espero que tuvieras un seguro a todo riesgo”. Después sus diez hijos mueren aplastados. Job llama a Satán buscando algo de conmiseración y Satán dice, “Uff, Job, vaya trago más amargo, pero ya sabes,

force majeure

, son cosas que pasan. Que tengas más suerte con la próxima camada”. Como, a pesar de todo, la fe de Job no disminuye, su despliegue de devoción masoquista se ve recompensada con una erupción de llagas en todo su cuerpo, de la cabeza a los pies. Dios: “Vaya, Job, eso tiene mala pinta. ¿Has cambiado de jabón o de detergente últimamente?”. En vez de llamarle a Dios lo que se merece, Job se deja caer sobre un pedregal, restregando en los guijarros sus purulentos pepperonis cutáneos con la esperanza de que todo se arreglará por sí solo. En conjunto, un maravilloso ejemplo de comportamiento pasivo-agresivo, de cómo escurrir el bulto y cómo lograr que el prójimo, lejos de compadecer a la víctima, diga, “Si es que se lo tiene merecido, por tonto”.

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JUDAS (EL INFIERNO, POR DANTE ALIGHIERI)

Dante Alighieri adoptó la línea dura ante la simonía: ¿qué parte de “una tolerancia cero de cojones” no comprendes? Sí; el potente, positivo menaje antisimonía de

La Divina Comedia

sigue confortando e inspirando a los lectores jóvenes que hoy siguen haciéndose preguntas relativas a la fe. Pese a que todos podemos entender y/o apoyar su condena de la sodomía, otras posturas que Dante adoptó sobre cuestiones relevantes en su época siguen siendo provocadoras y controvertidas en el mundo de hoy: tomemos por ejemplo su opinión sobre los poderes temporales del Papa, o sus puntos de vista sobre la prosodia italiana, o su esperanza en la constitución de un estado florentino. En cuanto a Bonifacio VIII, bueno, al Papa se le tendría que haber colgado por los huevos y hecho oscilar como a un yo-yo; eh, así lo creía Dante. Ahora bien, si alguna cosa había en la que Dante y el Papa Bonifacio VIII, por mucho que le odiase, estarían de acuerdo, era en esto: Judas Iscariote la cagó a base de bien cuando vendió a nuestro Señor y se hizo merecedor de la más brutal paliza de todos los tiempos ahora y en siglos venideros. Dante, por tanto, condenó a Judas al pozo de Satán, en lo más profundo del infierno; allí Satán, con sus seis ojos llorando, mastica con una de sus tres bocas la cabeza de Judas durante tooooda la eternidad, mientras al mismo tiempo rasca el cuerpo que cuelga de su boca dejando la columna vertebral de Judas “desnuda de piel”.

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LAOCOONTE (LA ENEIDA, POR VIRGILIO)

Poco después de la entrega del caballo de Troya, un sacerdote de Neptuno llamado Laocoonte hace notar a la multitud unos cuantos puntos de interés: los griegos son gente tan mañosa como traicionera; el caballo es probable que sea “un ingenio bélico dispuesto contra nuestros muros para espiar nuestras casas desde lo alto”; probablemente haya un hatajo de griegos escondidos en su interior. A continuación demuestra que el caballo está hueco golpeándolo con su lanza, pero Sinón, un guerrero griego a quien los troyanos han capturado con sospechosa facilidad, distrae a la multitud contando una historia lacrimógena y Laocoonte se larga a sacrificar un toro en honor a Neptuno. Matando estaba él al toro cuando dos serpientes “de ojos llameantes, teñidos de sangre y fuego” emergen del mar, se enroscan alrededor de sus dos hijos y empiezan a comérselos. Laocoonte se mete en la “sangre y el veneno negro” para salvar a sus rapaces, pero las serpientes se enroscan alrededor de su cintura y cuello y Laocoonte no tarda en gritar como… bueno, como un toro sacrificial. Tras despachar al sacerdote y a su familia, las serpientes se dirigen a un altar en honor a Minerva, quien convence a los troyanos de que Laocoonte fue castigado con justicia por profanar con su lanza el sagrado caballo de la diosa y porque, en general, le tenía mucha manía a los caballos.

PHILIP MARLOWE (ADIÓS, MUÑECA, POR RAYMOND CHANDLER)

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El detective de Chandler se lleva muchas palizas, pero todos los habitantes de Los Angeles pueden identificarse con la que pilla cuando le está siguiendo la pista a un psíquico llamado Jules Amthor. Un hediondo “indio de Hollywood” de nombre Second Planting le arrebata a Marlowe la pistola, clava una rodilla en su espalda y le retuerce los brazos hacia atrás. Después aprisiona a Marlowe con una llave de tijera, pasa sus manos alrededor de la garganta del detective y le estrangula hasta provocar su desmayo. Cuando Marlowe recobra el conocimiento, sus ojos están llenos de sangre y Anthor y Second Planting le están atizando en la mandíbula con su propia pistola. La pronta llegada de la pasma impide que la cosa vaya a más; bueno, relativamente: los polis meten a Marlowe en el coche, le dan un paseo hasta las afueras de la ciudad y le zumban de lo lindo hasta dejarle inconsciente. Al despertar se encuentra en una habitación cerrada en la consulta de un médico yonqui, donde lleva dos días atado y a base de heroína y escopolamina, y cree que la habitación está en llamas. Escandalosa para los estándares de los años 40, la novela que narra el punto más bajo de la carrera de Philip Marlowe suena, setenta años después, como una agradable excursión de fin de semana en Southland. En el actual área metropolitana de Los Angeles, hasta un hombre blanco, soltero y con estudios, entre los 25 y los 40 años y con unos ingresos anuales de 60.000 dólares o más, dedica una media de 2,3 horas a la semana a practicar felaciones a desconocidos a cambio de comestibles. Los detectives privados, por contraste, viven ahora en sus coches, sufren salvajes palizas a manos de bandas como los Suicidals y felan a extraños animales en busca de alimento.

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RAY MITCHELL (EL SAMARITANO, POR RICHARD PRICE)

Mitchell es el más jovenzuelo del grupo, una entrada de 2003 a cargo del autor y guionista de

The Wire

Richard Price. La historia se desarrolla en torno a la tunda que recibe Mitchell a manos de un asaltante que él rehúsa identificar y un tremendo golpe en la cabeza cuyas secuelas “se manifiestan como un hedor y un sonido –un olor cantado, un gemido de alta frecuencia, como el silbato que sólo oye un perro”. El relato está salpimentado con todo tipo de deliciosos pequeños detalles sobre traumáticos daños cerebrales. Lo cual está bien, porque Ray sería simplemente insufrible si no supiéramos ya el castigo a la altura de un cachiporrazo de Muhammad Ali que le espera a ese misericordioso cerebrín suyo.

JERRY RENAULT (LA GUERRA DEL CHOCOLATE, POR ROBERT CORMIER)

Esta historia de rebelión juvenil atañe a Jerry Renault, un estudiante bisoño que desafía el cruel orden social establecido en el instituto privado al que asiste. La negativa de Jerry a vender chocolatinas durante la recaudación de fondos anual tiene su clímax en un combate de boxeo presenciado íntegramente por escolares que le abuchean y se mofan. En el salvaje combate a tres páginas que sigue, Jerry es sistemáticamente golpeado, apaleado, molido y machacado, encajando mamporros en la cara, en los riñones, en el páncreas y hasta en los huevos, y en el útero no porque no tiene, que si no… Al final de la masacre, lo que queda en el suelo del ring es una barboteante abominación de sangre y pelo, y su castigo es justo con independencia del punto de vista del lector. Los adeptos al conformismo (Jerry, después de todo, se negó a vender chocolate) obtienen la misma satisfacción que los defensores del individualismo (Jerry, tras la tollina, renuncia a sus convicciones, a pesar de que su cara y su lengua están tan hechas polvo que apenas puede emitir unos débiles sonidos similares a una pedorreta). Lo que queda de Renault, goteando sangre, es introducido en un saco de arpillera, y el resto de la escuela se entrega a una improvisada fiesta con helados en un final feliz poco habitual en la obra de Cormier, uno con un mensaje fuerte y poderoso.

WINSTON SMITH (1984, POR GEORGE ORWELL)

Como oprimido trabajador civil del Ministerio de la Verdad, Smith es objeto de una serie de crueles torturas y palizas incluso antes de atravesar las puertas de la temida Habitación 101. Es triste, más o menos, hasta que te das cuenta de que Smith ha gozado de sus buenas oportunidades para eludir su destino. Winston y Julia hacen extrañas escapadas a los bosques; ¿por qué no se quedaba allí acampado, simplemente? ¿Qué le habría impedido liar el petate y escabullirse por completo más allá del Ministerio? ¿Su carrera? Cierto, habría tenido que construir algún tipo de balsa o de canoa. ¿Y qué? Los monjes ya lo hacían en el siglo V. De acuerdo, habría tenido que buscar, y encontrar, una isla o área salvaje no controlada por el Gran Hermano. El ingsoc ni siquiera controla los barrios de los proles; por tanto, ¿qué posibilidades hay de que tenga dominio sobre una remota y diminuta isla allá en la costa de Escocia? Cuanto más piensas en ello, más y más difícil resulta sentir cualquier tipo de simpatía hacia un tipo que, básicamente, claudica y se entrega a sí mismo. Citando a Howard Stern (hablando sobre Rodney King): a este idiota no le golpearon lo suficiente.

SYMKYN (EL CUENTO DEL MOLINERO, POR GEOFFREY CHAUCER)

En la hilarante farsa de dormitorio de Chaucer, dos estudiantes de Cambridge, John y Aleyn, le hacen una visita al deshonesto molinero Symkyn y comprueban cómo es un coito con su mujer y su hija. Cuando se entera, Symkyn coge a Aleyn por la nuez de Adán y le pone la nariz como un pimiento morrón. Se enzarzan en una pelea; la esposa de Symkyn agarra la vara familiar e intenta con ella jugar al béisbol con la cabeza del estudiante, pero le acaba arreando a su marido un varazo de los que dejan fiebre. El amigo de Aleyn, John, brilla por su ausencia durante la pelea hasta que Symkyn grita, “¡Me muero!”. En ese momento John recupera los cojones que no había demostrado todavía tener, Aleyn y él se atan los cordones de las Martens y entre los dos le arrean una a Symkyn que ni los chavales vietnamitas de la película

Romper Stomper

(1992). Los expertos y los medios de comunicación se apresuran a echarle la culpa de todo a la música Oi! Y justo cuando el cantante de Sham 69, Jimmy Pursey, se está entregando a una elíptica pero apasionada defensa del género durante un debate televisivo, una copia de 3 metros de diámetro de single de Discharge “State Violence State Control” (Clay, 1982) cae del cielo, aplastando al icono. Tenía cincuenta y cinco años.