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Cultură

La guía VICE para sobrevivir a las piscinas municipales

Son un remedio económico para combatir este maldito calor. Pero si no tienes cuidado, tu jornada allí puede convertirse en una auténtica pesadilla.
Imagen del Diario de Madrid vía Wikimedia Commons 

"Hace un calor de cojones". "No he pegado ojo". "Esta noche he sudado como un pollo". Son las frases que te cruzas con tus compañeros de trabajo, amigos y desconocidos en el transporte público cada mañana. Sí, estamos viviendo una ola de calor, como la de cada puto verano. Ni más, ni menos. Pero parece que de año en año se nos olvida que en julio lo que toca es pasar el día a 40 grados y que por la noche el termómetro no baje de los 25. Así es el verano.

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Si uno no tiene casa en la montaña o en la playa, vive en una urbanización o tiene una terraza para refrescarse con una manguera, la única solución a mano que hay para combatir el calor es ir a la piscina. Están las privadas, claro, pero salen por un pico. Y luego las municipales, que, además de estar a lado de tu casa, son mucho más económicas. Un adulto pasa allí el día por unos 5 ó 6 euros. En estos recintos hay mucha naturalidad. Como dice una compañera: "Hay mucha barriga grande y pieles tostadas por el sol en nivel extremo". No hay complejos y tampoco esa necesidad estúpida de postureo, de dejarse ver y de hacer (provocar) que te miren.

Cuando uno pisa el césped -aunque hay más hormigón- de una de estas piscinas del Ayuntamiento tiene la sensación de que ha viajado al pasado. De que el tiempo lleva allí detenido unos años. Que nada ha cambiado. Y en el fondo, es un poco así. Sus usuarios han transmitido la tradición de ir a este lugar de generación a generación. Y los usos y costumbres que se manejan tras sus muros se mantienen inamovibles. Por ellos no se cuelan los vientos de las modas pasajeras. El agua suele estar fresquita y bien repleta de cloro. Lo comprobarás pronto en tus ojos.

Oferta gastronómica: Es recomendable huir del menú que ofrece el bar o chiringuito de la piscina. Te puede entrar por los ojos el primer día: variedad, buen precio, incluye postre y café. Pero, no, y por motivos puramente gastronómicos. Lo mejor, y eso lo sabe cualquier piscinero de nivel principiante, es llevarte la comida de casa. Ya sabes, tortilla de patata, croquetas/empanadillas y filetes, a ser posible, empanados. El complemento perfecto e inevitable es la nevera, repleta de hielos con sal, para enfriar muy rápido, y con latas de cerveza y tinto de verano ya envasado. Y luego, después de ponerte ciego, sí que puedes ir al bar a comprarte un heladito.

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Tomar el sol: Es prácticamente indispensable que las piscinas municipales carezcan de sombra. Hay pocos árboles y tienes que refugiarte muchas veces en la sombra que proyecta el Polideportivo Municipal anexo o los edificios que la rodean. El protector solar es un elemento indispensable en la bolsa. Se convertirá en tu mejor amigo, porque cuando uno va a un recinto de este tipo lo hace con la intención de "pasar el día" y puedes volver a casa colocado con una sobredosis de sol.

El top-less: Está ahí, no se puede negar, pero se practica de forma discreta, en los lugares más apartados. Todavía con algo de pudor. No entiende de edades, incluso las señoras mayores son un poco más dadas a mostrar anatomía que las jovencitas. Se da la curiosa circunstancia de que cuando llega la hora de chapotear en el agua, todas las prendas vuelven a su punto de origen en el cuerpo. Es un verdadero misterio.

Los niños: Son el enemigo a batir por parte de los adultos (también por sus propios padres). En la piscina pierden el control de sus actos, se desbocan, no conocen, están desatados. Son los reyes de la piscina, como el rey niño de Juego de Tronos. Ellos hacen y deshacen a su antojo, aunque por megafonía les recuerden veinte veces que no pueden meter cosas en el agua o jugar al baloncito. Lo mejor es localizar una piscina que tenga separada la zona donde se pueden bañar los niños de la de los adultos. A ser posible, con una valla imposible de superar. Pero es la banda sonora de cualquier piscina municipal (en la que no ponen Cadena Dial de fondo): lloros, llantos, gritos y discusiones infantiles.

El socorrista: Parece el enemigo de los gamberros y el amigo de las chicas jóvenes, que suelen revolotear alrededor de él, porque es guapo, está fuerte y, sobre todo, porque está plantado debajo de una de las pocas sombrillas disponibles en muchos metros a la redonda. Las pruebas son complicadas, pero el que las saca vive bien durante los cuatro meses del veranito. No suelen tener que actuar, salvo algún susto con un viejito o niño pequeño y esos cortes que te haces de vez en cuanto con el afilado hormigón que rodea la pileta. Agua oxigenada, una tirita y listo. Eso son sus primeros auxilios.

La megafonía: Comentado brevemente en el capítulo de los niños. Hay dos modalidades, la que solo se usa para dar avisos de coches mal aparcados y menores extraviados. Y la que escupe sin parar éxitos de radiofórmulas. No se sabe cuál es peor, porque el silencio hace que te empapes de conversaciones y peleas ajenas. Tan propias de la época estival.

Montar un campamento: Consiste en tomar posiciones. Está íntimamente relacionado con el tema de los horarios de la piscina. Si tu objetivo es pasar allí el día -no debe ser otro- te toca madrugar. Con que vaya un miembro de cada grupo o unidad familiar es suficiente. Eso sí, debe ir provisto de varias sillas de playa (curiosa contradicción), mesita plegable y llevar ya la nevera repleta de birras para pasar el tiempo hasta que llegue el resto de la tropa. Si hay un espacio para merendero, la operación se simplifica de manera notable. Pero, ay, si tu objetivo es darte un chapuzón a eso de las seis… directamente ve del vestuario al agua. No vas a tener ni un centímetro para poner la toalla.

Outfits: El bañador entero para las señoras mayores. Y el biquini, para el resto, porque hay que aprovechar bien el sol. El triquini es para la playa, en la piscina no se ven. Las modas se repiten de año en año, los grandes alardes se dejan para lucir a la orilla del mar, cerca de los chiringuitos. No faltan los pareos, para ir del restaurante hasta el campamento base. En cuanto a los hombres no hay un canon definitivo. Abundan las estrecheces y los abultamientos (ya se entiende) aunque la bermuda, nunca ya por debajo de la rodilla, tiene su fiel público que no la abandona año tras año.