Sábado 14 de julio. Recibo un pantallazo de Google Maps con indicaciones. “Si venís desde la A2 de Alcalá de Henares-Barcelona o desde la dirección Torrejón de Ardoz-Madrid, dirigíos al nordeste hacia M-108 dirección Ajalvir…”. El mensaje finaliza con “hay un parking de arena donde estaré esperando personalmente para llevaros al nido de ametralladoras”, y un teléfono de contacto. No tengo coche así que urge conseguir uno. Llamo al móvil y me aseguran que un Nissan berenjena nos espera en Canillejas, la estación de metro más lejana que he pisado jamás. Aviso a la fotógrafa.
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El chófer y la copiloto son extremadamente amables y educados. Cuentan historias de otros rituales en el bosque de Les Planes y la cueva de Los Gigantones. Calculan que no más de quince personas asistirán a la ceremonia de hoy, llegados en su mayoría de la periferia madrileña. A los cinco minutos ya no sé ni dónde estamos y a los quince llegamos a nuestro destino. Caminamos por un páramo hasta divisar siluetas. Nos reciben con hachas, hoces, campanas, tambores, cencerros, huesos de animales, castañuelas, velas, cuernos de toro y un porrón de vino.
El techo del refugio está abollado por una bomba que recuerda los asesinatos masivos de la Guerra Civil y los miles de muertos caídos aquí mismo durante la batalla de Madrid. Los músicos anfitriones de The Wyrm piden permiso a las almas de los difuntos de las matanzas de Paracuellos y rompen el hielo con una grabación que narra el rapto y muerte de Calvo Sotelo en el 36. Entre canción y canción, escuchamos discursos rugosos, gente que reza, un corte la película Sin novedad en el Alcázar, partes oficiales de guerra, lobos aullando, llantos… Ninguno de los músicos ríe y nadie en el público aplaude.Han repartido sobres lacrados con la lista de temas. Mis títulos favoritos son Elegido por los dioses, Destino de España, Desde el exilio y Cielo de sangre (banderas roídas, torres ardiendo, peste negra), con los cuatro cantando a capela. Un velcro telúrico se pega a todo el repertorio. Son una prolongación darkfolk del grupo de industrial subterráneo Plagiarism is Art pero parece que nos haya captado una secta o un comando clandestino del extrarradio. Las paredes encaladas y la luz mágica del atardecer contrastan con una solemne avería medieval. Violín, acordeón, timbal. La cosa acaba y alguien grita: “¡Qué ganas de matar rojos me han entrado!".
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Fotos: Katariina Salmi