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Cultură

La bella y la plaga

Howard Ashman en 1977. Archivo de fotos por cortesía de Kyle Renick. La primera semana de noviembre de 1989, cineastas y ejecutivos de la empresa Walt Disney se juntaron en una sala abarrotada, en Disney World, Orlando, Florida...

Howard Ashman en 1977. Archivo de fotos por cortesía de Kyle Renick. La primera semana de noviembre de 1989, cineastas y ejecutivos de la empresa Walt Disney se juntaron en una sala abarrotada, en Disney World, Orlando, Florida, para presentar su última película animada a un grupo de pesimistas periodistas. La prensa tenía sus razones para mostrarse escéptica: después de dos décadas de fracasos comerciales y críticas, seguidas de la muerte de su fundador, Disney estaba al borde de la bancarrota y el nuevo director general de la empresa, Michael Eisner, amenazaba con cerrar la unidad de animación, a no ser que La Sirenita generara beneficios. Como probablemente debes saber, no había por lo que preocuparse. La película fue un exitazo, o al menos lo fue su banda sonora. El New York Times alabó la música de la película y la película se llevó Oscars y Globos de Oro a la Mejor Canción ("Bajo el Mar") y a Mejor Música. Dos décadas después de su estreno, Disney World remodeló Fantasyland para dedicar una sección entera a La Sirenita. Pero entonces, en la sala de conferencias llena de gente, nadie sabía nada de eso. En la sala había un ambiente sombrío, y con razón. Si la película era un fracaso sus carreras también fracasarían. En el panel que había frente a la prensa ese día, estaban Ron Clements y  John Musker, el equipo de geeks que formaban la animación y dirección de la película Basil, el ratón superdetective, que había ido bastante bien pero no lo suficiente para el gusto de Eisner. También estaba Jodi Benson, una veterana que puso voz a Ariel, y Alan Menken, un compositor de Westchester, Nueva York. Entre este gentío, destacaba el último miembro del panel, el letrista Howard Ashman, como algo insólito y enfermizo. En los huesos y hablando con una voz suave pero firme, Howard parecía agotado y afeminado. Parecía como uno de esos gays que te encuentras deambulando por el Lower East Side en Nueva York más que un hombre que se dedica a hacer películas de niños. Habló con pasión sobre la rica historia musical de Disney, pero estaba claro de que algo iba mal. Tras la rueda de prensa, cuando los asistentes levantaron la sesión para probar algunas atracciones del parque, Howard se arrastró hasta la cuesta de la atracción de Dumbo y tuvo que llamar a su novio para que le asistiera. Una vez que Howard alcanzó a sus asociados de Disney, montó a Dumbo sonriendo como si fuera un nativo más haciendo el tour de Disney World. Como de costumbre, estaba ignorando lo mejor que podía que se estaba muriendo de SIDA .   "Estaba completamente centrado y tenía mucha energía," recuerda Jodi 23 años después. Ella no supo la magnitud de su enfermedad hasta el año 1991. "Me llamaron para que volara desde Los Ángeles a la ciudad de Nueva York. Cuando llegué pude visitarle en su habitación donde estaba escuchando las pruebas de voz para Aladdin. Entonces me di cuenta de que pasaba algo muy serio." Después de lo que pasó en el parque, Bill llevó a toda prisa a Howard al hotel. Howard luchaba por respirar, le costaba caminar. Dentro de la habitación Bill sacó la medicina y un catéter intravenoso y se lo puso en el pecho. Consideró la idea de aconsejarle que dejara de trabajar o por lo menos que redujera el tiempo que invertía en la película, pero Howard ya le había dicho a Bill que permanecería centrado en su objetivo hasta el estreno de la película y en la creación de las dos siguientes, La Bella y la Bestia y Aladdin. Para entonces, Howard, como muchos otros gays, llevaba peleándose con el SIDA y la muerte durante años.

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De izquierda a derecha: Howard en 1975; Stuart White (izquierda) y Howard en una playa en la isla de Rodos en el verano de 19776; Stuart en 1975.    Catorce años antes de esa rueda de prensa, en 1975, Howard se mudó al West Village a probar suerte en Broadway, como tantos otros. Llegó con Stuart White, que había sido su amante desde que se conocieron en la universidad de Tufts, en un programa teatral en el verano de 1969. A pesar de los prejuicios generalizados de la época en contra de los gays, no hacían mucho por ocultar su relación. "Estaban todo lo juntos que podían estar dos hombres en 1970. Eran pareja sin necesidad de decirlo," dijo Sarah, la hermana pequeña de Howard. Mientras buscaba una plaza de nivel de iniciación al teatro en Nueva York, Howard se encontró por casualidad con Kyle Renick, un viejo conocido que también se había mudado a la ciudad. Pronto Kyle se convirtió en el mejor amigo de Howard y Stuart. "Nos convertimos en chicos gays neoyorkinos, íbamos a ver espectáculos y nos quedábamos despiertos hasta altas horas de la mañana," me dijo Kyle. "Me quedé prendado de la relación que tenían." Una noche de copas, Kyle le dijo a Howard, "no te puedes ni imaginar lo que admiro tu relación. Espero tener la suerte de vivir eso algún día." "Espero que no te desilusione saber que hay problemas," contestó Howard. El principal problema era que Stuart, que era tan carismático y prácticamente irresistible, se acostaba con otros hombres. Cuando salía por el Village sin Howard o Kyle, aceptaba propuestas sexuales de extraños, fruto de todo ese amor libre gay post-Stonewall, anterior a la crisis del SIDA, que ofrecía Nueva York. Howard aceptó tener sexo en grupo y colaboró en algunas obras con Stuart para salvar su relación, pero ninguna de estas dos cosas impidieron que Stuart se fuera de cruising. En 1980, Howard se fue del piso que habían compartido durante 5 años y empezó a verse con un nombre llamado David Evans. Para entonces, a principios de los ochenta, Howard había empezado a colaborar con Alan Menken. Su segundo musical, Little Shop of Horrors, una adaptación de una película con el mismo nombre de 1960, ganó a Cats, llevándose el premio al Mejor Musical, agotándose las entradas noche tras noche. Después de pasarse años luchando por lanzar su carrera teatral, Howard alcanzó el éxito, aunque nunca tuvo la oportunidad de celebrarlo. Poco después, Stuart llamó a Howard y le preguntó si había oído hablar del "cáncer gay" sobre el que había escrito el New York Times. Stuart lo tenía. Durante las siguientes semanas, Howard visitó a Stuart en el hospital St Vincent. Perdonó a Stuart por sus infidelidades y vio como envejecía ante sus ojos su primer amor, mientras perdía kilo por kilo, haciéndose más y más débil, hasta morir en julio del 1983. "Fue la primera persona que conocía que murió de SIDA," dijo Kyle. "Algo malo estaba pasando y no había ningún tipo de ayuda." En los 15 años siguientes, Kyle fue perdiendo lentamente a todos sus amigos, incluyendo a David, el segundo novio de Howard. Debido a su enfermedad, David fue desheredado por su familia. La responsabilidad cayó sobre Howard y le cuidó hasta su muerte. Después, grabó en la tumba su primer nombre real, Chester, por si su madre decidía algún día buscar su tumba. Tras toda esta tragedia, Howard volvió a encontrar el amor en el Boy Bar, un club gay en el Village, el día de San Valentín en 1983, cuando le tiró la caña a un joven arquitecto del medio oeste, nuevo en Manhattan. "Él me buscó," recuerda Bill Launch. En las semanas siguientes, Howard invitó a Bill a una cena donde socializó con sus compañeros de Little Shop. "Empezó muy fuerte, estaba listo para asentarse con alguien. Yo me mostré un poco reacio, pero veía que lo nuestro funcionaba." Ese verano, Bill pasó varias noches a la semana comiendo y durmiendo en en su apartamento, en un edificio de bloques en Hudson street, a doce manzanas del armario glorioso de Bill en el East Village. Pero la ciudad desencadenó una serie de recuerdos de Stuart y David. Una noche, Howard llevó a Bill a ver La Mosca, la película de ciencia ficción de David Cronenberg donde sale la transformación gráfica de Jeff Goldblum en un insecto. Howard se fue del cine entre lágrimas. "Había visto a tantos hombre jóvenes y saludables deteriorarse a su lado. Era algo que reconocía," dijo Bill.

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Howard necesitaba irse de Nueva York, necesitaba una nueva vida lejos del SIDA, y fue justo en ese momento cuando el jefe de Walt Disney Studio, Jeffrey Katzenberg, le hizo una llamada.

Howard preparando a Jodi Benson en el estudio durante una sesión de grabación.

Después de que Katzenberg tomara el mando de la división cinematográfica en 1984, a petición de Michael Eisner, el productor musical David Geffen le aconsejó que contratara al "genio" Howard Ashman y a su pareja compositora de canciones, Alan Menken, para hacer canciones para las películas animadas de Disney. Geffen, que era uno de los productores originales de la obra de

Little Shop of Horrors

y estaba trabajando en la adaptación de largometraje, predijo que Ashman sería una leyenda.

En 1987, Howard empezó a viajar a Los Angeles, en tiempos de dos semanas, para escribir las canciones de

La Sirenita

con Alan Menken y mejoraron el guión. Con una nueva carrera en el horizonte, Howard decidió usar su nuevo dinero de Disney para crear su propio hogar de ensueño con Bill. Sid, el tío gay de Bill, era dueño de unas tierras al lado de su casa en Cold Springs, Nueva York, en Hudson Valley. Sid les dijo a Bill y a Howard, "Si queréis, nos gustaría darle a Howard la otra mitad de las tierras, para que construyáis vuestra casa ahí."

Tras años de ansiedad, Howard tenía la carrera y el hogar que siempre había querido. En la primavera de 1987, Bill contrató a unos obreros y encargó los prototipos.

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Entonces, en marzo, una mañana se despertó con manchas blancas en la boca.

Howard visitó a un doctor

gay-friendly

en Manhattan, que diagnosticó estas manchas como candidiasis oral, un síntoma del SIDA. Luego miró su niveles de linfocitos T. Estaban dramáticamente bajos, otra señal de que Howard tenía el "cáncer de los gays" que había matado a sus dos anteriores novios.

Howard se mantuvo alejado de Manhattan, donde sus amigos reconocerían los síntomas por lo que eran, y decidió posponer contar su enfermedad a sus amigos y asociados en Disney hasta que estuviera en las últimas fases. A Bill sí que le dio la noticia, lo que hizo que a Bill le asaltaran dudas sobre hacer planes para el futuro. "¿De verdad queremos construir esta casa?" le preguntó a Howard. Pero Howard no quería rendirse a la enfermedad que ya se había llevado tanto de él. Insistió en que construyeran la casa y mantener su enfermedad en secreto. Su pareja estuvo de acuerdo. "¿Cómo puedes quitarle otro sueño a alguien en esas condiciones?" se preguntó Bill en retrospectiva cuando hablé con él.

Pero después del estreno y éxito de

La Sirenita

, la salud de Howard se deterioró, dejándole incapaz de cuidarse por sí solo ni de viajar. Antes de que empezara la producción de

La Bella y la Bestia

, llamó a Jeffrey Katzenberg y le contó que tenía SIDA. "No sé si sabes lo que está pasando pero no estoy bien," le dijo. "Si quieres que trabaje en este proyecto, tengo que hacerlo desde Nueva York"

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Katzenberg contrató a una enfermera privada para Howard y se aseguró de que recibiera las medicinas más avanzadas disponibles. Cada dos semanas, el equipo de producción de

La Bella y Bestia

y

Aladdin

volaba hasta Nueva York para trabajar con Howard. Desde su lecho de muerte, Howard escribió las letras para

La Bella y la Besti

a, tres de las cuales fueron nominadas a la Mejor Canción en los premios de la Academia y ganó el Oscar la mejor canción. Fue la primera película animada en ser nominada a la Mejor Película, pero Howard no viviría para ver el estreno.

En Cold Springs, Bill supervisó la construcción de la casa de sus sueños. "Vivíamos con optimismo," me contó, pero Sarah, la hermana de Howard, lo recuerda de otra manera. "Como mucha gente descubre, las obras y los procesos de construcción tardan más de lo esperado. [La enfermedad y la construcción de la casa] iban a contracorriente.

El 14 de marzo de 1991, Howard sucumbió a su enfermedad. La Bella y la Bestia, que nunca tuvo la oportunidad de ver, está dedicada a su memoria. Un mes después, Bill terminó la construcción de la casa de Howard, donde ahora vive solo. "Si tuviera que hacerlo todo de nuevo, jamás hubiera construido la casa," dijo Bill. "Hubiéramos comprado una casa  en la ciudad o algo. Caí en la casa después de su muerte. Todo el luto y el duelo lo pasé aquí. Está hecha a unas medidas extrañas: es una casa que me gusta mucho pero estaba hecho a gusto de Howard." Kyle lidió con una serie de problemas, entre ellos, un intenso caso de culpa de superviviente. "Toda la gente que conocía había muerto," dijo. "Yo sobreviví. No podía entenderlo en absoluto. Porque yo había tenido el mismo tipo de comportamiento, merecía morir." En años recientes, preservar el legado de Howard y llevar sus complicadas propiedades ha pasado a ser el trabajo a tiempo completo de Sarah. Cuando la conocí el verano pasado, cerca de su casa en Terrytown, Nueva York, me habló sobre la organización de unos papeles para la Biblioteca del Congreso y de llevar la página howardashman.com, una página dedicada a recordar a sus fans la vida que tenía Howard fuera de Disney.

"No quiero que sea idealizado como un héroe de Disney," dijo Sarah. "Quiero que la gente recuerde que fue una persona."

@mitchsunderland