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Música

La crónica del Sónar de Lucía Etxebarría

Versiones de Springsteen, el trance con Chemical Brothers y el pollón de Simon Le Bon

Róisín Murphy tiene cuarenta y tantos años. Cuando se sube al escenario, lo hace acompañada de unos músicos muy solventes. Y jóvenes. Y guapos. Y energéticos. Ella aporta el glamour, la experiencia, el tronío, el fabuloso modelerío, el chorro de voz. Lo de dar saltos por el escenario ya lo hacen ellos.

Los miembros de Hot Chip deben andar por la edad de Róisín. Son, desde luego, músicos solventes, experimentados, eficaces. Pero no están para dar saltitos o correrías. Eso sí, cuentan con una batería increíble, joven, guapa, adrenalínica. No creo que fuera casualidad que cuando las cámaras enfocaban en detalle a los miembros del grupo la más fotografiada fuera precisamente ella.

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¿Qué deduje yo de esto?

Que a partir de cierta edad, si te vas a un festival de música, la estrategia más inteligente consiste en llevarte a alguien muy joven a tu lado. Nada de bolsos de Vuitton o zapatillas de diseño moderno. El mejor accesorio es alguien a quien le saques muchos años.

Y eso hice.

No tuve en cuenta que José Luis Algar es un anciano en un cuerpo de indiefestivalero. Se pasó todos los conciertos sentado, y al final se tuvo que marchar porque le dolía la ciática. La ciática. Como lo leéis.

Incluso en la foto de la acreditación, José Luis Algar parecía considerablemente más mayor que yo. Quizá por ello fue a mí, a servidora, a la que un fotógrafo de un blog de moda guiri le paró para hacerle fotos. Hago constar que yo llevaba puesto un trapo (no merece la pena siquiera llamarle vestido) que no me había costado ni veinte euros. Desde luego me crea una cierta duda esquizofrénica el hecho de que en el Cuore español me hayan sacado ni se sabe la de veces como ejemplo de peor vestida (aaaargh) y de repente aparezca un guiri considere que soy divina de la muerte.

Las dos propuestas más interesantes del festival fueron sin duda Holly Herndron y Kate Tempest, pero me las vi sola porque mi amado ilustrador, por muy joven que sea, no estaba para tanta modernez. En aquellos dos conciertos, desde luego, solo había guiris. Quizá sea por ello que me tomaron por una de ellas, vaya usted a saber. Quizá sea por ello que se demuestre que el gusto español y el de allende las fronteras no coinciden. Quizá por eso en un sitio soy la peor vestida y en otro la que más glamour tiene. Food for your thoughts, que dirían los guiris en cuestión.

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Hot Chip y Róisín Murphy

Hot Chip dieron dos conciertos, dos. Uno en el Sónar Día y otro en el Sónar Noche. Y los dos me impactaron. De hecho, uno me lo pasé bailando, a pesar de mi avanzada edad. Electropop adictivo y excéntrico, hecho a base de guitarras, sintetizadores ochenteros, falsetes y ritornellos que parecen copiados a los Bee Gees. Todo muy vintage. Al fin y al cabo, van para quince años de carrera, con seis discos en su haber. Lo que no entiendo es que si vas a tocar en dos ocasiones en el mismo festival repitas exactamente el mismo concierto y con el mismo bis: Dancing in the Dark, de Springsteen, en una versión que a mí, pese a que soy una abuelita, me gusta bastante más que la original (y éste es el momento en el que el club de fans de Springsteen me lanza una fatwa). Muy a destacar las gafas Jumbo del cantante que son igualitas a las que mi madre solía usar para coser en aquellos tiempos en los que aún cosía. De hecho, estoy pensando muy seriamente en robárselas a la autora de mis días.

Me jodió mucho llegar tarde a ver a Róisín Murphy. A Dios pongo por testigo que no fue mi culpa. Yo no envié mis barcos a luchar contra los elementos ni a mi baqueteado cuerpo de yaya a enfrentarse con los seguratas del Sónar, que me fueron enviando de una puerta a otra hasta que, tras una travesía digna de mejor causa, llegué por fin a la de acreditados. Allí había un embotellamiento tal que tardamos una hora y pico en conseguir acceder al recinto. De Róisín apenas vi tres temas así que no me voy a hacer la enteradilla contando el concierto. En lo que vi, ya he dicho que me impresionaron los modelitos y el chorro de voz de contralto. El contralto es la voz femenina más grave, la de mayor sonoridad y amplitud de registro y es un tipo de voz mucho menos común que el de las mezzo o soprano (yo, por ejemplo, soy soprano). Normalmente las contralto cantan ópera. Pero hay cantantes pop contraltos: Dusty Springfield, Adele, Amy Winehouse, Annie Lennox e incluso Dolly Parton. Y espero que los fans de Dolly no se sumen a la fatwa que ya me han declarado los de Springsteen, porque existe mucha controversia sobre si Dolly es en realidad soprano pero tiene un alto muy pronunciado. (Por cierto, de Shakira siempre dicen que es contralto pero no, no lo es). Lo dicho: me impresionó mucho, pero mucho, la voz de esta mujer, exquisitamente trabajada, sobre todo en los graves. Y me impresionaron también lo buenorros que estaban sus músicos. Porque una es una abuelita, pero aún le quedan hormonas.

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Para hablar de buenorros tendremos que referirnos a Simon Le Bon, a partir de hoy más conocido por Simon Pollón. 57 años tiene el maromo, 57. Y éste sí que salta, baila, corre, limpia, fija y da esplendor. No sé si se ha hecho una trasfusión con sangre de una plusmarquista olímpica pero el caso es que el tipo conserva una energía envidiable, y se pasó el concierto entero dando botes. Ahora que ha llegado la moda fofisano, Simon es el ejemplo perfecto. Está muy guapo pero tiene una ligera barriguita. En cualquier caso, en primera fila se detectaba una caída de bragas generalizada con señoras y no tan señoras y algún que otro jovencito que le miraban embobados a la vez que coreaban los hits que se sabían de memoria.

Desde primera fila y gracias al ajustado pantalón blanco que llevaba Simon era fácil percibir que la naturaleza dotó generosamente a este señor. No solo de voz, de encanto, de simpatía, de energía y de charme. También de atributos genitales. Vamos, en cheli lo que quiero decir es que Simon tiene un pollón. Un bulto de lo más no-no- no… notorious.

Sabido es por mucha gente que a veces los músicos tienen erecciones en el escenario. El nivel de excitación y de adrenalina es muy grande. Y probablemente, el tener a tus pies a una masa de jovencitas sudorosas en camiseta de tirantes bamboleando sus encantos mientras corean tus canciones a la par que te miran con ojos de cordero degollado, y el saber que podrías elegir a la que quisieras para pasar la noche contigo, debe ayudar a que la genitalia se ponga de buen y visible humor. Pues bien, en un momento dado, Simon, que estaba botando al ritmo del tema que cantaba (creo que fue Girl Panic) se recolocó tan pancho la trempera y siguió cantando como si tal. Eso es profesionalidad y lo demás cuentos. Por cierto, chicas, Simon carga a la derecha. Si alguien más presenció tan efusivo momento, que deje un comentario.

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No sé dónde he leído que los Duran Duran están tan obsoletos como su homónimo Durán (i Lleida). Pues no. ¿Que el concierto era roquista y convencional? ¿Y…? ¿Qué hay de malo en ser roquista? ¿Qué hay de malo en ser profesional? Y en cuanto a lo de que no sea moderno, pues la verdad, no sé a ustedes qué decirles. En el Low Cost y en el Primavera se van a jartar ustedes a ver malas copias de este grupo que se lleva el mérito de haber estado entre los primeros que combinaron new wave, funk y sintetizadores, un estilo del que ahora beben todas las bandas de la modernor que los mismos cronistas que ahora desprecian a Duran Duran ponen por las nubes.

Tiga me entusiasmó, pero me ha entusiasmado siempre. Su imagen de muñequita, su maquillaje, sus caderas antinaturales, su cosmopolitismo, su distancia, su ángel, su aquél. Su rollito champagne y cocaína, su techno house electro pop high tech, su elegancia, su charme. Y lo enormemente divertido que es. Desgraciadamente no estaba en primera fila así que no puedo añadir chascarrillos sobre su dotación genital.

La gran revelación del festival, el concierto sobre el que se han escrito ríos y ríos de tinta, fueron los Chemical Brothers. Si queréis crónicas pedantes, modernísimas y trasnsvarguardistas, id a otro site. Lo cierto es que tampoco puedo escribir algo muy gonzo porque una es una abuelita que no se droga y que se vio el concierto muy tranquilamente apalancada desde la zona de prensa. Pero fue, desde luego, un conciertazo. O más bien, y aquí me voy a poner estupenda, fue una perfomance de arte contemporáneo. Es decir, si una va a ver un espectáculo de la Fura dels Baus se supone que va a ver arte, teatro, performance. Pero si una ve un concierto de los Chemical Brothers se supone que va a ver un concierto, cuando en realidad los Chemical Brothers organizan una performance muchísimo más potente, tanto en medios como en potencia artística y visual, que los primeros. En realidad un concierto de The Chemical es más bien una experiencia multimedia que un simple evento de música de baile. Y es muy fácil entrar en trance en una ocasión así sin necesidad de drogas.

Los Chemical Brothers acompañan cada tema de un visual que ha sido grabado y diseñado específicamente para ese caso, y que se corresponde con la narrativa de la canción. El director Adam Smith lleva 18 años trabajando con el dúo. De hecho, ya hay quien opina que Adam Smith es el Tercer Hermano Químico. Los Chemicals son muy coherentes en su propuesta visual: intentan utilizar casi siempre imágenes analógicas y jamás utilizan imágenes ajenas. Los visuales de los Chemicals no son refritos de vídeos, de películas antiguas, de imágenes manga o de catálogos de coches vintage como lo son los visuales de otros artistas. Tampoco están diseñados por ordenador. Se graban y se montan exclusivamente para acompañar a los temas del dúo (o, si incluimos a Adam, del trío), y se diseñan en función de lo que cuente la canción. En esta gira, el equipo de The Chemical empleó hasta tres meses para programar las luces y los efectos que combinaran con el vídeo, y el resultado fue espectacular: tenías a unos robots que soltaban rayos laser por los ojos y humo por las orejas, y que avanzaban amenazantes hacia ti. Y todo era, en realidad, un vídeo, unas luces y una máquina de humo, aunque pareciera tan extraña e inquietantemente real. Me sorprende que tanta gente haya reseñado cómo suena un concierto de los Chemical y no cómo se vive, cómo se siente, un concierto de los Chemical, porque desde luego no se trata de un concierto sin más. Se trata, y Adam Smith siempre lo ha dejado claro, de una experiencia destinada a provocar un estado de conciencia. Y lo consigue, desde luego. Esta abuelita se pasó una hora y media con la boca abierta, absolutamente fa-fa-fa-fa fascinada, que dirían Sidonie.

Pero claro, todo volvió a recolocarse en su sitio cuando, tras el concierto de los Chemical la abuelita se fue a pedir una copa a la barra y un señor le preguntó muy serio a servidora que si una era… Ada Colau. Lo juro. Ada Colau. La conciencia de la edad llega precisamente cuando una estaba en la barra diciendo "nunca me había sentido tan joven".