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Cultură

La lotería es un gran timo

No te va a tocar, y aunque te toque, vas a seguir en la mierda.
el calvo de la lotería

Se acerca de nuevo la Navidad – sí, me niego rotundamente a llamarlo "fiestas de invierno" - esa época del año en la que se comen turrones, se reparten regalos, se vuelve a ver a la familia y, obviamente, se compran billetes de lotería como si no hubiese mañana: el del bar de abajo, el de la oficina, el del súper, el de la familia… De una manera u otra un montón de papelitos rugosos llenos de números – también conocidos como "boletos de lotería" - acaban pegados a un imán de nevera y están allí hasta que llega el fatídico día 22 de diciembre, el día del gran sorteo de lotería, ya sabéis, el de los niños de uniforme. Unas horas después el 99,9% de los boletos se va a la basura porque no han tocado.

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Pero seamos claros, la lotería de Navidad – y todas en general – es un auténtico timo. Según los cálculos de Miguel Córdoba, profesor de Matemática Aplicada del CEU, el porcentaje de que te toque algún premio en la lotería de Navidad es solo de un 5%, para que te toque el reintegro las posibilidades suben un poco y llegan hasta el 9%: las probabilidades de que no te toque ABSOLUTAMENTE NADA son de un 86%. El Gordo – el gran deseado por todos las familias españolas que quieren 'tapar agujeros' - solo tiene un 0,00001% de probabilidades de tocar.

La cuantía de los premios es mucho menor que el dinero que recauda Hacienda. En principio, Hacienda reparte un 70% de lo que saca vendiendo los boletos – por lo tanto, cuanta más gente juega, más dinero se puede ganar, lo que es un factor a tener en cuenta a la hora de entender la presión social colectiva que se ejerce a través de la lotería – pero por otro lado se queda un 20% de todos los premios superiores a 2.500 euros que, obviamente, en los grandes premios llega a cifras astronómicas; el año pasado, el beneficio neto que el Estado sacó de la lotería de Navidad llegó hasta los 768 millones de euros.

Y sin embargo, el año que viene – si no antes porque en enero llega el sorteo de 'El niño' -repetiremos el mismo ritual. ¿Sorprendente no? Cómo algo que está tan claro que no va pasar, algo cuyas probabilidades son menores que las de que te caiga una maceta caminando por la calle y te mate… Y sin embargo, ahí estamos de nuevo, haciendo cola para coger otro puto papel lleno de números que esperamos que se convierta en un cheque en blanco hacia la felicidad eterna. Si esto pasa es básicamente por el terrible "y si…". La posibilidad de que le toque a todo el mundo que nos rodea menos a nosotros nos aterra y nos empuja de nuevo a gastarnos un dinero que a menudo no nos sobra, lo que deja muy claro que en nuestra sociedad tiene la misma fuerza el miedo a ser humillado por ser el único pringado que no compró el boleto que la posibilidad real de conseguir el premio. En económicas lo llaman 'impuesto voluntario', porque no hace falta que el estado coaccione para conseguirlo, los ciudadanos lo pagan alegre y gustosamente.

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Pues dejadme que os diga una cosa: yo trabajaba en el Gran Vía 2. Si ese nombre no os dice nada, quizás os viene a la cabeza si lo llamo " el centro comercial de las afueras de Barcelona donde tocó íntegramente el tercer premio" y no sé si esto se dijo o no, pero el número ganador era el número reservado para los empleados del centro. 50.000 euros por número, ya os podéis imaginar lo que fue aquello. Si os estáis preguntando si a mí me tocó, la respuesta es no. No me tocó porque no jugué, como tampoco jugó por primera vez en 8 años la encargada de la cafetería donde trabajaba. Pero también perdieron muchos de los trabajadores del centro como la gerente de la tienda de ropa de la esquina, que reservó el número pero sus empleados prefirieron cambiarlo por otro cuando ella estaba de baja por maternidad. Nadie nos guardó un boleto, a diferencia de lo que pasa en los anuncios, porque para qué nos vamos a engañar, a nadie le importábamos.

No es que me queje, me daba exactamente igual, lo que pretendo decir es que la vida sigue si le toca a todo el mundo la lotería y a ti no, básicamente porque hacen falta bastantes decenas de miles de euros más que unos tristes 50.000 euros para sacarte de pobre. Al día siguiente la vida siguió igual para todos. Las dependientas no dejaron sus trabajos de mierda, ni vendieron sus pisos de 40m 2 de Bellvitge y se mudaron a Pedralbes, no pasó nada. Ni siquiera las que tenían algún billete de lotería más y consiguieron 150.000 o 200.000 pavos de golpe. Nadie dejó el curro, nadie se mudó, quizás alguien se compró un coche, pero vamos, creo que ya me entendéis.

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Entonces, si realmente es prácticamente imposible que te toque un premio gordo, que seguramente te hayas gastado más en lotería a lo largo de tu vida de lo que te pueda tocar alguna vez, que si te toca no sales de pobre y si nadie se suicida porque le toque a sus allegados y a él no, ¿porqué cojones sigue existiendo esta obsesión por jugar?

Según este estudio sobre los juegos de azar en España se debe a que en principio, "las personas de renta media-baja invierten proporcionalmente más dinero en juegos de azar que aquellas de renta alta", además – y en parte relacionado con este primer punto - "las ventas de loterías están inversamente relacionadas con los niveles de educación", es decir, los que tienen menos dinero y menos estudios compran más lotería que los que sí tienen. Por otro lado los hombres gastan más dinero en juegos de azar que las mujeres e históricamente las sociedades católicas tienden a gastarse más dinero en lotería que las protestantes. Por último, la compra en compañía de la lotería es otro factor para explicar el consumo.

Es decir, existen toda una serie de factores sociales y culturales que nos hacen más susceptibles a hacer algo que de otra manera no haríamos y que de hecho, no tiene mucho sentido: cuanto menos dinero tiene la gente es más fácil que caigan en la trampa del juego – igual que en muchas otras trampas como el alcoholismo o la drogadicción: la necesidad siempre es un factor clave a tener en cuenta a la hora de analizar estos procesos. Por otro lado, la falta de estudios no significa que sean más tontos – como a menudo se intenta hacer ver - sino que por diferentes motivos no han tenido acceso – o facilidades – para llegar a la educación superior.

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De nuevo se refuerza la idea de que son siempre las capas menos pudientes de la sociedad – que por otro lado cada vez son más grandes – las que tienden a comprar lotería; algo bastante obvio por otro lado: los ricos no lo necesitan y a las capas acomodadas de la sociedad no les va la vida en tener 50.000 euros más.

'El mayor premio es compartirlo' o como colarte un gol por la escuadra con la lágrima fácil.

Es precisamente aquí donde inciden las potentes campañas de marketing de la lotería. Echándole un vistazo a las dos últimas vemos que todos estos factores se manifiestan claramente siguiendo un mismo patrón: en un contexto de personas de pocos recursos – el vídeo del año pasado tenía lugar en un barrio obrero y el de este en una fábrica – toca la lotería y tanto la felicidad del premio como el premio en sí son compartidos por aquellos a quienes les ha tocado con aquel que no compró el número.

El mensaje es siempre el mismo, compartir la felicidad, compartir el premio, en definitiva, compartir el dinero. ¿Qué mejor forma de presionar socialmente a la gente para que compre lotería que hacer un anuncio en el que no se deja a nadie fuera? Los publicistas y los espectadores saben que eso no va a pasar en la mayoría de los casos, que el no lo compra se queda sin premio y que la gente lo comprará para no ser "ese tipo", el tipo que se quedó sin premio, el tipo que se quedó sin felicidad y por lo participarán de la compra de la lotería en buena medida para poder formar parte de esa comunidad, de los que juegan, de los que aspiran a la felicidad y de los que la compartirán cuando toque, y de que una vez pase podrás cumplir todos tus sueños y olvidarte de tu hipoteca, dejar de trabajar, viajar por todo el mundo y en fin, todas esas cosas que la gente cree que convertirán su vida de mierda en algo maravilloso; es algo así como creer que si vas cada domingo a misa acabarás en el Paraíso, creer que la salvación es algo que está fuera de nuestro alcance y que nos tiene que ser dada por poderes superiores. Al final tenía razón el demonio en Fausto cuando dijo que "con solo jugar a la lotería creería ver el mono satisfechos sus deseos": comprar – toque o no toque – se convierte en el premio, aunque este se lo acaben llevando siempre los mismos.