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La verdad sobre Magaluf

¿Es Magaluf el infierno que nos venden los medios de comunicación o es solo un sitio más en el que pillar un pedo?

Todas las fotos por Paul Geddis

Olvidémonos de todo el rollo de Gibraltar: si hay alguna parte de España que Gran Bretaña puede reclamar, es Magaluf. No solo es el sitio al que los guionistas de Eastenders enviaron al personaje de Danniella Westbrook cuando la adicción a la farlopa de la actriz en la vida real empezó a desintegrarle la cara. También es el escenario escogido por Mike Skinner para su vídeo "Fit But You Know It", la mejor canción sobre ingleses en el extranjero compuesta hasta la fecha. Incluso aunque nunca hayamos estado ahí, consideramos Magaluf como ese primo camorrista pero encantador que vive lo suficientemente lejos como para no tener que preocuparnos por él pero que sabemos que cuando vuelva por Navidad traerá la bebida para la fiesta.

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Pero las cosas cambiaron el mes pasado. En un abrir y cerrar de ojos, la prensa convirtió el vídeo de la chica de Magaluf en la chispa que encendió la pira que durante casi tres años ellos y el resto del mundo había estado formando bajo la cultura de los jóvenes ingleses. Según afirmaban unas noticias cargadas de histrionismo, Magaluf ya no era el destino vacacional cutre pero inofensivo al que acudían en masa los jóvenes británicos a pillar inocentes borracheras. Se había convertido en un antro infernal infestado de quillos chungos y guarrillas ávidas de semen. Al margen de que la descripción no suena tan mal, la cosa no podía ser tan terrible como la pintaban, ¿no? Magaluf no podía ser el peor lugar del mundo. Para comprobarlo, el jueves pasado me hice una mochila y me pertreché con una grabadora, una cámara de fotos cutre y suficiente Gaviscon como para aliviarlos dolores gástricos de un ejército entero de Dothrakis y me fui a Mallorca.

Magaluf empezó su existencia tal como la conocemos en la década de 1960, como parte de un proyecto de Franco para salvar la agonizante economía española atrayendo el turismo masivo a sus costas. Con la aparición de los primeros apartamentos y mamotretos hoteleros, se hizo evidente que ya no había vuelta atrás. Durante las décadas de 1980 y 1990, gracias al talento empresarial de un grupo de propietarios de bares españoles y unos cuantos encargados ingleses, se abrieron locales como Linekers Bar, The Red Lion, The White Horse y Arthur's en los bajos de los hoteles, junto a los paseos marítimos de hormigón. El lugar empezó a venderse como una especie de destino vacacional cutre para los ingleses. Y funcionó.

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Tomo, el orgulloso propietario del bar Bollocks

"Vine por primera vez en 1985 0 1986 y me encantó", recuerda Tomo Thompson, de 52 años y originario de Middlesbrough. "Sobre todo por el tiempo, pero también por la bebida". Desde luego, no cabe ninguna duda de que a Tomo le gusta la bebida. Hace seis años asumió el traspaso de un local llamado Green Parrot Bar, cambió el nombre por el de "Bollocks" y al cabo de un año su hijo Brian se trasladó a Magaluf para ayudar a su padre con el bar. Son como la Legion of Doom de Magaluf, pero en lugar de llevar hombreras con pinchos rojos y negros, tienen tatuada la palabra "BOLLOCKS" con letras de casi 8 centímetros en varias partes de su cuerpo.

Tomo ha accedido a llevarme a algunos de los bares de la zona cuyos nombres también se ha tatuado en el cuerpo. "Si voy a un sitio que me gusta, me tatúo el nombre para no olvidarme", explica. Bajo un gran escudo del Middlesbrough FC ("Me lo hice por mi ciudad, porque la verdad es que no me gusta el fútbol") hay banderas de Inglaterra y Turquía. En el pecho, The Red Lion y The White Horse; y sobre el corazón, The Office. Antes de salir, hacemos lo que todo el mundo viene a hacer a Maga: beber.

El interior del Bollocks

"Aquí solo hay dos tamaños", me explica Brian guiñándome el ojo, "media pinta o una entera", y acto seguido llena dos tercios de un vaso con vodka Ruskinoff y el resto con refresco de cola. Si el sol, el mar y los hoteles de los 70 son el cuerpo de Magaluf, el alcohol es lo que le corre por las venas. Joan Feliu, jefe de Comercio y Actividades de Calvià (término municipal en el que se encuentra Magaluf), me explica que es "imposible calcular cuánto alcohol se vende en Magaluf. Habría que sumar el de los distribuidores, los hoteles, los bares y los supermercados". No tengo paciencia para eso, pero hay dos cosas que están claras. Una es que el ansia de beber alcohol es insaciable y la otra es que aquí es superbarato. En la mayoría de bares, una pinta cuesta 3 €, un chupito 1€ y una pinta de vodka y cola como la que en estos momentos me está anestesiando la parte anterior de los globos oculares, solo vale 5 €.

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"En parte, la razón por la que es tan barato", cuenta Tomás Ibars, editor del Mallorca Diario, "es porque muchos de estos bares y hoteles ya han pagado sus hipotecas, por lo que pueden permitirse obtener menos margen con la venta de bebidas". Ibars puede hablar con conocimiento de causa sobre la situación actual de Magaluf. Su página web fue la primera en sacar a la luz el vídeo de las mamadas de la "chica de Magaluf". "Eso sumado al hecho de que la gente tiene menos dinero para gastar y la competencia existente entre los bares son las tres razones principales por las que Magaluf es lo que es en la actualidad."

En algún momento durante mi segunda pinta de vodka charlo con la relaciones públicas del bar. Jess es de Castleford y gana 20 € por noche que pasa convenciendo a la gente de que pille una turca. La gente que trabaja en Magaluf tienen la bebida a mitad de precio, lo que significa que la mayor parte de su dinero va a parar al alquiler de la habitación de un piso que comparte con Josh, su mejor amigo de Inglaterra. Josh tiene 22 años y nunca había ido al extranjero hasta que a principios de este año lo echaron del centro de atención al cliente en el que trabajaba. "Jess me dijo que te lo pasabas bien, por eso he venido. Tampoco tenía otra cosa que hacer", explica. "Antes de venir aquí estábamos en Napa", dice Jess, "pero prefiero esto. Pagan más y la gente se lo pasa mejor". Es su segundo año en Magaluf. "El año pasado había mucha más gente", se lamenta. "El año pasado fue muy tranquilo", suelta Tomo. "Tendrías que haber visto esto hace cinco años".

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Desde la distancia, resulta difícil discernir a la "chica de Magaluf" de la imagen de gente resacosa bajo el sol acompañando su interminable desayuno inglés con WKD azul. Aunque parezca que los bares como el Bollocks son la esencia de Magaluf, la verdad es que están condenados a la extinción. "El problema son los hoteles con todo incluido", afirma Tomo. "Los chicos llegan y tienen la comida y la bebida pagadas, así que se van directos a la discoteca. No se van a pasar el día en el bar como se hacía antes.

"Además", continúa, "son una clase de bebedores distinta".

A la una de la madrugada, la calle Punta Balena se convierte en Enter the Void con el reparto de Inbetweeners. Asciende suavemente por la colina como una larga cola de neón, con pubs y discotecas. Los soportes de una atracción de bungee dumping inverso se recortan en el cielo como las cejas arqueadas de un emoji, lanzando de vez en cuando al aire a algún grupo con más estómago que yo. Grupos de chicos musculosos con calzoncillos y pantalones de colores chillones van de un lado a otro, con los ojos vidriosos, parando para hablar con las camareras o para sentarse en la acerca, con la cabeza enterrada entre las rodillas mientras sus amigos hacen un corrillo a su alrededor. Si los bares como el de Tomo son el pasado, esta calle de Magaluf es el presente: el lugar donde nacen amistades, se pierden recuerdos y nacen mil historias de portada del Daily Mirror. 

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Calle arriba enfila una conga de tías sexy (quizá enfermeras, o probablemente colegialas), encabezada por un relaciones públicas. Una de ellas queda rezagada y entabla conversación con un tío que lleva una peluca rubia y unas tetas de plástico. Le dice a la chica que se las toque y ella le devuelve el favor. Un segundo después ambos se parten de risa. Si buscas ejemplos de libertinaje carnal desenfrenado, no lo encontrarás aquí. Todo tiene una carga sexual similar a cuando le estás sosteniendo las bolsas de la compra a alguien mientras busca las llaves en los bolsillos.

"¿Que si la gente viene aquí para follar? No, vienen a emborracharse. Creo que la mitad de ellos ni siquiera se enrollarán con nadie", asegura Tomo mientras nos sentamos en una mesa de la terraza de The Office, un bar que se anuncia con carteles de neón como cinco clubs en uno, aunque por dentro parece un bar de estudiantes. En ese momento, un tío larguirucho que está en la mesa de al lado se levanta, se abre paso a empujones y vomita en la acera. "Como si estuviera planeado" es, quizá, una frase muy manida, pero en este caso es tan apropiada que ni Tomo puede evitar esbozar una sonrisa.

Después de despedirme emotivamente de Tomo en el KFC, me dirijo a Magaluf Rocks, un bar propiedad de los promotores de Carnage Magaluf desde el que está a punto de comenzar una de esas tristemente célebres rutas de bares. Lo primero que noto al entrar es un intenso olor que casi hace que me de la vuelta y me largue, pero finalmente decido no ser tan remilgado. El suelo es un cenagal de bebida y vómito, y la mitad parece haber tomado la forma de una espesa niebla que hace que la tarea de reconocer la cara de alguien sea casi imposible hasta que estás frente él.

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Para que te hagas una idea de en qué punto está Magaluf culturalmente, en la pista de baile elevada hay como 50 tíos moviendo la mano en una danza al estilo "qué pasa, tete" al ritmo de Azealia Banks. Solo he contado 6 chicas en todo el local. Tom Houlgrave tiene 21 años, es de Watford y ha venido con 11 amigos para pasar una semana. "Puto Carnage, tío", me dice sonriendo. "Ha sido una pasada. ¿Tienes un vaso?" Horas antes, la fiesta se había parado por una inspección policial en el primer pub. Según Tom, como disculpa, los organizadores habían dado bebida gratis para todos durante el resto de la noche. Sin duda, una buena estrategia de marketing. Rechaza un chupito que le ofrecen y admite que se pasan un poco con algunos de los juegos que organizan, aunque añade, "Si no lo hacen aquí, lo harían en Inglaterra. Además, ¿adónde podrían ir, si no?

De vuelta a la calle, hablo con la patrulla de policías a los que hay que agradecer de forma indirecta la noche redonda de Tom. José Antonio Navarro, jefe de la Policía Local, es un cincuentón con los ojos más bondadosos que haya visto jamás. También es sorprendentemente honesto conmigo acerca del papel de la policía en las rutas de bares como Carnage. "Nuestra labor es la de ofrecer seguridad. Hacemos lo que podemos para que la gente esté segura y prevenir incidentes violentos". Sobre el vídeo de la chica de Magaluf, aclara que la gente que decide hacer el ridículo cuando está borracha es la menor de sus preocupaciones. "Son adultos", afirma. Mientras que los bares tengan sus licencias en regla, lo que la gente haga en ellos no es de nuestra incumbencia".

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El año pasado, Manuel Onieva, alcalde de Calvià, apareció en un documental de la BBC sobre Magaluf en el que admitía sin paliativos que en Magaluf había un problema, a la vez que repetía una y otra vez que "tenía las manos atadas". A principios de este mes, sin embargo, tras la aparición del "vídeo de la carrera de mamadas", el ayuntamiento ha tomado cartas en el asunto adoptando severas medidas contra las "empresas que fomentan un comportamiento indecente".

Tras un poco de investigación, me surge la duda de si no será pura palabrería. Efectivamente, tanto Carnage como Playhouse -el club en el que supuestamente se grabó el vídeo de la chica- han tenido que pagar una multa conjunta de unos 54.700 € y deberán permanecer cerrados 12 meses. Pero estas medidas, calificadas "de emergencia", se había aprobado mucho antes de que la chica de Magaluf saltara a la fama. Joan Feliu me aseguró que la intención no es la de prohibir, sino la de regular. "Nunca hemos dicho que vayamos a prohibir las rutas de bares. El modelo funciona".

Tanto Carnage como Playhouse disponen de dos semanas para recurrir la notificación de cierre. Los dos recurrirán y, muy probablemente, ganarán el recurso. No obstante,  si existe un arquetipo de la chica de Magaluf, probablemente no la encontraremos en una ruta de bares o en la calle de los pubs, sino más bien en una de las fiestas que organizan en barcos los mismos promotores tres veces por semana. Muchos de estos barcos zarpan con 150 personas a bordo, quienes podrán disfrutar de sangría y cerveza gratis durante las tres horas que dura el viaje. Es la nueva frontera en esta aventura de los excesos de Magaluf. Teniendo en cuenta que sus vídeos promocionales no solo son más explícitos, sino que están mejor producidos que el de la chica de Magaluf, resulta sorprendente que no se haya armado revuelo en torno a ellos. Según me cuentan, esto se debe en parte a que, desde el punto de vista legal, el mar es territorio de las fuerzas policiales nacionales y no del municipio de Calvià. "Hemos presentado una solicitud para que se lleve a cabo una investigación", asegura un portavoz del ayuntamiento. "Está pendiente".

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Una tarde me paso por un bar en el momento en que un grupo está a punto de embarcarse en uno de esos cruceros de borracheras. Las chicas, ataviadas con horribles chalecos salvavidas, se tiran nerviosas de las costuras de sus bikinis mientras en el otro extremo de la sala los chicos hablan entre ellos. Quizá sea por la luz del sol, quizá por el estado de sobriedad, tal vez por la resaca, pero los chicos que veo, con sus flequillos sudados y grasientos, los ojos medio cerrados y destilando expectación sexual, no se parecen en nada a los desenfadados jóvenes que había visto la noche antes en Carnage. Parecía una especie de discoteca infantil. Mientras los veía salir tras el representante, sonriendo recelosamente, me vino a la cabeza la Isla del Placer, ese lugar del cuento de Pinocho en el que los niños podían hacer lo que quisieran. Maga, con sus tiendas de tatuajes, sus chupitos azucarados sin fin, sus discotecas y su juerga, es lo mismo: un paraíso de la eterna inmadurez.

A eso de las 4 de la madrugada me dirijo al paseo marítimo. Los cuerpos comatosos de los pasajeros del crucero se empiezan a apilar en la calle, por lo que imagino que si uno va en busca de la depravación, aquí la encontrará. Resulta que hasta los camellos aquí son majos. Ángel, un chico de la zona con una frente tan ancha que podrías tocar la batería en ella, me permite que le acompañe un rato en calidad de traductor mientras se acerca a los grupos de chicos acurrucados mirando al mar. Nadie le compra nada, así que se conforma con quitarle la cartera a un tío que está inconsciente, sacando el dinero que contiene y tirándola a la arena, junto a él. "El año pasado", me explica, "gane un pastón. Este año no va tan bien". Con esa observación y un saludo con la mano, se pierde en la noche.

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Por regla general, a los chicos con los que hablo les gusta la bebida, pasan de las drogas duras y -para mi sorpresa- procuran no meterse en problemas. Jack, del Oldham, me ofrece su bebida desde un patín acuático encadenado en la orilla. Me cuenta lo mucho que quiere a la amiga con la que ha venido, mientras ellas se desnuda y se dirige al agua. "¿Sabes lo típico de que te tropiezas con alguien y le pides perdón?", me pregunta Jack. "En Inglaterra hay gilipollas que usan eso para empezar una pelea. Eso no pasa aquí. Todo el mundo está contento porque está de vacaciones".

Quizá la actitud de jaco represente un suavizamiento de la situación en Maga. Este año, la cadena hotelera Melià ha anunciado que realizará una inversión de 25 millones de euros en esa zona para construir hoteles de alto standing con todo incluido para turistas que no pueden permitirse hacer viajes al Caribe. Estos síntomas de aburguesamiento también se constatan en complejos como el Nikki Beach y los hoteles Me, que cubren un nicho específico de mercado. "Supongo que los hoteles más antiguos se pondrán", dice Tomás, del Diario de Mallorca, "pero está claro que esta es la dirección en la que quiere ir el ayuntamiento, o al menos es lo que dice el dinero que han invertido".

En general, los vecinos de Calvià -sobre todo los que lidian con el problema en primera línea de batalla- aplauden la iniciativa de atraer turistas de clases más altas. Un taxista de unos veinte años me cuenta -aunque no sabe por qué querrían los turistas de clase alta ir a Magaluf-, "si recibo un servicio para Nikki Beach, sé que no habrá ningún problema. Si voy a cualquier otro sitio, siempre le pido al cliente que me enseñe el dinero antes de subir". Los bares de karaoke y los que tienen televisores con fútbol parecen seguir el mismo camino de los minigolf. Durante la última visita que le hice a Tomo, vi un cartel de "se vende" colgado de la ventana de su bar. Me confesó que, a no ser que las cosas cambien, lo más probable es que cierre el Bollocks al final de la temporada. Quizá Carnage y su formato de alto volumen y elevado consumo también tengan los días contados.

Quién sabe qué repercusión tendrá esto para los ingleses de clase obrera que he conocido y con los que me lo he pasado de coña durante mi estancia allí. Jess, la relaciones públicas del Bollocks, lo dijo bien claro: "Maga es barato y todo el mundo se lo pasa bien, incluso la gente que no tiene mucho dinero. ¿A qué otro sitio podríamos ir?"

A las 6 de la mañana, después de charlar con fontaneros de Watford, relaciones públicas de Manchester y entrenadores personales de Leeds, estoy destrozado. El cielo empieza a iluminarse y los empleados de limpieza, cuyo trabajo debe de ser el peor del mundo, empiezan a trabajar en las calles. En ese momento queda patente el gran error de Magaluf. Lo que no ha quedado tan patente, al menos a juzgar por las noticias que la prensa ha publicado este mes, es lo bueno de Magaluf. Aquí estoy,sentado, compartiendo unas cervezas con Olivia, James y Sarah, de Reading. James no para de decir que quiere volver al hotel para "fumarse un peta". No puedo estar más de acuerdo. El sol empieza a subir por encima de una isla que hay justo enfrente mientras les escucho hablar sobre drogas, la televisión y el futuro.

"Mirad", exclama Olivia, "es exactamente igual que la imagen que sale en la etiqueta de Malibu".

@pauldotsimon