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Fui a ver "Los bingueros" de Pajares y Esteso con las musas del destape

Con motivo del Goya de Honor a Mariano Ozores fuimos a ver la reposición de su mítica cinta para ver si el cine del destape merecía o no ese reconocimiento.

Estoy en un pase especial de Los Bingueros , sentado junto a Loreta Tovar, a la que deberíais recordar de Los Liantes, ¡Qué gozada de divorcio! o Yo hice a Roque III. Detrás de mí está Analía Ivars, de Las chicas del tanga , ¡No, hija, no! y El rollo de septiembre. Y a su vera Pilar Alcón, de El soplagaitas, Los líos de Estefanía o Conan El Bárbaro, que probablemente sea la única que os suena de todas las películas mencionadas. Pero lo que sí sabréis que este año le han dado el Goya de Honor a un señor que se llama Mariano Ozores y todos estos filmes pertenecen a un género creado por él: el destape, que nació durante la Transición española como una respuesta a los censores franquistas y se prolongó hasta los años 80. Esas mujeres que lucieron desnudas en un buen puñado de aquellas producciones me rodean ahora, ya sexagenarias, en los cines Golem de Madrid.

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Tetas, tetas y más tetas. Humor de sal gordísima. Costumbrismo chusco. Enredos previsibles. El desnudo femenino como respuesta a años de censura y represión. Libertad sin ira, libertad. Todo esto y mucho más es, a grandes rasgos, el destape. Películas con guiones endebles salpicados de momentos eróticofestivos que apenas dan para paja pero que cosecharon muchas en los tiempos grises de los dos rombos y la clasificación S. Los Bingueros, título de culto dirigido por Ozores, se estrenó cuando yo aún no había nacido y ni siquiera llegó a mis ojos en forma de reposición pero sí recuerdo vagamente una con jeques árabes y escenas picantotas que vi una tarde en casa de mis abuelos. Eran los tiempos de Sabrina en cromos de la revista Pronto y La Bombi ligerita de ropa en el Un. Dos, Tres… La Bombi, Fedra Lorente, está también en esta sala de cine llena de mitos sexuales.

Rompe la oscuridad de la sala el islote de Ízaro Films, que me quiere sonar pero a la vez no. Las olas ahí rompiendo como en un vídeo casero y ya entran los créditos, música psicotrónica yeyé de silbiditos y neones. La primera en pantalla es Norma Duval, su voz y el resto están dobladas, por supuesto, y Pajares peleándose con la suegra y los deberes de los niños. Vuelvo a la España de la que llevamos intentando huir cuarenta años. Se nos presentan recibos pendientes ("en esta casa todo sube menos el ascensor") y el primer chiste: "-Papá, estas tribus eran de los francos, ¿los francos eran alemanes?" "-¡Los Francos eran de Galicia, hijo, del Ferrol!". El siguiente escenario es la oficina de empleo, con cinco señores y tres señoras buscando suerte. Sorprende este oasis de corrección política y libre de machismo. Para compensar, más adelante arrojarán agua hirviendo en los genitales de un transexual mientras le llaman "mariconazo".

Vamos con un poquito del banco en el que trabaja Pajares (Amadeo Saboya), con botones recogiendo papeles y oficinistas calentando silla de esa España a la que no damos esquinazo, y ya saltamos al topless de las vecinas de Esteso (Fermín Cejuela) en la piscina de la urbanización en la que vive con su prometida. Mira cada pecho como quién ha visto un OVNI tripulado por la Virgen. Enseguida coinciden ambos en el Bingo, en busca de dinero fácil y parece mentira que sea su primera peli juntos. Nuestros Bud Spencer y Terence Hill. Los Richard Pryor y Gene Wilder del despiporre cañí. Jack Lemmon y Walter Matthau no tienen nada que envidiar a la química de este par de granujas. Se juegan las pesetas, conocen al jugador experto Ozores, lo pierden todo, les extorsionan los hijos de Florinda Chico y acaban en casa de dos empleadas del bingo. Sucesión de bromas a una de ellas (negra): "su marido Kunta Kinte", "es que tengo la negra", "yo solo fumo negro", "si apagas la luz no te voy a encontrar". Otros tiempos.

Les ofrecen una orgía y de regalo "whiskey, cocacola con aspirina y caballo". Ellos responden que son más de chinchón seco y, cuando les tienden una emboscada, logran huir por los pelos y en calzoncillos. Más bingo, más líos, Norma Duval en pechos y el robo (por error) de un meñique momificado de San Nepomuceno ("ni Hitler se atrevía a tanto"). Con la reliquia esa arañan una racha de suerte pero acaban devolviéndola a la Iglesia y descubren que Ozores es en realidad un cura y utiliza esa patraña milagrosa para hacerse millonario con los cartones. Son los pardillos de Supersalidos pero versión rancia. Cerdismo mal, baboseo rozando el delito y engañar a la parienta como meta. Un paseo en montaña rusa por esa Transición tramposa de la que nada hemos aprendido y nada tenía para enseñarnos, gracias a un grupo de cineastas que han promovido una sospechosa campaña de crowfunding homenaje a Ozores con la que amenazan con financiar una segunda parte de Los Bingueros. Huele a chamusquina. Veremos.