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Cultură

“Los Gipsy Kings”: los gitanos son los nuevos negros

Si en los 80 alguien nos hubiera dicho que un día veríamos a un gitano vestido con unos tejanos skinny con dobladillo hasta el tobillo, colores femeninos y torso rasurado le hubiéramos tomado por loco.

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Si los protagonistas de "Los Gipsy Kings", que ayer estrenó nueva temporada en Cuatro, fueran negros, concretamente afroamericanos, este programa sería un éxito arrollador en Estados Unidos. Porque si los capítulos más celebrados y aplaudidos de "MTV Cribs" o "Sweet 16" siempre eran los que tenían a protagonistas negros, que convertían su presencia en un inclasificable ejercicio de derroche, ostentación y mal gusto, cómo no podría petarlo un espacio de estas características, en el que el empeño por sacar y alejar a la comunidad gitana del tópico y el cliché acaba derivando en otro cliché en sí mismo: el de los nuevos gitanos.

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Los paralelismos con los programas de negros son notorios y abundantes. Por ejemplo, tenemos a un cantaor, miembro de Los Montoya, una de las nuevas familias que aparecen esta temporada, en busca de un contrato discográfico que le permita grabar un disco. El tipo canta flamenco, pero podría pasar como cualquier rapero norteamericano salido de la nada que se quiere hacer un hueco en la industria. Y como cualquier MC hambriento de fama y celebridad, nuestro cantaor firma el primer contrato que le plantan delante de las narices sin leer absolutamente nada de lo que pone y sin pensar en ningún momento que el productor y directivo que lo contrata puede estafarle sin pestañear.

Por supuesto tenemos a Joaquín, el patriarca de Los Fernández, familia que ya estuvo en la primera temporada del programa. Prestamista. Promotor de artistas de reggaeton y flamenco. Según dice, también ex boxeador. Detenido hace cuatro años por la Policía, que le acusaba de delitos de extorsión, secuestro, blanqueo de dinero o tenencia ilícita de armas. Por si todo este historial no fuera suficiente para entender el paralelismo con cualquier hustler de South Central o Queens, al tipo le chifla el pollo asado. Y el oro. Y los fajos de billetes guardados en el bolsillo del chándal. Y las mujeres entradas en carnes: le va más el rollo booty que a un tonto un lápiz. Parece un gag, pero no lo es: Joaquín es nuestro Big Frank Nitti particular, la versión mallorquina de Mickey the Cobra.

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Tenemos a un cantante más consolidado. Se trata de Jorge, del clan de los González, la segunda familia que se incorpora al programa. Este chaval, que participó en "Operación triunfo", "La voz" y "Qué tiempo tan feliz", me recuerda a esos vocalistas o también raperos afroamericanos que años después de su mayor momento de éxito siguen viviendo de aquello, del recuerdo ya lejano de un pasado que fue más boyante y satisfactorio desde el punto de vista popular. Le llaman el rey del pueblo, que también es algo muy negro: aunque a Jorge no le conocemos hits ni discos de gran relevancia comercial, en su zona de confluencia es el puto amo. Por mi casa corren mixtapes de raperos que no llegaron a grabar nunca un álbum, pero que en las portadas no desaprovechaban la oportunidad de salir fotografiados con medio barrio a sus espaldas.

Jorge siempre viaja acompañado de un colega. No sabemos qué hace ni a qué se dedica, pero en todo momento le secunda, como si fuera su asistente personal. Esta capacidad de involucrar a gente del entorno en cualquier cosa que hagas, por absurda que parezca, también me suena: para tener a su crew lo más cerca posible, Kevin Garnett alquiló medio edificio en sus primeros años en Minnesota como jugador de los Timberwolves, por ejemplo. Aquí más o menos igual. Lo que no me suena tanto es la obsesión metrosexual del personaje, depilado como un bebé, vestido como un swagger y más obsesionado con la firmeza de su tupé que con cualquier otro aspecto de su existencia. La estética swagger está muy presente en todo el programa, de hecho, y es la forma más rápida, elocuente y directa que tiene "Los Gipsy Kings" para radiografiar el cambio de mentalidad y tendencias que existe en la comunidad actualmente, el enfrentamiento generacional entre la vieja guardia, aún fiel a unos dogmas muy claros, y la nueva, que se pasa por el forro cualquier vínculo con la tradición.

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Si en los 80 alguien nos hubiera dicho que un día veríamos a un gitano vestido con unos tejanos skinny con dobladillo hasta el tobillo, camiseta ceñida, colores femeninos y torsos rasurados, muy probablemente le hubiéramos tomado por loco. "Los Gipsy Kings" no solo hace apología de los nuevos gitanos, sino que no desaprovecha la ocasión de darle protagonismo a Cristo, el peluquero amigo de Saray, del clan de Los Montoya. Cristo es el gran hallazgo de esta temporada: más allá de que sea el primer gitano gay que vemos en el programa, que también tiene su qué, se trata de un personaje que podría brillar perfectamente en "¿Quién quiere casarse con mi hijo?" o referentes de índole parecida.

En "Los Gipsy Kings", en definitiva, la pasta fluye. No sabemos si de forma legal o ilegal, pero está claro que hay una pasión por el dorado y el brillo que también nos remite a los programas norteamericanos que tienen a familias de negros como grandes estrellas: desde un carrito de bebé forrado de oro a sofás que podrían dejar ciego a un gato, el desfile de mobiliario, atuendos y parafernalia deslumbrante que pasa por delante de nuestros ojos ayuda a definir y posicionar el gusto y la mentalidad de los protagonistas del programa. En ambos casos, el afroamericano y el gitano, el oro surge como símbolo de triunfo y posicionamiento social, metáfora poco sutil y nada poética pero muy directa sobre el ascenso y poderío en una comunidad marcada por la pobreza, el abandono y las dificultades de progreso.

Sin sorpresas resaltables, con un par de cambios de cromos familiares –se van Los Salazar y Los Amaya y entran Los González y Los Montoya–, el programa, como ya sucedió en la primera temporada, abusa de las situaciones guionizadas y sacrifica la espontaneidad en beneficio de una estructura ya pautada en la que se busca que sucedan todo tipo de cosas de manera deliberada y algo atropellada. Exigencias del formato, faltaría más. Es el peaje que hay que pagar en televisión, un medio en el que muchas veces, como pone de manifiesto "Los Gipsy Kings", la realidad supera a la ficción.