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El número de la farándula

Los Guerreros

Los “chavos banda” mexicanos y los pandilleros de Nueva York no eran tan diferentes

Fotos por Estudio Amorales. Ensamble a partir de fotos de archivo encontradas, 2007.

En 1979 se estrenó

[en España, Los amos de la noche], el clásico de Walter Hill sobre pandillas en Nueva York. Cyrus, el líder de la banda más poderosa de la ciudad, los Gramercy Riffs, convoca a todas las pandillas de la ciu­dad a reunirse en un parque en el Bronx con el plan de organizarse y dejar a un lado sus diferencias para, juntos, controlar toda la ciudad. La mayoría de las bandas parecen estar de acuerdo, pero Luther, líder de los Rogues, mata a Cyrus y logra hacer creer a los demás que no fue él quien lo mató, sino el líder de los Warriors. Desde ese momento, los Guerreros emprenden un viaje de regreso hasta Coney Island, en el extremo opuesto de la ciudad. En el camino se enfrentan a pandillas con nombres increíbles como los Turnbull ACs, los Orphans, los Baseball Furies, las Lizzies, los Punks y, finalmente, los Rogues. Cada banda tenía un estilo muy particular, que si en ese momento se veían intimidantes, hoy parecen disfraces de Halloween. Esa violencia, los diálogos y las situaciones, también parecen cari­caturescos ahora, pero en ese momento, cuando las pandillas eran realmente un problema en Nueva York, representaban algo muy diferente. La crítica no recibió muy bien la película y en los cines hubo problemas con pandillas que querían ver la película. La cinta tuvo un éxito moderado, pero con el paso de los años se ha convertido en una de las películas de mayor culto de la historia. Carlos Amorales, uno de los artistas contemporá­neos más reconocidos en México y cofundador de la disquera Nuevos Ricos, es fan de The Warriors y se le ocurrió ponerse a investigar cómo se veían las pandillas que existían en la Ciudad de México más o menos en los mismos años en que se estrenó la película. Junto con un equipo de investigadores buscó en periódicos y archivos fotográficos imágenes de chavos banda, y luego las compararon con fotogramas de la película. Las coincidencias son increíbles, y resulta divertido imaginarse a una pandilla de la Bondojito que tuviera que cruzar desde Santa Marta Acatitla de regreso a su barrio, atravesando Peralvillo, Tepito y Aragón. Mientras Carlos estaba terminando una residencia artística en el antiguo taller de Alexander Calder en Francia, dibujando y escuchando todo el día discos viejos de Earth, le llamamos para preguntarle sobre su proyecto Los guerreros. VICE: Hace un par de años me comentaste que querías hacer un proyecto sobre The Warriors, pero era algo diferente, un remake o algo así. ¿Cómo llegó a ser un proyecto fotográfico?
Carlos Amorales: Con mis asistentes en el estudio hicimos una investigación sobre lo que fue el fenómeno de los chavos banda. A pesar de que tenemos diferentes edades (a algu­nos les llevo hasta diez años de diferencia), a todos nos tocó vivir este fenómeno de alguna manera u otra. Uno porque vivió en Ciudad Neza, otro porque fue grafitero, otro porque le gustaba el rock urbano, y así. Cada quién fue a buscar información sobre los chavos banda por su lado y fue como dimos con la película The Warriors de Walter Hill. En un momento se pensó en hacer un remake con nuestro plomero, quien había sido chavo banda y fan de la película, pero eso se quedó en proyecto. ¿Por qué te interesaban a ti personalmente las bandas en México?
Cuando aparecieron a principios de los 80, los chavos ban­da fueron la primera subcultura que me tocó presenciar de cerca. Fueron como los punks mexicanos, pero completamente lumpen. En Europa y Estados Unidos el punk comenzó lumpen, pero de alguna manera perversa influyó en el mundo de la moda y se volvió parte de la cultura de masas. En México, en cambio, los chavos banda jamás se comercializaron. Fueron una subcultura muy pura, con su propio nihilismo, su propio No hay futuro. A mí siempre me llamaron la atención. Despertaron mi fantasía desde adolescente. Mucho después me acordé de que cuando viajaba con mis padres en la parte trasera del coche y me aburría, me ponía a mirar las pintas de las bandas en la calle. Se me ocurrió que si alguien documentara la localización de cada pinta en cada calle podría trazar un mapa de las pandillas en la ciudad y conocer su territorio. Le comenté esto a Roberto Eibenschutz, mi suegro, que es urbanista, y me dijo que conocía a un sociólogo que había hecho el mapeo en aquella época. Se trata de Héctor Castillo Berthier, quien, a partir de ese mapa, realizó un programa de radio que con el tiempo devino en el Circo Volador, que es un centro cultural importantísimo para las subculturas en la Ciudad de México. Mirando su mapa observamos que había muchas pandillas llamadas Los Guerreros, The Warriors, Sex Guerreros, Sex Warriors, etcétera. Eso nos dio la clave de la importancia de la película.

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¿Qué es lo que más te interesa de la película?
En realidad no vi la película hasta hace muy poco, ya adulto. De chavo la película ya era un mito, se supone que era gruesísi­ma, pero viéndola de grande en realidad me di cuenta de que es muy ingenua, casi como vaselina. Tiene buenas cosas, sin duda; está basada en un libro de Sol Yurick que a su vez está inspirado en un clásico griego, el Anábasis de Jenofonte. Una his­toria griega no puede fallar. Este proyecto es muy diferente a tu obra gráfica y a las perfor­mances que hacías hace años. ¿Ésta es una nueva dirección que veremos cada vez más en tu obra artística?
Siempre me ha interesado la historia y he querido encontrar el sentido de las cosas que hago. Por eso me interesa investigar sobre personajes o momentos que fueron impor­tantes en mi propia historia. Por ejemplo, cuando hice lo del luchador Amorales fui a entrevistar a Superbarrio y luego le invité a dar unas conferencias en Holanda, donde yo vivía. También me ha interesado la época del terremoto del ’85, por­que entonces se vivió en una especie de anarquía muy influyente en el pensamiento de mi generación. Trabajé con fotos documentales porque es lo más interesante que quedó de la época de los chavos banda; hay poca literatura al respecto, y a veces muy alarmista. Después de casi 30 años esos libros son una porquería, sin embargo las fotos son maravillosas. Fueron hechas por algunos de los fotoperiodistas más importantes que hay en México, y las to­maron cuando eran jóvenes y llenos de energía.

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Este proyecto tiene bastante que ver con el espíritu de lo que hacíais tú y Julián Lede con Nuevos Ricos, ¿no?
Sí. Con el estilo no tiene nada que ver, pero con el espíritu, muchísimo. Nuevos Ricos fue tan punk-chusco como los cha­vos banda, y eso fue lo bueno, que hasta los propios punks de pura cepa nos despreciaban. A todo esto, ¿que pasó con Nuevos Ricos?
Que le dimos cuello porque nos dimos cuenta de que era muy importante dejarlo como un buen recuerdo y no como el pro­yecto de unos rucos aferrados, así que lo terminamos en buen momento. No quisimos que nos ocurriera como a la mayoría de las bandas de rock mexicanas, que más que rockeros ya parecen primos de Chabelo. ¿Cómo fue el proceso de investigación de este proyecto?
Primero recopilamos cuanto pudimos. Cada quien buscó en su entorno y después nos volvimos más específicos. Encontramos verdaderas joyas, como fotos personales hechas por chavos banda, o la colección de volantes de conciertos de rock urbano de Edgar, uno de mis asistentes. También encontramos una colección completa de los discos de un DJ de un sonido de rock urbano, y el mapa de Castillo Berthier y su archivo, que es una joya. Pero lo más precioso fue encontrar la relación entre los fotogramas de la película y las fotos de las pandillas mexicanas, donde vimos todas esas coincidencias.

¿Dónde encontraron esas fotos?
Las primeras salieron de un libro que se llama La banda, el consejo y otros panchos, de Fabrizio León. Luego fuimos directa­mente a pedirle a los fotógrafos que nos prestaran sus imágenes. Fueron Fabrizio León, Pedro Valtierra, Marco Antonio Cruz y Pablo Ortiz Monasterio. Todos fueron fotógrafos de prensa en los 80 y, por cierto, no conocían la película. Seguro que encontraron muchas fotos que no incluyeron en el proyecto porque quizá no tenían la misma composición. ¿Piensas hacer algo con ellas?
Sí, pero por el momento no pienso hacer nada más con ellas. Sin embargo, hay una foto que me gusta mucho; fue he­cha por Iván, otro de mis asistentes. Es la imagen de un grafiti hecho con pintura para zapatos Nugget directamente sobre la pared. O sea, que había chavos tan pobres que ni para laca tenían y de plano se volaban el Nugget de su casa y con eso rayaban los muros. Me gusta muchísimo la imagen, es ultraprimitiva y urbana a la vez. Si así fuera el arte contemporáneo tal vez podría ser algo interesante. The Warriors es una especie de parodia de la situación que se vivía en NY en esa época. Las pandillas quizá no iban vestidas de esa forma, pero sí había un asun­to de territorios y tribus. Según tu investigación, ¿cuál era la realidad en Nueva York y cómo se comparaba con la realidad en México?
En esa época, en NY, ni los mas terroríficos profetas vaticina­ban la aparición del tal Rudy Giuliani. México, como todos sabemos, poco a poco se ha convertido en un borough neo­yorkino, o sea que ya podríamos comenzar a hablar de los Six Boroughs: Bronx, Brooklyn, Manhattan, Queens, Staten Island y México. Según mi investigación, era la misma relación entre las diferentes zonas de NY y México; se hablaba español, a veces inglés, se escuchaba rock y salsa. Yo creo que a pesar de la represión nacionalista del gobierno mexicano y de sus in­telectuales en los 80, los chavos nos identificamos con el movimiento punk de otros lugares y nos internacionalizamos sin complejos.

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¿En qué barrios había más bandas y qué nombres de pandillas encontraste?
En Neza y en Santa Fe. En esta última zona antes había cha­vos banda y ahora hay chavos Ibero. Encontramos cientos de pandillas en el mapa de Castillo Berthier, pero cerca de mi secundaria había una banda llamada Los Espaguetis y eso no tiene rival. ¿A qué se dedicaban? ¿Sólo a robos pequeños, o eran grupos más organizados con objetivos más ambiciosos?
Se dedicaban a echar desmadre, escuchar rock, drogarse, coger y robar un poco para sobrevivir; o sea, puras cosas nobles, has­ta que a una gran sección los politizó el PRI y se creó el Consejo Popular Juvenil, que fue el principio del fin del movimiento. ¿De qué colonias o barrios eran las pandillas de las fotos de tu proyecto?
Hay fotos de Ciudad Neza, de Santa Fe y de la Unidad El Rosario. Cuando presentamos las fotos el año pasado en la Cineteca Nacional, apareció un chavo entre el público que descubrió a su primo en una de las fotos. Fue muy divertido, porque estaba un poco sacado de onda.

¿Crees que esas pandillas estaban influenciadas por el look o formas de organización de las pandillas gringas?
¡Absolutamente! No hay duda, calcaron lo que vieron en The Warriors y lo combinaron con un poco de Sex Pistols, Ramones y Kiss. Cero lana pero con estoperoles. Con los que no tienen nada que ver es con los Folks y los People, o con los Bloods y los Crips. Con el hip-hop y la cultura negra no tenían nada que ver. Es una cultura ciento por ciento rockera, o sea white trash. Paradójico, ¿no? ¿Qué otras películas recuerdas que mostraran esa realidad en Estados Unidos? En México se me ocurre Los olvidados, aun­que no es exactamente de la misma época. ¿Otras películas mexicanas?
En esa época, además de The Warriors, hubo 1997: Rescate en Nueva York y Mad Max. La onda ya andaba apocalíptica y estaba bien visto no tener dinero. Los héroes de esa época no tenían vestuario en el camerino y durante toda la película no se cam­biaban ni una sola vez. Si acaso se quitaban la camisa.

Todo el imaginario viene de James Dean y de Marlon Brando. Los olvidados es para gente culta y con culpas, a nadie se le ocurrió transformarse en El Jaibo después de ver­la. Esa es la diferencia, que aunque son películas que tratan temas similares sobre la enajenación de la juventud, pocas logran generar movimientos de masas e influir verdadera­mente en los jóvenes. Para mí, películas como Rebelde sin causa y Los Guerreros funcionan realmente en otro nivel, son algo más que películas, son generadoras de mitología. Lo chingón de Los Guerreros es que no muestra ninguna realidad, es una fantasía kitsch absoluta, y es por eso que despertó tanta fantasía entre los jóvenes de la época y los llevó a interpretarla en la realidad. No sé si te tocó vivirlo, pero para los jóvenes mexicanos, en los 80, el país y la sociedad eran una verdadera pocilga. Todos nos imagi­nábamos que afuera había un mundo mucho mejor. En mi opinión, la influencia de Los Guerreros, y lo que devino en el movimiento de los chavos banda, fue la única manera que muchos jóvenes encontraron para soportar la vida en México, hasta que crecieron y se tuvieron que integrar. De hecho ya nos comienza a hacer falta una buena película so­bre el tema. ¿No crees?