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Cultură

Masterchef Junior: La invasión de los niños repelentes

Recoge tus cuchillos tamaño infantil y vete.

Cada vez que veo un programa de Masterchef Junior me vienen a la cabeza las mismas preguntas. La primera, inmediata: ¿cómo deben sentirse al verlo los padres que tienen hijos normales y corrientes? Por hijos normales entiendo a esos niños, de 8 a 14 años, que no saben hacer un sofrito, evidentemente, pero también a los que hablan con las imperfecciones léxicas propias de la edad, a los que solo desean que acabe la clase para salir a jugar con sus amigos o para echar una partida en la Play o a los que tienen como referentes e ídolos a estrellas del pop, futbolistas y actores jóvenes. Chicos y chicas que en la pared de su habitación no tienen posters de chefs ni se pasan el día en la cocina preparando ceviche. Son tan perfectos que alguna reacción debe producir entre los que no tienen chavales tan perfectos. Seguramente un efecto de alivio y tranquilidad, pero al mismo tiempo, imagino, una sensación de extrañeza y contrariedad.

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Otra pregunta que se repite en cada temporada del programa, que ayer inauguró ya la tercera y ocupará el prime time de los martes en La1 hasta inicios de enero. ¿Cómo es posible que un crío de 10 años cocine mejor que todo mi grupo de amigos de 30 y tantos? Y sobre todo: ¿cómo es posible que cualquier participante de "Masterchef Junior" sepa expresarse y comportarse con más inteligencia, elegancia y corrección que cientos y cientos de tronistas de "Mujeres y Hombres y Viceversa" o decenas de concursantes de "Gran Hermano"? Estos niños no parecen de este planeta. O quizás es que estamos tan acostumbrados a la mediocridad en televisión y tan habituados al encefalograma plano, los ademanes simiescos y el analfabetismo, que cuando nos presentan destellos de talento precoz todo nos parece como salido de un episodio de "Twilight Zone".

Y ahí es donde enlazo con otra pregunta habitual ya no solo cuando ves "Masterchef Junior", sino cualquiera de los talent shows infantiles que aparecen en pantalla. ¿De dónde diablos los sacan? ¿Cómo es posible que encuentren a tantos? Y quizás la más repetida: ¿por qué algunos pueden llegar a dar tanta rabia? Si sumamos todos los críos que han salido en "Pequeños Gigantes", "La Voz Kids" y "Masterchef Junior" en menos de doce meses, llegaremos a la conclusión de que hay demasiados niños con 'talento', de que esto no es normal, y empezaremos a creer en teorías de la conspiración: ¿Existe un ejército de niños repelentes perfectamente entrenado para salir en televisión? Y de ser así, ¿quién lo lidera?¿Aquel sabiondo que salía en "Crónicas Marcianas"?¿O será que nos ha invadido una raza extraterrestre cuyo método de camuflaje consiste en meter a adultos en cuerpos de niños?

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Esta última hipótesis gana muchos enteros viendo el estreno de la nueva temporada. Además de las virtudes del formato, que son muchas –buen trabajo de edición y montaje, tono blanco y agradable, potenciación del talento y la vocación, poca competitividad, pruebas más o menos entretenidas, el trato del jurado…–, el gran atractivo del programa es el casting. Y creo sinceramente que en esta edición se han superado. No solo porque han encontrado cocineros con posibilidades de futuro, sino porque han encontrado algunas joyas personales que conviene abordar aquí y ahora. El mérito no estriba en hallar a niños hábiles en los fogones, sino que además funcionen bien en pantalla y te permitan hacer televisión más allá de la preparación de platos.

Participantes duchos en la cocina hay unos cuantos este año. Pero acaban siendo los más convencionales, en el peor sentido del término. Son repelentes porque actúan como adultos y porque se nota que han estado educados de esta forma. A mí me interesan mucho más los diferentes, los que han sido elegidos por el programa porque aportan un plus de contenido televisivo.

Eva González, el jurado del programa y algunos concursantes. Imagen vía.

Por ejemplo, Covadonga. Dice que tiene 11 años, pero nosotros creemos que debe tener unos 40. Es como esos jugadores africanos que han falseado mil veces su pasaporte para poder jugar en categorías inferiores. Y cuando los ves en el campo te entra un ataque de risa: señores de metro ochenta, zancada de avestruz y brazos fornidos enfrentándose a pobres críos indefensos a los que sacan tres palmos y, por supuesto, una década de diferencia. Hay que ser fan de Covadonga: tiene cara de Infanta del siglo XVIII, se pasa todo el programa zampando y cantando y se comporta como una abuela. La imaginas en un guión y no te sale así ni de broma.

O Chloe. Medio programa llorando y el otro medio con miedos, inseguridades y ataques de pánico. Covadonga, atónita ante su recital de bipolaridad, vino a decir algo así como "es muy rara, a ratos está triste y a ratos está contenta". Contenta la vimos poco. Es nuestra Bridget Jones junior, y por eso queremos que aguante hasta el final: otro hallazgo del equipo de casting, que supo ver en ella algo más que habilidades culinarias. Y qué decir de Hugo. Es el representante masculino de una pareja de hermanos. Ella, más pequeña y considerablemente más apañada. Él, un desastre, caótico, desordenado y muy chapucero, que además es muy consciente de sus debilidades y sabe en todo momento que si son eliminados como pareja será por su culpa. Su presencia es todo un revulsivo para los losers de su edad, que ven cómo también es posible salir en la tele sin necesidad de ser un triunfador ni un robot perfectamente entrenado.

Y por supuesto Pablo. ¿Os acordáis de Pablo, uno de los concursantes estrella de la última edición de "Masterchef? Era ese tipo patoso, desquiciado, torpe y lento de reflejos que se convirtió en el saco de entrenamiento del jurado del programa. Ayer vimos a su reencarnación infantil, que para más cachondeo se llama igual, e incomprensiblemente fue uno de los tres eliminados. Queremos mostrar desde aquí nuestra más absoluta indignación con esa decisión. Pablo era uno de los nuestros: se le cayó encima una olla de crema catalana, reaccionó mal a todo y se comportó como un absoluto patán. Y por eso tendría que haber seguido. Para niños perfectos-repelentes ya tenemos a Mauro o Martina, que se actúan como si tuvieran 35 años y fueran los máximos responsables de alguna empresa líder. A ellos ya nos los encontraremos en el futuro como jefes de algo, dejad que antes disfrutemos con los perdedores en potencia, con los niños de carne y hueso que no consiguen hacer nada bien y acaparan el verdadero protagonismo del programa. Hugo o Pablo simbolizan la resistencia. Son las figuras rebeldes del imperio. Piezas que se extraviaron en la fábrica de niños perfectos y que le dan mayor sentido humanidad y verosimilitud al concurso.