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Cultură

Me violaron, y entonces empezaron mis problemas

Gracias al abogado agresivo y bien pagado de la defensa, mi violador terminó en libertad.

Uno de mis dibujos, que por lo visto me convierten en un testigo menos creíble de mi propia violación. Según la organización Red Nacional Contra la Violación, el Abuso y el Incesto [Rape, Abuse and Incest National Network, RAINN], en Norteamérica una de cada seis mujeres ha sido víctima de violación o tentativa de ella. Yo soy una de esas mujeres. No creo que mi historia sea especialmente infrecuente o especial. Sucede continuamente: según la RAINN, en Estados Unidos se comete una violación cada dos minutos. Y al igual que el 97% de los violadores, mi atacante quedó libre. Me gustaría compartir mi relato personal de cómo es presentar una acusación de violación, de modo que si no has tenido que pasar por ese proceso, conozcas toda la diversión que hacerlo proporciona. (Estoy segura de que, por desgracia, mucha gente ya tiene una idea bastante exacta de cómo es). Empezaré desde el principio. A comienzos de octubre de 2010 fui a encontrarme con mis amigos en un bar en Park Slope, Brooklyn. Eran alrededor de las 10 de la noche. Había un tipo rondando alrededor de mi grupo de gente habitual y yo, erróneamente, asumí que era un amigo de mis amigos. Se estaba relacionando bastante bien con el grupo, como si conociera a algunos de nosotros, y no le di más vueltas. Estaba borracha. De vez en cuando caía alguna raya. Mientras yo estaba fuera fumando un cigarrillo, el tipo salió también para fumar y nos pusimos a hablar. No flirteé con él; yo no sé muy bien cómo flirtear, y de todos modos aquel hombre no me atraía lo más mínimo. Mediría un metro ochenta, era de complexión delgada aunque musculosa y parecía de ascendencia hispana o italiana. Así fue cómo más tarde le describí ante la policía. Su mirada era huidiza, y al principio pensé que simplemente era tímido y que intentaba desesperadamente conectar con los demás mediante las drogas, como mucha gente hace. Él tampoco flirteó conmigo, ni mostró ningún interés romántico o sexual en mí. Me preguntó si quería tomar una raya en su coche en vez de hacer cola para entrar al lavabo. Su coche estaba junto enfrente de nosotros, y aunque estaba un poco nerviosa, me subí. Tan pronto como se cerraron las puertas, cerró los pestillos y puso en marcha el motor. Le exigí que me dejara salir, y cuando empezó a conducir, le dije que volviera y que mis amigos me estaban esperando. Él dijo, “No te preocupes. Daré la vuelta”, con una expresión estoica grabada en su cara. No dio la vuelta. Seguí preguntándole dónde me estaba llevando, y al poco rato él dejó de responder. Me llevó a su apartamento, limpio como una patena aunque siniestro, donde ya había porno emitiéndose en varios monitores colocados en varios puntos de la sala. Le dije repetidamente que no quería tener sexo con él y que quería volver con mis amigos. No había ambigüedad alguna en la situación. Pasé un montón de rato apartándole de mí. Amenazó con matarme. Me golpeó. Me agarró del cabello cuando intenté huir. Cada vez que le decía que parara, me abofeteaba en la cara. Me llamó repetidamente “zorra” y “puta”. Me ordenó que ecrrara la puta boca. Acabé rogándole por mi vida. Hasta le ofrecía dinero si me hacía el favor de no matarme. Lo peor fue el calvario de tener que ver el enorme “666” que tenía tatuado en la parte baja del abdomen. Escapé en cuanto me pareció que se me presentaba la oportunidad. Él corrió detrás de mí. Yo no sabía cómo encarar todo el asunto. Tenía miedo de ir a la policía porque es hecho sabido que a las víctimas de violación se les trata como una mierda, sobre todo si no son tan virtuosas como la Virgen María. Sabía que me harían sentir culpable por haber consumido drogas y que me preguntarían sobre mi desacertada decisión de acceder a entrar en su coche, y yo ya me sentía culpable y estúpida por esas cosas. Una amiga mía me convenció de que lo correcto era denunciarlo. Me aconsejó que pareciera "tan afectada como te sea posible. No te pongas línea de ojos negra ni te vistas con estilo, como sueles hacer". Sin maquillaje creo que parezco tener 12 años de edad y me hace sentir desnuda, pero 24 horas después me presenté ante la policía con aspecto triste y sin maquillaje. Los polis se mostraron amables y comprensivos con el asunto cuando hice la denuncia, y después fui al hospital, donde me dieron un kit de tratamiento post-violación. Posteriormente fui interrogada por un detective que no dejó de hacerme preguntas sobre cómo iba vestida cuando sucedió y que me dijo que el caso probablemente no prosperaría porque yo había tomado alcohol y drogas. En vez de centrarse en lo que me habían hecho, la mayoría de sus preguntas se centraban en por qué no me resistí más y por qué no escapé antes. Las respuesta a ambas cosas era que tenía miedo y que actuaba con una especie de piloto automático. Jamás imaginé que alguien me acusaría alguna vez de no lograr huir con más rapidez. Días después fui a ver al mismo detective a la Unidad de Víctimas Especiales (SVU, la unidad que se encarga de las violaciones) para revisar en su base de datos fotografías de convictos. Pasé horas mirando fotos de criminales, una tras otra, para ver si en alguno reconocía a aquel tipo. El detective no me animó nada al respecto, diciéndome que era una pérdida de tiempo. Siguió comentándole a sus colegas el aspecto que según otra unidad policial tenía yo; no podría decir si a modo de cumplido o como insulto, pero mi intuición me decía que era lo segundo. Es probable que yo estuviera muy sensible, pero no me gustó nada cómo hablaban de mi aspecto sobre todo porque yo estaba, literalmente, buscando a mi violador. Apenas había podido ocuparme de mis necesidad de higiene básicas, y mucho menos preocuparme por estar guapa para que me vieran los policías, así que le pedí por favor que dejara de hablar de mi aspecto. Él replicó que me estaba haciendo un favor tomándose con humor mi dudoso caso de violación, y que si seguía con mi actitud simplemente le daría carpetazo. Unos días después recibí una llamada de un detective mucho más amable que iba a ocuparse de mi caso. Se había convertido en una investigación de múltiples incidentes de violación. Gracias a mi descripción del tatuaje de mi violador, la SVU no sólo había conseguido saber de quién se trataba, sino también vincularle con otras dos mujeres víctimas de ataque sexual. Debido a que cada incidente había sucedido con meses de intervalo, mi nuevo detective estaba convencido de que este hombre era un violador en serie. Parecía tener un modus operandi que en cada ocasión aumentaba en crueldad e intensidad. El perpetrador fue arrestado, y yo le señalé en la línea de identificación. Durante esta etapa hablé mucho con una de las otras chicas, que parecía una versión de mí con pelo oscuro. Incluso tenía, como yo, un lunar encima del labio superior, y al igual que yo, no sabía el nombre de él, sólo conocía el maldito tatuaje. Cuando fue atacada tenía un novio, que rompió con ella porque creía que le había engañado y que se había inventado lo de la violación por sentirse culpable. La chica de pelo negro y yo testificamos ante el gran jurado, que estimó que había suficientes pruebas para llevar a aquel hombre a juicio. La tercera chica, que había presentado su denuncia meses atrás, quería seguir adelante con su vida y se saltó todo el proceso. Mientras tanto, yo tenía que afrontar ramificaciones de mi violación que no tenían nada que ver con los policías o los juzgados. Al principio sólo le conté lo que había sucedido a unas pocas personas de mi confianza: no quería airear mucho la situación, ya que me preocupaba que la gente reaccionara de toda una serie de formas que me hicieran sentir incómoda. Bueno, esto no funcionó. Al cabo de pocos días ya lo sabían 60 ó 70 personas, y nadie quería salir conmigo por miedo a que como “víctima de violación” irrumpiera en cualquier momento en lágrimas o yo qué sé. Una de mis mejores amigas entonces me dijo que ya no podía ser mi amiga y ni siquiera me escuchó cuando le conté los detalles del ataque. Me dijo que oírlo le resultaba demasiado duro, y afirmó que lo que me había pasado le había provocado a ella un trastorno de estrés postraumático. Unos cuantos miembros de mi familia me dijeron que estaban muy apenados por mí, porque la violación es “un destino peor que la muerte”. Otros me dijeron que no les chocaba la sucedido porque yo era una víctima por naturaleza. “Hay personas que son víctimas, y otras que son predadores”, dijeron. “Tú eres una víctima”. Otra gente parecía directamente celosa porque, al parecer, ahora yo tenía una “razón válida” para estar deprimida. Estos últimos eran conocidos por lo general infelices y probablemente inseguros, que solo tenían problemas menores en sus relaciones y jefes cabrones a los que echar la culpa de sus desilusiones. El violador resultó estar en una posición acomodada financieramente, y esto era un problema. Tenía, como mi agradable nuevo detective me dijo, un buen abogado defensor, que recurrió la decisión del jurado y afirmó que su cliente no había tenido tiempo suficiente para preparar su aparición ante el gran jurado. Se me dijo que me preparara para hablar de nuevo ante el gran jurado, y el caso siguió retrasándose. Llamé una vez y otra al ayudante del fiscal del distrito que se encargaba del caso, solo para obtener como respuesta vaguedades acerca de por qué estaba tardanto tanto. Viví con todo esto como un nubarrón sobre mi cabeza durante mucho, mucho tiempo. No fue hasta marzo de 2012 cuando me dijeron que fuera de nuevo a testificar. Para entonces, la chica de cabello negro ya se había rendido y no quería volver a saber nada de la situación. Ahora sólo estaba yo, y no se permitió que las acusaciones de ataque sexual de las otras mujeres se presentaran en el juicio. Cuando llegué a la oficina de la ayudante del fiscal del distrito el día que testifiqué, la mujer tenía una carpeta esperándome. Contenía "pruebas incriminatorias" acerca de mi personalidad que el abogado defensor del violador había “apilado sobre mí”: ilustraciones y caricaturas que había colgado en internet, artículos “picantes” que había publicado, y fotografías mías. Uno de los puntos negros de mi historial era una blog de dibujos llamado Slutclock. El nombre es un remoto homenaje a al videojuego de los años 90 de Los blancos no la saben meter, que estaba lleno de frases en slang subidas de tono como, “¡Te he cogido con las bragas bajadas, zorrupia!” Según la ADA, durante el juicio esto podría utilizarse contra mí para insinuar que yo misma era una zorra. Entre otras cosas aparentemente relevantes había una caricatura de una masa informe estrangulando a otra, con la frase, "Feliz día de la violencia", fotos mías en una galería de tiro y una foto de mi compañero de piso apuntando una pistola de juguete hacia mi cabeza. Todo esto, al parecer, demostraba que a mí me gustaba el sexo duro. La foto de la pistola de juguete la había subido a Facebook porque mi compañero de piso estaba haciendo una broma sobre estar obligándome a escribir un sumario para una exposición artística que él estaba comisariando, y yo no pené que hubiera en ella nada sexual, pero la ADA me dijo que la había encontrado “especialmente perturbadora”. También se incluían fotografías mías con trajes escasos de ropa hechas en la Mermaid Parade y en Halloween, dos ocasiones en las que casi todo el mundo viste de forma sexy. Me vi obligada a defender lo que yo considero que son cosas perfectamente normales y que no tenían nada que ver con aquella noche. No era como si escribiera una columna de temática sadomasoquista, y aunque lo hubiera hecho, no debería importar. Hubiera preferido que me reprendieran por haber usado drogas, que al menos sí tendría algo de relevancia. Como parte de la preparación para el juicio que pensaba que se celebraría, la ADA también me hizo comentarios sobre mi peinado rocker rubio platino, y me dijo que probablemente debería haberme puesto una peluca y teñirme el pelo de un color más discreto. Después añadió, “Ahora tienes un buen empleo, eso ayudará a darte credibilidad”. Resultó que, después de haber sido taladrada con todas estas cosas por la ADA, se determinó que el abogado defensor no podía presentar las fotos y dibujos delante del gran jurado. Pero no importó, porque desestimaron igualmente el caso. Por lo visto pensaron que yo no me había resistido lo bastante, que no había sufrido suficientes heridas y que no había acudido antes a la policía. El dictamen no me sorprendió demasiado, pero me dejó con la sensación de que el sistema judicial y la sociedad en conjunto me habían ignorado. Soy un ser humano que desea probar todas las experiencias que la vida tiene para ofrecer y creo que tengo ese derecho, como cualquier hombre o mujer. No debería sentirme culpable por expresarme artísticamente o mediante la ropa que me pongo. Y esas expresiones mías no deberían serme arrojadas al rostro como prueba de por qué merecía que me violaran. Es cierto, yo misma me puse en una situación estúpida. Lo admito. Pero pongamos que alguien fuese lo bastante estúpido como para perder el conocimiento delante de la puerta de mi casa y yo decidiera apuñalarle hasta matarlo, simplemente porque tuve esa necesidad primaria y esa persona estaba allí. Me meterían en la cárcel por asesinato, y con toda la razón. El modo de vida de la víctima no tendría por qué salir a colación. Me niego a ser marcada como “mercancía dañada" por culpa de este penoso asunto. Creo que la actitud respecto al ataque sexual es arcaica y absurda. Me parece que mucha gente que ha sufrido una violación tiene miedo de hablar de lo que les ha sucedido, pero el de la violación no debería ser un tema tabú. Hay gente que me ha acusado de estar al borde de la sociopatía a causa de todo el asunto y que hablo de él como alguien podría hablar de comerse un bocadillo. Pero no pienso en ello como en algo catastrófico. Es algo que me ha pasado, y tengo que disminuir la intensidad de sus efectos para convertirlo en algo manejable. Es uno de los efectos del trastorno de estrés postraumático. Lo lamento si te ha afectado leer esto, pero mucha gente ha tenido que pasar por ello. Simular que esta clase de cosas no están sucediendo es para mí mucho más perturbador que hablar de ellas. Gina Tron es redactora de crónicas en Ladygunn Magazine y directora creativa del Fin de Semana de la Moda de Williamsburg. En la actualidad está en pleno proceso de terminar un libro. Síguela en Twitter: @_GinaTron