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Miaaau Miaaau

Los cafés de gatos son ahora mismo una sensación en Japón.

Los cafés de gatos son ahora mismo una sensación en Japón. Como el nombre sugiere, se trata de cafeterías en las que los amantes de los gatos beben

lattes a precios superiores a lo normal y se relacionan con una adorable, suave camarilla de mininos. En los últimos cinco años han abierto en Japón exactamente 79 locales de este tipo. Lo más raro es que los gatos que pululan por estos cafés no son caros felinos con pedigrí, como pudieran ser los persas o esos otros que tienen unas graciosas orejas que se doblan; no, son los típicos mil leches que no cuesta ver en la parte de atrás de los supermercados. En las inmortales palabras de Brian Setzer, gatos que “se agazapan en los callejones buscando pelea/aullándole a la luna en las cálidas noches de verano.” De igual manera, en los últimos años se ha dado una explosión de DVD’s y libros de fotografía con los gatos callejeros como protagonistas. Si la gente está tan fascinada por lo que, en esencia, son gatos vulgares domesticados, ¿por qué, de entre la legión de gatuzos que viven en las calles de Japón, no escogen uno y se lo llevan a casa? Os diré la razón: porque en mi país los caseros son unos gilipollas de mucho cuidado. Norimasa Hanada, de 38 años, propietaria de Neko no mise (la Tienda de los Gatos), la primera cafetería gatuna que abrió en Tokyo, nos explica el problema: “En la mayoría de apartamentos de alquiler no se permite tener mascotas. Los únicos que lo permiten son los que están en condominio entre varias familias. Esto significa que las personas de entre 20 y 30 años que viven solas no pueden ni plantearse acoger un animal, por muy estresadas que estén y busquen confort y algún tipo de compañía.” Tiene así sentido que la mayoría de los aficionados a los cafés para gatos sean relativamente jóvenes. Más de treinta clientes entraron y salieron de Neko no mise durante las cuatro horas que recientemente pasé allí y, excepto una señora de unos 50 años, el resto estaban entre la veintena y la treintena (casi todas mujeres; sólo tres hombres se pasaron por allí). Otro factor que contribuye al éxito de los cafés gatunos es la crónica timidez de los japoneses, que en algunos casos llega a la imposibilidad de comentarle a un extraño que vaya tiempecito estamos teniendo o que ya no llueve como antes. La comunicación táctil y muda de los gatos representa una importante fuente de confort para los urbanitas antisociales y estresados. La música suave y las pocas sillas, mesas y sofás dispuestas por el local daban a Neko no mise una atmósfera femenina y relajante. Una librería repleta con cientos de libros manga ocupaba uno de los muros. En Tokyo estamos ahora en pleno invierno, y por eso la mayoría de los 14 gatos residentes en Neko no mise se encontraban apelotonados bajo el kotatsu (la tradicional mesa baja japonesa con un calentador eléctrico en la parte inferior). Puesto que los gatos son obviamente los reyes del café (y lo saben), los encontré más arrogantes de lo que considero normal en un gato. Algunos, los más recelosos, pegaban un salto cada vez que alguien entraba o salía del establecimiento. Me dio la sensación de que, a menos que quisieras quedarte un largo rato, entablar amistad con un gato de café es más difícil de lo deseable, sobre todo para un local que cobra por brindar a los clientes la ilusión de que tienen garantizado el cariño de un minino. En los cafés de gatos pueden apreciarse distintos tipos de cliente. A los recién llegados les impone tanto la distintiva atmósfera del lugar que se limitan a quedarse en una silla, presos del asombro. Parecía como si nunca hubiesen tenido un gato o incluso jamás tocado a uno y les costara aceptar que su comportamiento es impredecible, yéndose al carajo sus fantasías de los gatos como ronroneantes, dóciles bolas de amor. La mayoría, en una estancia de una hora, pudieron tocar a un gato una única vez aprovechando que pasaba por delante. La mayoría de los clientes parecían de esa clase de personas calladas, tímidas y sumisas que claramente necesitan que alguien les dé un abrazo, o dos. Careciendo de valor para acercarse a un gato y jugar con él, estos clientes se quedaban leyendo un libro y sorbiendo café, esperando pacientemente que un gato se les quisiera acercar. Verles me rompió el corazón. Los que venían en grupos eran, por lo general, más alegres, y hablaban un montón, tomando la cafetería como un lugar en el que encontrarse con los amigos. Siendo el “factor gato” un atractivo extra, cogían los juguetes desperdigados por el suelo y jugaban con los mininos con libertad, y normalmente con bastante éxito. Las parejas que vi tenían pinta de ser nuevas relaciones sentimentales o bien personas que estaban todavía en la fase amistosa y utilizaban los gatos como puente para salvar la incómoda distancia entre ellas. Mientras me tomaba mi café en aquella habitación llena de gatos y groupies gatunos, empecé lentamente a notar que los efectos relajantes del gatocafé se iban apoderando de mí. Sin apenas darme cuenta me encontraba sonriendo por ninguna razón en especial, sintiendo tal placidez que mis párpados empezaron a cerrarse en una especie de estupor feliz. Otros debían sentir los mismos efectos anestesiantes, porque de vez en cuando la sala, llena de gente, caía en un trance silencioso, quedándose los clientes con la mirada fija en cada movimiento de los gatos. La mayoría de los clientes se quedaban al menos una hora, aunque parece que los más fanáticos pueden llegar a permanecer más de seis horas en el café. Norimasa me contó que “aunque el tiempo medio de estancia en el local es de una hora y media, algunos de los habituales se toman a veces un día libre del trabajo aludiendo enfermedad y vienen aquí a pasar el día entero. Dicen que están a punto de sucumbir al estrés de la carga de trabajo que tienen que sobrellevar y que necesitan un poco de tiempo y de tranquilidad. Hay clientes que vienen cuatro o cinco veces a la semana, y aquellos a quienes el trabajo ha dejado mentalmente extenuados se toman una ausencia larga de sus puestos y vienen al café todos los días buscando consuelo y sanación.” Los cafés de gatos generalmente cobran en base al tiempo transcurrido. Neko no mise cobra algo más de un euro por cada diez minutos (seis euros y medio la hora), y unos 16 euros por un plan especial de tres horas. Aunque puedan parecer unos precios excesivos, hay que tener en cuenta que mantener un entorno gatuno de fantasía no es precisamente barato. La única forma de que un café de gatos sobreviva es poner unas tarifas altas que alejen a esos roñosos que sin duda se quedarían horas y más horas sorbiendo una única taza de café. Esto, por desgracia, implica que los habituales que se quedan seis horas terminan pagando más de 30 euros sólo por acariciar algo de pelo gatuno. Hay una leyenda japonesa que dice que los gatos ganan popularidad cada vez que la recesión atenaza al país, y lo cierto es que en los últimos años ha podido apreciarse un enorme alza de las ventas de productos relacionados con los gatos. Hay algo en esas orejas puntiagudas y diminutas garras que tiene un efecto tranquilizante en la mente humana. O quizá sea la tradicional cultura japonesa de forzar a la gente a que se comporte como las ovejas de un rebaño y actúen de manera apropiada tras evaluar el ambiente en cada situación (lo que los japoneses llamamos, literalmente, “leer el aire”) lo que convierte al gato, un animal independiente y amante de la libertad, en un perfecto objeto de obsesión. Sé que estoy pintando las cosas de un modo un tanto triste, pero al igual que con casi todo lo que es bonito y adorable, lo mejor es no pensar demasiado en ello y limitarse a mantener la mirada fija en los hipnóticos ojos de los mininos y dejar que tus problemas se desvanezcan. Purrrr. ¿QUIÉN ES QUIÉN EN EL CAFÉ DE GATOS?

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Izquierda: Emiko, 22, trabaja en la moda
Derecha: Yoko, 23, ama de casa

Vice: ¿Venís aquí a menudo?
Emiko: Es mi primera vez.
Yoko: Ésta es mi segunda. Vine por vez primera hace seis meses. ¿Por qué decidisteis dejaros caer hoy?
Yoko: Me encantan los gatos pero no puedo tenerlos, así que se me ocurrió pasar un rato aquí con ellos. ¿Cómo supisteis que existía este café?
Emiko: Se ve desde el andén de la estación de tren que hay aquí cerca. ¿Qué cosas hacéis en el café de gatos?
Yoko: Los miro atentamente todo el rato. Mirarlos me relaja. Y si se quieren acercar, aún mejor.

Kayoko, 32, profesora en una guardería

Vice: ¿Eres clienta habitual?
Kayoko: Mi primera visita fue hace tres semanas, y he venido cada semana desde entonces. Estoy totalmente enganchada. ¿Cómo descubriste este sitio?
Cojo mucho el tren de Yokohama. Un día, al pasar por allí, tuve un atisbo del interior del café. Si te pones de puntillas puedes ver a la gente jugando con los gatos desde el tren. Le eché un vistazo a su blog y me pareció un local agradable, así que invité a una amiga a venir conmigo y descubrimos que era un lugar muy amistoso. Ahora vengo sola, como muchos de los clientes. Charlar con los demás es parte de la diversión. Me ha parecido que una empleada regañaba al gato con el que jugabas antes. ¿Qué hizo?
Le vi coger una barrita de azúcar de la mesa con la boca y huir con él, así que se lo dije a la empleada. Había oído que no permitían a los gatos hacer eso. Y el gato recibió una regañina… Parece que era la tercera vez que lo hacía hoy. Otros gatos tratan de lamer la leche de la jarra que te traen con el café. Puede que sólo sea su forma de decir que quieren jugar contigo.

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Izquierda: Masataka, 32, vendedor
Derecha: Satoko, 36, vendedora

¿Es vuestra primera visita a la cafetería?
Satako: Sí, mi novio decidió traerme aquí hoy.
Masataka: Yo he estado varias veces. ¿Qué te parece el sitio?
Satoko: Es genial, hay muchos más tipos de gato de los que esperaba. ¿Cuánto tiempo planeáis quedaros?
Satoko: Probablemente unas tres horas. ¿Vosotros tenéis gatos?
Masataka: No.
Satoko: Es mi vecindario hay varios gatos vagabundos, pero es difícil tocarlos. Son muy ariscos. ¿Te consideras amante de los gatos?
Masataka: Decididamente sí.
Satoko: Mis padres tienen un perro, así que no tengo preferencias. Me gustan todos los animales. ¿Qué clase de comportamiento felino os hace felices?
Satoko: Cuando se muestra amistoso y se frota contra mí.
Masataka: Cuando juega conmigo. O mejor aún, cuando se sienta en mis rodillas.

Botan (hembra) tiene la extraña costumbre de succionar la pilila de su hermano menor, confundiéndola con el pezón de su madre. Como resultado, el gato macho no puede evitar mearse por todas partes.

Los clientes pueden comprarle galletitas a los gatos por 300 yen (unos 2 euros y medio).   Limándole las uñas a Nishin (macho)

Megumi, 33, oficinista

Vice: ¿Es la primera vez que vienes a un sitio como éste?
Megumi: No, la segunda. ¿Dónde vives?
Vengo de Hokkaido. Está bastante lejos, pero tenía que venir a Tokyo igualmente así que se me ocurrió dejarme caer por aquí. Siempre intento pasarme cuando vengo a Tokyo. ¿Hokkaido? Eso está a un vuelo de avión de Tokyo. ¿No hay ningún café de gatos en Hokkaido?
Sí, y he estado. Ahora mismo probablemente sólo hay uno. ¿Crees que cada café tiene su propio ambiente?
Sí. En Tokyo estuve en otro café, y por lo que he podido ver los gatos de aquí no tienen tanto miedo de los extraños y juegan más contigo. Quizá no están tan estresados porque este local es un poco más espacioso. ¿Tú tienes gatos?
Tuve dos, pero ya murieron. El segundo, hace una semana. Tenía 18 años. Lo siento. ¿Qué te gusta de este café en particular?
Consulto el blog del café con regularidad porque la propietaria escribe mucho de las cosas que se hacen aquí. Ése es parte del encanto. ¿Cuánto tiempo planeas quedarte hoy?
Probablemente dos o tres horas. Estoy sorprendida de que hoy haya tanta gente, no me lo esperaba. ¿Qué es exactamente lo que haces durante el tiempo que te quedas?
Mirar a los gatos, sobre todo, y jugar con ellos. Me encanta cuando se me suben a las rodillas. La vez anterior lo hicieron varios, pero hoy no estoy teniendo suerte.

Nakatsuka, 39, oficinista

Vice: ¿Qué haces cuando estás en el café?
Nakatsuka: Le hago fotos a los gatos. En mi vida diaria nunca hago fotos. Sólo cuando vengo aquí. Vengo al café y hago fotos, y ya está. Ni siquiera leo. ¿Me estás diciendo que tienes esa cámara tan cara sólo para fotografiar gatos?
Sí, la compré cuando empecé a venir aquí con regularidad. Hasta entonces nunca me había importado cómo salían las fotos ni la cámara que usaba, pero poco a poco empecé a sentir la necesidad de emplear una cámara mejor. ¿Vienes a menudo?
Una vez a la semana. ¿Y dónde vives?
En la prefectura de Saitama. Tardo una hora y veinte minutos en llegar. ¿Cuánto tiempo sueles quedarte?
Unas seis horas. Supongo que me ocupa todo el día. A veces me tomo un día libre del trabajo para venir. O sea que, contando la ida y la vuelta, cada visita al café te ocupa ¡casi nueve horas! ¿Siempre te han gustado los gatos?
Sí. Los animales me encantan, desde siempre. Cuando era pequeño tuvimos un gato de mascota, pero ahora vivo solo y no puedo tener uno. Por eso vengo aquí. Mirarlos me hace sentir en paz. ¿Hay algo de lo que hagan que te ponga especialmente contento?
Me encanta cuando juego con ellos con los juguetes y el gato me agarra la rodilla con las uñas.